Joanna escuchó nuestros pasos y lentamente levantó la cabeza.
—Admiré su rostro ensangrentado y polvoriento. Parecía que había estado encerrada aquí justo después de que la lanzara al suelo y la golpeara ese día.
No había tratamiento ni medicación; su pelo estaba pegado a su frente con sangre, sus ojos estaban profundamente hundidos y la herida en su pecho parecía estar coagulada, pero no bien cicatrizada.
Observé fríamente que las esposas que la encerraban debieron haber sido mezcladas con veneno de lobo para inhibir su tasa de recuperación.
Los ojos de Joanna centellearon con sorpresa, luego con un odio marcado.
—¿Cómo te atreves a venir aquí, perra... —Las palabras de Joanna terminaron abruptamente cuando Miguel apareció detrás de mí.
Podía ver que ella había cambiado su rostro a una expresión encantadora y lamentable. Me reí por lo bajo. En este momento, ella pensaba que su truco todavía era efectivo, pero era bueno. Dejé que Miguel mismo rompiera su última ilusión.
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