Marie lo miró con sospecha. —¿Por qué de repente? —preguntó.
—Estoy desesperado —le dijo.
—¿Entonces qué es lo que darás de ti mismo? —ella preguntó.
—¿Qué quieres?
Ella caminaba a lo largo de la valla, sus ojos observándolo por completo. —No sé —dijo divertida—. Hay mucho de ti que me gusta.
Por supuesto, ella disfrutaría de este momento. Finalmente un demonio a su merced. Uno que la había utilizado sabiendo que ella sentía algo por él, no estaría mal usarlo también a él.
—Bueno, aquí estoy —dijo—. Puedes tenerlo todo excepto aquello que no puedo controlar. Su corazón no estaba en oferta.
—¿Qué te hace tan desesperado? —ella tenía curiosidad—. ¿Es la profetisa? La esposa de tu amigo. ¿Crees que es ella?
Skender apretó la mandíbula. —Sé que no es ella y ¿por qué sabes tanto sobre esto?
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