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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Quân đội
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Tan cerca

  Avanzaron con cierta cautela, no le temían a lo desconocido, pero comprendían que el saber representaba una ventaja necesaria para evitar pérdidas estúpidas.

  —Prepárense —dijo Dolib—, algo se acerca.

Se detuvieron en el acto, como si el tiempo hubiera congelado su aliento. Sus extremidades, ya rígidas por la tensión acumulada, se tornaron aún más firmes, como el acero preparado para la batalla. Adoptaron una posición defensiva, hábilmente dispuestos para impedir que la criatura pudiera abrir una grieta en su sólida formación. Hombro con hombro, resistieron la embestida del podrido, una entidad monstruosa que, a pesar de su apariencia descompuesta, poseía una fuerza abrumadora, mucho más de lo que la vista podía inferir. Pero no se estaba enfrentando a los no-esclavos, no, ahora el combate era en contra de Los Sabuesos, el primer escuadrón de élite del soberano de Tanyer, sus más leales y poderosos hombres, o eso era lo que les gustaba mencionar. Empujaron a la horripilante criatura, desatando una lluvia de certeros estoques que atravesaron la carne descompuesta, una aniquilación completa.

  —Sorprendente —dijo Zinon con sincera fascinación.

Todos los pertenecientes al sindicato compartieron su expresión, aunque probablemente se debía a la ilusión en sus mentes, que a las imágenes que sus ojos les habían entregado, ya que, muy pocos lograron observar lo sucedido.

Dolib se colocó en cuclillas ante el cuerpo decapitado de la criatura humanoide, apestaba a algo demasiado horrible, pero eso no impidió estudiarlo con ligereza. El aroma penetrante se tornó cada vez más difícil de soportar. Finalmente, incapaz de resistir más, decidió regresar a la formación, tomando la firme determinación de reanudar el avance.

  —Tratar el cuello como objetivo primordial —dijo con una voz clara para todo el grupo—, parece tener menor protección.

Los Sabuesos asintieron en sincronía.

Sus pasos fueron ganando velocidad, la acción de haber acabado con uno de esos comecadáveres les entregaba cierta confianza en el proseguir, sintiendo que podrían terminar la misión mucho antes de lo planeado.

  —¡Se aproxima otro!

Como una repetición de la batalla anterior, dieron fin a la presencia del podrido, pero esta vez el desenlace fue diferente, más refinado. Lo hicieron con una notable tasa de éxito, desplegando ataques más certeros y coordinados, y cuidando que cada ataque fuera bloqueado con maestría para evitar daño innecesario.

Ita, que avanzaba en la retaguardia del segundo pelotón, sintió un profundo alivio al escuchar los ecos de los comentarios sobre lo acontecido. Sin embargo, en su pecho surgía también una punzante envidia, causada por la fuerza y habilidad demostrada, sintiendo que nunca podría llegar a compararse a tales hombres.

  —Se lo dije, señor Korgan, los soldados del Barlok son... temibles. —Dejó ir sus malos pensamientos en un largo suspiró. Aligeró el puño, no podía comprometerse a ideas extrañas mientras estuviera en una misión de la que dependía su futuro.

El Antar asintió, estaba excitado, y sus extremidades reaccionaban en consecuencia. Ese talento o don que los caracterizaba le gritaba que estaba más cerca que nunca. Pronto llegaría al corazón de la montaña; sería el primero en generaciones en volver a observarla. Le traería prestigio a su clan y a su montaña, y, sobre todo, se haría merecedor de la atención de su Prim Dono, un honor por el que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso mancharse las manos con sangre.

Los Sabuesos se deslizaban en perfecta armonía, como una sola entidad, por el angosto pasillo rocoso. El ambiente se tornaba más denso entra más se adentraban, como si un oscuro manto se colocara sobre sus hombros. Sus pasos, sigilosos y decididos, resonaban suavemente contra la dureza del terreno, mientras sus afilados sentidos permanecían alerta a cualquier indicio de movimiento que pudiese surgir de la profunda oscuridad.

Dolib lideraba con firmeza desde el flanco izquierdo, su zurda mortífera como el acero forjado en las entrañas del volcán. Sus piernas, robustas y firmes, se asemejaban a los muros imponentes de una antigua fortaleza, imbatibles ante el embate del tiempo y la guerra. Aquellos que le seguían, valientes como él, eran una estirpe singular, cada uno ostentando ventajas sobresalientes que superaban al humano promedio, hábilmente entrenados en las artes de la batalla.

Eran, sin duda, el apogeo de la fuerza y la destreza, soldados al servicio del ilustre señor de Tanyer. Cada uno de ellos equivalía a cinco, o incluso diez unidades de un escuadrón de infantería aliado, desterrando la mediocridad en su estela. Y ni siquiera mencionar si eran comparados con los escuadrones de otros dominios, tanto humanos como no humanos, pues en tal diferenciación, ellos eran el ápice de lo que un soldado podía aspirar, más ellos todavía se encontraban en un sendero de aprendizaje.

Eran héroes singulares en su magnitud; sin embargo, juntos, se transformaban en auténticas máquinas de muerte, certeras y eficaces, que tejían los destinos con hilos de sangre para los desafortunados que se cruzaban en el camino de su soberano.

Salvo por el propio tintinear de sus armaduras al roce, el murmullo de los miembros del sindicato, o el quejido de la madera, devorada por las llamas de la antorcha ardiente, no había sonido alguno. No había eco que delatara la llegada inminente de una nueva víctima. Sin embargo, la ominosa y opresiva atmósfera que les rodeaba parecía invitar a la más ferviente vigilancia, a mantener la guardia erguida como un roble en la tormenta.

Dolib ordenó disminuir la velocidad, cada paso comenzaba a sentirse más pesado, y el oxígeno a no llenarles por completo.

El sendero se expandió unos pocos pasos, debiendo corregir la cantidad en la primera línea, ahora cinco, por si alguno de esos olorosos a perfume de mierda se acercaba.

  —Estamos cerca, certeza —dijo Korgan al notar las líneas tenues color azul sobre las rocas, apenas visibles para ojos expertos, pero para un antar, aquello era tan claro como la mañana.

Dolib ordenó el alto.

Cerca, en la penumbra, un umbral aguardaba, cuál frontera que separaba el pasillo del vasto terreno, un escenario donde las enormes piedras, vestigios de un pasado glorioso, clamaban en silenciosa ruina. Aquellos fragmentos de lo que antes pudieron ser monumentos a deidades olvidadas se erguían como ecos de historias perdidas, estructuras destrozadas por el tiempo y el olvido. Huesos humanos, no humanos, y de bestias enormes, cuál tristes reliquias en cada pulgada de aquel lugar.

La imagen era aterradora, pero, para ojos de un Buscador de la Verdad estaban en presencia de un descubrimiento histórico, uno de esos lugares perdidos luego de la conquista de Tanyer por parte de los humanos. Dolib, por supuesto, ignoraba todo lo relacionado con el lugar donde se encontraba, o su importancia, él solo analizaba los posibles peligros para el proseguir de él y los suyos.

Al dar el primer paso, y sin intención de convertir uno de esos frágiles huesos en finos trozos, se detuvo. Los vellos de su cuerpo se erizaron, el frío de lo sobrenatural acarició su espalda, el aliento se retiró de sus pulmones por unos segundos, y su corazón latió con tanta fuerza que parecía querer escapar de su pecho. Algo andaba mal, lo sabía, se lo dictaban sus instintos, y por el estruendoso grito gutural que resonó por todo el lugar.

Levantaron los escudos de forma automática, manteniendo la formación defensiva. Podían oler el peligro acercarse, y algo les decía que el enemigo, era algo que nunca habían enfrentado.

Unos pocos segundos de ansiedad, como el oscuro preludio de una tormenta, transcurrían lentamente en el aire antes de que comenzara a vislumbrarse una alta silueta, una figura imponente que se erguía como el rey de todo. Su cabeza, majestuosamente desproporcionada, como la sombra de un antiguo dios olvidado. Poseía una piel de un negro profundo, como el vacío del cosmos, delgada y opaca, pero adornada con sinuosas líneas azules que serpenteaban a lo largo de su cuerpo.

Un grito desgarrador rompió el silencio, sus ondas resonaron con la fuerza de tempestades, golpeando sin piedad los confines que lo rodeaban y haciendo vibrar los escudos de los valientes con su vigor inusitado.

Sus ojos, dos fulgurantes abismos azulados, destellaban como estrellas moribundas en la noche más oscura, atravesando el alma de los presentes, sometiéndolos a un sentimiento de desasosiego. Miradas atrapadas en sus profundidades, todos eran meras sombras temblorosas, prisioneros de la fascinación y el terror, mientras el sudor empapaba sus frentes y la saliva se volvía un peso en sus gargantas. Aquello que tenían ante sí debía ser una criatura fuera del tiempo y del espacio; un eco de otro mundo, un susurro de una existencia que se extendía más allá de los confines de su entendimiento. No podía ser de este mundo, pensaron, mientras se aferraban con todo el sufrimiento de su entrenamiento a recuperar el temple y su cordura.

La criatura emprendió la avanzada, dirigiéndose a una velocidad inhumana al muro de escudos de Los Sabuesos.

  —¡Sin miedo! —gritó Dolib, su voz tembló. Muy dentro de él tenía la certeza de que la batalla que estaba por enfrentar, sería de aquellas que quedan registradas en esos libros que tanto gustan de leer los académicos.