Viggo estaba frente a un ejército. Destacaba por su gran estatura, por su cabello rojo y, sobre todo, por la armadura de color turquesa con bordes dorados. Incluso la montura rúnica palidecía con la belleza de la armadura real enana.
Viggo avanzaba por el desierto en su montura mientras el ejercito a cincuenta metros de distancia lo quedaban mirando conmocionado. Incluso si había reyes, incluso si había grandes guerreros en el desierto, ninguno podía igualarse a la visión de Viggo en su armadura y sobre la montura rúnica.
El ejército estaba compuesto por un centenar de guerreros, muchos de ellos iban cubiertos por túnicas negras para evitar el inclemente sol del desierto. La mayoría iba a caballo, unos con lanzas y escudos. Otros con espadas y escudos.
Un hombre de gran estatura iba a la cabeza del ejército. Alto, fornido, de piel morena y cabello con dreadlokcs. Llevaba una pechera de cuero reforzado y una túnica negra por debajo.
Viggo siguió avanzando, pero nadie lo vino a buscar, a retar o le dispararon flechas.
Viggo se detuvo a diez metros del líder del ejército. Detrás de este último estaba el ejército que se contaban por centenares.
El líder militar tenía un rostro lampiño y la piel bronceada.
—Hola— dijo Viggo
—Hola, extranjero— dijo el líder del ejército en un tono neutral. Observaba a Viggo por todos lados pensando que era una especie de dios. No era mortal, eso era claro. Emitía un aura que ya quisieran tener los reyes del desierto. Nunca se había encontrado con un dios, pero sus sentidos le decían que se mantuviera en calma. Entonces, al captar más de cerca la mirada de Viggo, noto el iris dorado. Eso le provoco temor y su corazón empezó a la latir con más fuerza. Sin embargo, como un hombre con decenas de batallas en su cuerpo, mantuvo la calma y se alegró de no haber dado la orden de que dispararan flechas.
Viggo sonrió al sentir el temor reverente en los ojos del guerrero. Cuando has luchado una gran cantidad de batallas, sabes cuando escuchar a tu instinto y retroceder. Solo un loco o un desesperado se atrevería a desafiar a la muerte.
—Vengo de la ciudad subterránea— dijo Viggo
El líder militar frunció el ceño, pero mantuvo la calma y se quedó callado.
—Quisiera que dejaras de pensar en esa ciudad subterránea— añadió Viggo
—¿Qué ofreces?— preguntó el líder militar, su caballo se puso inquieto, pero sujeto con firmeza las riendas y continuo —no puedo hacer la vista gorda. Detrás de este ejercito hay familias que alimentar, sin considerar a mi propio ejército—
—¿Cuántos años llevas luchando, guerrero?— preguntó Viggo
—Aprendí blandir la espada antes de hablar— respondió
—¿Y qué has ganado hasta ahora?—
—Eso…—
—Lo más probable que nada— dijo Viggo, se bajó de su montura rúnica y los caballos del líder militar y sus hombres se pusieron nerviosos. Algunos relincharon y se quisieron apartar, pero los guerreros del desierto supieron mantener el control sobre sus monturas.
Viggo toco la montura rúnica y se desvaneció dejando una medalla que viajo a su mano. Viggo miró al guerrero del desierto y como lo planeo, emitió por todo su cuerpo luz solar. Su mera presencia fue más incandescente que el mismo sol.
Los caballos relincharon, algunos botaron a sus jinetes, pero otros pudieron mantener el control sobre sus monturas. El líder militar fue uno de ellos junto a sus más cercanos mientras que muchos otros fueron botados por sus monturas.
El líder militar miraba a Viggo con la mano por delante de su rostro. Una parte de él quería huir lo más rápido posible, pero la otra quería ver que iba a pasar. Un dios había aparecido en el olvidado desierto, frente a su gente.
Viggo disminuyo la cantidad de luz solar al punto que fue una especie de cubierta dorada sobre su armadura. Su rostro y cabello rojo eran visibles.
—Yo, Viggo Dragonroad, rey de los dioses, necesito un ejército ¿Me servirás?— preguntó Viggo
Esas palabras calaron profundo en la mente del líder militar. La sola presencia de Viggo envuelto en la armadura de luz solar era atemorizante, sagrada, perfecta. Como un dios todo poderoso de la guerra y la destrucción. Sin embargo, no llevaba tanto tiempo liderando a su tribu por nada.
—Dios— dijo el líder militar, se bajó de su caballo, el cual estaba muy asustado. La montura que por lo general era fiel, salió corriendo a todo galope. El líder militar no le prestó atención y trato de dar un paso adelante, pero el calor que emitía Viggo en su armadura de luz solar era insoportable. Entonces se dio cuenta que bajo los pies de Viggo la arena se estaba tornando roja, como si un poderoso fuego la estuviera fundiendo. El líder militar mantuvo su posición, con la mano sobre sus ojos para protegerse de la poderosa luz y continuo —dios, mi pueblo, no puedo dejarlos morir de hambre y seguirte. Si hubiera misericordia en tu corazón, si hay un espacio para la bondad. Es todo lo que pido—
Viggo sonrió y disminuyo la luz solar hasta que se transformó en rayos dorados rodeando la armadura color turquesa. El calor y luz disminuyeron, pero la arena bajo los pies de Viggo seguía siendo roja y emitiendo mucho calor.
—Por supuesto que proveeré a tu pueblo de comida, vivienda y todas las cosas necesarias, pero tendrás que trabajar. Vivirás conmigo en mi ciudad y serás mi ejercito— dijo Viggo
El líder militar quedó mirando a Viggo y sonrió.
Viggo avanzó por el ardiente desierto dejando el calor detrás. Su armadura color turquesa con bordes dorados estaba intacta, ni siquiera había absorbido el calor o se había dañado. Impecable, perfecta, hermosa, la armadura para un emperador.
Viggo se detuvo frente al líder militar y le tendió la mano envuelta en el guantelete turquesa con un fino acabado —¿Cómo te llamas, guerrero?— preguntó
—Abdul, señor— dijo Abdul inclinando su cabeza en señal de respeto y después estrechándole la mano
—Mucho gusto Abdul ¿Qué necesitas en este momento?— preguntó Viggo
Abdul se quedó mirando a Viggo y sonrió —comida, señor—
—Bien, pero tienes que decirme cuánto. Tienes que hacer un largo viaje a Orario. Llevar a tu gente—
Un guerrero en su caballo se bajó de la montura y camino hasta Abdul. Era una cabeza más baja que Abdul y tenía un físico esbelto —cien sacos de trigo, arroz o lo que sea su equivalente. Hay muchas bocas que alimentar— dijo una voz femenina que trataba de sonar varonil.
Viggo miró al nuevo guerrero, iba con un turbante y un velo para cubrirse el rostro. Además de llevar una cimitarra a cada lado de su cintura.
Abdul miró hacia atrás y le hizo el gesto al guerrero para que se quitara el velo. El guerrero así lo hizo y quedó un rostro femenino con algunas cicatrices hechas por espadas. Sin embargo, todavía seguía siendo un rostro bastante bonito.
El guerrero se detuvo un paso por detrás de Abdul y miró a Viggo a los ojos con desconfianza —los dioses son caprichosos, sino puedes cumplir esta pequeña petición, mi gente no te seguirá—
—¿Tú gente?—
—Sí, mi gente—
Abdul soltó un suspiro y miró a Viggo —lo siento, dios Viggo, esta es mi esposa, Rut. Tiene un temperamento fuerte, pero es una buena persona—
Viggo soltó una risita y comento —hacen una perfecta combinación—
Rut se ruborizo y miró hacia otro lado mientras que Abdul se mantuvo neutral.
—Puedo darte cien sacos de arroz y cien de trigo ¿Te sirve?— preguntó Viggo como si no fuera nada
Abdul abrió los ojos amplios y parpadeo varias veces al escuchar la propuesta de Viggo mientras Rut miraba a Viggo con incredulidad.
—¿Dónde?— preguntó Rut, alzó la voz y continuo —no llevas nada contigo—
—Solo responde lo siguiente ¿Puedes llevarte todo lo que te ofrezco?— preguntó Viggo mientras colocaba los brazos en jarras.
Rut miró hacia atrás y luego la siguió Abdul. Los dos evaluaron a sus hombres y cuanto podrían cargar cada uno. Muchos iban a caballo, pero estaban bastante lejos de su campamento. Además, estaba el inclemente sol del desierto.
Abdul y Rut miraron a Viggo y negaron con la cabeza.
—¿Tienes carretas?— preguntó Viggo
—Sí, pero nos demoraríamos días en ir y volver— respondió Rut
—¿nos esperaras?— preguntó Abdul
—Por supuesto que te esperare— respondió Viggo —¿Sabes dónde está la ciudad subterránea?—
Por supuesto, Abdul y Rut asintieron. Ellos también sabían la distribución de la ciudad, donde guardaban la comida y como superar las defensas. Eran un pueblo nómada que se especializaba en el combate y cuando no estaban saqueando ciudades, trabajaban como mercenarios para los gobernantes del desierto.
—En ese caso, te esperare— dijo Viggo —honrare mi palabra y te daré los doscientos sacos una vez que vuelvas con las carretas. No me defrauden, Abdul, ni tampoco tú, Rut—
Abdul quedó mirando a Viggo y le preguntó —¿De verdad quiere que seamos su ejército? No somos tantos—
—Soy Viggo, Rey de los dioses— dijo Viggo —¿Crees que solo tu gente será mi ejercito? La guerra que voy a librar está más allá de la comida, los reinos y los imperios. Todo el mundo será mi ejército, Abdul. Esta es tú oportunidad, puedes ser parte de mi ejercito o retirarte con los sacos de comida. Tú eliges. Sin embargo, en algo que no transare, es en atacar la ciudad subterránea—
—¡En ese caso!— dijo Rut —¿está bien tomar el trigo y el arroz sin hacer nada?—
—Es la paga inicial y un consuelo para que no ataquen la ciudad subterránea. Si rompes tu palabra, bueno, ya te puedes imaginar lo que pasara—
Rut trago saliva al recordar como este gigante pelirrojo se rodeó de esa energía espeluznante. La arena al rojo vivo estaba a cinco metros por detrás de Viggo, pero todavía emitía ese calor aterrador.
—Seremos tu ejercito— dijo Abdul —hemos luchado por los reyes del desierto, pero nunca por un dios—
Viggo le tendió la mano y Abdul se la estrecho. Viggo sonreía pensando en lo que esta gente pensaba, como si le estuvieran haciendo un favor. Ellos no sabían que Viggo era el que los estaba protegiendo y preparando para lo que se viene a futuro.
Rut y Abdul tomaron su ejército y se retiraron mientras Viggo se quedaba a la mitad del desierto y los vigilaba.
Al mismo tiempo, Sakura y Ana venían a buscarlo en sus monturas rúnicas. Sakura llevaba a Sara en su caballo rúnico.
Viggo se dio la vuelta y miró a Sakura y Ana en las monturas rúnicas. Ellas se detuvieron a cinco metros, evitando el terrible calor de la arena que todavía seguía al rojo vivo, pero que poco a poco se estaba apagando y volviéndose negra.
Sakura se detuvo y Sara saltó de la montura. Iba vestida con ropas oscuras y pantalones como si fuera un hombre. Igual que Rut, llevaba un velo que le cubría la parte inferior del rostro. Ella se destapo el rostro y quedo una piel morena con facciones femeninas.
—¿Eso bastara?— preguntó Viggo con los brazos en jarras.
Sara miró a Viggo y le preguntó —¿Qué te dijeron?—
—Se irán, pero volverán para reclamar lo que les ofrecí—
—Hubiera sido mejor darnos a nosotros ese trigo y arroz—
—Ustedes tienen que comer, además de que la ciudad subterránea les provee de todo. Ahora, sí tu hermano y su gente accede a ir a Orario y ser mi ejército, podría pensarlo—
—No lo creo— respondió Sara con voz suave. Cualquiera que haya vivido en el desierto entendería la conveniencia de vivir en la ciudad subterránea. Era su lugar de resguardo, tanto del sol como de la arena y los monstruos. Nadie en su sano juicio iría a Orario solo por la simple promesa de un dios. A menos, que… entonces Sara miró al desierto y entendió porque Viggo les ofreció tal trato a los bandidos. Ellos eran el tipo de persona lo suficientemente desesperada para acceder a la promesa de un dios anónimo como Viggo. Aunque, Sara todavía no sabía cómo responder al futuro Rey de los dioses.