Adeline estaba aún más confundida.
—No- No entiendo. ¿De qué estás hablando, César? —Se reía nerviosamente, incapaz de comprender la razón de la pregunta.
¿Por qué querría hacerla feliz? ¿Qué había hecho ella en su vida para merecer eso?
César se inclinó más cerca, sus ojos clavándose en los de ella. —¿Qué puedo hacer para que, incluso si descubrieras algo que no te gustara, igualmente te quedaras conmigo y no me dejaras? —Su voz era suave y tranquila, casi como si le susurrara las palabras.
Adeline tragó saliva, bajando la vista hacia sus labios, que estaban a solo una pulgada de tocar los de ella.
—César, n-no hay nada. No entiendo por qué haces esta pregunta. —Su corazón latía fuertemente, saliéndosele del pecho, y tal como se lo había preguntado, César muy bien podía oírlo.
Saber que podía hacer que su corazón latiera tan fuerte le hacía sentir orgullo, pero no era suficiente. No era suficiente para garantizarle nada.
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