Me relajé un poco, pero no del todo.
—¿Quién eres tú? —le pregunté.
Era alto, de complexión musculosa. Tenía la misma mandíbula fuerte y cincelada y cabello oscuro, aunque no era negro como el de Ethan.
Se veían muy parecidos. Había claras diferencias entre ellos, pero eran leves: la inclinación de su nariz, el espacio entre sus ojos y sus ojos. Me recordaron a los de Ethan, pero eran grises.
Sin embargo, la mayor diferencia era la sonrisa de este hombre.
Llegó tan fácilmente, tan naturalmente, como el sol que sale por la mañana y se pone por la tarde. Simplemente sucedió sin esfuerzo.
En todo el tiempo que estuve con Ethan, ¿con qué frecuencia lo vi sonreír? Casi nunca, y cuando lo hacía, siempre parecía forzado.
La expresión del hombre hizo que fuera imposible confundirlo con Ethan.
¿Quién era esta persona? ¿Y podría confiar en él?
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