Desesperado, Lu Bai levantó la mano y la cogió del cuello.
Yan Se separó sus labios de los de él, jadeando por aire y tosió violentamente. Los labios de Lu Bai estaban rojos y parecían muy calientes.
—¿Estás loco? —Ella se tocó el su cuello—. ¡Intentaste matarme!
No solo los labios de Lu Bai estaban calientes, sino que sus ojos también ardían como fuego. Deseaba poder quemar viva a esta mujer. Jadeó mientras desenvolvía la piruleta y se la metía en la boca, esperando que el dulce ayudara. Lu Bai no podía soportar el más mínimo picante. Pero rápidamente escupió el caramelo y lo arrojó a la basura.
—¡No solo tus labios, cara y orejas, sino incluso tu cuello está rojo! —rio Yan Se. Le gustaba verlo sufrir. Seguía sentada firmemente en el regazo de Lu Bai. Parecía que no tenía intención de levantarse.
—¡Vete! —Lu Bai parecía severo, frustrado ante la idea de sus inútiles intentos de ahuyentar a Yan Se cada vez que la veía.
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