«Por primera vez en mucho tiempo, mis sueños fueron ocupados por un temor propio, y aunque fuesen pesadillas, me alegraba tener un descanso de aquellas tragedias disociadas. Pero lejos de encontrar consuelo en ello, solo vi una guía distinta, ligeramente más clara que la abstracción tan ambigua que creó mi mente.
Y, por si fuera poco, a veces me invadía la nostalgia, las ganas de llorar por algo que había perdido, pero nunca fui capaz de darme cuenta de que se trataba. Además, ese paladín solo alentó mi paranoia.
Seguía perdido, siguiendo la única merced de mi intuición, esperando que fuese suficiente»
El aroma a hierbas era intenso, tanto que era algo repugnante.
Cair abrió lentamente los ojos, el curioso rayo de luz de todas las mañanas nuevamente había encontrado la forma de llegar directo a su rostro.
Estaba en su habitación, pudo reconocer de inmediato las vigas de madera del techo. En el piso de abajo se escuchaban murmullos, entre los que reconoció una voz familiarmente ronca, además, obviamente, de la de sus abuelos. A los pies de su cama, y para grata sorpresa suya, estaba Naeve, con la cabeza caída hacía un lado, unas prominentes ojeras y la boca medio abierta. Incluso en aquella posición tan embarazosa, se veía realmente hermosa.
No había amanecido en el piso como lo hacía usualmente, tal vez porque le dolía cada fibra muscular del cuerpo o porque ella estaba allí. La segunda opción era la más probable, lo cual fue un puntazo para su día. Su cuello estaba cubierto por una fina capa de hierbas, cuyo agradable, pero empalagoso aroma, no supo reconocer. Un par de vendas rodeaban su torso, bajo las que también se veían algunas hojas. Ayudándose con los codos logró sentarse en la cama.
En una esquina había una jofaina con agua y un montón más de hierbas; en la esquina opuesta, un brasero casi apagado con una parrilla de metal encima con otras tantas hierbas secándose.
Un escalofrío le recorrió la médula y una leve sensación que combinaba angustia y rabia le hizo empuñar la mano al recordar cómo había acabado en ese estado tan patético. Tras comprobar su propio estado y cerciorarse de estar bien, comenzó a quitarse lentamente las vendas. Al igual que siempre, su herida había curado con especial rapidez.
— Oh… ¡No, no te las quites todavía…! — Frunció el entrecejo, dando un curioso contraste a su rostro adormilado —. Bueno — Hizo una mueca —. Da igual ¿Cómo te sientes?
— Pues, contigo aquí, difícilmente mal.
Naeve intentó contener su sonrisa, pero igualmente acabo sonriendo.
— Déjame comprobar tu estado, recuéstate — Cair obedeció y acto seguido, Naeve acercó su pequeña mano a su pecho. Una tenue luz verde emanó de las plantas que había bajo las vendas y él sintió un molesto cosquilleo en el pecho —. Pero cómo es posible… — Murmuró para sí.
— Así que eras druida… vaya acierto lo del cabello, por cierto.
— Sí, eso también me lo dicen seguido — Apartó el cabello de su rostro, llevándolo detrás de su oreja —. Aunque solo soy del sexto signo.
En la jerarquía de los druidas, los signos podían verse como la madurez del canalizador. Tampoco es que se supiera como funcionaban al detalle, ya que siempre se mantuvieron al margen del resto de hechiceros, sosteniendo la idea de que sus conocimientos y secretos solo estaban a disposición que quienes velaran por su mundo y no por su reino. Lo que diferenciaba a los druidas del resto de hechiceros era que solo se podía dominar su escuela de magia con una predisposición de nacimiento y, por ende, era la única que no se podía dominar mediante una afinidad artificial, con la que sí se podían alcanzar el resto de las escuelas de magia, a excepción, obviamente, de la Luz.
Cuando era pequeño, un druida del octavo signo visitó Ceis. En ese tiempo su hermana se recuperaba de una lesión que obtuvo como resultado al intentar imitar al bribón de Cair al subir a la copa de los árboles. El sujeto hizo algo similar a lo que acababa de hacer Naeve, y tan solo un par de días después, Adaia ya andaba corriendo por todos lados nuevamente.
— ¿Era una herida muy grave? — Preguntó él.
— Si consideramos que te perforó de lado a lado, sí. Pero no dañó ninguno de tus órganos. Fue la pérdida de sangre lo que provocó que te desmayaras.
Cair suspiró. «Eso fue idiotez mía»
— ¿Está bien el pueblo? — Siguió, volviendo a sentarse antes de que Naeve alcanzara a terminar de canalizar su hechizo, provocando que ella retirara su mano rápidamente luego de rozarle el pecho.
— Cálmate — Instó con voz maternal —. Fuiste el único al que le pasó algo.
Cair bajó la mirada.
— Asumo que los murmullos de abajo son del capitán.
Naeve asintió y luego le dirigió una mirada.
— ¿Puedes caminar?
— Completamente seguro.
— Vamos, el capitán deseaba hablar contigo.
Cair asintió y luego miró a Naeve.
— ¿Pasa algo? — Preguntó ella.
— Me quiero poner algo de ropa limpia — Sonrió con picardía —. Aunque si te quieres quedar, no tengo ningún problema.
Ella soltó una carcajada.
— Más adelante tal vez — Entonces abrió la puerta y desapareció.
Por supuesto, la abuela Ela le había dejado ropa limpia sobre su escritorio. Una polera idéntica a la que le habían roto y unos pantalones color marrón ligero. Inmediatamente tras cambiarse bajó al salón mientras terminaba de ajustarse el cinturón.
— … denor jamás planteó su esgrima para el uso de armas cortas — Acababa de decir su abuelo.
— Mmmm… tiene sentido — El capitán desvió la mirada hacia Cair. De hecho, todos lo hicieron.
— Como puede ver, su regeneración es excepcional — Dijo su abuelo.
— Así veo — Levantó una ceja —. ¿Alguna otra particularidad que aún no conozca?
Cair cabeceo en dirección a la lampara que tenían sobre la mesa de centro.
— Nunca se apaga — De hecho, tenían que cubrirla con una manta para mitigar la luz.
— ¿Algo más?
— Si no se me escapa nada… eso sería.
El capitán suspiró.
— Soy Erion Agehelmar, capitán de la primera división de caballería de Ampletiet — Le dedicó una solemne reverencia. Desde luego parecía una persona distinta, había dejado de lado la naturalidad y ahora se mostraba como el soldado que era —. Seré directo, Cair Rendaral ¿Qué ocurrió ayer?
Cair apoyó las manos en el respaldo del sofá y miró al capitán Agehelmar, quien estaba junto a la chimenea, frente a él. Intentó dilatar un poco su respuesta fingiendo pensar.
Ese viejo de armadura de bronce era un paladín, Cair estaba completamente seguro de ello después de haber repasado la situación unas cuantas veces mientras estaba consciente. Naeve le había dicho que la herida no había sido mortal; y obviamente, sino fuera el caso, él no estaría allí. El punto es que antes de irse, el hombre le había dicho que no hablara sobre él, por ende, era consciente de que Cair sobreviviría ¿Un enemigo realmente haría eso? Si la respuesta es no, lo lógico era pensar que ese hombre no era su enemigo; había atacado a esas criaturas y, además, era un paladín. Confundido, en un momento de su relato, Cair se llevó la mano a la frente para entregarse un poco más de tiempo para analizar la situación. «Es un paladín…» A pesar de haber otros argumentos que sostenían más firmemente la teoría de que el hombre no era su enemigo, la más simple parecía ser la más coherente.
— Vimos sangre en el templo — Indicó el capitán luego de que el mencionara a las criaturas —. Pero ni un solo cadáver.
Las expresiones de todos los presentes se habían tornado cada vez más agrias a cada palabra que salía de su boca, incluso pudo sentir el nerviosismo en el jugueteo de las manos de Adaia y la abuela, en la manera en la que Naeve jugaba con la hoja de una manzanilla, curiosamente, la planta que se asociaba a la calma. El capitán Agehelmar se veía confundido, y era su abuelo el único que permaneció impasible durante todo el relato.
De repente, Cair sintió el peso de la responsabilidad. Mencionar a ese viejo era parte de su deber como víctima.
— ¿Estás completamente seguro de lo que dices?
— Absolutamente — Replicó él, intentando mostrar seguridad, aun cuando finalmente había decidido omitir la parte del viejo.
¿Y si no resultaba ser un paladín?
— Confío en tu palabra, pero me resulta difícil de creer.
Cair miró a Naeve con el rabillo del ojo. Ella tampoco parecía muy convencida, después de todo, había sido ella quien trató su herida y seguramente tenía una noción de qué había ocurrido.
— No lo culpo, si estuviese en su situación, estoy seguro de que dudaría — El capitán Agehelmar se rascó la barba —. Pero puedo comprobarlo — Tragó saliva antes de decir lo que iba a proponer —. También estoy seguro de que esas criaturas emanaban magia, no en un estado puro, pero sí en esencia — «Celadores… ¿Por qué?» No le gustaba la idea, pero sentía que debía hacerlo, la morbosidad lo impulsaba —. El archimago dispone de los medios para analizar la presencia mágica en un cuerpo. Y si mal no está todo lo que me enseñaron allí, el residuo de su contacto permanece hasta pasados varios meses incluso.
Jael se cruzó de brazos y ahogó una carcajada.
— Parece que el destino te liga a ese sitio — El capitán Agehelmar y Naeve levantaron la ceja al mismo tiempo —. Cair recibió una carta del archimago hace un par de días. El muy terco se reúsa a volver a pisar ese «mierdal».
Cair se llevó la palma de la mano a la cara. «Naeve es de allí, viejo de mierda…»
— Naeve… por «mierdal», me refería a la sede en sí, no a la ciudad. La ciudad es preciosa, mucho en realidad — Intuyó que Naeve no tenía relación con la sede en sí, ya que al ser una druida su lugar estaba en el arrabal druídico de Icaegos.
Naeve no pudo contener la risa.
— No te preocupes.
— ¿Y por qué desperdiciar tamaña oportunidad? Además, es la primera vez que oigo a alguien referirse de esa manera a la sede de la erudición ¿Qué te ha llevado a ello? — El capitán Agehelmar desde luego parecía impresionado.
— Pido disculpas por mi falta de tacto, pero creo que eso no importa en estos momentos.
» Si le soy sincero, la integridad del reino me importa una mierda — «Eres un imbécil, Cair Rendaral — Pensó» —. Pero mi familia es un caso distinto — Continuó con seguridad —. Temo por su integridad, así que iré si es necesario.
El capitán Agehelmar frunció el ceño con actitud desafiante.
— ¿Eres consciente de que...?
— Me importa una mierda — Interrumpió.
Tras un silencio incomodo, el capitán Agehelmar prorrumpió en carcajadas. Tras él, todos menos Adaia y la abuela Ela le siguieron. Estas dos últimas se llevaron la mano a la frente en señal de desaprobación.
— ¡Vaya par de pelotas tienes! — Se levantó y le tendió una mano —. Confiaré en ti.
Cair estrechó su mano.
— Espero que su confianza no esté mal depositada.
— ¿Ese hasís(1) está entrenado? — Cair asintió —. Bien, cuando termines, envíame una carta con los resultados.
— Así se hará.
— Dicho esto, dejaré la mayoría de los soldados que vinieron conmigo aquí, a disposición del pueblo — Su mirada se perdió un segundo —. Definitivamente no creo que se lo tomen mal — Murmuró para sí, luego sacó su pequeño diario, anotó algo y quitó la hoja —. Envía la carta a esta dirección, asegúrate de hacerlo. Si no recibo respuesta a fin de mes, asumiré que fueron bandidos — Cair asintió y luego el capitán le tendió una moneda azul con el emblema de la Orden del Monarca —. Ten, te dejarán hospedarte y viajar gratis con eso, es la única ayuda que puedo darte por ahora.
» Asegúrate de no divulgar nada sobre esto, por favor — Les dedicó una nueva reverencia y se retiró presuroso luego de despedirse.
Fuera le aguardaban dos soldados que se pusieron firmes en cuanto el capitán Agehelmar salió.
Jael se dejó caer sobre el sofá y se sobresaltó al ver que Naeve seguía ahí.
— Con lo hermosa que eres y ni me percaté de que seguías ahí.
Ella soltó una risita.
— Y eso que no se me da muy bien pasar desapercibida — Añadió ella.
— No tuve la oportunidad de agradecerte, Naeve — Dijo Cair, sentándose frente a ella.
— No hay de qué. Es parte de nuestro trabajo — Ella lo miró a los ojos.
— Me da bastante miedo que vayas a Icaegos, Cair. En especial después de lo ocurrido — Comentó la abuela Ela, sentada en una de las sillas de la mesa con una cara de disgusto tremenda.
El abuelo solo ahogó un suspiro.
— En algún momento debía volar del nido ¿no? — Frente a todo lo que decía la abuela, siempre estaba su abuelo contradiciendo.
— Tú cállate — Jael se encogió de hombros.
— Yo podría ir con él si les brinda un poco de tranquilidad — Interrumpió Naeve, levantando ligeramente su mano, intentando aparecer en la conversación —. De todos modos, tenía que volver a Icaegos en algún momento.
La abuela arqueó una ceja mientras el silencio se apoderaba de la habitación, con todas las miradas puestas en Naeve.
— Es una buena idea — Dijo el abuelo.
— Es una pésima idea… — Espetó la abuela.
Adaia negó con la cabeza.
— Es una pésima idea — Confirmó.
Cair se cruzó de brazos.
— ¿Qué imagen tienen de mí?
La abuela, con los brazos cruzados, apuntó al abuelo y dijo:
— La misma que ese caballero de ahí. Si son calcados.
— ¡¿Y qué tengo que ver yo aquí?! — Exclamó el abuelo desde el sofá, apoyándose en los soportes para los brazos para levantarse un poco —. Siempre salta lejos la mierda en esta casa… — Murmuró —. Todo por tu culpa —. Le lanzó el cuesco de un durazno que había estado comiendo.
— Luego lo recoges — Le ordenó la abuela con severidad. Radicalmente contrastante, la abuela se volteó hacia Naeve con seriedad —. La verdad, querida, es que sí nos tranquilizaría que lo acompañases. Sabe defenderse, pero si volviese a ocurrir lo mismo que ayer, será mejor que no esté solo.
«Ayer tampoco estuve solo…»
— A mí también me tranquilizaría bastante — Añadió Cair, a lo que Adaia respondió con un codazo en las costillas.
— Obviamente.
— Pues está decidido — Dijo Naeve, con una curiosa sonrisa en su rostro.
Cair dejó caer la cabeza.
— Ahora sí que estoy obligado a ir.
La espada de su abuelo surcó el aire en una trayectoria perpendicular a su cara. Incluso antes de que la hoja de madera le tocase, Cair ya pudo sentir el agudo dolor del golpe y tantear el moratón que quedaría como resultado. Sin embargo, ese día se sentía ligero, al igual que el día en el que lo habían atacado, lo que lo llevó a levantar su espada súbitamente y con ello a desviar el ataque de su abuelo con sorprendente facilidad. Sin titubear ni medio segundo, y aunque sorprendido, Cair dio un paso adelante, presionando a su abuelo tras la apertura, apartando su lanza con la parte frontal de su antebrazo y preparando un ataque que con certeza daría en el blanco arrugado que era su abuelo. No fue así. En un acto de reflejo inhumano, su abuelo giró sobre un pie, apoyó el mástil de su lanza en su antebrazo y jaló de la punta con el otro brazo, golpeando a Cair en la cabeza con el peso que tenía en el extremo opuesto.
Cair cayó al piso y comenzó a maldecir y a gritar mientras golpeaba el suelo con la cabeza.
— ¿Me perdí de algo ayer? — Espetó su abuelo, esbozando una disimulada sonrisa.
— ¡¿No tienes nada más que decir?! — Exclamó Cair, esperando la usual burla por parte de su abuelo.
— No esperaba que desviaras ese ataque.
— Aun así, fallé — Apretó los dientes y volvió a dar un cabezazo contra el suelo. Solo entonces se puso de pie.
Jael recibió de sus manos la espada de madera y la dejó, junto a su lanza, en el mostrador.
— Parece que la paliza del otro día te enderezó el cráneo.
— Ahí está — Se sentó en el piso —. Oye — Lo llamó —. La abuela quiere que vengas conmigo.
— ¿Hace falta que diga lo que pienso? — Cogió una toalla que colgaba en el mostrador y se secó el sudor con ella —. Asumo que no, ya que siempre piensas lo mismo que yo.
— Pues tú me criaste, desgraciado ¿Acaso esperabas algo distinto?
— ¿Esas son maneras de tratar a tu abuelo, mocoso? — Le lanzó la toalla a la cara, divertido.
Cair se quitó la toalla de la cara mientras reía y luego bajó la mirada.
— ¿Tienes alguna teoría sobre lo que me ocurrió?
Su abuelo dudaba mucho últimamente. Por lo general bastaba terminar una frase para que él tuviese ya cinco respuestas distintas preparadas, así que Cair se sentía algo desconfiado cuando su abuelo parecía pensar tanto sus respuestas.
— Lo que ocurrió en Aureum(2) nos dejó en claro que no debemos limitarnos a pensar en lo que conocemos para dar explicación a los eventos que desconocemos — Su mirada se perdió en el suelo arenoso del campo de práctica —… Vaya idiotez obvia que acabo de decir…
» Aunque si tuviese que decir algo, diría que es una patraña trobondita(7), pero… No lo sé. Te soy sincero, no lo sé.
— Fue algo casi onírico — Su abuelo frunció el ceño ¿Había pillado la indirecta? —. Me refiero, claro que es algo real, lo que quiero decir es que parecía algo sacado de la mente de algún estúpido enloquecido… — Silencio —. Oye.
— Dime.
Cair hizo otra pausa y antes de seguir volvió a lanzarle la toalla a su abuelo.
— ¿Se puede confiar ciegamente en un paladín?
Jael centró su mirada en él unos segundos antes de hablar.
— No.
Cair suspiró.
— Aprovecha mi ausencia para adiestrar a Adaia… El aire huele extraño últimamente.
— Si logro sacarla de la cama, lo haré.
Cair negó con la cabeza.
— No me cabe en la cabeza cómo le pueden fascinar tanto los caballeros y, a su vez, disgustarle tanto su labor.
Su abuelo se encogió de hombros.
— Esas cosas las heredó de tu abuela. Aunque creo que se debe a su espíritu erudito, cosa que heredó de su madre.
Cair volvió a suspirar y levantó su mirada hacia el cielo, dónde Junio ya comenzaba a mostrarse, indicando el inicio de la medianoche.
— En fin, vete a dormir — Siguió su mirada —. Yo también tengo el presentimiento de que las cosas van a cambiar un poco.
El día siguiente comenzó como todos los anteriores a excepción del anterior. En el suelo. Esta vez estaba completamente tendido en el suelo, ni una sola de sus articulaciones rozaba siquiera el borde de la cama. Cair yacía tirado en la alfombra a varios metros del lecho en el que debería haber dormido. El molesto haz de luz, nuevamente, había logrado colarse hasta llegar a su cara.
Quejándose y maldiciendo prácticamente cualquier cosa que hozase a entrar en su campo visual, Cair se puso de pie y se enjuagó la cara con el agua limpia de una jofaina que probablemente le había llevado la abuela.
Ese día partiría a Icaegos nuevamente, y aunque esperaba que su travesía no se alargara más allá de dos semanas, él sabía que no sería tan sencillo librarse del archimago, y debido a ellos es que se sentía extraño, apenado, casi nostálgico, y eso que todavía ni siquiera salía de su habitación.
El sol matutino caldeaba la instancia lo suficiente como para que el frío exterior no penetrara dentro de la habitación. El familiar aroma de la madera se le antojo inusualmente agradable. Fuera, los pajarillos cantaban armónicamente sobre la venida de un nuevo día. En resumidas cuentas, el día no era el culpable de su desgana, por lo que se tragó su desmotivación y cogió una camisa blanca y un chalequillo de viaje rojo sin mangas que había comprado Adaia en el mercado el día anterior. Los únicos pantalones limpios que encontró eran unos negros que le había regalado Naeve. Al mirarse en el espejo, lo que su reflejo dio a ver era un sujeto con unas vestimentas que poco se acercaban a las que frecuentaba. Desde luego era un atuendo extraño para viajar, si la simpleza de su indumentaria no evidenciara su estatus, fácilmente podría ser el atuendo de un noble. No le dio mucha importancia, por lo que una vez listo, cogió su faltriquera, la cual había preparado con todo lo necesario el día anterior, un par de muñequeras de cuero y su diario. Pretendía comprar un mapa, una espada y algunos insumos que podrían ser de utilidad en el pueblo antes de reunirse con la druida.
Al llegar a la cocina, el aroma a dulce de manzana y canela que embriagaba el ambiente le abrió rápidamente el apetito como cualquier otro platillo de los que preparaba su abuela por las mañanas.
— Alísito trajo una carta de Naeve, dice que estará lista en… — Se asomó por la ventana para mirar el sol —… más o menos una hora más — Dijo su abuela apenas sintió sus pasos.
— Podrías haberme despertado antes…
— Se me olv… ¿Y ese atuendo?
— Fue lo primero que encontré.
— Vaya pinta.
— Yo pensé lo mismo, pero es cómodo, así que da igual.
— Si tú lo dices — Le tendió un platito con una generosa rebanada de dulce, pan y enseguida le sirvió un vaso de leche caliente —. Trata de apurarte, ya vas con bastante atraso.
Antes de que terminara su frase, la puerta principal de la cabaña se abrió, dejando entrar a una sudorosa Adaia y a su abuelo con cara de sueño.
— Despertó el… — Lo examinó —… el señor — Espetó, jadeando.
— Pensábamos que habías muerto ya — Añadió su abuelo, colgando el abrigo en el perchero junto a la puerta —. ¿Y bien? ¿Qué tal lo llevas?
— Pésimo. Cada vez me da más flojera salir de aquí — Apuró el desayuno en un par de bocados y se bebió el vaso de leche de un solo trago. Jael cogió una manzana y se la arrojó —. Parece que tenemos muchas manzanas.
— No solo parece — Maldijo y luego volvió a ponerse el abrigo —. Vamos, te acompaño hasta la salida de nuestro maravilloso imperio comercial.
Cair se ajustó las muñequeras y luego se colgó la faltriquera en el cinturón.
— Nos vemos, hijo — Dijo su abuela con pesar en su mirada. Luego se acercó a él y le abrazó por la cintura. Tampoco era una mujer muy alta —. Cuídate, por favor — Acto seguido, le tomó las manos. Una pequeña bolsita de oro apareció «mágicamente» en la palma de su mano. Ella le guiñó un ojo.
— Escríbenos — Dijo Adaia mientras le abrazaba.
— Pobre Alísito… un esclavo más — Bromeó Cair.
Adaia lo pellizcó.
— Tráeme algún libro — Dijo ella, divertida, mientras mantenía el abrazo.
Ya que las despedidas familiares nunca son suficientes, Cair se despidió con la mano una última vez antes de salir. Su abuela y Adaia le dedicaron cálidas sonrisas mientras él bajaba por los escalones del porche. Alísito salió de su nido y se acurrucó sobre su cabeza, insinuándose como el tercer miembro del viaje.
— Bueno, pues aquí te dejo — Dijo su abuelo. Se dio media vuelta y le dio un poderoso abrazo que le rompió unas cuantas costillas —. Los vientos auguran malos tiempos, por favor cuídate.
— Lo haré — Cair frunció el ceño —. ¿Sabes que en unas dos semanas ya debería estar de vuelta?
— Siguen siendo dos semanas.
— Sí, sí — Al liberar su abrazo, el anciano le cogió por los hombros, acto seguido, se quitó la espada que traía en la cintura y se la ofreció.
— Ten, compraré otra en el pueblo.
— Pretendía comprar una yo, no hace falta — Igual de tozudo que él, su abuelo insistió.
— Cuídala, al menos la espada. No esperaré que la vaina vuelva.
— Sí, bueno, tengo que trabajar en eso.
— Ya, ve antes de que esa druida te eche raíces en las orejas — Le dio unas palmadas en el hombro y lo empujó.
Cair le dedicó una última mirada.
— Gracias.
— Cuídate.
— Nos vemos enton...
— ¿Es necesario alargar las despedidas? — Preguntó su abuelo, cruzándose de brazos.
Cair se encogió de hombros.
— Suele ser lo usual ¿no?... Para demostrar...
— Deja de dar vueltas y apúrate — Interrumpió.
Tras comprar todo lo que necesitaba, Cair se pasó unos buenos quince minutos esperando a Naeve en la entrada del pueblo, junto a la posta donde alquilarían los caballos para ir hasta Cleinlorim, donde abordarían el zepelín en dirección a Icaegos.
Cair alquiló los caballos y mientras el mozo de cuadra se encargaba de ensillarlos, Naeve apareció por fin.
— ¿He llegado tarde?
— Yo he llegado demasiado temprano — Replicó Cair, realizando una reverencia corta.
Ella sacó cinco monedas de plata de su faltriquera y se las ofreció. Por cortesía, él las rechazó, pero la druida insistió hasta que las recibió.
— Luego me reembolsarán esto en Icaegos — Acabó por decir para convencerle. Entonces hincó una bota en las espuelas y montó el caballo con naturalidad. Llevaba el mismo vestido de montar que llevaba cuando se conocieron.
Cair le imitó y montó un corcel negro. El asiento era algo duro, o él lo percibió de esa manera, ya que se había acostumbrado a la silla acolchada de Caballo.
— ¿Qué tal tú día? — Preguntó Naeve, con la evidente intención de empezar la charla.
— Nada fuera de lo común — Replicó, guiando su caballo junto al de Naeve para seguir hablando —: ¿Y usted, mi dama?
— Curiosamente, he amanecido con mejor humor que de costumbre.
— ¿Será quizás por la posibilidad de viajar con tan agraciado caballero? — Inquirió con un tono forzado.
Ella soltó una risita.
— Puede ser.
Cair sonrió, luego dirigió su mirada hacia el pueblo que se volvía cada vez más pequeño en la distancia.
Le dolía un tanto el estómago y realmente no se sentía cómodo con la idea de viajar por el motivo por el que lo hacía. Sin embargo, y aunque él no fuese capaz de reconocerlo en ese momento, era alguien de mentalidad altruista, siempre había sido así, ya que de esa forma se le había criado, por lo que no podía simplemente ser ajeno a lo que había ocurrido, a aquel misterioso paladín que oscilaba entre ser reconocido como un amigo y un enemigo, sobre aquello que implicaba la presencia de sujetos que creía propios de sus sueños, de esa espada de cristal que tanto anhelo le generaba. Solo había una persona en todo Ampletiet capaz de indagar profundamente sobre ello, alguien sin restricciones morales y/o políticas, un hombre profundamente sabio y bastante molesto.
No le caía mal el archimago Erodis, de hecho, simpatizaba con él y sostenían una relación de amistad y confianza, aún con la diferencia de edad. El problema es que la vida que llevaban aquellos que le servían distaba mucho de las expectativas que él mismo tenía para su vida. Más allá de su intuición, no se consideraba alguien particularmente bueno en nada, y es debido a eso por lo que pretendía vivir su vida con normalidad.
Miró a Naeve, quien se había adelantado unos metros por delante de él.
Probablemente era la fantasía de muchos hombres el viajar por el mundo en compañía de una mujer hermosa, sin embargo, y pese a atraerle la idea, no le generaba el entusiasmo que en algún momento creyó que tendría.
Con todo, y dependiendo de lo que descubriera, acabaría considerando la idea de unirse a la Facción del Grajo(8), para bien o para mal, quisiera o no quisiera, ya que, de algún modo, sentía que era parte de su deber y de la incierta historia que tenía por delante. Aunque no dejaba de pasearse por su cabeza la idea de que solo estaba siendo paranoico.
Apéndice
1.- Hasís: Ave de pluma anaranjada gruesa. Su principal distinción con respecto al resto de aves es el pelaje que cubre su pecho y su frente, supuestamente desarrollado para mantener la temperatura del ave durante su vuelo, dada la increíble velocidad que son capaces de alcanzar. Debido a esta última característica es que suelen ser entrenadas por los cetreros como aves mensajeras, además de su gran tamaño en la adultez, lo que les permite llevar bultos de tamaño considerable sin entorpecer gravemente su vuelo y su particular inteligencia, casi considerada semi-racional. Es considerado de los animales domésticos más mortales, ya que son rencorosos y tremendamente agresivos si pasan demasiado tiempo sin volar a toda velocidad.
2.- El desastre de Aureum y la crisis Quam: Desde el año 174 al 177 de la Era sin Título, la Extensión Oriental de Ampletiet y parte de las regiones al oeste de Zalasha fueron asoladas por la aparición miles de demonios Quam(3), que obligaron a las fuerzas de ambos reinos a centrarse en la contención de estas criaturas y detener los conflictos menores que tenían origen en las fronteras.
Cuando se creía que los demonios lograrían superar a las fuerzas amplietanas y entrar a las tierras de Aureum, toda la, en ese momento conocida como La Tierra Dorada, dominio de los ielidar(4) amplietanos, se cubrió con un denso manto de nieve que ocultó definitivamente cualquier característica que le diera su nombre y sepultó bajo el hielo a la ciudad de Uumbegar, la ciudad racial(5) de los Ielidar amplietanos, y una parte importante de su gente.
Aureum nunca volvió a adquirir ese tono dorado tan amado por su gente, aunque sus habitantes, gracias a la enorme capacidad de adaptación propia de su raza, se reestablecieron rápidamente y nuevamente hicieron de esta tierra su hogar, ahora renombrados como gélidar, dada la tonalidad azulada que adquirió su piel y el intenso color azul de sus ojos.
3.- Quam: Generalmente son criaturas de comportamiento y morfología canina, aunque no es extraño ver familiares que siguen patrones propios de otras razas, manteniendo características comunes como la piel escamosa negra con algunas branquias, colas con cuernos y cabezas con forma de flor, siendo el «botón», de un color rojo intenso y brillante, el ojo de la criatura; es esta última característica la que les entrega el título de demonios, término acuñado por primera vez en el libro «Maldiciones de los Celadores», escrito por el explorador y erúdito trobondinense Jier Eimet, quien usó la palabra para reunir todos los antónimos de las palabras Tranquilidad y Bondad y todo lo opuesto a los celadores.
4.- Ielidar: Una de las cuatro razas racionales. Son considerablemente superiores en tamaño a cualquier otra raza racional, lo que los hace más fuertes y resistentes, tanto físicamente como ante enfermedades; su globo ocular es de color negro y suelen tener formaciones en sus frentes que algunos llaman cuernos. A diferencia de cualquier otra raza racional, son los únicos que no pueden desarrollar afinidad a la magia, exceptuando las pertenecientes al grupo Juego de Luces y Sombras. También son los más longevos(6).
5.- Ciudad racial: Concepto ligado a la distribución geográfica amplietana. Una ciudad racial, como su nombre lo indica, es una ciudad amplietana considerada propia de una raza. Estas son:
· Ohir'Dan de los enanos.
· Rainlorei de los elfos.
· Cleinlorim de los humanos.
· Antes Uumbegar y ahora Nagáscar de los gélidar.
6.- Longevidad: Se puede asociar el tamaño promedio de cada raza a su esperanza de vida:
· Enanos – 98 años.
· Elfos – 107 años.
· Humanos – 123 años.
· Ielidar – 160 años.
7.- Trobondito: Forma despectiva de referirse a la gente de Trobondir.
8.- La Facción del Grajo: Aunque no es de conocimiento público, la Facción del Grajo es un grupo selecto de personas al servicio directo del archimago, encargados de las tareas más nimias y a la vez de aquellas que requieren de manos hábiles. Caracterizados por sus armaduras negras, su presencia no es bien recibida en ningún sitio, pues las cosas no suelen acabar bien para quienes tuvieron la mala suerte de ser sus objetivos. Debido a este motivo es que son buscados como criminales dentro de la monarquía amplietana; sin embargo, son pocos los soldados que se atreven a alzar sus armas contra ellos y suelen ser los obliteradores de la orden de Agmhere quienes aparecen para perseguirlos.