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El mal que cultivó el padre

Dos días atrás, a más de cinco mil kilómetros de San Francisco, directamente hasta su antípoda nacional, en Houlton Maine, el padre de Mutrick recibía sin júbilo en su pocilga por casa la inoportuna llegada de su primogénito y hermano mayor de Mut, Jayden Murphy.

Su llegada, tan repentina como fue, se suscitó dentro de todo cabal inesperado que la palabra puede comprender, y es que, la condena a la que el tribunal de Maine le había condenado hace cinco años le exigía mantenerse entre las rejas durante más de tres décadas. No menos se merecía un traficante y asesino después de todo. Por lo que su presencia apenas toco la puerta de la familia Murphy escandalizó al único sobreviviente en guerra de aquella psicosis: su padre. Y lo hubiera hecho con todos por igual, no tuvo ni que pensar su padre, ya que, ahí y entonces, observando cómo el adolescente que de forma tan precaria había criado por 16 años, que ahora era ya todo un hombre en el sentido hormonal de la expresión, sus aturdidos pensamientos solo tuvieron lugar para los acontecimientos que cada noche rememoraba.

Jayden siempre se había destacado de entre todos los niños y adolescentes del pueblo por su adicta curiosidad y fascinación hacia el mundo de quienes portan la corbata. Mayor que Mutrick por poco más de un año, Jay apenas comprendía el deber que de sus manos pendía el cuidado y buena instrucción hacia su hermano por no decir que prácticamente lo ignoraba. Así es, para Jay su hermano y, sobre todo, su familia, pasaban a segundo plano a la hora de elegir entre que hacer: ir a comer con la familia o profesar la religión de las drogas con quienes bajo el puente North St. lo esperaban. De esta forma, harto de la vida pueril, Jay comenzó a aventurarse en terrenos desconocidos, inexplorados, fascinantes, más en ciertos casos, ilegales. No obstante, no fue hasta que su padre fue llamado al instituto Southside cuando realmente comenzaron las represalias - ¿y cómo no iban a llegar -, pues el meollo del asunto comprendía en que Jay había mandado directo al hospital a uno de sus compañeros. Nariz rota, cara magullada e inflamado alrededor de los ojos hacia un púrpura en su totalidad, Xavier - como se llamaba el chico - le había delatado con la directora de llevar y poseer drogas en la escuela, más tarde, a la hora del almuerzo, Jay se enteró de lo conllevado a cabo por su delator, y sin los cabales para contenerse, decidió actuar por cuenta propia tal y como lo demostró allí y entonces. "No es más que un jodido marica" fue lo último que dijo junto a su padre en la oficina de la directora, así inició lo que el escritor Daniel Handler acuñaría como "Una Serie de Eventos Desafortunados" para la familia Murphy. Sin embargo, su padre, que se había instruido en los modos más estrictos durante su infancia, le limitó volver a realizar hazaña semejante desde ese aquel día, cosa que, dentro de lo que es natural, jamás sería cumplido por entero, por lo que no fue gran sorpresa cuando, apenas días después de su pequeño percance, Jay volvió a realizar otra de sus andadas esta vez intentado robar la tienda de la señora Usher. El susto de la vieja fue tal, que tuvo que ser vista por un médico en busca de ningún daño cardiaco, y de no haber intervenido la suerte de que su esposo llamara a tiempo a la policía, su final se habría adelantado. Durante estas fechas, su padre y su madre ya demostraban síntomas asequibles de un tentativo y doloroso divorcio, ya sea por una u otra fechoría de Jay, a Mut no le hacía ninguna gracia ver a su padre golpear de forma desenfrenada a su madre. Jamás olvidaría lo que ocurrió la primera vez que trato de defender a Olivia: "Mereces ser castigado bebiendo lejía" claro que como tal, eso no pasaba, no, aquello significaba ser azotado y posteriormente privado de salir al exterior durante una semana. Finalmente, y como la gota que derramó el vaso se hizo venir, los Murphy cayeron en la desgracia absoluta cuando Jay hizo lo inconcebible: asesinó a la vieja Usher. Y así como el destino es fanático del vitriolo, la primera persona en percatarse de la barbarie, y por consiguiente de denunciarla, fue Xavier, quien apenas del hospital había regresado a su casa. Según sus propias palabras, reportó escuchar los gritos de una mujer desesperada y, finalmente, un disparo sordo que se propagó como el eco por toda la villa. Esa misma noche se encontró que el arma en cuestión había sido la mismo con la que días atrás había cometido su atentado fallido, el arma de su padre, solo que esta vez la ausencia de su esposo marcó el fin de la jugada. Lo demás es historia. Empero, postrado ante Logan en el marco de la descuidada casa Murphy, donde ya solo quedaba un habitante, Jay - a quien la naturaleza había hecho dejar atrás su aspecto juvenil - se figuraba la misma sonrisa traviesa y los mismos ojos pícaros que mostró el día en que llamó marica a Xavier.

- ¿Qué dices padre, me recibes en casa? - Espetó sin vergüenza.

La bofetada inminente se hizo venir sobre el impoluto rostro de Jay, sin embargo, años en prisión le hicieron desarrollar reflejos audaces, mucho mejores que los que su padre jamás tuvo. En el aire, a medio camino, le detuvo la mano a Logan.

- Buen intento viejo. - Se burló. - Pero tendrás que ser menos predecible la próxima vez.

- ¿Qué haces aquí? - Dijo Logan con gran indignación. - Esta ya no es tu casa.

- Lo sé, cinco años de soledad le corrompen corrompen el alma a cualquiera, pero, quiero ver a ese bastardo de mi hermano.

- Mutrick ya no vive aquí. - Sentenció con voz gutural.

- ¿Ah sí? - Esta vez, su rostro perdió fervorosidad para delegarle frialdad al de su padre. - Entonces no te importará que entre y me cerciore por mi propia cuenta.

Esto último lo dijo sin ámbito de inquisición, más bien con la naturaleza de quien va asaltar una casa y trata al residente con desdén.

Se limitó a empujarlo de un brusco manotazo y abrirse paso.

Logran, que la edad y las circunstancias lo habían hecho mutar en una forma mucho más sumisa y apacible, no pudo hacer nada frente a la desenfrenada furia de su hijo. Trato a los últimos bienes de su padre como los desperdicios de un pordiosero, arremetió contra los retratos mejor preservados de la familia y aventó junto con ellos todo cuanto por su paso se atravesó, así como lo había hecho con su padre. No sin gran desaire, volvió tras los escombros que quedaron de la habitación que compartieron Mut y él y confirmar su partida. La presión aumentó cuando tampoco encontró la menor señal de su madre.

- ¿A dónde se fueron Mutrick y Olivia? - Preguntó Jay sin vacilación.

- No te incumbe, ya no formas parte de esta familia. - Esta vez, a Logan se le había quebrado la voz, además sostenía desbordantes ríos de lágrimas las cuales ponía ímpetu en sostener.

- Pues yo creo que sí y bastante. - Remarcó al tiempo que acorralaba a su padre contra la pared.

Sin saber cómo fue a parar en esa situación, Logan se estremeció al contacto del cuchillo de trinchera que su hijo había traído de prisión y que ahora posaba sobre su garganta.

- No escapé de prisión para recibir una respuesta tan poco satisfactoria. - Murmuró muy al oído de Logan, mientras la hoja del arma le rozaba lentamente. - Dime por una puta vez dónde carajo esta mi madre y el cabrón de mi hermano.

- Yo… jamás - Fue entonces cuando su tartamudez acabó con la paciencia de Jay, comenzando un corte del que la sangre emanó de forma rauda. - ¡Esta bien! - Gritó sin mayor opción si es que apreciaba la vida. - ¡Te lo diré pero suéltame!

Al instante Jay lo hizo desplomar en un suelo sucio, con gotas adarmes que de su cuello fluían lentamente. Trató de reincorporarse, sin éxito, por una patada de Jay en su estómago. Quién mandaba allí ya lo había dejado bien en claro.

- Dime viejo inútil - volvió a acercar el cuchillo a su cuello - ¿dónde están ellos?

Sin la menor escapatoria, Logan acabó por revelar la verdad.

- Mutrick escapó a San Francisco - Al momento, cuando Jay observó que su padre comenzaba a cooperar, fue alejando despacio el arma como si de un incentivo se tratara, a lo cual Logan aprovecho para palparse el cuello palpitante y enrojecido, su mano, llena de sangre. - Lo hizo al año de tu partida, no se mucho más de él. Y tu madre… - se le cortó la respiración apenas formuló la idea, no obstante, Jay no tenía tiempo para titubeos, el arma comenzó su retorno hacia su garganta.

Finalmente lo dijo.

- Olivia falleció.

Lo preternatural del estupor producido instantáneamente en el rostro de Jayden fue cuanto menos sorpresiva frente a la frialdad con la que hasta ese momento había tratado la situación. Y es que para Jay el hecho de la muerte de su madre le golpeó como un látigo en el rostro, sin saber qué o cómo actuar, decidió recluir toda aquella desesperación en la idea de culpar a su hermano por la pérdida.

- ¿Cuándo y cómo fue? - Inquirió pálido aquel ser que momentos antes se había comportado como la bestia de Azrael.

Logan tuvo que ceder. - Al poco de la partida de Mutrick, es decir, al año de la tuya, Olivia ya no soportó el desastre al que la familia se había reducido. - A partir de reconocer sus errores, lágrimas brotaron sin medida de sus ojos. - Yo tampoco supe cómo consolarla… ¡Fui un terrible esposo! - El semblante de Jay volvió a su estado frívolo. - Tuvo un final apacible, murió en cama por la naturaleza de una depresión desmedida.

Habiendo terminado, Jay pensó en darle fin a su sufrimiento. Asesinar a su padre le parecía justo, después de todo había aceptado parte de la culpa por la pérdida de su madre, sin embargo, no deseaba más enrollos con la ley, por lo que aunque fuera una piedra en el zapato con la cual lidiar, decidió dejarlo vivir. No sin antes, claro, darle un pequeño escarmiento el cual lo haga replantearse seguirle el paso.

De un golpe brutal, sin condolencia y directamente sobre el rostro, lo dejó inconsciente.

Horas más tarde, ya de camino a San Francisco California - un viaje que le demoraría por lo menos dos días en finalizar - a bordo de la emblemática pero sobre todo arcaica pickup tt de a quien en antaño solía llamar padre y - en contadas ocasiones - tratar como tal y no como el perro amarrado y enjaulado a su suerte, que era en lo que lo había convertido tras encerrarlo en el sótano de su propia casa. Indiferente a su muerte, así lo prefería. Por lo menos de esa manera - le gustaba pensar - ganaría tiempo suficiente para hallar a su hermano y darle un peor destino, si es que tal posibilidad cabía.

- Pudrete viejo. - Fue lo que Jay consideró entonces como discurso fúnebre ante lo que sería la inminente muerte de su padre.

Cuando Logan despertó, ya había oscurecido, pero él no tenía forma de saberlo. El sótano de aquella pocilga oxidada de Houlton no era más que un agujero pútrido, mohoso, sin luz eléctrica y por lo tanto anegado en la oscuridad absoluta. La jaqueca que le atacó, incomparable en cualquier sentido con alguna que hubiera experimentado en el pasado, lo hizo estremecerse ante la idea de morir en aquella ominosa condición. Tal vez alimentándose de partes suyas en pos de comida, o aullando hasta reventar sus cuerdas bucales, o si le era posible, falleciendo de forma rauda en un ataque de psicosis apanicada para terminar suicidándose a sabiendas de que su hijo Mutrick probablemente estuviera sufriendo el mismo o - si cabe - peor destino. Durante largas e insondables horas que mutaron en eones se dedicó a la exhaustiva e inútil tarea de derribar la puerta, sin saber - debía de haberlo previsto y lo habría hecho en condiciones normales, más el estado de locura absoluta en el que poco a poco se sumergía le iba carcomiendo la razón - que Jay había atrancado la cerradura y amontonado frente a la salida un sin fin de muebles en caso de ser necesarios. Cuatro horas después de estrellarse contra la puerta, usándose a sí mismo como ariete de batalla a falta de objetos en la erebus de su tumba, Logan cayó rendido. Estuvo a punto de aceptar su destino con dantesco determinismo cuando recordó la antigüedad de la casa. En efecto, aquella choza con número de domicilio había sido una de las primeras construcciones en la fundación de la ciudad, habiendo pertenecido ya a dos familias antes de que su padre la adquiriera por el valor de tres alces, había sufrido un deterioro tal que la anterior familia a ellos se dió a la tarea de reconstruir el sótano, levantando una precoz e inestable estructura que dividiera la parte antigua de la nueva. Desgraciadamente el proyecto nunca fue terminado y su padre se conformó con comprar la casa a expensas de la reconstrucción hecha y jamás acabada en contraposición con la abigarrada situación en la que su Olivia junto con él se habían enrollado: el nacimiento de Jayden. Así, el sótano era raramente visitado y la pared inestable a la que apenas se le aplicó una o dos capas de yeso fue fútil en todo sentido.

Con el corazón en la garganta amoretonada, Logan dispuso un pie de apoyo frente al muro que lo separaba de lo que tal vez condujese a alguna salida alterna y sin adarme del menor sentido común, se usó como ariete para derribar aquella precaria construcción. El resultado: estructura derruida tras una inmensa nube de cal, yeso y escombros de todo tipo de la cual emergió un hombre destrozado, hambriento de esperanzas y premiado con ella, pues en efecto, existía una salida alterna a aquel calabozo sin supuesta salida. No obstante, no logró ni mucho menos recuperarse rápidamente de aquella desmesurada hazaña, por lo que tirado en el suelo, a tan solo metros de la salida, se dispuso a soñar. No soñó en lo más mínimo aquella noche de locura, más bien se sumergió perpetuamente en lo que tuvo que haber sido una siesta reparadora, pues, a la mañana siguiente, apenas despertó y salió de la tortura apocalíptica más deleznable de su vida, se dispuso a tomar su cartera, beber un vaso con agua, observar una vez más el rostro de Olivia el cual, enmarcado al lado de lo que quedaba de la sala de visitas, le inspiró un desconocido aire de conmiseración y salir sin mayor demora hacia la Costa Oeste de los Estados Unidos, a salvar a un hijo del cual jamás se preocupó realmente pero que ahora precisaba de ayuda, a rescatarlo de la bestia que lo había dejado pudrirse en las tinieblas, a no dejar que el nombre de la familia Murphy se corrompiera más de lo que ya estaba, a hacer lo que la mujer de la cual se enamoró de joven hubiera querido que hiciera, a encarnar la servidumbre de la utópica justicia.

Un viaje atemporal que por cada estado lo llevó de camión en camión a lo largo y ancho del Nuevo Mundo.

Salvo que una parada tuvo que hacer en Yosemite.

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