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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Quân đội
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Momentos de desesperación

  La bestia humanoide se colocó a dos patas, su altura era grande, midiendo cerca de los dos metros y medio. Rugió al cielo, si hubiera estado en una colina en una noche de luna llena, hubiera sido una imagen hermosa de ver.

El joven sonrió, satisfecho con el descubrimiento. Se detuvo repentinamente, teniendo una visión borrosa, perdiendo el equilibrio y cayendo desmayado al segundo siguiente. Si hubiera aguantado unos segundos más, hubiera notado que la dama convertida en bestia recuperó su forma humana y, al igual que él, perdió el conocimiento.

∆∆∆

Despertó con el ceño fruncido, sentía un fuerte dolor de cabeza, teniendo que colocar su mano en sus ojos para evitar que la luz del sol lo lastimara.

  --Que dolor. --Nunca había experimentado sensación igual, sintiendo que era preferible morir desangrado, quemado, o alguna otra muerte horrible que seguir sintiendo el dolor que sentía.

Cómo pudo se levantó, no solo era el dolor, también se sentía débil y mareado, no logrando mantener el equilibrio de su propio cuerpo. Golpeó la puerta, abriéndola con dificultad y, con la vista al suelo comenzó a transitar por el pasillo, en busca de alguien que pudiera saber la solución a su problema.  Al comenzar a bajar por los escalones no observó bien, resbalando al pisar donde no debía. Cayó, golpeándose en varias partes de su cuerpo, al estar en el suelo observó el techo, no sabía que era lo que estaba pasando con él, ni que había hecho para merecer semejante castigo, pero de algo estaba seguro: quería morir.

  --¡Señor! --Dijo una sirvienta sumamente alarmada, enseguida se lanzó en su ayuda, intentando levantarlo del suelo, lamentablemente su fuerza era insuficiente--, por favor espere, iré en busca de ayuda.

El joven continuó observando el techo, el cual parecía moverse y temblar. Después de un corto lapso de tiempo un par de individuos llegaron, tratándose de la sirvienta y Astra.

  --Señor ¿Qué ha pasado? --Preguntó y, de inmediato ayudó a levantarlo de suelo.

  --Llévame a un lugar oscuro. --Dijo con un tono bajo y cansado.

Astra no refutó, asintiendo y cumpliendo con el pedido.

  --Lleva comida a la sala de descanso, una compresa caliente y dos cubetas con agua. Busca al sanador de la aldea y dile que venga cuanto antes. --Le ordenó a la sirvienta, quién solo asintió. Había sentido la alta temperatura de su señor y, aunque no se notaba, estaba muy preocupado, algunos de los pobladores de su antiguo hogar habían muerto por enfermedades extrañas que primero elevaban la temperatura de uno, por lo que temía lo peor.

Tardaron un poco en llegar a la sala de descanso, llevándolo rápidamente a sentarse a un sofá extendido, apoyándolo para que no cayera con fuerza.

  --La luz... --Dijo, colocándose el antebrazo derecho en sus ojos.

Astra inmediatamente se dirigió al gran ventanal, buscando algo para bloquearlo, logrando hacerlo después de varios intentos con la alfombra de la habitación, teniendo que prender dos antorchas en la lejanía para no quedarse por completo a oscuras.

  --Astra... ayúdame...

  --Sí, señor. --Dijo, ligeramente tocado, pues al hombre que parecía imbatible, ahora estaba tan frágil como una pequeña ramita.

El sanador llegó momentos más tarde, exactamente después de que la sirvienta había traído las cosas que Astra le había pedido. Se acercó y, comenzó con su ritual, escuchando su corazón, su respiración, oliendo su sudor, su aliento, tentando sus músculos, hizo una revisión completa para llegar a una conclusión y, aunque no estaba seguro, ya tenía una manera de poder remediar el mal del joven.

  --Escuchame con cuidado --Dijo con autoridad--, quiero que me traigas dos hierbas de diente de oso, una flor espinada, cinco pétalos de rosa azul, dos ramas muertas, cinco raíces de muenra y, lo más importante, dos ramitas de la planta verde del desierto abismal. Todo para el día anterior.

Astra se levantó, partiendo de inmediato, sin embargo, su buena memoria le hizo recordar algo.

  --Tenemos casi todo en el almacén, sin embargo, no hay ramitas de la planta verde del desierto abismal. --Dijo.

  --Debes encontrarla, es el ingrediente clave para la poción de recuperación --Dijo--... Espera chico, recuerdo que escuché que tienen a la esposa del anterior Barlok aquí, ve a preguntarle, ella debe de tener algunas de esas ramitas guardadas, después de todo, también sirven para un raro té que hace que la piel brille.

Astra asintió, saliendo de la habitación y, al encontrarse con uno de los sirvientes, le enumeró los ingredientes que debía de traer, advirtiéndole que no podía olvidarse de ninguno, porque si lo hacía, su cabeza podía desprenderse de su cuello. Tan pronto como vio que el sirviente se marchaba, se dirigió a la mazmorra, caminando al final del pasillo y abriendo la celda para entrar al lugar. Entre olores de una combinación de heces y orina, se encontraba una dama acostada, acompañada de dos infantes recargados en su regazo. La mirada de la dama se encontraba perdida, apenas notando al joven enfrente suyo.

  --Despierta --Alzó la voz. La dama levantó la mirada, observándolo, tenía quebrado los labios y el cabello opaco, su piel pálida y, la boca seca--. ¿Dónde tienes las ramitas de la planta verde del desierto abismal?

  --¿La que? --Preguntó con un tono cansado.

  --Lo repetiré solo una vez --Su tono se volvió hostil-- ¿Dónde tienes las ramitas de la planta verde del desierto abismal?

  --No sé... --Dijo después de pensar por un segundo.

Astra no aguantó la presión del tiempo, acercándose para sujetarla del cabello, forzándola a mirarle. Los niños despertaron, observando la escena con una expresión de desconcierto.

  --Responde, porque sino me convertiré en uno de esos guardias que de noche nos visitaban. --Dijo con un tono frío.

  --En verdad no lo sé. --Dijo con una mirada aterrada.

  --Jaja, alguien quiere con desesperación verse lindo --Se escuchó una voz cercana, era un tono femenino, envuelto en arrogancia y desesperación--. Espera... ¿Por qué tú estás aquí? ¿Y dónde está el grandote aterrador?... No --Guardó silencio por un momento--, no quieres hacer té, quieres esas ramas para una poción, déjame adivinar, alguien ha perdido sangre.

Astra arrojó la cabeza de la mujer, mirando a la silueta escondida en la otra  celda.

  --¿Conoces de enfermedades y pociones? --Preguntó, le había sorprendido la agilidad mental que poseía, aún después de tanto tiempo de encierro.

  --¿Acaso me ves vistiendo esas feas túnicas cubiertas de polvo? --Respondió con otra pregunta.

Astra miró a la madre de los niños, advirtiéndole con la mirada que si algo le pasaba a su señor, ella lo acompañaría a su eterno descanso. La dama no comprendió el profundo significado de su mirada, pero si entendió el significado de la frialdad que desprendía. Cerró la celda, abriendo la de la maga, sacándola de ahí con fuerza.

  --Vendrás conmigo.

Sin importarle cuántas veces se resistió, Astra la forzó a caminar, llegando a la habitación de descanso.

  --¿Trajiste las ramitas? --Preguntó el curandero.

  --Lo siento, pero no. --Dijo con un tono serio.

  --Entonces tendré que inventar algo. --Dijo, analizando que podía hacer con lo que tenía y, que es lo que haría para que funcionara.

  --Mira de cerca y, dime qué tiene. --Arrojó el cuerpo de la maga al frente, sacando el cuchillo de su funda por si intentaba algo más.

  --¿Quién es ella? ¿Y por qué la trajiste? --Preguntó el curandero con el ceño fruncido, como estudioso de las artes médicas tenía su arrogancia y, no le gustaba compartir el crédito con terceros.

  --Una segunda opinión --Contestó, luego presionó el cuello de Helda--. Rápido.

La maga quiso resistirse, pero sabía que no tenía ni la habilidad, ni la energía, por lo que obedeció.

  --Déjame decirte algo que te motivará. Si él muere, tú mueres. --Llevó la punta de su cuchillo a su nunca, acariciándola con movimientos lentos.

Helda tragó saliva, no quiso seguir con los juegos, por lo que inmediatamente se puso seria, inspeccionando el cuerpo del joven acostado, que jadeaba con dolor.

  --Es extraño. --Dijo.

  --¿El qué? --Preguntó.

  --Sí es lo que creo que es, es imposible. --Seguía en sus pensamientos.

  --Respóndeme ¿Qué es lo que le sucede a mi señor?

  --Parece agotamiento energético extremo --No quitó la mirada del joven acostado--, aunque solo lo miré una vez en la academia, estoy segura de que de eso se trata, claro, siempre y cuando fuera un mago, pero eso es lo extraño, nunca lo vi manipulando la energía. Por lo tanto, si no es un mago, no sé lo que tiene.

Astra pensó por un momento y, aunque escuchó la objeción del curandero, optó por ignorarlo, recordaba que su señor había ocupado algo místico cuando lo hizo su subordinado, al igual que cuando le entregó su título, por lo que, aunque desconocía por completo la magia, había escuchado hablar de ella y de sus arcanos resultados, habiendo la posibilidad de que sí, su señor fuera un mago.

  --Si es un mago ¿Cómo se soluciona?

Helda alzó la mirada para observarlo.

  --Con pociones de recuperación de energía, o, pociones de revitalidad, pero ya es demasiado tarde para ocupar pociones, no soy una experta, pero si no se hace algo pronto morirá y, quiero dejar en claro que no será por mi culpa.

  --Entonces has algo.

  --Quiero algo a cambio.

  --¿Qué?

  --Mi libertad.

  --No puedo decidir eso, lo siento.

  --Bueno, al menos deseo ser encerrada en una habitación más cómoda.

Astra lo pensó por un momento y, al final asintió.

  --Sí lo salvas, te prometo que te llevaré a una mejor habitación.

La dama sonrió, haciendo el trato con su mirada y, luego de dos segundos volvió su vista al joven.

  --Dicen que siempre hay una primera vez para todo, aunque hubiera deseado que la mía, no fuera en estas condiciones.