webnovel

El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Kỳ huyễn
Không đủ số lượng người đọc
48 Chs

32. La larga espera y el regreso

El sol empezaba su descenso, tiñendo el cielo con cálidos tonos de naranja y rosa. Desde la colina, la caravana observaba con creciente inquietud la columna de oscuridad que se alzaba en el horizonte, un presagio ominoso que mantenía a todos en vilo. La tensión en el aire era palpable, y cada miembro del grupo luchaba con sus propios temores.

Günter, con el rostro desfigurado por la preocupación, se movía inquieto. Sus ojos fijos en la columna oscura, su voz cargada de angustia rompió el silencio. —¿Qué demonios está pasando allá abajo?

Clara, Hugo, Ambariel y Erich observaban la columna con expresiones graves. Sigfried intentaba mantener el orden y calmar los ánimos. —Debemos mantener la calma. No podemos hacer nada desde aquí más que esperar —dijo, su tono firme pero sereno.

Günter, incapaz de soportar más la incertidumbre, se volvió hacia Ambariel. —Tú puedes ver mejor que nosotros. ¿Qué puedes decirme sobre esa maldita columna?

Ambariel, con sus ojos agudos fijos en la columna, respondió con cautela. —Es una manifestación de un poder que nunca había visto. La columna parece desvanecerse, pero... espera, creo que veo algo más. Parecen piras funerarias.

La mención de piras funerarias hizo que el corazón de Günter se acelerara aún más. La imagen de Sylvia, muerta, se clavó en su mente. —¡No puede ser! ¡Sylvia no puede estar muerta! —gritó, incapaz de contener su desesperación, antes de girar y correr hacia los caballos.

—¡Günter, espera! —gritó Sigfried, pero era demasiado tarde. Günter ya estaba montado en un caballo y saliendo al galope.

Mientras galopaba, los pensamientos de Günter eran un torbellino de preocupación y arrepentimiento. "Sylvia, si te pierdo nunca podré perdonarme. Me he comportado como un idiota contigo. Si estás viva, juro que cambiaré".

Sigfried, con el rostro enrojecido de enfado, miró a los guardianes. —Maldita sea, Günter. ¡Siempre tan impulsivo! —Se tomó un momento para calmarse y luego se volvió hacia Tirnel Estel—. Necesito que lo sigas. Lleva cinco caballos más contigo. Si han sobrevivido, necesitaremos que vuelvan rápido.

Tirnel Estel asintió sin vacilar. —Iré de inmediato. —Se dirigió rápidamente a los caballos, preparando todo lo necesario.

Sigfried miró hacia el poblado antes de añadir. —Lleva también los aparejos para el caballo que se ha llevado Günter.

Mientras tanto, en la caravana, la tensión continuaba creciendo. Clara, con el rostro lleno de ansiedad, se acercó a Hugo. —Esto es una locura. ¿Y si algo ha salido realmente mal?

Hugo, aunque preocupado, trató de mantener la calma. —Debemos tener fe en que lo lograrán. Entiendo tu preocupación, pero ahora solo podemos esperar y estar listos para cualquier cosa.

Evildark, que había estado maldiciendo en voz baja, se acercó a Sarah. —Esto es una locura. No tenemos idea de qué está pasando allá abajo. ¿Y si no regresan?

Sarah intentó calmarlo, aunque ella misma estaba inquieta. —Tenemos que confiar en que lograrán superar esto. Han enfrentado grandes desafíos antes y han salido adelante.

Ambariel había visto algún pentágono de sanación en sus años de servicio en el monasterio, y sabía que esa columna no era un buen presagio. Aunque parecía afectar solo a una de las sacerdotisas, su implicación era grave. Harry, tembloroso, se acercó a ella mientras continuaba observando el poblado.

—¿Qué estás ocultando? Dijiste que no habías visto antes una manifestación de poder como esta, pero tus ojos dicen otra cosa. —La pregunta de Harry la tomó por sorpresa.

—Solo una vez, y costó la vida de una sacerdotisa de Olpao. —Susurró para no alarmar al campamento. No necesitaba decir más; el significado era claro. Una de las cinco podía estar en grave peligro. —Esa vez, solo era una columna y no cubría todo el poblado. Con suerte, esta vez también será solo una.

Harry quedó pensativo, mirando hacia el poblado a lo lejos. ¿Sylvia? ¿Lyanna? ¿Morwen? ¿Seraphina? ¿Lysandra? Cualquiera de las muertes afectaría gravemente la moral del grupo. Ojalá no se cumplieran los oscuros presagios de Ambariel.

En Aurelia Vicus, la atmósfera era solemne y cargada de emociones. Los aldeanos y las sacerdotisas se reunieron alrededor de las piras funerarias, meticulosamente preparadas con maderas aromáticas y flores silvestres recogidas por los propios habitantes. El sol comenzaba a ponerse, bañando la escena en un resplandor dorado que contrastaba con la sombría tristeza en los rostros de los presentes.

Morwen avanzó hacia las piras con una antorcha en la mano. La luz del fuego bailaba sobre su rostro, reflejando la gravedad del momento. Los aldeanos se colocaron en un círculo, algunos con lágrimas en los ojos, otros murmurando oraciones en voz baja. Las miradas de los familiares y amigos de los sacrificados eran de una tristeza profunda, pero también de un agradecimiento inmenso.

Morwen alzó la voz, clara y firme, resonando en el silencio expectante. —Hoy honramos a estos valientes que han dado sus vidas para salvar a sus seres queridos. Su sacrificio no será olvidado —dijo, su tono lleno de respeto y solemnidad.

Levantando las manos al cielo, continuó con una plegaria a Nerthys, la diosa de la muerte: —Oh, gran Nerthys, guardiana de los dominios del más allá, acoge a estas almas valientes en tu seno. Guíalas a través de las sombras y muéstrales el camino hacia la paz eterna. Que su sacrificio sea recordado y honrado por siempre, y que sus espíritus encuentren descanso bajo tu manto protector.

Los aldeanos guardaron un profundo silencio mientras las palabras de Morwen calaban en sus corazones. Cada pira tenía un significado; cada sacrificio era una historia de amor, dolor y esperanza.

Gregor, el hombre mayor, había sido un pilar de la comunidad. Sus nietos, con los ojos enrojecidos por el llanto, se aferraban a su abuela, entendiendo apenas el peso del sacrificio de su abuelo. Gregor había decidido ofrecer su vida para que ellos pudieran tener un futuro, y esa decisión resonaba en cada rincón de la aldea.

Marta, la mujer de mediana edad, había perdido a su hijo pequeño y había encontrado en su sacrificio una manera de honrar su memoria y proteger a los hijos de otros. Su esposo, sostenido por sus amigos, lloraba en silencio, recordando los momentos felices que compartieron juntos.

Leo, el joven de apenas veinte años, había sido el más joven de los voluntarios. Su padre, con una mezcla de orgullo y dolor, miraba la pira de su hijo con lágrimas rodando por sus mejillas, recordando la valentía de Leo y su deseo de salvar a su padre y amigos.

Agnes, la anciana cuidadora de huérfanos, había dedicado su vida a cuidar a los niños del pueblo. Los pequeños, algunos de ellos ahora sin su guía, estaban rodeados por los aldeanos, quienes prometían cuidar de ellos en honor a Agnes. Sus ojos llenos de inocencia y tristeza reflejaban el vacío que su pérdida dejaba en la comunidad.

Marcus, el soldado, era un símbolo de protección y servicio. Sus compañeros de armas, con expresiones sombrías, mantenían sus espadas en alto en un gesto de respeto, reconociendo el sacrificio de su camarada. Marcus había crecido en Aurelia Vicus y conocía a cada uno de los aldeanos, su sacrificio era un acto de amor y deber hacia su hogar.

Morwen encendió la primera pira, el fuego crepitando mientras las llamas ascendían al cielo. Cada pira fue encendida a su vez, las llamas iluminando los rostros de los presentes con un brillo cálido. El aire se llenó de un olor a madera quemada y hierbas aromáticas, creando una atmósfera de respeto y gratitud.

Las sacerdotisas y los aldeanos se unieron en un coro de plegarias, sus voces mezclándose con el crepitar del fuego. Sylvia, con lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas, observaba las llamas, sintiendo el peso del sacrificio que había presenciado. Sabía que el ritual había funcionado, pero el costo era alto.

Seraphina, Lysandra y Lyanna también estaban profundamente conmovidas. Cada una de ellas entendía la gravedad del sacrificio y la importancia de honrar a aquellos que habían dado sus vidas. Las miradas de los aldeanos, llenas de gratitud y dolor, se fijaban en las sacerdotisas, reconociendo su papel en la salvación de la aldea.

El crepitar de las llamas, las oraciones murmuradas y el silencioso llanto de los dolientes crearon un momento de unión y reflexión. Los aldeanos tomaron fuerza del sacrificio de los cinco valientes, encontrando en su acto un motivo para seguir adelante y reconstruir sus vidas.

Cuando las llamas comenzaron a disminuir, Morwen tomó la palabra una vez más. —Que estas almas encuentren paz en el otro mundo, y que su sacrificio nos inspire a vivir con más amor, coraje y compasión. No olvidaremos lo que han hecho por nosotros.

Morwen levantó las manos al cielo, comenzando a recitar una plegaria a Nerthys, la diosa de la muerte, con voz clara y reverente.

—Oh, gran Nerthys, guardiana de los dominios del más allá, acoge a estas almas valientes en tu seno. Guíalas a través de las sombras y muéstrales el camino hacia la paz eterna. Que su sacrificio sea recordado y honrado por siempre, y que sus espíritus encuentren descanso bajo tu manto protector.

Los aldeanos, inspirados por sus palabras, murmuraron oraciones y promesas de recordar siempre a los que se habían sacrificado. El ambiente estaba impregnado de solemnidad y respeto, las llamas de las piras reflejando la determinación en los ojos de los presentes de reconstruir y seguir adelante.

De repente, el sonido de cascos rompiendo la solemnidad hizo que todos se volvieran. Un caballo apareció en la distancia, avanzando rápidamente hacia ellos. Günter, con el rostro descompuesto por la preocupación y el miedo, galopaba hacia las piras. Apenas llegó, desmontó apresuradamente y corrió hacia las llamas, gritando el nombre de Sylvia.

—¡Sylvia! —su voz era un grito desesperado, lleno de angustia.

Sylvia, al oír su nombre, se volvió instintivamente, su corazón acelerado. Vio a Günter corriendo hacia ella, y dio un paso adelante justo a tiempo para que él la arrollara, casi tirándola al suelo mientras la abrazaba con fuerza.

—¡Sylvia! ¡Estás viva! —Günter sollozaba, las lágrimas corrían por su rostro mientras la abrazaba, incapaz de contener su emoción.

Sylvia, sorprendida por la intensidad de su reacción, trató de calmarlo. —Günter, por favor, cálmate. Estoy bien. —Intentó bromear, a pesar de la situación—. Si sigues llorando de esa manera, no podré volver a tomar en serio tus amenazas.

Günter, aún temblando, recobró un poco la compostura y se separó ligeramente, mirándola a los ojos. —No vuelvas a tardar tanto en regresar o tendré que castigarte.

Morwen, quien había observado la escena, se acercó con una expresión severa. —Günter, no deberías estar aquí. ¿Qué te hace pensar que puedes desobedecer órdenes y poner en riesgo a todo el grupo?

Günter trató de excusarse, balbuceando entre sollozos. —Yo... yo no podía quedarme allí sin saber... Tenía que asegurarme de que Sylvia estaba bien.

Morwen lo miró con dureza. —Entiendo tu preocupación, pero eres parte de una unidad. Debes obedecer órdenes o todo el grupo se desmoronará. Este comportamiento es inaceptable y pone en peligro no solo tu vida, sino también la de los demás.

Günter bajó la cabeza, avergonzado y arrepentido. —Lo siento. No volverá a suceder.

Morwen asintió, su expresión suavizándose ligeramente. —Bien. Ahora vuelve al campamento y ayuda a los demás a prepararse para nuestro regreso. Aprenderás de esto y te convertirás en un miembro más fuerte y responsable del grupo.

Günter asintió, todavía afectado por la emoción. Se volvió hacia Sylvia una última vez, susurrando con voz temblorosa. —No vuelvas a asustarme así, por favor.

Sylvia le sonrió con ternura, tocando su mejilla suavemente. —Lo prometo.

Mientras Günter montaba su caballo y se preparaba para regresar al campamento, Morwen se volvió hacia los aldeanos y las sacerdotisas. —Que este sacrificio no sea en vano. Hoy hemos demostrado que la unión y el valor pueden superar cualquier adversidad. Volveremos al campamento con la certeza de que hemos hecho lo correcto.

Los aldeanos, inspirados por sus palabras, comenzaron a dispersarse, llevando consigo el recuerdo de los valientes sacrificados. Las sacerdotisas se prepararon para regresar al campamento, conscientes de que debían llevar consigo no solo las enseñanzas del día, sino también la responsabilidad de proteger y guiar a sus compañeros en los días venideros.

El funeral había sido una muestra de la fortaleza y el espíritu de la comunidad. Aurelia Vicus había perdido a cinco de sus mejores, pero en su sacrificio, habían encontrado una nueva esperanza para el futuro.

Terminado el funeral, Morwen y las demás sacerdotisas se dispusieron a regresar al campamento. Sylvia se mantenía cerca de Morwen, sus ojos reflejando el peso de lo que había vivido.

Apenas habían dado unos pasos cuando Tirnel Estel y Günter aparecieron con cinco caballos. Morwen miró a Günter con enojo, lo había mandado de vuelta al campamento y lo tenía otra vez aquí.

—Lo siento, Gran Maestre. Me encontré con Tirnel Estel trayendo cinco caballos para vosotras y pensé en ayudarla. Asumiré mi castigo cuando lleguemos al campamento, pero con la poca luz, pensé que no sería mala idea serviros de escolta y ayudarla a traer los cinco caballos.

Morwen estaba realmente irritada con Günter, había dejado el campamento sin autorización y ahora había desobedecido una orden directa.

Tirnel Estel intervino rápidamente al notar la expresión de Morwen. —Disculpe en esto a Günter, yo insistí en pedir su ayuda. Conducir los cinco caballos más el mío se hacía un poco complicado. Además, Sigfrid me había enviado para traeros los caballos. No lo dijo directamente, pero supuse que también quería que os sirviéramos de escolta, considerando que me hizo salir detrás de Günter con los aparejos de su caballo.

Morwen suavizó algo su expresión. —No es mala idea, venir sola con seis caballos era un riesgo de ser asaltada. Aun así, Günter tenía una orden directa mía.

—No hay problema, saldré ahora mismo al galope para llegar lo más rápido posible y poner sobre aviso al campamento. —Contestó Günter, haciendo dudar a Morwen sobre si realmente había decidido acompañar a Tirnel Estel por estar con Sylvia o por ser de ayuda.

—No merece la pena, la noche ya se ha cerrado y un grupo de siete es más seguro que uno solo. No obstante, te prohíbo cabalgar al lado de Sylvia. Cubrirás la retaguardia del grupo con Lysandra. Tirnel Estel abrirá el grupo junto a Sylvia. La buena vista de ambas puede ser de ayuda en la oscuridad.

Al llegar al campamento, la caravana las recibió con alivio y alegría. Pero tanto Morwen como Sylvia llevaban una expresión seria, lo cual no pasó desapercibido para los demás.

Esa noche, mientras los demás se reunían alrededor del fuego, Sylvia se apartó un poco, abrumada por su encuentro con Nerthys. Morwen se unió a ella, ambas sabiendo que tenían que decidir cómo manejar esta nueva realidad.

—Tenemos que hablar sobre lo que pasó —dijo Morwen en voz baja—. No podemos permitir que esto cause pánico en el grupo.

Sylvia asintió, aún sintiendo el eco de la voz de Nerthys en su mente. —Entiendo. Pero es difícil mantener algo así en secreto. No sé si puedo hacerlo.

Morwen la miró con empatía, mientras caminaban hacia el río cercano, alejándose un poco de la caravana. —No estás sola en esto. Te ayudaré a llevar esta carga. Pero por ahora, es mejor que no digamos nada. Debemos mantener la cohesión del grupo.

—Gran Maestre, ¿cómo puedo servir a ambos dioses? —preguntó Sylvia, deteniéndose junto al río y volviéndose hacia Morwen.

—Nerthys es una diosa caprichosa, pero poco exigente en cuanto al servicio como sacerdotisa. En principio, debes orar todas las mañanas y noches, oficiar los funerales y una festividad al año. Después están los sueños; ahí te comunica sus caprichos —dijo Morwen de forma enigmática mientras miraba el agua fluir.

—¿Qué caprichos? —preguntó Sylvia, incrédula ante la idea de una diosa comunicándose en sueños para solicitar caprichos. No podía imaginar qué podría querer una diosa de una mortal.

—Ya lo sabrás cuando suceda. No se confunden con otro tipo de sueños. De momento, toma este libro. Mañana, súbete a un carro y léelo. —Tras estas palabras, Morwen sacó un libro de su zurrón y se lo entregó a Sylvia antes de darse media vuelta y regresar al campamento.

Sylvia, aunque asustada, aceptó la propuesta. Sentía una mezcla de terror y responsabilidad abrumadora. Sabía que su vínculo con Nerthys cambiaría muchas cosas, pero por ahora, debía concentrarse en la misión y en proteger a sus compañeros. El frío aire nocturno le rozaba la piel mientras observaba a Morwen alejarse, un recordatorio de la pesada carga que ahora compartía.