Como si la sonrisa amable en el rostro de Leylin lo hubiera dejado perplejo, el discípulo se armó de valor y le preguntó:
—¡Mi Señor! ¿Puede que usted... no sea de aquí? ¿Puede decirle su nombre a este humilde sirviente? Yo... ¡Yo soy Aaron!
—¿Yo? ¡Por supuesto que no soy de por aquí! —respondió Leylin mientras se reía y miraba a los tres discípulos—. Aunque aún hay muchas cosas que me gustaría preguntarles, de repente me di cuenta que sería mucho más rápido si las viera por mí mismo...
Por la mirada que les disparó Leylin, los tres discípulos comenzaron a temblar como si los mirara algún depredador.
—¡Vamos! —gritó Aaron, poniéndose frente a las dos discípulas y pronunciando encantamientos.
—¡Qué risa! ¡Son muy lentos!
Leylin sacudió la cabeza y tres corrientes de aire negro salieron hacia las frentes de los tres discípulos. Se sintieron mareados y, sin siquiera poder emitir un sonido, se desmayaron.
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