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Huida

Tratando de divisar el pasto quemado el hombre se dio la vuelta para observar con horror como la silueta de la persona persiguiendolo se había hecho mucho más notoria, si bien aún no lograba distinguir quién era el que lo perseguía, si se notaba que era una persona, aunque la misma se acercaba muy lentamente.

Abel no perdió más el tiempo buscando el pasto quemado y con apuro concentró sus pasos en el prácticamente sendero que había estado siguiendo, tras lo cual la mansión de los Fisher terminó apareciendo ante sus ojos.

No deteniéndose a apreciar la belleza de la mansión, el hombre continuó corriendo hasta llegar al matorral de arbustos que rodeaba este frente de la mansión. Al llegar, Abel se dio la vuelta y vio con horror como la silueta de la persona que lo perseguía se estaba haciendo cada vez más distinguible entre la niebla.

No obstante este persecutor no corría y mantenía el mismo ritmo de avance aparentemente lento y sin apuro alguno, pero esa mentira no engañaba a Abel, puesto que el hombre sabía que esta persona estaba corriendo más rápido que el, o sino no se explicaría por qué cada vez que volteaba a verlo estaba mas y mas cerca.

Apostando a que su plan funcionara de forma pacífica o de forma violenta, Abel se metió entre los arbustos y llegó hasta la trampilla en donde su escapatorio se encontraba. Y fue justo entonces que los problemas comenzaron a aparecer nuevamente, por que la adrenalina el momento estaba enturbiando lo suficiente la mente del viudo como para olvidarse de un pequeño y miserable detalle: Había un candado y unas cadenas en la trampilla condenando a la muerte!

—Mierda, ¡cómo me voy a olvidar de que estaba cerrada esta trampilla!—Abel gritó con desesperación, se dio la vuelta y si bien el hombre no pudo ver la silueta de la persona persiguiendolo atrás de él entre el matorral de arbustos, los débiles y lentos pasos sobre el pasto eran fuegos artificiales en la cabeza del viudo, indicando que esta persona estaba a unos pocos metros y que no había forma de buscar otra salida en estos momentos.

Abel trató de divisar alguna ventana cercana a la trampilla, pero lamentablemente estando su persecutor tan cercano y habiendo tantos arbustos en los alrededores le sería imposible al viudo llegar a la ventana sin ser atrapado. Por lo que comprendiendo la complicada situación en donde se encontraba Abel se acercó a la trampilla y le embocó una patada lo suficientemente fuerte como para hacer su cuerpo vibrar por dentro.

*Puff*...Unos cuantos tablones de madera se partieron, provocando que una sonrisa demencial se formara en el rostro del viudo.

*Puff*,*Puff*,*Puff*...Continuo pateando Abel con desesperación haciendo que la trampilla fuera desintegrándose, el viudo no quiso darse vuelta atrás para ver si su persecutor estaba cercano a él, pero él una horripilante alarma comenzó a sonar puesto que el ruido de las ramas chocando entre sí atras de el solo podían indicar que alguien estaba apunto de cruzar los arbustos.

Comprendiendo que ya no había tiempo extra, el viudo vio con desesperación la chica abertura que había logrado formar en la trampilla, en condiciones normales Abel juraria que nunca podría entrar por tan chico lugar, pero con una cuerda en el cuello, el viudo se había ganado la destreza de un hombre que trabajó toda su vida en el circo y con tal confianza, Abel metió una de sus piernas dentro del aujero, diciendose a sí mismo entraría por ese ajugero o bien moriría en el intento…

Tras meter la primera pierna por completo, Abel se contorsiono y logró meter la su segunda pierna, para lo cual tuvo que empujar con su peso para tratar de meter su cintura, si bien su grueso abrigo de motociclista no ayudaba a que la tarea se realizará, el mismo a su vez evitaba que abel maldijera a sus adentros al tragarse de lleno el dolor de sentir como estos tablones desgarraban su cuerpo.

Lamentablemente, Abel no era un contorsionista y si bien la situación le pedía ser uno, el viudo terminó forzando uno de sus brazos más de la cuenta durante el proceso de meter su cuerpo por este aujero, ganándose como recompensa un fuerte crujido que recorrió todo su brazo y solo podía indicar que se lo había partido. Abel sintió el dolor, pero por demasiado poco tiempo, porque el júbilo de poder haber metido todo su cuerpo por esta trampilla lo inundaba en éxtasis.

Sin embargo la sonrisa en el rostro del viudo duró menos de lo que canta un gallo, puesto que antes de que terminara de descender lo suficiente como para meter su cabeza por la trampilla el viudo vio como un hombre salía entre el matorral de arbustos. Al encontrarse con Abel, una gigantesca y distorsionada sonrisa apareció en el rostro del persecutor, como si disfrutara con ver como su futura víctima huía como una rata por este aujero.