El aliento de César era caliente contra su cuello, lo que hizo que su cuerpo temblara un poco en contra de su voluntad.
—¿Ahora me odias, Adeline? ¿No me mirarás nunca más de la misma manera? Sigo siendo yo. No he cambiado. Simplemente nunca conociste ese lado mío, esa es la diferencia, muñeca. Jamás te haría daño, y sé que ahora tienes miedo de mí, pero
—Yo no...yo no te odio, César —interrumpió Adeline con voz temblorosa. Agarró su cabeza, levantándola y haciéndole mirarla a ella—. Tenía miedo. Quizás todavía lo tengo. Y lo siento, simplemente... lo siento.
Un profundo suspiro escapó de su nariz y bajó la mirada al suelo, sus dientes mordiéndose el labio inferior—. Te extrañé. Solo quiero que me abraces y... T-tú dijiste que siempre podía pedirlo si alguna vez quería que tú
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