La tensión en la habitación era palpable. Clei, atrapado entre su herencia , se encontraba en una encrucijada. Las miradas de Asmodeus y Abraxus se clavaban en él, mientras Deymon, en un acceso de ira, intentaba acercarse al príncipe. Theiman y Seyan, con esfuerzo, mantenían a raya al hermano enfurecido.
Clei recordó los sueños que lo atormentaban: visiones de un mundo en llamas, de batallas y de decisiones que afectarían a ambos reinos. ¿Debía seguir el camino de Aclas, cargar con la responsabilidad de todo? ¿O debía encontrar su propio camino, reconciliando sus dos naturalezas?
La espada cayó, y con ella, la decisión. Clei sabía que no podía huir de su destino. El peso del mundo recaía sobre sus hombros, y su corazón latía con la fuerza de un millón de estrellas. En ese momento, el festival de las estrellas parecía más significativo que nunca, pues su elección afectaría no solo su vida, sino también la de todos los que lo rodeaban.
¿Qué haría Clei? ¿Cómo enfrentaría a Nat y las consecuencias de esa espada caída? Solo el tiempo y su valentía lo dirían.