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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Kỳ huyễn
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El escogido

—... Me encargué a mi misma la misión de vigilancia, habían sido días extraños, dos de los nuestros se encontraban desaparecidos, y yo quería evitar que algo semejante volviera a ocurrir... Fue entonces cuando me encontré con un extraño macho, al principio me confundió su singular tez y facciones, pero rápidamente concluí que se trataba de un orejas cortas, sin embargo, un día en el futuro mi padre me aclaró que era un humano, esos individuos egoístas y bélicos que habían convencido a Nuestra Señora de exiliarnos. —Rava se mostró sorprendida y desconcertada, no podía conciliar que un humano estuviera presente en terreno ajeno, pero lo siguiente la dejó estática, anonadada y sin palabras—. Ese humano estaba en compañía del Señor del Bosque, parecía acompañarlo como un sirviente, mientras nuestro Sagrado Guardián lo protegía. Sin embargo, no era así, él mencionó que era su compañero y amigo, y el Señor del Bosque no mostró enfado ante tal osada afirmación. Yo tuve que irme para comunicar de su llegada al consejo, todavía estaba renuente a mostrarle la villa a un forastero, aunque estuviera en compañía de nuestro Sagrado Guardián... Después de ese día no lo volví a ver. Me enteré por mi padre que la Suma Sacerdotisa le había ayudado a volver a tierras humanas, junto con el Señor del Bosque.

Rava inspiró profundo, la esperanza momentánea que había adquirido poco a poco se fue diluyendo. No culpó a la Suma Sacerdotisa por no retenerlos, ni a Ariz por no haberle contado antes la historia, y tampoco lo hacía consigo misma por no tener el poder suficiente para acabar con la amenaza. Hace tanto que había aceptado su miserable existencia como una broma de los dioses.

Ariz mantuvo la boca cerrada, tal vez no tenía la habilidad para consolar a las personas, pero entendía las emociones turbulentas que el corazón de la Sacerdotisa estaba experimentando.

—Mi larga vida me ha permitido presenciar a grandes individuos de nuestra raza, y tú, Ariz It-Ol, eres parte de ese glorioso repertorio —Se quitó una hoja pequeña de su colgante, verde y brillante, y con una calma parsimoniosa se la ofreció—. Te obsequio una segunda vida con esta hoja perteneciente al antiguo Árbol de la Sabiduría. Que tu renacer no se vea impedido por las manos del villano, hermana.

Ariz apretó los labios, tocada en lo más profundo de su ser por tan emocionales palabras, mientras observaba con una complicada mirada la hoja en su mano.

—Que la diosa Vera los proteja en esta próxima batalla —continuó la cercana a los elementos.

—Pido lo mismo por ustedes.

Rava asintió con una breve sonrisa, y sin una despedida clara se retiró al lugar donde se reunía la gente que había optado por marcharse.

«Hermana», se dijo con su voz interior, mientras observaba el falso cielo. «Espero que el espíritu del aire me compadezca y pueda susurrarte al oído el consuelo necesario para calmar tu corazón al enterarte de mi deceso. Que el espíritu de la tierra donde mi cadáver descansará te comunique la hazaña y valentía que tuve, que los sagrados árboles platiquen entre ellos para hacerte entender el porqué de mi decisión egoísta. Lamento no estar a tu lado como tú lo estuviste conmigo...»

—Te quiero.

∆∆∆

Habían estado caminando por días, sufriendo los agresivos impactos del gélido viento en sus cuerpos. Aquellas sombras nocturnas continuaban en su acecho, siempre a una distancia considerable para escapar en cuanto el joven de mirada solemne se adentraba a la oscuridad en busca de pelea.

—Hay algo a lo lejos —dijo Primius, con el temblor en sus labios por el frío extremo.

Gustavo, que caminaba en la retaguardia, arrastrando la camilla improvisada con el cuerpo de Ollin vislumbró la sombra a la que se refería su compañero. Asintió, aceptando que podría ser el lugar adecuado para refugiarse de tan intensa tormenta invernal.

—Xinia, Meriel, protejan los flancos. Primius, eres vanguardia. Amaris, protege a Primius. Todos, cerca de mí.

Sus compañeros afirmaron con palabras, pues las señas podrían no ser visibles.

No se veía nada, más que la sombra a lo lejos, que entre más avanzaban podían notar que se elevaba. Gustavo hacia lo posible por detectar cualquier indicio de amenaza, pero le resultó complicado, la ventisca afectaba sus sentidos, al igual que su energía pura, y aquello le provocó una clara intranquilidad. Pues entendía que si no podía ver, ni sentir al enemigo, su actuar sería demasiado tarde en caso de una emergencia.

Llegaron ante terreno empinado, escabroso, encontrándose en la subida innumerables hoyos, piedras, y otros obstáculos no visibles. Primius cayó al suelo, y la maga tuvo la amabilidad de tenderle una mano de apoyo, que el expríncipe sujetó con agradecimiento y vergüenza. Meriel tuvo la burla en la punta de su lengua, pero la contuvo, sonriendo para sí misma de lo ácido que habría sido su comentario.

La sombra en la cima se trataba de una cabaña de buenas dimensiones, construida en el interior de dos enormes árboles con el ramaje seco, y el tronco podrido. Gustavo notó la extrañeza de la ventisca, la cual había disminuido su intensidad al instante de llegar a la cima. El frío era constante, pero no demasiado como lo había sido segundos antes, y el viento no parecían cuchillas al rozar la piel.

—Descansemos dentro —sugirió Primius, impaciente por entrar al refugio.

—No —dijo Gustavo al instante—, no sabemos que podría estar dentro, será mejor que yo entre y lo averigüe, ustedes esperen. Meriel, Xinia.

Ambas damas se acercaron, la pelirroja custodiando el cuerpo del alto individuo, mientras la morena abrazaba el cuerpo del pequeño lobo en su regazo.

Se acercó a la que pensó era la entrada, cubierta por ramas marchitas, y en su intento por no romperlas las tocó con su palma, las mencionadas se movieron de forma mística por un breve segundo, recordando lo visto hace ya unos años en la villa del Bosque Alto, pero las ramas no cumplieron sus expectativas, cayendo una por una al suelo de manera lamentable. El interior se hizo visible, aunque con una oscuridad intensa a falta de luz natural. Dibujó en el aire el sello de elemento Luz, creando así la figura del águila que sobrevoló el interior de la cabaña. Cada mueble, recipiente, o decorativo estaba en perfecta simbiosis con los árboles, entregando la apariencia de haber sido creados por ellos mismos.

—Se siente tan cálido aquí dentro —dijo al percatarse del sustancial cambio de temperatura.

Extrajo el sable de la vaina al notar el líquido espeso y negruzco en el suelo, que dibujaba un trayecto a un sendero subterráneo, que siguió con calma y precaución, agudizando al máximo sus sentidos. El águila que lo había adelantado y con su orden cruzó el umbral se posó en un instrumento similar a un báculo metálico, con un artilugio arcano en su ápice, que se asemejaba al dibujo de un sello, totalmente desconocido para él.

Se detuvo, su mirada aguda notó la extrañeza de los alrededores, era como un velo ante sus ojos, podía ver, pero había algo que impedía que pudiera hacerlo con claridad. Levantó la palma, tocando la nada, y entonces tuvo la certeza de la protección debilitada que lo rodeaba. Sus dedos imbuidos con su energía pura rompieron el muro que lo separaba de la verdad.

Frente a él, acostado sobre un trono de madera blanca se hallaba un individuo semiacostado, de tez nívea, cabello largo, negro y opaco, con un mechón sobre su ojo derecho. La armadura oscura que protegía su cuerpo se encontraba dañada a la altura de su pecho por un golpe de arma contundente. El individuo respiraba con dificultad, de forma gutural, como si algo apretara su pecho.

El águila expandió sus alas, iluminando la habitación por completo.

Volvió a detenerse, apretó la empuñadura de su sable, y su sangre hirvió en cólera al notar las venas negras que recorrían el cuerpo del individuo.

—Por el Divino Padre.