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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Kỳ huyễn
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La ciudad de Atguila (2)

  Los muros exteriores eran inmensos, tenían una altura cercana a los doce metros y, de grosor fácilmente sobrepasaba los dos y medio metros y, aunque, los muros interiores parecían pequeños al lado de su hermano mayor, el muro exterior, su altura y grosor eran dignos para describir una buena defensa, ya que con sus seis metros de altura y, dos de grosor, hacía una tarea difícil para aquellos dispuestos a asaltarlos, aparte de los innumerables hechizos de protección que poseía en sus superficies.

Los primeros pasos en el interior del reino, era una increíble llanura, donde habitaban en su mayor parte: granjeros, agricultores, madereros, curtidores, prácticamente todos aquellos con un oficio noble y de bajo estatus social, pero que en palabras de ellos: *lo importante era estar dentro de los seguros muros de la ciudad*. Había ganado pastando, ovejas siendo correteadas por perros domésticos, hombres trabajando en el molino, mientras que algunas mujeres trabajaban en el telar al interior de unos graneros grandes, adaptados para su uso.

  --El lugar parece pacífico. --Dijo Gustavo, admirando con ojos tranquilos el bello paisaje, pues, ante su mirada, se encontraba lo más cercano a lo que el podía llamar, una vida en su anterior patria. Herz asintió con una sonrisa.

  --Lo es --Su mirada se tornó complicada--, o al menos por el momento.

  --¿Por qué dices eso? --Preguntó Meriel, algo dudosa sobre el porqué de aquella mirada.

  --La guerra ha cobrado cientos de vidas, los ataques nocturnos de las bestias han ido en aumento, los intereses de algunos hombres ciegos han afectado la razón de mi padre --Volteó el cuello para mirar a la dama pelirroja--. Si esto sigue y no se controla, terminará por arruinar la paz de está bella ciudad. --Meriel guardó silencio, en realidad ya nadie habló, por primera vez se notaba una verdadera emoción en el rostro astuto del príncipe.

Gustavo entrecerró los ojos, suspirando, aunque no le concernía la situación, ni las vidas de aquellos hombres y mujeres del reino, se sentía un poco mal porque algo malo les ocurriese.

Pasaron un pequeño puente, que cruzaba de manera arqueada un pequeño arroyo de bajo caudal, el agua no era muy profunda y, por su bajo espesor, permitía observar las rocas en su interior, así como los extraños peces de colores.

A cada paso que daban, el centro de la ciudad se acercaba, las hermosas estructuras, los edificios construidos con materiales resistentes y con una estética más agradable a la vista se hacían presentes. Pasaron por una zona comercial, repleta con puestos pequeños de vendedores y, mesas llenas de accesorios, el bullicio de los regateadores inundaban los alrededores, así como alguno que otro ladrón, que era perseguido inmediatamente por su víctima, o los había los muy habilidosos, quienes prácticamente desaparecían después de ejecutar su acto criminal. En algunos de los callejones más alejados, se llevaban a cabo los negocios más turbulentos, o eran ocupados como un perfecto lugar para el ajuste de cuentas. Los soldados que patrullaban se mostraban imponentes, orgullosos y arrogantes, mostrando su autoridad con movimientos violentos a aquellos que se atrevieran a faltarles el respeto, o incumplieran de alguna forma cualquier norma.

  --La atmósfera aquí es muy distinta a los principios del reino. --Dijo Gustavo, algo impresionado por la caótica vida de los alrededores.

Las personas miraron por un momento al individuo de porte real y rostro orgulloso, sintiendo cierta familiaridad en su silueta. Las dos mujeres de armadura ligera y, con armas envainadas en su cintura, hizo crecer la intriga en sus mentes sobre las identidades de los hombres. El menos notorio, fue Gustavo, que, aunque poseía un rostro varonil y agraciado, no sentían nada especial proveniente de él.

  --No es de todos los días --Dijo Herz--, sino que las personas están muy emocionadas por el festival de las flores que se acerca, por lo que compran todo lo que ven para presentar su respeto a la Diosa Luna.

  --¿Festival de las flores? --Preguntó algo curioso.

  --¿No conoce el festival de las flores? --Volteó, con una expresión de no poder creer lo que escuchaba. Gustavo negó con la cabeza, al igual que Xinia--. Soy un persona que gusta de historia pasadas y venideras, de los grandes héroes y lo sabios que han pisado está tierra, sin embargo, ha llegado ante el hombre equivocado --Sonrió ligeramente--, pues desconozco mucho de la historia del festival de las flores, aunque puedo contarle la información que poseo, si es que lo desea.

Gustavo asintió, no deseaba que le contarán con lujo de detalles las cosas, solo quería informarse un poco sobre la situación. Herz carraspeó, colocando una mirada digna.

  --Se dice --Comenzó--, que antes de la caída de los Dioses, muchos de los reyes eran hombres tan poderosos que se comparaban a ellos en fuerza. Habían magos que podían crear una fortaleza en un par de días y, había guerreros que podían dividir una montaña con la ayuda de sus espadas... Era una época caótica, llena de luchas y guerras, pero aún en el caos, muchos de los reinos vivían en armonía, en uno de ellos, conocido años más tarde como el reino Cers'itar --Guardó silencio y movió los labios--, perdonen mi pronunciación, es solo que no soy muy bueno en el idioma antiguo, aunque la palabra a nuestra lengua, traduciría como...

  --Donde cayó la reina... --Interrumpió Gustavo con un tono y mirada perdida. Herz asintió, algo impresionado por el conocimiento de su salvador.

El grupo salió de la plaza de comerciantes, adentrándose a las calles de los edificios grandes y letreros llamativos. De tabernas, herrerías, herbolarias, alquimistas, etcétera.

  --Sí, eso significa, aunque también tiene otras definiciones, como: donde cayó la Diosa, el lugar donde caen y, otra que no recuerdo --Hizo lo posible para rememorar, pero no pudo--, bueno, eso no es muy importante --Tragó saliva, haciendo algunos sonidos para calibrar su voz--. En ese reino, los historiadores concluyeron que fue el lugar donde la Diosa Luna vivió, lugar donde también pereció... Según los documentos encontrados en las cercanías, donde se suponía estaba el reino, se encontraba un hermoso y enorme jardín, posiblemente más grande que toda esta ciudad, había flores de todos los tipos y colores, árboles tan grandes como una montaña y, ríos circundantes con el agua tan cristalina que podías ver el fondo sin dificultad. Era un paisaje bello debo admitir, o al menos como me lo imagino --Miró al joven--... Se le llamó festival de las flores, porque en la Era de los Años Perdidos, los hombres y mujeres que habían sobrevivido a la devastadora guerra peregrinaban a Cers'itar, en busca del cobijo del espíritu de la caída Diosa, quién aún, después de desaparecer de esta vida mortal, los siguió protegiendo... Poco a poco esa costumbre se fue expandiendo, hasta llegar a la que ahora conocemos. Ahora los hombres y mujeres compran o hacen un objeto y, el día de la primera luna completa del año, salen de su casa y lo muestran al cielo, agradeciendo por el esfuerzo y protección de la Diosa Luna en sus vidas.

Gustavo guardó silencio, maravillado por tan hermoso ritual y, por un momento reflexionó sobre la apariencia de la Diosa Luna, preguntándose si sería igual de grande como el Dios del tiempo, o sería más pequeña, como una humana cualquiera.

  --Muy bonito. --Expresó Xinia, al ser una mujer analfabeta, las historias en los documentos antiguos, le eran inaccesibles y, aunque no lo fuera, la mayor parte de aquellos escritos estaban redactados en el idioma antiguo, o en otra lengua nativa de esos años, desconocida para los hombres comunes en los tiempos actuales.

Gustavo asintió ante las palabras de su compañera, pero al levantar el rostro, su mirada fue atrapada inmediatamente por una hermosa armadura ligera, de color negra con líneas rojas en la superficie del pecho, vislumbrándose a través de lo que Gustavo llamaría: cristal.

  --Herz, o príncipe, como sea que te gusta que se dirijan a ti. --Dijo repentinamente, no quitando su mirada de la armadura, algo que por supuesto notó el segundo príncipe.

  --Herz, está bien para usted, joven Gus.

  --Debo ir de inmediato a esa tienda... --Su mirada aún estaba posada sobre la armadura. El príncipe sonrió.

  --Puedo comprarla para usted. --Dijo. Gustavo inmediatamente lo miró, tentado, pero al recordar a lo que había venido al reino, optó por negar con la cabeza.

  --Puedo hacerlo por mi propia cuenta --Dijo--. (O al menos eso espero) --Pensó. Herz asintió, no deseando herir el orgullo de su nuevo amigo.

  --Sí usted así lo desea --Rápidamente sacó de vuelta el blasón de su bolsa de cuero, ofreciéndoselo al joven--. Ahora mismo debo partir al palacio real, por lo que nuestro viaje será interrumpido --Dijo con pesar--, pero no se preocupe, joven Gus, volveré ante usted para cumplir con la promesa que le hice. --Gustavo lo miró y asintió, observando por un momento el blasón en la mano del príncipe.

  --¿Para que me das aquello?

  --Aunque la ciudad aparenta ser tranquila, hay muchas víboras astutas escondiéndose entre las sombras. Esto --Señaló al objeto con sus ojos--, le será de ayuda mientras no me encuentro a su lado --Dijo, siendo lo más sincero posible. Gustavo asintió, tomando el emblema de la casa real con su mano izquierda--. Me despido --Hizo un ademán ceremonial con su mano--. Hasta luego, joven Gus.

  --Nos vemos.

El príncipe frunció el ceño al escuchar tan extraña frase, pero tan pronto en como recordó el lugar de procedencia del joven, su semblante se aligeró, sonriendo. Meriel y Xinia sintieron la misma sensación que el príncipe, sin embargo, por respeto, no expresaron su duda.

Herz se dio media vuelta, retirándose del lugar y desapareciendo entre la multitud que caminaba en la misma dirección.

  --¿Confía en él? --Preguntó Meriel, observando con una mirada calma a su señor.

  --Aún no. --Respondió con un tono serio, aún mirando la desaparecida espalda del príncipe.