Luego de una semana de estar despertando temprano y quedarse en la escuela después del horario de clases, Nic se sentía exhausto. Lo bueno era que los Also-Ran no tenían que participar en las actividades extracurriculares como los otros estudiantes de Ransom, ya que apenas tenía la energía suficiente para arreglárselas con su agenda actual.
Los fines de semana, los estudiantes organizaban excursiones y viajes hacia la capital. Otros jugaban a distintos juegos y deportes. La actividad en el campus no disminuía solo porque no hubiera clases.
Nic pensó que podría dormir demás al menos el domingo, pero por desgracia el destino tenía otros planes. Fue despertado por una cacofonía proveniente de afuera de su cuarto. El aire frío de la mañana le helaba la nariz y no quería abandonar la calidez de su cama, pero el ruido era demasiado fuerte para ignorarlo. Salió a tropezones de su cama, cubriéndose con la sábana como si fuera una capa y asomó la cabeza por la puerta.
Davo estaba parado en la pequeña sala que se encontraba entre las habitaciones, dándoles órdenes a algunos hombres que cargaban unos muebles enormes.
—¿Qué sucede? —farfulló Nic.
—Se fue de compras —contestó Fanny del mismo modo desde el otro lado de la sala. Se cubría de la misma manera y se encontraba igual de somnoliento, pero tenía un plátano a medio comer en su mano. Desde la tragedia en la que se perdió el desayuno, Fanny se abasteció de comida y bocadillos y ahora tenía un suministro constante. Nunca volvería a quedarse hambriento por más de cinco minutos.
—No eres el único que puede leer el reglamento, ¿sabes? —dijo Davo, mientras agitaba una copia de las Reglas y regulaciones de la Escuela Ransom—. Trae ese por aquí—. Indicó hacia su habitación y los hombres cargando un baúl antiguo obedecieron—. Si no nos alojamos dentro de los edificios principales de la escuela, tenemos permitido amueblar la morada libremente. Gracias a Conoling e Hijos, este lugar se convertirá en un lugar digno de residir. No lo reconocerán cuando termine. ¡Cuidado con eso! ¡No mellen la punta!
Davo se apresuró para asegurarse de que un guardarropa hecho de exquisita madera oscura no fuera dañado, mientras seis hombres intentaban meterlo por el umbral. Parecía estar totalmente en su elemento y divirtiéndose más de lo que cualquiera debería un domingo por la mañana.
Nic volvió a su cuarto y trató de dormir de nuevo pero con todo el ruido de afuera era imposible. Se levantó otra vez, se vistió y salió.
Afuera había cuatro carros con el logotipo Conoling a un lado. Estaban llenos de muebles, alfombras, lámparas y un surtido de otros objetos. Nic se preguntaba cómo podría Davo meter tantas cosas en su habitación que era del mismo tamaño que el de Nic.
El campus se encontraba tranquilo a esta hora de la mañana, aunque sin duda alguna habría gritos y risas más tarde en los campos de juego llenando el frío aire de otoño.
El resto de la escuela existía en un mundo aparte, uno al que no estaba invitado. Los estudiantes vivían en dormitorios con un supervisor de piso, un profesor que hacía de acompañante, consejero y tutor. La mayoría de estudiantes había asistido a Ransom desde los diez años y su relación con los demás y sus profesores estaba bien establecida. Todos sabían quién era quién y quién hacía qué cosas, y cada uno encajaba en sus roles asignados de manera muy relajada. Esto podía verse en la forma en que interactuaban y lo cómodos que se sentían siendo miembros de una institución tan venerada y elogiada. Ser un chico o chica Ransom era símbolo de orgullo y, en la mayoría de los casos, una garantía de su éxito en el futuro.
Los equipos deportivos y clubes de pasatiempos abundaban. Tenían sus capitanes, presidentes, secretarios, y tesoreros. Había un periódico escolar manejado por estudiantes, una Sociedad de Poetas que daba recitales públicos, hasta una Asociación de Pescadores: las capturas notables se ganaban un reportaje en el Semanario Escolar Ransom. Nic leía con frecuencia la lista de clubes en el reverso del folleto de actividades escolares que vino con sus libros de texto. Lo hacía la mayoría de las noches ya que le ayudaba a quedarse dormido.
Le faltaba poco para memorizar toda la lista, incluyendo la lista de estudiantes que dirigían cada grupo, y los profesores que los supervisaban. En caso de querer unirse a uno, debía comunicarse con un oficial designado de tal club. Era muy probable que ni él ni los otros Also-Ran fueran bienvenidos. Lo más probable, era que fueran forzados a pasar por un ritual humillante —el tipo de ritual del que el padre de Fanny les advirtió— y después tratados como sirvientes.
Nic no tenía ningún deseo de jugar hockey o mejorar en ajedrez. Solo quiso revisar los nombres para buscar a cierta persona, y no era mencionada en ninguna parte.
Nic se dirigió hacia la cafetería y desayunó solo en su mesa de siempre. El lugar estaba totalmente vacío, pero aun así decidió sentarse en el rincón. Fanny llegó cuando solo le faltaba medio tazón de gachas de avena.
—Está derribando las paredes y construyendo algo —dijo, detrás de una montaña de panqueques—. Probablemente sea un quiosco bajo techo.
Nic sonrió. Era poco probable, pero no imposible.
—Creo que al lugar le vendría bien una capa fresca de pintura.
—Me alegra que pienses de ese modo —dijo Fanny, mientras metía un panqueque entero a su boca—. Cuando salí, estaba en tu cuarto escogiendo un nuevo empapelado.
Nic se retiró mientras Fanny repetía platillos y se dirigió hacia la biblioteca. Tan pronto como atravesó el umbral, sintió el alivio de ya no tener que lidiar con el mundo extraño al que había llegado.
La biblioteca resolvía todos los problemas. Consumía su tiempo libre, le daba acceso a un suministro interminable de conocimiento y lo mantenía alejado de profesores sospechosos.
Luego de convencer al Sr. Varity de que su comprensión superior sobre la Guerra Incruenta se debía a que su padre le contaba historias acerca de ella antes de dormir y no conocimiento general de Historia Militar, decidió mantenerse alejado tanto de estudiantes como de profesores. La biblioteca era un lugar excelente para practicar cómo mantener la boca cerrada.
El hecho de que su padre había sido un soldado le prestó algo de credibilidad a su explicación, aunque murió antes de que Nic naciera, por lo que tendría que esperar que el Sr. Varity no comprobara las fechas. Era un historiador, por lo que bien podría hacer exactamente eso, pero con suerte no lo haría antes de que Nic tuviera oportunidad de idear una segunda treta. Una primera mentira débil podía funcionar a tu favor y esperabas que fuera descubierta.
Y la otra gran característica única de esta biblioteca en particular, era que le permitía vislumbrar a la chica a la cual había pasado la mayor parte de su vida persiguiendo.
Normalmente, los otros estarían con él, en otras ocasiones estaría por su cuenta. La mesa que frecuentaban en la biblioteca siempre estaba vacía. La pobre iluminación y el espacio estrecho entre los libreros la hacían una opción poco popular para los otros estudiantes. Nic se sentaba a leer, tomar notas, y espiar a Dizzy.
Ella estaba la mayoría de las tardes, siempre rodeada de un gran grupo de compañeros del Club Estándar. Un club al que pudo haberse unido.
A veces, lo único que podía ver era un movimiento de su cabello negro y largo. O quizá una mano escribiendo en un cuaderno. No era fácil ver al otro lado de la biblioteca y a través de una multitud. Siempre se aseguraba de mantenerse fuera de su vista y trataba de no perder demasiado tiempo embobado. Pero era difícil no quedarse mirando.
Después de haber viajado desde tan lejos, había llegado finalmente a tan solo unos metros de ella pero parecía no poder acercarse más.
La verdad era que temía cómo podría reaccionar y aplazarlo era mucho más sencillo que caminar hacia ella y saludarla. Sabía que era algo cobarde, pero solo necesitaba un poco más de tiempo para estabilizarse, o al menos eso se decía.
Solo una conversación casual, dos viejos amigos reencontrándose, así se lo imaginaba. Un ligero y divertido paseo por sus recuerdos. O no. Normalmente era sacado de sus pensamientos ilusos por la idea de que lo mirara con extrañeza y actuara como si no tuviera idea de quién era. O peor aún, que genuinamente no supiera quién era.
La biblioteca acababa de abrir y estaba totalmente vacía, ni el Club Estándar estaba presente tan temprano y en domingo. Nic decidió que era tiempo de enfrentar sus miedos, miró hacia el fondo y caminó hasta el escritorio principal. La bibliotecaria estaba ahí, manipulando un gran tomo que parecía tener mil años de antigüedad, y que bien podría tenerlos. Parecía estar puliendo el cuero rojo envejecido con una tela aceitosa.
—Eh, disculpe.
La bibliotecaria levantó la mirada.
—¿Sí? —Era la misma dama que había abordado a Nic en su primera visita, aunque no parecía reconocerlo. Pero Nic sabía la verdad. Un bibliotecario nunca olvidaba la cara de una persona, ni el lomo de un libro.
—Me preguntaba si podría solicitar una tarjeta de biblioteca.
La bibliotecaria bajó ligeramente los anteojos, deslizándolos por su larga nariz. Nic no se intimidó, era un movimiento que había visto en muchas ocasiones. Sospechaba que se les enseñaba como parte del entrenamiento para bibliotecarios.
—¿Ha perdido su tarjeta? —La bibliotecaria no sonó impresionada. Respiró hondo y continuó—: Pídale a su Supervisor de Piso un formulario de repuesto. Llénelo. Completamente. Y después entréguelo. Hay una cuota. Puede pagarla cuando entregue el formulario.
—No, nunca he tenido una. Y tampoco tengo un Supervisor de Piso. Soy nuevo.
Empujó los anteojos a su posición anterior con un largo y delgado dedo.
—¿Nuevo? ¿Es un estudiante transferido?
—Sí. Acabo de empezar. —Le sonrió, esperando verse triste y lastimoso, un niño carente de la más básica de las necesidades: una tarjeta de biblioteca.
La bibliotecaria colocó suavemente el libro encima de una pequeña pila de libros similares encuadernados en cuero, todos del mismo tono de rojo, y se inclinó, desapareciendo tras el escritorio. Cuando reapareció, tenía una pila de papel amarillento en sus manos. Se inclinó sobre el escritorio para colocarlos frente a Nic. Su propia piel parecía haber sido aceitada con regularidad. Quizás esa era la razón por la que se veía de edad incierta.
—Llénelos, todos, y después tráigalos de regreso. Cualquier pregunta que no entienda…
—Gracias —dijo Nic, tomó la pila de hojas y se dirigió a la mesa más cercana. No había nadie más ahí, pero seguía sintiéndose raro sentándose en un lugar tan abierto. Luego, comenzó a llenar los formularios.
Estaba familiarizado con las preguntas y la manera correcta de responderlas. Había tenido que pasar por un proceso similar en el Librarium. La mayoría de las bibliotecas requerían algún tipo de registro, pero ninguno era tan complejo o exhaustivo como el del Librarium. Aunque el de la biblioteca de la Escuela Ransom se acercó.
A Nic le tomó menos de cinco minutos completar todos los formularios. Saber cuáles preguntas no eran aplicables a él le ayudaron a tardar menos, aunque tuvo cuidado de poner "no aplica" en el espacio para respuesta en vez de dejarlo en blanco. Una lección que aprendió de la manera difícil. Los formularios llenados de manera incorrecta causarían que repitiera el proceso desde cero. Llevó los papeles de vuelta a la bibliotecaria, que había estado observando todo el proceso con la boca ligeramente abierta. Al darse cuenta de que regresaba la cerró de golpe.
—Falta una página —dijo Nic—. Creo que es la 21b. —Buscó entre las hojas—. Sí, ¿ve?
Ella se inclinó hacia adelante para comprobar.
—Ah, sí. Mis disculpas. —Volvió a agacharse y se levantó una vez más de forma casi inmediata con la página faltante.
A Nic le pasó por la mente que podría haberse quedado intencionalmente con esa página, ¿pero por qué? No parecía haber alguna razón obvia para hacerlo aparte del despecho, y los bibliotecarios, en su experiencia, no eran el tipo de persona que hacía tales cosas. Pero esta era una bibliotecaria muy inusual. Para empezar, parecía encargarse de toda la biblioteca por sí misma. Nic no había visto a ningún otro miembro del personal de la biblioteca desde su primera visita, y había pasado una cantidad considerable de tiempo aquí.
Llenó rápidamente la página faltante y la entregó.
—Tendré que revisar esto.
Nic asintió.
—Me llevaré una tarjeta temporal mientras lo hace. —Tras haber pasado por este proceso una gran cantidad de ocasiones, sabía exactamente a qué tenía derecho.
La boca de la bibliotecaria se arrugó un poco. Se agachó una vez más, esta vez hacia un lado. Nic esperó tranquilamente. Un ruido metálico fuerte resonó por toda la biblioteca vacía. La bibliotecaria se levantó de nuevo sosteniendo una tarjeta de biblioteca metálica. No era una tarjeta temporal.
—Bien podría llevarse esta ahora. Dudo que haya algún problema. Pero, si lo hay, tendrá que devolvérmela.
Nic tomó la tarjeta y la observó. Su nombre estaba estampado en relieve en ella. La bibliotecaria lo había hecho muy rápido. Nic conocía la prensa utilizada para fabricar estas tarjetas y alinear las letras usando un par de pinzas era un proceso bastante complicado. La bibliotecaria lo había hecho en menos de un minuto.
—Gracias —dijo Nic, esforzándose para no parecer un alborotador. A los bibliotecarios no les agradaban los alborotadores—. Prometo cuidar bien de los libros que preste.
—Oh, no tiene permitido sacar los libros de la biblioteca.
Nic se sintió confundido. Tenía una tarjeta de biblioteca.
—¿Por qué no? —preguntó. ¿Tenían alguna clase de periodo de prueba?
—Es obligatorio que todos los alumnos usen los libros de la biblioteca dentro de la biblioteca. Es la política de la escuela.
—¿Entonces para qué es la tarjeta? —preguntó, alzando la tarjeta.
—Es simbólica.
Nic no era una persona contenciosa. Le gustaba estudiar en silencio y tener conflictos con otros lo hacía difícil. Pero también conocía sus derechos y se aseguraba de hacerlos valer.
—¿Tiene una copia de la Carta de las Bibliotecas? —le preguntó a la bibliotecaria.
Ella lo miró por encima de los anteojos.
—Por supuesto. Tenemos varias.
—¿Sección seis, párrafo 1a?
Una nube negra se formó sobre el ceño fruncido de la bibliotecaria. Nic sabía un poco acerca de muchas cosas, y casi todo sobre el sistema bibliotecario de Ranvar. El país se enorgullecía de sus bibliotecas, eran más comunes que las iglesias y, algunos dirían, más veneradas. Desde el reinado del Rey Ransom I, se había escrito en la constitución que cualquier persona podía convertirse en miembro de cualquier biblioteca pública, y ser propietario de una tarjeta de membresía les daba derecho a prestar libros de dicha biblioteca. Cualquier libro marcado como "únicamente para uso dentro de la biblioteca" debía tener una segunda copia disponible para ser prestada. Hasta el Librarium seguía esta regla. Porque era la ley.
Esta no era una biblioteca pública, pero Nic era un miembro. Tenía una tarjeta. Tenía derecho a prestar libros siempre y cuando los devolviera dentro del tiempo asignado.
Desde luego, las devoluciones tardías eran seriamente mal vistas. Las multas eran fuertes. Podías perder la membresía si te tardabas o no cuidabas bien de los libros, incluso había un departamento especial que recuperaba los libros cuya fecha de devolución ya había expirado. Nadie quería quedar mal con la Agencia de Recuperación. Sus agentes tenían una autoridad de ingreso que hasta la Guardia Nacional envidiaba, y perros entrenados para olfatear libros. Lo cual a algunas personas les parecía divertido, hasta que los enormes mastines irrumpían en sus hogares, destrozando su tapicería. Los libros eran un asunto importante en Ranvar. Y las reglas eran ejercidas con rigor.
—La escuela tiene una exención especial —dijo la bibliotecaria.
—Oh —dijo Nic—. ¿Puedo ver una copia?
Ahora tenía sentido que todos los libros que había leído en esta biblioteca tenían una hoja blanca impecable detrás de la portada. Normalmente, estaría cubierta de sellos de fechas para indicar cuándo debía devolverse el libro cada vez que era prestado. Había asumido que la bibliotecaria era muy entusiasta cuando se trataba de reemplazarlas, se había encontrado con muchos bibliotecarios que eran extremadamente apasionados con su trabajo, pero ahora, al parecer, las hojas estaban blancas debido a que nunca fueron usadas.
La bibliotecaria parecía renuente a moverse. Giró lentamente y se movió a la parte trasera donde había un grupo de archivadores alineados contra la pared. Abrió uno y sacó una hoja de papel. Después regresó, todavía más despacio, a donde estaba Nic y colocó la hoja de papel frente a él.
Nic la leyó. Realmente exentaba a la Biblioteca de la Escuela Ransom de prestar libros. Por un mes. Hace veintisiete años.
—Esto ya no tiene validez —dijo Nic. Tenía el horrible presentimiento de que ella no tomaría muy bien la noticia, a pesar de que sin duda alguna lo sabía. Hizo una mueca, esperando por su reacción.
—No —dijo la bibliotecaria, con mucha tranquilidad—. Era una orden temporal debida a daños por agua. Una filtración en el techo. Simplemente se volvió más fácil organizar los libros cuando los estudiantes dejaron de llevarlos a sus habitaciones y... de profanarlos.
—¿Así que decidió continuar de ese modo?
—Yo no, el bibliotecario anterior. —Arqueó una ceja—. ¿Cuántos años cree que tengo?
Nic tomó la sabia decisión de no responder esa pregunta.
—¿No es ilegal?
—No es que los estudiantes no puedan prestar libros, es solo que prefiero que no lo hagan. Usted es el primero en protestar. No fue mi intención engañarlo, tan solo es lo mejor para la biblioteca.
Dicho como una verdadera bibliotecaria.
—Lo entiendo, pero aun necesito llevarme libros. Lo que le quiera decir a los demás estudiantes depende de usted. Sería diferente si la biblioteca estuviera abierta las veinticuatro horas pero incluso hoy, cerrará después del almuerzo. Necesito acceso a esos libros.
La bibliotecaria no dijo nada por un largo rato. Nic esperó. Luego ella dijo:
—Sería extraño si otros estudiantes se enteraran de que se lleva libros. —Levantó una mano antes de que Nic prometiera que no le diría a nadie—. Aunque no le diga a nadie, alguien lo notaría, y entonces… —Apretó los labios—. Sin embargo… podemos llegar a un acuerdo.
Nic sintió un extraño cosquilleo en la espalda. ¿Qué quería decir con eso? No le gustaba el brillo en sus ojos.
—¿Qué tipo de acuerdo?
—Como la bibliotecaria de la escuela, se me permite nombrar a uno de los estudiantes de la clase superior como mi asistente para la auditoría anual. Es un puesto servil —limpiar, revisar las pilas de libros, reparar los encuadernados—, cosas que disfruto hacer por lo que nunca he necesitado ayuda. Tendría una llave para la oficina trasera. La cual tiene su propia entrada. —Le dio una mirada sugestiva por encima de sus anteojos—. Podría usar la biblioteca cuando desee, de día o de noche. Sería mejor que sea discreto, pero incluso si fuera visto, su presencia tendría una razón válida.
—¿Mi propia llave? —preguntó Nic, apenas capaz de creer lo que escuchaba.
—Espero que sea muy cuidadoso dentro de estos muros, Sr. Tutt.
Que dijera su nombre lo sorprendió un poco. Desde luego, lo había visto en el formulario y lo había colocado en la prensa cuando hizo su tarjeta de biblioteca. Aun así le pareció un poco extraño oírla decirlo.
—Creo que estaría bien. Es decir, acepto.
—¿Y no mencionará nada de lo que hemos discutido aquí?
—No, no. Ni una palabra. Soy un estudiante transferido, casi no conozco a nadie.
Ella asintió, se dio vuelta y volvió a los archiveros, luego regresó con una llave pequeña y modesta que colgaba de una cadena simple—. No la pierda.
Nic la tomó con manos temblorosas.
—La protegeré con mi vida.
—No sea melodramático —dijo la bibliotecaria—. Por aquí. —Lo guió hacia una puerta a sus espaldas y le mostró la pequeña oficina. Era muy pulcra y ordenada. Había otra puerta, no muy grande ni pesada. Pintada de blanco y con paneles de cristal que podrías romper fácilmente si estuvieras desesperado por entrar. O salir.
La bibliotecaria abrió la puerta, que ni siquiera tenía puesto el seguro. Llevaba a un área arbolada detrás de la biblioteca. Por encima de los árboles podía verse la Pagoda en la cual el Sr. Tenner supuestamente llevaba a cabo sus experimentos. Nic no la había visto de cerca antes. Era un edificio extraño, la falta de ventanas la hacía parecer sobrecogedoramente inhabitada. Escuchó con atención pero no oyó ningún grito demoníaco.
—Como puede ver, es muy tranquilo y apartado. A los estudiantes no les agrada este lugar, así que mientras no sea demasiado conspicuo, nadie notará sus entradas y salidas. Pero yo lo haré. No me haga lamentar esto.
Nic inmediatamente empezó a asegurarle que nunca haría nada para dañar la biblioteca pero ella simplemente levantó una mano para silenciarlo.
—Sé quién es usted, Nic Tutt. Sé muy bien cómo consiguió su entrada a esta escuela y conozco sus logros. El Sr. Gerry del Librarium me envió una carta sobre usted.
Nic se sorprendió más por esto que por cualquier otra cosa que había escuchado durante el día.
—¿Le envió una carta?
—Sí. También pensé que era algo raro. Pedirme que esté atenta a un estudiante en particular, un Also-Ran además. Pero ahora creo que tal vez intentaba advertirme. —Levantó una ceja.
—No, no creo que…
—De cualquier modo, ha expresado confianza en usted, y estoy dispuesta a confiar en su palabra. Por ahora. No son amables con los Also-Ran por aquí, Nic. De hecho, son muy hostiles. Pero no tanto como yo, cuando se trata de mis libros.
—Sí —dijo Nic—, entiendo. No la decepcionaré. Eh… pero me estaba preguntando, ¿tienen un cuarto especial con los libros más, ah, delicados? —Todas las bibliotecas en las que había estado tenían un santuario interno especial en donde guardaban los libros más preciados y raros. Algunos hasta podrían ser considerados peligrosos. Nunca había obtenido acceso a uno de esos cuartos, pero sabía de su existencia. No era que no pudieras prestar los libros dentro de ellos, simplemente era difícil pedir libros que no sabías que existían.
La bibliotecaria lo miró con ojos estrechos.
—No tiente su suerte, Nic. Primero veamos si puede ser de confianza.
Así que había un cuarto.
—Pero quizás, un día…
—Quizás. —Ella sonrió y Nic retrocedió un paso involuntariamente, y sintió un escalofrío recorriendo su espalda.
Nic pasó las siguientes horas leyendo pero le fue muy difícil concentrarse. Estaba demasiado emocionado. De todas las cosas que pudo haber deseado lograr al asistir a la Escuela Ransom, tener su propia llave para la biblioteca era algo mejor de lo que nunca había soñado.
No era el tipo de sueños que la mayoría de chicos tendría, pero por otro lado, Nic no era como la mayoría. Se preguntaba si Dizzy estaría impresionado por lo que había logrado en tan solo su primera semana. ¿O lo consideraría algo ridículamente desinteresado?
No importaba, estaba demasiado contento como para preocuparse por la opinión de alguien más. Se marchó de la biblioteca más de una hora antes de que cerrara, con la seguridad de que podría volver más tarde y tener todo el lugar para él solo. Pausó para despedirse de la bibliotecaria agitando la mano, pero se sintió muy tonto, además la bibliotecaria no le estaba prestando atención; estaba ocupada trabajando con sus libros.
Cuando regresó a la casa de campo, los carros Conoling ya no estaban. Entró a la casa para recibir una serie de sorpresas, aunque ya había recibido la más grande hasta ahora. Era como si hubiera entrado a un palacio.
Un palacio muy pequeño y acogedor.
—¿Qué opinas? —preguntó Davo. Vestía una chaqueta de seda y sostenía una pipa sin encender en la mano. La sala estaba ataviada de alfombras finas y muebles caros. Había colgaduras en la pared y una alfombra afelpada en el piso. También sillones orejeros con borla colocados alrededor de una fogata—. Los hice poner una chimenea. Una de verdad.
—No sabía que fumabas. —Fue todo lo que Nic pudo decir.
—No lo hago. Es por la apariencia. Vamos, mira lo que le hice a tu cuarto. —Movió las cejas y se puso la pipa en la boca. Luego salieron burbujas del orificio de la pipa.
El cuarto de Nic había sido transformado. No estaba tan lleno como la sala, sin envolturas excesivas ni tapicería elegante. Había un bello escritorio con varios cajones y tallados ornamentales, una silla de cuero y estantes llenos de libros que no le pertenecían. Recorrió los lomos con sus dedos. Eran los libros de texto necesarios para el siguiente año, todas eran últimas ediciones.
—Davo, no sé qué decir.
—Solo es temporal, tú entiendes. Todo tiene que volver cuando nos vayamos de este lugar. Pero no hay razón para que nuestra estadía no sea agradable.
—¿Has visto al monstruo en su habitación? —preguntó Fanny desde el umbral.
Nic se sintió intrigado y lo siguió a la habitación de Davo. Había sido convertido en el despacho de un industrial rico, había un escritorio gigantesco colocado a un lado de una cama que de alguna forma se convertía mágicamente en un diván de un reposabrazos. Y ocupando una pared entera, se hallaba una pintura de tamaño real de un señor con una mirada maliciosa que prácticamente te atacaba tan pronto como entrabas al cuarto.
—Vaya —dijo Nic, temeroso de acercarse demasiado—, ¿quién es?
—Ése, mi querido Nic, es el fundador de Tiendas Conoling, Hulard P. Conoling. El hombre es una leyenda, una absoluta leyenda —dijo Davo, sonriendo de oreja a oreja con orgullo.
Sin duda tenía el porte y apariencia de alguien de una historia legendaria, pero con un rostro que parecía indicar que su papel bien podría haber sido el del villano. Obviamente, Nic no dijo eso, solo lo pensó.
—¿Remodeló tu cuarto también? —le preguntó Nic a Fanny.
—¡Ni que lo digas! Ahora tengo mi propia despensa.
—¿Qué hay de Simole?
—Ah, no —dijo Davo—. No me dejó entrar. Es una chica muy reservada. Creo que trama algo ahí dentro. Aunque no me importaría echarle un buen vistazo a lo que sea que esté tramando. —Más burbujas salieron de su pipa.
Había sido un día de muchas sorpresas. Con el modo en que las cosas iban mejorando, Nic empezó a sentir que podría estar listo para enfrentarse a su mayor reto, la chica a la que había venido a encontrar.
Pronto.
Volvió a la sala y se sentó en uno de los sillones. La fogata calentaba las plantas de sus pies. Era un lugar perfecto para sentarse a leer.
Alguien tocó a la puerta. ¿Ahora qué?, pensó Nic mientras se levantaba. Davo y Fanny seguían en la habitación de Davo discutiendo sobre arte. Fanny sentía que la pintura del ancestro de Davo lo seguía por toda la habitación —no solo con los ojos, sino corporalmente— y le agradaría mucho que se detuviera.
Nic abrió la puerta principal. Y se quedó ahí parado, sin poder hablar, apenas logrando respirar.
—¿Puedo hablar contigo? —dijo Dizzy—. En privado.
Autor: V. Moody
Traducción: Sin Especialidad
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Los capítulos de esta novela serán publicados cada lunes.