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C A P Í T U L O 2 0

UNA vez que se había decidido, Burton no permaneció mucho más tiempo en el rancho. En una semana recogió, empaquetó sus cosas y se preparó. La víspera de su partida trabajó hasta muy tarde, clavando las últimas cajas. Joseph lo oyó andando por ahí durante la noche, cortando leña y clavando, y antes de que saliera el sol, ya estaba levantado. Joseph lo encontró en el granero, limpiando los caballos que se iba a llevar. Thomas estaba sentado cerca sobre un montón de heno y le daba pequeños consejos.

Ese Bill se cansará pronto. Hazle descansar cada poco tiempo hasta que entre en calor. Este carro nunca ha pasado el desfiladero. Tendrás que cruzarlos guiando tú, aunque quizá no, porque ahora el río va muy bajo.

Joseph entró en el granero y se apoyó contra la pared, bajo el farol.

Siento que te vayas, Burton dijo.

Burton detuvo la almohaza sobre la ancha grupa del caballo.

Hay muchas razones para que me vaya. Harriet se sentirá más feliz en una ciudad pequeña en la que tenga amigas a las que visitar de vez en cuando. Aquí estábamos muy aislados. Harriet se ha sentido muy sola.

Ya lo sé le dijo Joseph afablemente, pero te vamos a echar de menos, Burton. Tu partida cortará la fuerza de la familia.

Burton bajó la mirada incómodo y siguió limpiando al caballo.

Nunca me ha gustado ser granjero dijo excusándose débilmente. Incluso en Pittsford ya pensaba en abrir un almacén en la ciudad. Sus manos dejaron de trabajar. Dijo apasionadamente: He tratado de llevar una vida aceptable. He hecho lo que me parecía que era justo. No hay más que una sola ley y he tratado de vivir según esta ley. He hecho lo que considero justo, Joseph. Recuérdalo. Quiero que te acuerdes de esto.

Joseph le sonrió con afecto.

No intento retenerte aquí si lo que quieres es irte, Burton. Este país es salvaje. Si no te gusta, sólo te queda odiarlo. No has tenido iglesia a la que acudir. No te culpo por querer estar entre gente que piensa lo mismo que tú.

Burton pasó a la cuadra contigua.

Se está haciendo de día dijo nerviosamente. Harriet está preparando el desayuno. Quiero salir lo antes posible después del amanecer.

Las familias y los vaqueros salieron al amanecer a despedir a Burton.

Venid a vernos les gritó Harriet con tristeza. Es muy bonito. Tenéis que venir a vernos.

Burton alzó la riendas, pero antes de atizar a los caballos, se volvió a Joseph.

Adiós, he hecho lo correcto. Cuando lo veas, comprenderás que era lo correcto. Era el único modo. Recuérdalo, Joseph. Cuando te des cuenta, me lo agradecerás.

Joseph se acercó al carro y dio unas palmaditas a su hermano en el hombro.

Me ofrecí a jurar y hubiera tratado por todos los medios de mantener el juramento. Burton alzó las riendas y atizó a los caballos. Los niños, sentados sobre el equipaje,

dijeron adiós con las manos y los que se quedaban salieron corriendo detrás de la carreta y se

agarraron a la tabla de atrás, arrastrando los pies.

Rama les decía adiós con un pañuelo y le dijo a Elizabeth en un aparte:

Así gastan más zapatos que dando la vuelta al mundo.

La familia continuó bajo la luz del sol de la mañana durante un largo rato viendo cómo se alejaba la carreta. Desapareció en el bosque del río y después reapareció y la vieron subiendo una loma hasta que finalmente desapareció de su vista en la cumbre. Una vez que hubo desaparecido, una especie de apatía se apoderó de todos. Se quedaron en silencio, pensando qué harían a continuación. Eran conscientes de que se había cerrado una etapa, que había pasado un período. Al cabo de un rato, los niños empezaron a retirarse lentamente.

Martha dijo:

Nuestra perra tuvo cachorritos ayer por la noche y todos los niños fueron corriendo a ver a la perra, que, naturalmente, no había tenido cachorrillos.

Joseph se marchó finalmente y Thomas con él.

Voy a meter unos caballos en el granero, Joe le dijo. Voy a nivelar parte de la huerta para que no se escape toda el agua.

Joseph andaba muy despacio, con la cabeza baja.

Sabes que yo tengo la culpa de la marcha de Burton.

No, tú no tienes la culpa. Burton quería marcharse.

Fue por culpa del árbol continuó Joseph. Dijo que rendía culto al árbol Joseph alzó la mirada al árbol y de repente se quedó quieto, sobresaltado. ¡Thomas, mira al árbol!

Ya lo veo. ¿Qué pasa?

Joseph se acercó corriendo al tronco y miró a las ramas.

¡Qué alivio!, parece que está bien.

Se detuvo y pasó la mano sobre la corteza.

Es extraño. Antes, cuando lo miré, me pareció que había algo raro. No ha sido más que una impresión falsa.

Continuó:

Yo no quería que Burton se fuera. Su marcha divide a la familia. Elizabeth pasó por detrás de ellos, en dirección a la casa.

¿Todavía jugando, Joseph? le gritó en tono de burla.

Joseph quitó rápidamente su mano de la corteza y dio la vuelta para seguir a Elizabeth.

Trataremos de seguir adelante sin contratar a nadie nuevo le dijo a Thomas. Si no podemos con el trabajo, entonces contrataré a otro mejicano.

Entró en la casa y se quedó sin hacer nada en el cuarto de estar.

Elizabeth salió del dormitorio, cepillándose el pelo hacia atrás con las yemas de los dedos.

Apenas he tenido tiempo de arreglarme le explicó. Miró rápidamente a Joseph:

¿Te sientes culpable de que Burton se haya marchado?

Sí, creo que yo tengo la culpa le dijo sin estar muy seguro. Estoy preocupado por algo, pero no sé qué es.

¿Por qué no sales a dar una vuelta a caballo? ¿No tienes nada que hacer? Joseph meneó la cabeza con impaciencia.

Me van a traer unos árboles frutales a Nuestra Señora. Debería ir a buscarlos.

¿Pues por qué no vas?

Joseph fue a la puerta principal y miró al árbol.

No sé dijo a Elizabeth. Tengo miedo de alejarme. Algo va mal. Elizabeth se acercó a él.

No lleves tu juego demasiado lejos. No dejes que te domine.

Joseph se encogió de hombros.

Será eso lo que me pasa. En una ocasión te dije que podía saber qué tiempo iba a hacer mirando al árbol. Es como una especie de embajador entre la tierra y yo. Fíjate en el árbol, Elizabeth. ¿Lo ves normal?

Estás sobreexcitado le dijo. El árbol está absolutamente normal. Vete a buscar los árboles frutales. No les hará ningún bien estar tanto tiempo fuera de la tierra.

Joseph enganchó el carro a los caballos con una absoluta desgana por dejar el rancho y después partió para la ciudad.

Era la época de las moscas, cuando se ponían activas antes de la muerte del invierno. Cortaban deslumbrantes latigazos en la luz del sol, se posaban en las orejas de los caballos y se sentaban formando círculos alrededor de los ojos de los caballos. Aunque la mañana había

comenzado fresca con el rigor del otoño, el sol del veranillo de San Miguel todavía quemaba la tierra. El río había desaparecido bajo la tierra, mientras que en las charcas de poca profundidad que quedaban, negras anguilas nadaban perezosamente y truchas grandes boqueaban sin miedo en la superficie.

Joseph conducía el carro al trote sobre las crujientes hojas de plátano. Un presentimiento lo seguía y lo envolvía. «Quizá Burton estaba en lo cierto», pensaba. «Es posible que haya estado haciendo mal sin saberlo. Algo malo se cierne sobre la tierra». Y también pensó:

«espero que la lluvia llegue pronto y que el río fluya de nuevo».

El río seco le causaba una honda pena. Para vencer la tristeza, pensó en el granero, con sus montones de heno que llegaban al techo y en los almiares que había junto al corral, tapados con un tejadillo de paja para protegerlos del invierno. Pensó entonces en el arroyuelo del pinar, preguntándose si seguiría manando de la cueva. «Iré hasta allí un día de estos y lo veré», pensó. Hizo el viaje con rapidez y se apresuró en volver al rancho, pero ya era muy tarde cuando llegó. Los caballos, fatigados, agacharon la cabeza cuando Joseph aflojó las riendas.

Thomas le esperaba a la puerta del establo.

Has conducido demasiado deprisa le dijo. No te esperaba hasta dentro de un par de horas.

Guarda tú los caballos, por favor le pidió Joseph. Voy a bombear agua sobre estos arbolillos.

Llevó la carga de arbolillos al depósito de agua y regó las raíces cubiertas por una arpillera. Después se fue derecho al árbol. «Algo va mal aquí», pensó asustado. «No tiene vida». Pasó la mano por la corteza una vez más, arrancó una hoja, la aplastó y la olió, pero todo parecía normal.

Elizabeth le preparó la cena nada más verlo aparecer.

Pareces cansado, cariño. Acuéstate temprano. Pero Joseph la miró preocupado.

Quiero hablar con Thomas después de la cena.

Terminada la cena, salió de la casa, pasó junto al granero y se dirigió a la falda de una montaña. Tocó con las manos la tierra seca, todavía caliente por el sol del día. Avanzó hasta un bosquecillo de robles jóvenes y puso las manos sobre la corteza y estrujó y olió una hoja de cada árbol. Fue a todas partes auscultando la salud de la tierra con sus manos. De las montañas venía el frío, helando las hierbas y, aquella noche, Joseph escuchó el primer vuelo de gansos salvajes.

La tierra no le dijo nada. Estaba seca, pero viva, necesitaba tan sólo la lluvia para disparar sus lanzas verdes. Finalmente, satisfecho, volvió andando a la casa y se quedó bajo su árbol.

Estaba asustado, señor dijo. Algo en el aire me dio miedo.

Mientras acariciaba la corteza, se sintió de repente solo y frío. «Este árbol está muerto», gritó una voz en su interior. «Mi árbol se ha quedado sin vida». La sensación de pérdida lo hizo tambalearse y toda la pena que debiera haber sentido cuando murió su padre, le inundó a raudales. Las negras montañas lo rodearon, y el frío cielo gris y las estrellas hostiles lo excluyeron y la tierra bajo sus pies pareció alejarse. Todo le era hostil, pero no dispuesto a atacar sino alejado, silencioso y frío. Joseph se sentó al pie del árbol y ni siquiera la dura corteza le proporcionó alivio. Era tan hostil como el resto de la tierra y tan frígida y despectiva como el cadáver de un amigo. «¿Qué voy a hacer ahora?», se preguntó para sus adentros.

«¿Dónde iré?» Una estrella fugaz llameó en el cielo y se desintegró. «Puede que me equivoque», pensó. «Puede que no le ocurra nada al árbol». Se puso en pie y entró en su

casa; aquella noche, quizá por su soledad, estrechó a Elizabeth entre sus brazos con tal fuerza

que su esposa gritó de dolor y se sintió feliz.

¿Por qué te sientes tan solo, amor mío? le preguntó. ¿Por qué me has hecho daño?

Perdóname, no me daba cuenta de que te hacía daño le dijo. Creo que mi árbol está muerto.

¿Cómo puede ser eso? Los árboles no se mueren de esa manera, de la noche a la mañana, Joseph.

No lo sé, pero creo que está muerto.

Elizabeth se quedó quieta durante un rato, fingiendo dormir. Sabía que Joseph no dormía.

Al amanecer, Joseph se levantó sin hacer ruido y salió. Las hojas del roble estaban algo marchitas y habían perdido parte de su brillo.

Thomas, camino del establo, vio a Joseph y se le acercó.

¡Diantre!, sí que le pasa algo raro al árbol dijo.

Joseph miró con aprensión cómo Thomas examinaba la corteza y las ramas.

Aquí no hay nada que lo haya podido matar le dijo Thomas. Cogió una azada y cavó la tierra a los pies del árbol. Había clavado dos veces la azada en la tierra cuando de repente dio un paso atrás.

Ahí lo tienes, Joseph.

Joseph se arrodilló junto al agujero y vio que el tronco había sido talado.

¿Quién habrá hecho eso? preguntó enfadado. Thomas se rió con brutalidad.

¡Qué pregunta! Burton es quien ha ceñido tu árbol. Lo ha hecho para alejar al demonio. Joseph se puso a cavar con dedos frenéticos alrededor del árbol hasta que quedó al

descubierto el cinturón de hachazos.

¿Hay algo que podamos hacer, Thomas?, ¿no lo evitaríamos con alquitrán? Thomas movió la cabeza, negando.

Ha cortado las venas. No se puede hacer nada hizo una pausa excepto moler a palos a Burton hasta matarlo.

Joseph se reclinó sobre los talones. Ahora que ya estaba hecho, sintió una calma amortiguada, una incapacidad ciega de juzgar.

Era esto a lo que se refería, entonces, cuando decía que había hecho lo correcto.

Creo que sí. Me gustaría molerlo a palos. Era un árbol magnífico.

Joseph habló muy despacio, como si sacara cada palabra de un torbellino de niebla.

No estaba seguro de si había obrado rectamente. No, no lo estaba. No era propio de él hacer algo así. Por eso, sufrirá por ello.

¿No le vas a hacer nada por haber hecho esto? preguntó Thomas.

No. Aunque estaba sereno, sentía una tristeza tan grande que le dolía el pecho. Su soledad era absoluta, un círculo impenetrable. Burton se castigará a sí mismo. Yo no tengo castigos.

Sus ojos miraron al árbol, todavía verde, pero ya muerto. Después de un rato largo, volvió la cabeza y contempló el pinar de la montaña y pensó: «Tengo que ir allí cuanto antes. Necesito la paz y la fuerza de ese lugar».