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Deidad 2.316

El guerrero del desierto con el turbante y los tatuajes en el rostro se llamaba David. Como le había dicho a Viggo, su pueblo estaba en guerra con otros pueblos.

El desierto era un lugar inclemente, sobre todo la región central del desierto de Kaios, un lugar extenso plagado de monstruos que viven bajo la arena. Sin embargo, los seres humanos se las han arreglado para vivir en cuevas subterráneas. Algunas son tan grandes que se formaron ciudades bajo el desierto de Kaios. Dichas cuevas poseen un cristal parecido al que hay en el calabozo de Orario y emite un brillo similar al del sol durante el día y una tenue oscuridad durante la noche.

Sin embargo, el agua siempre es una limitante y hay algunos que van de ciudad en ciudad subterránea consumiendo los recursos. Por eso David y su pueblo estaban en guerra. Ahora se habían convertido en el objetivo de un enorme clan nómada.

David llevó a Viggo a su ciudad subterránea mientras le explicaba esto. Por lo general, David no llevaría a extraños a su ciudad subterránea, pero al ver a Viggo a los ojos, se sintió conmovido. Ningún dios había visitado su ciudad subterránea. Aunque Viggo decía que todavía no era un dios.

David avanzó en su caballo mientras Viggo y sus esposas lo seguían en esas extrañas monturas luminosas. Al mismo tiempo, los guerreros de la ciudad subterránea rodeaban a Viggo y sus esposas como medida de seguridad. Solo la estatura de Viggo ya era intimidante, sin contar su cabello rojo y sus ojos dorados.

David diviso a la distancia la cueva de acceso entremedio de las colinas. La entrada tenía la forma de un medio punto con cuatro metros de alto y seis de ancho. A los lados de la entrada había cuatro guardias de pie, resguardados del sol al interior de la cueva.

Una vez que llegaron a la entrada, David hizo un leve asentimiento a los guardias y los dejaron pasar. Sin embargo, ninguno de los guardias pudo ignorar a Viggo con su gran estatura y cabello rojo. Entonces miraron la montura rúnica y quedaron a un más asombrados. Parecía una luz azulada con la forma de un caballo, pero se podía ver a través de ella.

Por su parte, Viggo seguía a David, el hombre del turbante negro. La cueva tenía una leve pendiente y se iba enanchando a medida que avanzaban. Después de treinta metros, la cueva había alcanzado los seis metros de alto y los diez de ancho. La cueva era iluminada con antorchas apoyadas en las paredes hasta que veinte metros más allá (cincuenta en total desde la entrada), vieron luz de día y salieron a un espacio amplio.

La luz al final de la cueva no era la luz del día, sino que era como dijo David, cristales que emitían luz propia como si fuera la luz del sol. Por delante se extendía una enorme cueva como si fuera un domo subterráneo con el techo cubierto de cristales claros.

Por delante había una calle de tierra con veinte metros de ancho que se extendía hasta el final de la ciudad. Las casas a los lados de la calle eran de adobe y madera con techos planos. Por alguna razón, a Viggo le recordaron las casas de Grecia. A los lados de la calle había negocios de verduras, carnes, tela y libros. La gente deambulaba de aquí para allá, pero al notar a David, se arrodillaron y esperaron a que él pasara. Fue un largo camino custodiado por decenas de personas.

Viggo desde su caballo rúnico llamaba la atención de todos. Además, él podía ver que incluso desde las calles aledañas la gente se acercaba para arrodillarse delante de David ¿Sería el respeto reverente o el temor? Se preguntó Viggo.

Viggo siguió en su caballo a David hasta la única casa de dos pisos en toda la ciudad. Destacaba al final de la ciudad, casi tocando la pared trasera de la cueva.

Por las dimensiones y la amplitud de la cueva, deberían vivir mil personas, estimo Viggo.

Una vez que llegaron a la casa de dos pisos, se detuvieron. El edificio tenía la misma arquitectura que el resto de las casas. Murallas de adobe con vigas de madera y pintadas de blanco con un techo plano donde perfectamente podrían montar una terraza.

Viggo, Ana y Sakura se bajaron de sus caballos mientras eran observados por veinte guerreros del desierto que todavía los vigilaban. Sin embargo, dichos hombres soltaron un "ooooh" de asombro al ver como las monturas rúnicas se desvanecían y volaban a la mano de Viggo en forma de medallas. Viggo les dio una mirada y todos ellos, a pesar de ser adultos, se avergonzaron y miraron en otra dirección.

Al mismo tiempo, David miró a sus guerreros, sonrió y les dijo —se pueden retirar, recuerden su turno de guardia y no se queden dormidos—

—Sí— respondieron los guerreros, un poco preocupados por su líder. Sin embargo, si era como pensaban, Viggo era un dios y no había mucho que hacerle. Se contaban terribles historias de una diosa que devasto países completos en medio de su capricho. Ellos esperaban no terminar como dichos países.

Viggo miró a David, una cabeza más bajo que él.

David iba vestido con un turbante y una túnica negra con una espada colgando de la cintura. Se veía joven, a un paso de los treinta. Llevaba el rostro afeitado, las cejas gruesas, negras y las mejillas tatuadas en un lenguaje extraño.

—¿Vamos?— preguntó Viggo

—Señor— dijo David

—¿Sí?—

—Yo, verá, no quiero ser grosero, pero…—

Viggo sonrió y le dijo —tus preocupaciones son normales, pero un hombre que ha enfrentado el peligro y ha luchado en la guerra, puede sentir el peligro ¿No?— guardo silencio y después continuo —yo no tengo ninguna mala intención contigo o con tu familia, David—

David miró al enorme dios pelirrojo vestido con una capucha negra. Llevaba la capucha baja y mostraba su cabello rojo. Con su enorme estatura parecía una montaña oscura con la cima cubierta de sangre.

Viggo curvo la comisura derecha de los labios hacia arriba y añadió —esta visita es personal, mi hermano, él, no volverá y quiero proteger lo que dejo—

David lo miró a los ojos, pero todavía desconfiaba. Hablaban de su hermana menor y su hijo, la única familia de David.

Viggo soltó un suspiro y levantó su enorme mano y la poso sobre el hombro de David. Entonces David pudo ver las imágenes de su hermana en ropa de aventurera junto a un hombre alto, con barba y de aspecto serio. Ellos se tomaron de la mano, asintieron y se dieron un beso. Entonces su hermana se dio la vuelta y viajo.

Viggo apartó la mano y le preguntó —¿ahora entiendes?—

David quedó frio y miró a Viggo a los ojos. Como él pensó, Viggo era un dios —¿Por qué vienes ahora?— preguntó —han pasado años desde que mi hermana espera al padre de su hijo. Incluso ha sido injuriada por ser una madre soltera. Si ella no fuera mi hermana menor, la habrían arrojado fuera de la ciudad—

—Lo siento, ante eso, no tengo una buena excusa. Solo puedo decir que ahora, la suerte sonrió y los pude encontrar— respondió Viggo con sinceridad. Bueno, para empezar, nadie en su familia e incluso su padre, el maestro de Odiseo, sabía que este último tenía una mujer e iba a ser padre. No, bueno, Odiseo siempre fue reservado y le molestaban las mujeres que creían que, por estar asociadas a él, podían hacer lo que quisieran en Orario. Así que no era extraño que la mujer de Odiseo mantuviera un perfil bajo para agradarlo.

La puerta principal de la casa se abrió y una mujer con un niño en brazos salió de la casa. Ella llevaba una túnica oscura con una tela cubriendo su cabeza. Solo su rostro era visible, pero a simple vista era bastante bonita. Morena, de aspecto esbelto y ojos verdes. Al mismo tiempo, el niño en sus brazos debe haber tenido de dos a tres años, casi igual que Bell y Uriel. Tenía el cabello oscuro como la noche, cubierto de rizos y la piel clara. Sus ojos eran oscuros como dos aceitunas, con un brillo inocente.

—Hermano— dijo la mujer con voz suave, agradable al oído —¿Cómo fue todo? ¿Y estás personas?—

—Son— dijo David con dificultad —amigos— por un momento miró a su hermana queriendo decirle la verdad, pero se calló y miró en otra dirección.

Eso le pareció extraño a su hermana, su hermano era un hombre serio y firme, sin esas cualidades nunca podría ser líder de la ciudad subterránea. Entonces examino más al hombre pelirrojo. El cabello y facciones le parecieron familiares, pero no recordaba donde había visto a un hombre con esas cualidades. Era bastante alto y de aspecto fornido.

—Buenas tardes, soy Sara— dijo la mujer

—Buenas tardes, Sara— dijo Viggo, dando un paso adelante mientras le daba una palmadita en el hombro a David y se acercaba a Sara —soy Viggo Dragonroad—

Sara sonrió al escuchar ese apellido, no por el apellido en sí, sino porque había recordado a quien estaba asociado. Entonces le hizo sentido pensar en Viggo como alguien familiar, las facciones y el cabello rojo —eres el hijo de la diosa Hephaestus ¿Verdad?— preguntó con una sonrisa

—Sí, yo…—

—"El gran Viggo"— añadió Sara con una sonrisa divertida —Odiseo me hablo de ti, él…— entonces ella cayó en consideración de todas las coincidencias y la sonrisa en sus labios se fue desvaneciendo hasta poner una mirada neutral —tú— dijo en voz baja —¿traes noticias?—

—Creo que lo mejor sería conversar en el interior de la casa— respondió Viggo y miró al niño en los brazos de Sara. Inconscientemente él le empezó a buscar similitudes con Odiseo. Estaba la piel más clara que la gente del desierto y el cabello negro y rizado. No, puede que el cabello fuera algo de esta gente, pero las facciones. Viggo negó con la cabeza y dejo de buscar coincidencias. Incluso si no se parecían, había un vínculo entre Sara y Odiseo.

David y Sara invitaron a Viggo, Ana y Sakura al interior de la casa. El niño en los brazos de Sara quedó mirando a Viggo, fascinado por su cabello de un rojo vibrante. Era un niño bastante tranquilo, ya sea estando en los brazos de su madre o sentado en el suelo, jugando con un caballito de madera tallado por un aficionado. Tenía unas terminaciones bastante rusticas, pero se notaba que había sido hecho con cariño.

—¿Cómo se llama tú hijo, Sara?— preguntó Viggo sentado a la mesa junto con Sakura, Ana y David.

Sara estaba en la cocina, pero estaba lo suficientemente cerca como para escucharlo y responder —Diarmuid— dijo

—Diarmuid— murmuro Viggo, un nombre bastante raro para un niño cuyo tío se llama David y madre se llama Sara. Viggo intuyo al momento que era un reencarnado, uno con la suficiente fuerza para mantener su nombre, pero sin la suficiente fuerza como para recordar quien era. A simple vista, el niño parecía normal, tranquilo y lleno de imaginación.

Ahora Viggo estaba a otro nivel y ya no se preguntaba cosas superficiales como la forma de vida que tuvieron las almas antes de morir, sino, lo qué les paso antes de reencarnar. Dentro de sus hijos había varios reencarnados, todos los que llevaban su sangre eran pelirrojos excepto Dante, quien tenía el cabello blanco. Ahora, se preguntaba por el estado del alma de este niño llamado Diarmuid como para que conserve su nombre, pero no sus memorias.

El almuerzo fue un evento silencioso mezcla de cordialidad e incomodidad.

Al finalizar la comida, Sara invitó a Viggo al techo de la casa, donde había un par de cojines para descansar. Desde esa altura, miraron como se extendía la ciudad subterranea. Todas las casas exceptuando la de David, eran de un piso, así que era fácil observar su distribución. Una calle principal y un sinfín de callejuelas.

Viggo miró a Sara, ella iba vestida con la túnica oscura que le cubría desde la cabeza a los pies —por tu expresión— dijo —parece que lo adivinaste—

Sara miraba la ciudad, no quería mirar a Viggo, pero al escuchar sus palabras, asintió —sí— susurro. Se quedó callada durante un largo rato, una lágrima cayó por su rostro y sonrió, pero apretó los labios para no llorar —él dijo, que lo más sensato era dejar la familia antes de la expedición— más lagrimas cayeron por sus ojos y continuo —que iba a ser peligroso. Que sería la última vez y nos vendríamos a vivir juntos. Yo me quería quedar, pero él insistió— miró a Viggo con unos ojos llenos de lágrimas —¿Sabes? yo siempre le ganaba las discusiones. Él siempre me acuso de ser irracional y que mis argumentos no eran válidos. Sin embargo, esa vez quise dejarlo ganar. Si hubiera sabido que esto iba a pasar, nunca lo hubiera dejado ir solo—

Sara se quebró y se cubrió la boca mientras lloraba con amargura.

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