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Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Hiện thực
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194 Chs

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Daisy

Nos metimos al agua John y yo, y estaba helada. No podía parar de temblar del frío.

—Solo aguanta un poco mientras llegamos.  Necesito que te mantengas abajo y sujetada de mi.

Nadamos despacio, y me mantuve cerca de John. Agarraba su mano por debajo del agua, me sentía segura así. Siempre le he tenido miedo al mar, pero al estar con él, podía sentirme protegida.

Al llegar al muelle, John me ayudó a subir a la lancha y me cubrió con la manta negra, luego me abrazó.

—No podré calentarte mucho porque estoy igual de mojado que tú, pero al menos lo trato.

—Así se siente bien, gracias. Por favor, cuídate. No quiero que nada malo te pase. Ya sé que no me vas a escuchar si te digo que no vayas, pero al menos, protégete.

—Tengo varias razones para regresar. En especial, el hecho de castigarte por eso que dijiste. Despreocúpate, cosita, todo saldrá bien.

John

Kwan llegó con Alexa y se subieron.

—Tendremos que quitarnos esta ropa o nos van a descubrir más rápido— dijo Kwan.

—Lo sé. Ya encontraremos a quien quitarle la ropa y cambiarnos. Vamos a averiar las lanchas, Kwan. Ustedes quédense aquí.

Fuimos lancha por lancha y cortamos los cables de cada una, excepto la que usaríamos para escapar; luego regresamos con nuestras mujeres.

—Ya nos vamos. Tápense las dos, y no dejen que nadie las vea. Tienes un arma, cielo. No dudes en usarla, si las cosas se ponen feas. Esperen aquí hasta que regresemos. Si en 20 minutos no regresamos, no duden en irse y dejarnos atrás. Perdí mi micro y Kwan ya no tiene el de él, así que no podremos comunicarnos, pero no hagas una tontería, Daisy. Si algo malo pasa, no pongas resistencia y te vas si tienes la oportunidad. ¿De acuerdo?

—No hables así, John. No podría dejarte.

—Ya, Daisy. No hagas esa expresión. Ambos sabemos que nada es más seguro que la muerte. Yo haré todo lo posible para regresar, ¿De acuerdo? Confía en mí, y no hagas otra necedad— asintió con su cabeza, y bajó la mirada—. Yo vendré por ti— acaricié su cabeza, y le di un beso en la frente—. Siempre lo hago, ¿No crees?

—Te amo, John.

—Y yo a ti, cosita. Protégete— me alejé de ella,  y miré a Kwan—. Vámonos.

Nos fuimos a buscar a algún empleado que estuviera solo, pero todos estaban en pareja. No tenemos de otras que unirnos para darles de baja.

Por la orilla de la playa habían dos, y Kwan y yo nos acercamos sigilosamente por la espalda para darles de baja silenciosamente. Kwan cogió el arma del tipo y la ropa, yo hice lo mismo.

Luego de cambiarnos, nos acercamos a una distancia prudente de la casa. Había varios empleados afuera, estaban armados hasta los dientes.

—Debe haber alguna puerta trasera, o alguna ventana.

—Sí, pero hay una cámara— le señalé a dónde vi la cámara, y él se le quedó viendo.

—Ni siquiera la había visto. Que buen ojo, Alma.

—Tendremos que separarnos y tener cuidado de no ser descubiertos. Iré por el costado de la casa, tú irás por detrás. Nos encontramos dentro.

—Entendido. No vayas a morirte, cabrón. No te olvides que yo soy el único que debe matarte. No puedes irte sin pagar lo que me debes, Almita.

—No sé tú, pero yo tengo a dos mujeres que me están esperando y no puedo fallarles. Cuídate también, no dejes que te maten.

Esperé que la cámara apuntara a otra dirección y caminé sigilosamente hasta llegar a la casa. Me mantuve agachado, mientras miraba por las ventanas. Había dos hombres en la puerta de entrada, ambos miraban en dirección a la puerta. Si hay dos ahí, significa que la mayoría están cubriendo las demás puertas. Deberé encontrar otra forma de entrar, que no sea por ninguna de ellas.

Seguí caminando y dándole vuelta a la casa, mirando ventana por ventana. Solo había visto esos dos, no vi a nadie más.

Me encontré de frente a Kwan, y venía agachado al igual que yo.

—Encontré una ventana, y logré forzarla para abrirla.

Lo seguí agachado hasta llegar a la ventana. Era la ventana de la cocina y me metí primero, luego entró él. Nos agachamos detrás de la mesa del comedor y miramos en dirección a la sala. Estaba el televisor encendido, y dos mujeres estaban hablando.

—Esa es la mujer y la hija mayor— soltó Kwan.

—¿Tú cómo sabes eso?

—Ya la conozco, en especial a la hija.

—¿Te la tiraste, cabrón?

—¿Qué te puedo decir? Tiene un buen culo la puta.

—Que gustos patéticos tienes, Kwan.

Salimos agachados de la cocina y llegamos a un corto pasillo, donde ambos nos levantamos y Kwan sacó el arma, mientras que yo saqué la cuchilla. Teníamos que pasar por la puerta de entrada para poder subir las escaleras. No podemos matar a esos dos, debemos subir sin que se den cuenta. Estaban de espalda, pero si le damos de baja ahora, se darán cuenta de que algo está pasando.

Kwan y yo nos miramos, y nos hicimos seña. Él fue adelante y yo me le fui detrás. Caminamos agachados, hasta llegar a las escaleras. Él subió un escalón y uno de ellos se movió. Nos quedamos quietos, ya que no se giró. Kwan continuó subiendo y lo seguí. Por suerte no se giraron hasta que llegamos al segundo piso. Miramos el pasillo que había, y no había hombres vigilando. Con toda esa seguridad que hay afuera, era claro que lo menos que iban a pensar es que trataríamos de entrar.

Caminamos despacio por el pasillo, y nos acercamos a varias puertas, se escuchaba una mujer gimiendo en una de ellas y la risa del viejo. Si ese cuarto es de ellos, no podemos entrar todavía.

—Aquí está la otra hija— me dijo Kwan, señalando a una de las habitaciones.

—¿Cómo lo sabes?

—Está hablando por teléfono.

—Si está despierta y grita, será un problema.

—Yo la callaré bien— sonrió.

Kwan abrió la puerta lentamente y me le fui detrás. La mujer estaba hablando por teléfono, sentada en una silla y pintándose las uñas. Estaba de espalda a la puerta.

Kwan se acercó y le tapó la boca. Yo cerré la puerta y Kwan estaba forcejeando con ella. Estaba tirando patadas, y Kwan la sujetó fuertemente con su brazo en el cuello.

—¿Qué esperas, John? ¿Las navidades?— preguntó sarcástico.

Clavé la cuchilla en su costado y la giré. Camino largo, se pasa ligero. Kwan quiso asegurarse de matarla y le quebró el cuello.

—Tan bonita que estaba— dijo, antes de tirarla sobre la cama.

Al abrir la puerta, vimos uno de los hombres caminando por el pasillo y la cerramos rápidamente.

—¡Maldición! Esperemos que no venga hacia nosotros— dije, y el celular de la mujer sonó y me acerqué a apagarlo.

—Ese hijo de puta vino a dar la ronda, en el momento menos oportuno— murmuró Kwan.

Nos quedamos escuchando sus pasos, hasta que se alejaron. Salimos al pasillo, y entramos a la siguiente habitación. No había nadie en la cama, pero se escuchó la pluma abierta.

—Yo me encargo. Ve a la siguiente habitación, John. No tenemos mucho tiempo— me dijo Kwan.

—No permitas que hagan ruido.

Salí de la habitación y fui a la siguiente, aún faltaban tres habitaciones más y la del viejo.

Al abrir la puerta, escuché unas risitas en el baño y me quedé detrás de la puerta. Era de dos personas, pero no puedo esperar a que terminen de coger.

Toqué la puerta de la habitación, no tan fuerte, esperando que escucharan y quizás uno de ellos saliera, pero en el primer toque no hicieron caso. Lo hice por segunda vez, y escuché que hablaron. Al escuchar la cortina del baño, me oculté detrás de la puerta.

Una mujer desnuda salió y cogió la toalla de encima de la cama, tuve que aprovechar ese momento de agarrarla desprevenida y llevarla a la fuerza a la esquina de la habitación. Quebré su cuello, pero el ruido que hizo ella antes de hacerlo, fue bastante. Escuché que el hombre salió del baño y llamó el nombre de la chica, y al ver que salió, tuve que tirar su cuerpo al hombre. Logró gritar y no tuve de otra que sujetar fuertemente su cuello, pero resbaló y cayó al suelo, haciendo otro maldito ruido. Puse mi pierna en su cuello y ejercí presión, luego me agaché y de un corte horizontal, corté su cuello.

—¿Todo anda bien, Sr. Miles?— preguntó un hombre en la puerta de la habitación.

¡Maldita sea!