La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Isabella se encontraba en una vorágine de preparativos, cada detalle de la boda arreglado con la eficiencia y precisión que caracterizaba a Alejandro. Apenas tuvo tiempo para procesar la magnitud de lo que estaba a punto de hacer. La ceremonia, aunque planeada a toda prisa, sería un evento grandioso, con la asistencia de las personalidades más influyentes de la ciudad.
La mañana de la boda, Isabella se miró en el espejo, observando su reflejo con una mezcla de incredulidad y resignación. Su vestido blanco era perfecto, un diseño elegante y clásico que realzaba su belleza natural. Pero detrás de la apariencia impecable, se encontraba una joven que había sacrificado sus sueños por el bienestar de su familia.
Clara, su amiga y dama de honor, entró en la habitación con una sonrisa de apoyo.
—Estás hermosa, Isa —dijo, ajustando el velo con cuidado.
—Gracias, Clara. No sé cómo habría hecho esto sin ti —respondió Isabella, tomando la mano de su amiga.
—Siempre estaré aquí para ti. Recuerda que esto es solo el comienzo. Eres fuerte y podrás enfrentar cualquier cosa.
Isabella asintió, inspirando profundamente para calmar sus nervios. Pronto, sería el momento de caminar hacia el altar.
La ceremonia se celebró en una catedral majestuosa, con techos altos y vitrales que reflejaban la luz del sol en un caleidoscopio de colores. Cuando Isabella llegó a la entrada, tomó el brazo de su padre, quien la miró con gratitud y pesar.
—Lo siento mucho, Isabella. Espero que algún día puedas perdonarme —murmuró Emilio.
—Lo hago por la familia, papá. Eso es lo más importante ahora —respondió ella, tratando de mantener la compostura.
Las puertas de la catedral se abrieron y la música comenzó a sonar. Isabella caminó lentamente por el pasillo, sintiendo todas las miradas sobre ella. Al llegar al altar, vio a Alejandro esperando, su rostro serio y controlado.
El sacerdote comenzó la ceremonia, y las palabras resonaban como un eco distante en la mente de Isabella. Cuando llegó el momento de los votos, Isabella y Alejandro intercambiaron promesas, sus voces firmes aunque sus corazones estaban llenos de incertidumbre.
—Prometo estar a tu lado, en las buenas y en las malas, hasta que la muerte nos separe —dijo Alejandro, sus ojos oscuros fijos en los de ella.
—Prometo ser tu compañera, apoyarte y honrarte todos los días de nuestra vida juntos —respondió Isabella, con una mezcla de esperanza y resignación.
El sacerdote los declaró marido y mujer, y Alejandro inclinó la cabeza para besarla. Fue un beso breve y formal, sellando el contrato que ambos habían aceptado.
La recepción fue un evento fastuoso, lleno de lujos y ostentación. Isabella se movía entre los invitados, sonriendo y conversando, mientras Alejandro se mantenía a su lado, observándola con una mezcla de posesión y curiosidad.
Entre los invitados se encontraban muchos de los socios comerciales de Alejandro, quienes los felicitaban y les deseaban lo mejor. Pero había una figura en la multitud que llamó la atención de Isabella: un hombre alto y delgado, con una sonrisa astuta y ojos que no dejaban de observarla.
—¿Quién es ese? —preguntó Isabella a Alejandro, señalando discretamente al hombre.
—Ese es **Javier Arriaga**, uno de mis principales competidores. Está aquí por cortesía, pero no te preocupes por él —respondió Alejandro con frialdad.
La noche continuó con brindis y discursos, pero Isabella no podía sacudirse la sensación de estar atrapada en una jaula dorada. Al final de la recepción, Alejandro la llevó a la pista de baile para el primer baile como marido y mujer. La música suave llenaba el aire mientras bailaban, y aunque sus movimientos eran elegantes, había una distancia palpable entre ellos.
—Ahora somos oficialmente marido y mujer —dijo Alejandro, con una leve sonrisa—. Espero que podamos encontrar una manera de hacer esto funcionar.
—Yo también lo espero, Alejandro —respondió Isabella, tratando de encontrar una chispa de esperanza en sus palabras.
La noche terminó y Alejandro llevó a Isabella a su nueva casa: una mansión impresionante en las colinas de Los Ángeles. Mientras recorrían las lujosas habitaciones, Isabella sintió que su vida había dado un giro irrevocable.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Isabella —dijo Alejandro, abriendo la puerta de su dormitorio compartido.
Isabella miró alrededor, tratando de asimilar todo. Sabía que había tomado una decisión difícil, pero también sabía que debía encontrar la fuerza para enfrentar lo que viniera. Con esa determinación en mente, se preparó para la primera noche de su matrimonio con Alejandro Vargas.