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Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Hiện thực
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194 Chs

22

Llevé mi mano a su traje y lo alcé para quitarle el arma, necesitaba tirarla a otra parte.

—Debieron disfrutar mucho con todo lo que me hicieron, ¿No es así, madre?

—¿En este traidor te convertiste? No puedo creer que Leonardo haya confiado en ti, sabía que a la larga esto iba a ocurrir. No conoces lo que es la lealtad, por más que él te mostró el camino, preferiste traicionarlo.

—Él me traicionó a mi primero. Tú debías estar enterada de todo lo que me ocultó, y aún así, te callaste.

—Lo hizo por tu bien.

—No, por su beneficio. Tenía a un imbécil que confiaba plenamente en él, y que podía utilizar cada vez que se le diera la gana.

—Te veíamos como un hijo, John.

—¿Un hijo? — reí—. Que buena forma de tratar a un hijo, quizá si me hubieran dicho las cosas desde un principio, no hubiera optado por acabar con ustedes.

—No puedo creer que realmente te vi como un hijo, ¡Eres una deshonra para esta familia!

—Sí, y ahora lo seré por todo lo alto; aún sabiendo que eras una perra sucia, que nunca estaba en la casa, que solo aparecía a curarme las heridas o para acomodarte en mi cama cuando dormía, te vi como una madre; estabas lejos de serlo, ¿Sabías? Debiste esforzarte un poco más.

Su cuerpo comenzó a temblar y sus mejillas se enrojecieron un poco; podía notar que estaba sudando y que su respiración se volvió más agitada de lo que ya estaba.

Miré mi reloj y, dejándome llevar por el tiempo que transcurrió luego de tomarlo, llegué a la conclusión de lo que era. Un afrodisíaco. Yo que pensé que era veneno o quizás un somnífero.

—He descubierto lo que le has puesto a mi copa. ¿Qué planeabas hacer con esto? ¿Violarme? ¿Convertirme en tu esclavo sexual? ¿O traerme a más mujeres para que me acueste con ellas? Eso es lo que siempre haces, ¿No? Al igual que como hiciste con Pilar y otras mujeres, que no pienso ni mencionar.

—¡Eres un descarado!

—¿Me buscas drogar y, soy yo el descarado? Respóndeme una cosa, ¿Quién te pasó el dato de mi padre?

—No te voy a decir nada.

—Dejándome llevar por tus relaciones con los empleados, el más cercano es Aquiles. ¿Fue él? — se quedó en silencio, y me miró.

—No, no fue él.

—Eso es una respuesta poco creíble, creo que he dado justo en el clavo. ¿Por qué no lo llamamos para que nos haga compañía?

—¿Para qué lo vas a llamar? ¿Vas a matarlo igual que a tu padre?

—¿Y por qué te importa tanto? Ya dijiste que era una rata, un traidor y una deshonra. ¿Por qué no hacemos honor a esos apodos?

—¡Suéltame, John!

—¿Por qué te importa tanto lo que pase con él? ¿Te has estado revolcando con Aquiles a las espaldas de mi padre y, por eso quieres impedir que acabe con él?

—¡Deja de estar haciendo suposiciones!

—Notando lo nerviosa que te pusiste, creo que la atiné.

—¡Ya cállate!— gritó.

Me levanté del suelo, a lo que ella quiso arrastrarse, pero la halé por la pierna y, arrastrada, la llevé al estudio. Sé agarró de todo a su paso, pero no era mucho lo que podía hacer. El efecto de la droga estaba en su sistema y la fuerza la iba perdiendo poco a poco.

Cerré la puerta y solté su pierna.

—No te atrevas a pararte o te va a ir peor.

Caminé al escritorio, y saqué la caja de herramientas que pertenecía a mi padre. Siempre la tenía aquí para cuando sucediera este tipo de cosas. Busqué el alicate y miré hacia ella, pero ya se había levantado y estaba forcejeando para abrir la puerta.

—Por más que trates de abrirla, no podrás. Tengo las llaves aquí, mamá— las sacudí—. ¿Por qué no vienes y las buscas, madre? — al ver que no respondía y seguía forcejeando con la puerta, guardé el alicate en mi bolsillo  y caminé hacia ella.

Se giró al escuchar mis pasos y agarró fuertemente la silla de madera que estaba al lado de la puerta.

—¿Qué puede hacer una silla contra mi? —agarré la silla por ambos lados y la presioné para pegarla a ella contra la puerta—. Tantos años de conocidos y, aún no comprendes que a mí nada me detiene— presioné más fuerte la silla contra su barriga, y comenzó a toser—. ¿Ahora quieres quitarla? Permíteme hacerlo por ti— agarré la silla y la tiré a otra parte; ella cayó de rodillas presionando su barriga—. Ya no hay ninguna barrera entre los dos, madre.

Halé fuertemente su pelo y la tiré contra el suelo; la coloqué boca arriba y me subí sobre ella de nuevo, pero esta vez procuré hacer más presión con mis rodillas en sus hombros.

Rechinó los dientes y escuché el sonido de sus uñas al enterrarlas en el suelo.

—¡Suéltame, John! — gritó agitada.

—Es hora de ajustar cuentas.

Busqué el alicate en mi bolsillo y, al ella verlo, comenzó a gritar.

—Grita mientras puedas— al acercarlo a su boca, la cerró y giró su cara—. Ya que no serás obediente, tendré que sacarte los dientes. ¿Te parece bien de uno en uno, o de dos en dos?

—¡Perdóname, John! ¡Hago lo que me pidas, pero suéltame, por favor!

—Antes necesitaba de ti y no te tenía, ahora no necesito nada. ¿Abrirás la boca o la abro por ti?— giró la cara, y al ver que continuó llorando, no tuve de otra que forzarla.

Llevé mi mano a su cuello y ejercí algo de fuerza.

—Di, Ah. Imagina que te daré algo de comer.

Aguantó lo más que pudo, pero no le quedó de otra que abrir la boca; fue ahí cuando metí el alicate y agarré su lengua.

—Debe ser desesperante imaginar lo que sucederá ahora, ¿Verdad? 

Trataba de girar su cara, pero con mi otra mano, presioné su frente para mantenerla derecha. Su rostro estaba lleno de lágrimas y de sudor.

Fui lentamente torciendo el alicate y junto a el su lengua; sus gritos y el sonido de sus patadas era lo único que podía escuchar. No era la primera vez que hacía esto y, la realidad es que, no podía sentir lástima de ella; al final de cuentas, ella pensaba matarme.

Luego de torcer completamente el alicate, lo fui halando fuertemente, para así arrancar su lengua de raíz. La observé y lo acerqué a su rostro, pero ella no dejaba de llorar.

Tiré el alicate a otra parte y me levanté de encima de ella; luego caminé hacia el escritorio y busqué la cinta para amarrar sus manos y piernas. Puse una en su boca, solo para que pudiera tragar de su propia sangre.

Busqué mi teléfono y llamé a Aquiles; lo cité en la casa y quedó en venir. Mientras él llegaba, llevé a mi madre a la sala y la tiré en el suelo. No voy a perder mucho tiempo.

Cuando Aquiles llegó, corrió hacia mí madre, y saqué mi arma y le apunté.

—¿Qué fue lo que hizo, Joven?

—¿No estás viendo? ¿A qué no sabes quién fue la persona que mató a mi padre? — sonreí.

—Su madre es incapaz de hacer algo así.

—¿La estás defendiendo? ¿Qué se puede esperar de alguien que se la comía en silencio?

—¿De qué hablas, John?

—Perdonaré el hecho de que te hayas acostado con ella, porque en realidad no me importa, pero que haya matado a mi padre para quedarse contigo, es algo muy bajo.

—Está mintiendo, Joven.

—¿Tienes algo que decir?— arqueé una ceja —. ¡Dilo!

—Todos sabemos que fue usted quién mató a Leonardo.

—¿Tienes prueba de eso? — se quedó en silencio, y miró a mi madre—. Deje ir a su madre, podemos resolver este asunto entre nosotros y como hombres.

—Que se vaya. Ah, olvidaba que está amarrada.

—No le hagas nada.

—Veo que te enamoraste de mi madre. Que patético te ves.

—Se lo pido, ella no tiene la culpa de nada.

—Reconoce tu lugar y discúlpate como se debe. Perdonaré que te hayas acostado con ella y que supieras que mi padre planeaba matarme, pero para eso, tienes que convencerme de que estás arrepentido realmente — me miró fijamente, y sonreí—. ¿Dónde quedó la lealtad que me juraste, Aquiles?

—Joven… — lo interrumpí:

—Arrodíllate— le ordené, y suspiró antes de arrodillarse.

—No sé te ocurra sacar el arma, o ella será quien pague las consecuencias — le apunté a mi madre, y me acerqué para desarmarlo—. Aprendí mucho de ti, creo que hasta más que de mi padre. Éramos como uña y mugre, lo más probable fue orden de mi padre también, ¿Cierto?

—Eso no es cierto, yo le guardo mucho respeto y aprecio.

—¿Ahora me dirás qué me veías como un hijo por estar tirándote a mi madre? — reí.

—No.

—¿Quieres que te perdone a ti o que la perdone a ella?  

—A ella.

—Esta bien— caminé hacia mí madre y la miré—. Ya escuchaste, madre— sonreí, y ella me miró—. Te perdono— le apunté con el arma y le disparé.

Aquiles se arrastró hacia ella y se quedó mirándola sorprendido.

—¿¡Por qué, John!?— gritó.

—Yo la perdoné, pero ella no— sacudí el arma, y sonreí—. ¿Qué se le puede hacer?

—¡Era su madre! ¿Cómo fue capaz de esto?

—Lo siento, pero no lo siento. Ella no era mi madre y, aún si lo hubiera sido, lo hubiera hecho un millón de veces más. Me traicionó, al igual que tú y que mi padre. Para mí todos pagan juntos por pecadores.

—Tienes esa alma negra y podrida.

—Lo sé, pero ¿Qué se le puede hacer? En esto me convirtieron ustedes. ¿Por qué se quejan?

Me miró lleno de rabia y una lágrima bajó por su mejilla, lo que en realidad me sorprendió.

—¿Así que los hombres también pueden llorar? — reí.

—¡Ella era mi hermana, no era mi amante!— soltó.

—Oh, que lastima siento— le apunté con el arma.

—¿Ya estás satisfecho?

—Más de lo que crees.

—Eres tan diferente a tu padre. No tienes escrúpulos, ni siquiera sigues las reglas. En este negocio no llegarás a ninguna parte si continúas como vas.

—Estoy aquí para cambiar las reglas, no para seguirlas. Debía hacer una limpieza y, tú eres parte de ella, así como lo fue mi padre y todos los que sigan sus órdenes, aún después de muerto. Ahora quién manda soy yo y no hay espacio para nadie más.

Trató de arrebatarme el arma, pero le di una patada haciéndolo caer a un lado; le puse la pierna en el pecho, ejerciendo fuerza contra el suelo, y le apunté con el arma.

—Ya me colmaste la paciencia, Aquiles. Vete a hacerle compañía a tu hermana y a mi padre en el infierno — le disparé en la cabeza sin pensarlo dos veces.

Es hora de hacer cambios y, si quiero seguir respirando, tengo que seguir como voy, o de lo contrario, no durare mucho en este negocio.