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Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Hiện thực
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194 Chs

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En la noche:

Salimos a un restaurante y trajimos a Mia con nosotros; ya habíamos ordenado y estábamos tomando vino en la mesa.

—¿Y cuáles son tus planes, cielo?

—Estar con mi familia, ¿Qué más podría querer? — sonreí.

—Y yo me chupo el dedo— soltó, y la miré fijamente.

—No precisamente.

—Descarado— acercó la copa de vino a sus labios, y toqué sus piernas por debajo de la mesa, a lo que alejó la copa—. ¿Qué haces, John?

—Acariciando a mi esposa, que se ve que está falta de atención. Parece que ha estado molesta por no haber terminado el trabajo hoy. ¿Sigues molesta? — sonreí, y ella rio.

—¿Por qué voy a estar molesta por eso?

—No lo sé, tu dime.

—No estoy molesta, porque sé que terminarás lo que empezaste.

—¿Y si no lo hago qué?

—Te mato— sonrió.

—Uy, que miedo. Espero que esa oferta siga después de haber mojado la cama — reí.

Pasamos muy bien la noche; Mia se quedó dormida por el camino a la casa.

—Nos quedaremos hoy aquí, así que espero que puedas controlar tus gritos, no vaya a ser que despiertes a Mia.

—¿Aquí en el mismo cuarto?

—¿Cómo se te ocurre? Hay más de 4 habitaciones en esta casa.

Le dimos un beso a Mia, y salimos de la habitación.

Entramos a otra de las habitaciones y estaba desajustando mi corbata, cuando Daisy me agarró por ella y sonrió.

—Vamos a la cama, cielo— solo por curiosidad, hice lo que dijo, quería saber hasta dónde iba a llegar o qué tenía planeado.

Al sentarme en el borde de la cama, se subió sobre mí y sonrió.

—¿Qué tienes pensado hacer? — la sujeté por la cintura.

—¿Quieres saber?— bajó el manguillo del traje, dejando el sostén visible.

—¿Eso es todo lo que dejarás visible?— sonreí, antes de alzarla en mis brazos y levantarme, para tirarla en el mismo medio de la cama.

Caminé hacia las piernas de la cama y la miré.

—¿Tienes que ser tan brusco?

—Peor hubiera sido que te tirara al suelo, ¿No? Desnúdate, Daisy. No tengo paciencia para verte quitando pieza por pieza, quiero verte desnuda ya.

—Uy, pero que hombre tan directo y desesperado.

—Cierra la boca o le daré un buen uso. ¿Qué estás esperando? La leche que has dejado acumular por todo este tiempo, está casi cortada. ¿Cuándo será que vayas directo al asunto, y dejes de hacerme esperar tanto? Creo que he tenido mucha paciencia contigo.

—Que mucho te quejas, John.

—La que se va a quejar después serás tú, ahora evita más comentarios y quítate ese traje que estorba.

Daisy rio, y se puso de rodillas en la cama, quitándose poco a poco el traje y quedándose en ropa interior.

—Dije todo, ¿No sabes captar una orden?

—¿Y si no quiero?

—Voy a masturbarme frente a ti, y te dejaré con las ganas, así como me haces. El sin hueso no te va a atender hoy, debes estar feliz, ¿Verdad? — me quité el cinturón y antes de bajar el cierre, Daisy habló:

—Eres muy rencoroso, ¿Lo sabías? 

Se quitó la ropa interior y el sostén, tirándolo a un lado de la habitación; no pude evitar quedarme viendo su cuerpo desnudo. Esa condenada está demasiado buena, y todavía sigue causando lo mismo en mi.

—Abre tus piernas y juega contigo misma.

—¿Qué?

—No me hagas repetirlo, solo hazlo. Quiero verte, Daisy.

Se recostó, y abrió las piernas. Me tiraría de pecho en esa primera base, pero debía guardar la calma. Quiero avergonzarla en todos los aspectos y, más, luego de todo lo que me hizo esperar.

—Tócate.

—Esto es muy vergonzoso, no puedo.

—Más vergonzoso que abrir las piernas lo dudo, y ya las abriste— me metí en la casa y me fui a sus piernas, colocándome entre medio de ellas y las abrí presionándolas a la cama.

—No hagas eso— se tapó la cara, y sonreí.

—Cállate, y tócate. Somos esposos y hemos tenido sexo muchas veces, ¿Por qué tanta maldita vergüenza? ¿Prefieres que te tome fotos así con las piernas abiertas?

—Deja eso, John— se destapó la cara y traté de no mostrarle que estaba a punto de reír.

—Entonces tócate, déjame ver cómo juegas contigo misma. Quiero que sepas lo desesperante que es tener la comida caliente y servida, y te prohíban comértela. Eso me haces tú a mí; es solo un poco de tu propia medicina. Ahora deja las excusas y lleva esa mano a donde corresponde y tócate, enséñame ese lado pervertido y vergonzoso de ti.

—Te las cobraré después.

Sí, mamita, como si esas cosas pasaran.

—Lo que digas, princesa— respondí.

Llevó la mano a su vagina, y ni siquiera podía mirarme mientras lo hacía. Ese lado de ella aún no ha cambiado, se sigue avergonzando por este tipo de cosas. Es hermosa. Estaba a punto de traspasar el pantalón, pero no quería mostrarle que estaba a punto de perder el control por su culpa.

Podía ver cómo sus dedos acariciaban suavemente su vagina; su cuerpo estaba temblando y dejaba escapar suaves gemidos.

Al ver cuando metió su dedo, no pude soportar los celos. Se supone que sea yo quien entre en ella, no ese maldito dedo.

—Ya basta— quité su mano de ahí.

—¿Qué pasa? ¿Lo hice mal?

—Pon tus manos por debajo de tu espalda.

—¿Para qué?

—Házlo sin cuestionar— al insistir, ella lo hizo y me subí sobre ella, colocándome de rodillas, y con mi erección a la altura de su rostro.

Estaba a la merced de lo que yo quisiera hacer con ella.

—¿Qué haces, John?

—¿Y tú qué crees que estoy haciendo?

—¿Así que me has tendido una trampa?— reí ante su comentario.

—Has tenido la batuta mucho tiempo, y se te ha olvidado que aquí tú no mandas— acaricié sus labios con mi pulgar, y sonreí—. Esa boquita a dicho muchas necedades y cosas que me han sacado de quicio, y ya es tiempo de pasar factura y cobrar hasta lo último, por todo lo que ha hecho.

—¿Había necesidad de esto, mi amor? Cualquiera diría que tienes planes macabros conmigo.

—Los tengo, cosita— bajé el cierre del pantalón—. Voy a violarte; violare esa hermosa boquita, que me ha lastimado tanto— sonreí.