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Capítulo 4: La Lucha por Cada Pulgada

Los campos, que una vez fueron testigos de cosechas prósperas y niños jugando, ahora estaban manchados por la brutalidad de la guerra. Elías, con su armadura cubierta de marcas de batalla, avanzaba con determinación, su espada en mano, enfrentándose a cada adversario con una mezcla de técnica y furia desenfrenada.

Cada golpe de su espada era tanto un acto de defensa de su tierra como un desahogo de la tormenta que rugía en su interior. Los soldados enemigos, algunos no más viejos que él, caían uno tras otro, sus ojos apagándose antes de que sus cuerpos tocaran el suelo.

Orion, el pequeño dragón, surcaba el cielo con sus alas desplegadas, lanzando llamaradas de fuego azul hacia los invasores, su figura un destello de esperanza en el cielo oscurecido por el humo de la batalla.

En el suelo, los aldeanos y los soldados de Lorian luchaban con una desesperación feroz. Cada avance del enemigo era contrarrestado con una resistencia obstinada, cada vida perdida era honrada con la caída de un enemigo.

En un punto crítico de la batalla, Elías se encontró cara a cara con un guerrero enemigo de estatura imponente, su armadura negra como la noche y sus ojos ardiendo con una furia salvaje. Los dos chocaron, espada contra espada, en un duelo que parecía detener el tiempo a su alrededor.

El guerrero, con una fuerza que rivalizaba con la de Elías, presionaba hacia abajo, su espada acercándose peligrosamente. Elías, con la imagen de Lyria en su mente, encontró una reserva de fuerza y, con un grito, repelió al guerrero, su espada encontrando el hueco en la armadura del enemigo y poniendo fin a la amenaza.

A su alrededor, la batalla continuaba, cada guerrero, aldeano y soldado luchando con todo lo que tenían. Elías, con su respiración pesada y su cuerpo clamando por descanso, se levantó una vez más, su mirada barría el campo de batalla, viendo la lucha de su gente, su resistencia y su valentía.

La batalla por Rose Town no se ganaría fácilmente, y cada pulgada de tierra sería disputada con sangre y acero. Pero Elías, con el recuerdo de Lyria ardiente en su corazón y Orion volando alto, sabía que no podían retroceder, que la esperanza, una vez encendida, no podía ser fácilmente extinguida.