Aquella mañana los mirlos blancos cantaban en todo su esplendor, aparentemente era temporada de apareamiento porque los infelices me arrebataron mis escasos minutos extra de sueño.
Arthur, como si tuviese un jodido reloj pegado a la cabeza, apareció en mi habitación nada más me levanté para cerrar la ventana en la pequeña habitación que me habían asignado. No es como si la suya fuese diferente.
– Vamos, Carbón. Tenemos un horario que cumplir si queremos llegar a tiempo a enseñarte todo lo que necesitas.
– No sé para que tendría que asistir a la academia, si tú ya me enseñarás todo lo que necesito.
– Carbón. – advirtió. – Apenas comenzamos el día. Anda, te dejaré cambiarte mientras ordeno un buen desayuno. Seguro eso te pone de mejor humor. – dejó una muda nueva de ropa doblada sobre la que había sido mi cama, antes de dar media vuelta y girar la perilla.
Resoplé por lo bajo una vez se fue. – Sí, claro. Mejor humor, este es mi humor de siempre.
Me cambié rápidamente, no me agradaba la sensación de estar desnudo. Me sentía muy vulnerable.
En cuanto bajé al local, Arthur llamó mi atención con el brazo en alto y me indicó que me acercara. Una vez me senté, miré mi plato que tenía huevos revueltos, jamón cocido y varias rodajas de tomate. En el medio de la mesa se hallaba un plato repleto de tostadas y junto a mi plato un enorme vaso cargado de leche azucarada. No dudé en acabármela de golpe y, una vez Arthur me regaño por andar revolviendo mi comida, terminé por zamparme lo que había en el plato.
«Misión diaria: Consume nutrientes esenciales. Completada»
«Recompensa: 2XP»
«EXP:59/100»
Miré detalladamente mis datos, hacía rato que no aparecía nada con respecto a las misiones. Supongo que por estar haciendo el vago montado a caballo por horas y por no comer más que pan y frutas, además de que los enormes árboles no permitían el paso de la luz solar durante nuestra travesía, ninguna de las misiones diarias había sido completada.
– Bueno, vamos. – el caballero me sacó de mis pensamientos.
Me instó a seguirlo y, acomodando un poco los platos todo lo que pude, ya que la única camarera parecía estar bastante ocupada en otras mesas, me apresuré a seguirle.
Nos dirigimos hacia fuera de la posada, más concretamente adentrándonos al bosque e ignorando por completo el resto de pequeñas viviendas desperdigadas por aquí y por allá. Casi ni parecía un pueblo, era demasiado pequeño y disperso.
Cuando llegamos a lo que parecía un claro bastante iluminado en el bosque, Arthur me encaró y, alejándose varios metros, habló.
– Como veo que eres novato, comenzaremos por algo suave. – ignoré sus palabras, no me hacía sentir precisamente útil. – Intenta darme un golpe.
– ¿En serio? ¿Crees que soy así de idiota? – me removí incómodo. Ni loco iba a acercármele, se notaba que, apenas diera un paso, terminaría comiéndome el piso de la paliza que me daría.
– Bueno, es eso o que yo vaya a por ti, y tú sabes como de mal terminará. – se puso en posición de combate mientras la misma extraña energía, que rodeó el cuerpo de Maddox anteriormente, ahora envolvía a Arthur. La única diferencia era que, en Maddox, el aura blanca se agitaba furiosa en todas direcciones. Sin embargo, en Arthur, se mantenía casi uniformemente en toda zona de su cuerpo, casi como si no se moviera, pero lo hacía levemente mientras él daba pasos tranquilos en mi dirección.
No comenté nada, pero instintivamente tragué grueso, notoriamente intimidado.
Arthur sonrió de lado, divertido ante mi miedo.
– Lo notas, ¿No es así? – asentí cortamente, distanciándome todo lo que pude del caballero, incluso cuando este no hacía sino adelantarse a mis pasos y cortarme camino cada vez más. – Sin duda eres especial, Carbón. Aunque, esto que ves, te lo enseñaré mañana si terminas bien con la lección de hoy.
¿Me enseñaría esa cosa? ¿A controlarla como él?
– ¿Lo dices en serio? – murmuré aun sin tragármelo del todo. – ¿Qué ganas con ello? ¿Qué...?
– Tú ganas confianza y una vida más tranquila. Además del poder defenderte y, en algún punto, darle una paliza a quien se meta contigo. – me cortó. – Y yo, pues obtendré la satisfacción de ver a otro alumno mío llegar lejos y convertirse en un verdadero caballero. – sonrió, otra vez cortándome camino mientras intentaba alejarme en otra dirección sin salir del claro.
– Eso no...
– Suficiente. Menos charla y más acción. – interrumpió. – ¡Vamos! – avanzó y lanzó el primer puñetazo que, claramente, no pude evitar.
Me encogí adolorido sujetando mi vientre, sin embargo, no tuve tiempo de reaccionar cuando el segundo golpe impactó en mi pómulo izquierdo a una velocidad anormal, dejándome desorientado. Trastabillé en reversa, intentando vanamente alejarme de mi agresor.
Sin embargo, Arthur no dudó en seguir y propiciarme una auténtica paliza antes de que lograse siquiera protegerme de uno solo de las decenas de golpes que consiguió encajarme. Era demasiado veloz para considerarse humano siquiera. Protegí mi cara apenas noté como su cuerpo se encogía ligeramente antes de cada golpe, era la zona más propensa a golpear.
Aun así, el caballero pareció preverlo porque no dudó en cambiar de dirección y atacar mi costilla izquierda con brutalidad. Sentí con total claridad como una de mis costillas se fracturaba y solté un alarido de dolor que fui incapaz de retener. A pesar de ello, aproveché la distracción inicial de Arthur por querer velar por mi salud.
– ¿Carbón, estás...? – arremetí contra su cara sin pensármelo dos veces, volteándole el rostro a mi tutor con una facilidad que me heló la sangre. Sin embargo, aquello no le agradó para nada porque tomó mi brazo con demasiada fuerza en una reacción inesperada.
«Se ha detectado el uso de una habilidad sobre el sistema. ¿Desea bloquear los efectos?»
No le presté mucha atención puesto que la mirada que me dedicó Arthur era de terror, así que instintivamente le dije que sí con tal de quitármelo de encima.
«Percepción ha sido activada y ha bloqueado con éxito los efectos de la irrupción»
Arthur arrugó el entrecejo, pero finalmente me soltó.
– Creo que me ganaste. – me consternó el cambio radical en el semblante de Arthur, que pasó de una expresión de ultratumba a una sonrisa demasiado alegre. – Bueno, ahora pasemos al segundo ejercicio.
¿Ejercicio? ¿Aquello que me costó una costilla rota no había sido más que un simple primer ejercicio?
Jadeé agotado, con el sudor corriendo por mi rostro y entrando en mis ojos solo para irritarlos hasta volverlos rojos. Lo limpié torpemente con mi antebrazo, no podía creerme que apenas estábamos empezando.
– Pero antes, bebe esto. – me tendió otra de sus botellitas mágicas sacadas de la pequeña bolsita en su cinturón. Sinceramente, no sé como tantas pócimas pueden caber en aquel pequeño pedazo de tela mal amarrado. – Carbón. – volvió a advertir una vez vio mi reticencia a tomar aquella asquerosidad. – Es de acción rápida, ¿O prefieres seguir entrenando con una costilla rota?
Chisté frustrado porque, evidentemente, dolía más de lo que iba a admitir y realmente no tenía ganas de seguir mordiéndome la lengua para evitar quejarme por ello. Con una auténtica expresión de asco, me bebí aquel brebaje de un líquido rosáceo sin pensármelo mucho. Quería que aquel dolor pasase de una buena vez.
– Bien, ahora nos toca con las piernas.
– ¿Eh? – mi expresión de desconcierto pura debió de hacerle mucha gracia, porque no dejó de reírse incluso cuando casi lo mató con la mirada.
– No creerás que solo practicaremos un par de puñetazos, ¿No? – río. – Un caballero debe aprender a defenderse con todo lo que tiene, solo imagina si te lastiman los brazos, ¿Con qué se supone que te defenderías?
Chisté por lo bajo, antes de echarme sobre la raíz de un árbol con hastío. Esa maldita pócima causaba más mareos que la primera que me hizo beber Arthur, así que necesitaba un minuto o dos para recuperarme adecuadamente.
Él pareció comprenderlo porque, sin dirigirme la palabra, se sentó a descansar sobre una roca en frente de donde yo me hallaba respirando agotado.
Al cabo de un rato aburrido y tenso al sentir mi costilla volver dolorosamente a su posición normal, decidí curiosear mi sistema. Había escuchado muchos timbres mientras recibía una paliza, cortesía de un inagotable Arthur, pero, tal como me sucedió con Maddox cuando me atacó, nunca llegué a prestarle atención.
Ahora si podía.
«HP: 2/10»
«Bajo influencia de acción externa: Se recuperarán +1 HP cada 0.30 segundos»
«Misión diaria: Realiza actividad física durante 60 minutos. Completada»
«Recompensa: 5XP»
«Misión diaria: Permanece bajo los efectos del sol por más de dos horas. Completada»
«Recompensa: 5XP»
«EXP:69/100»
«Se han excedido los límites de la resistencia física, se otorgará +1 punto adicional a resistencia»
«Resistencia: 9 puntos»
Eso era nuevo, supongo que entrenar después de todo no era tan malo.
Aun así, también rememoré lo que ponía la notificación anterior. Decía algo curioso, Arthur aparentemente había intentado usar una habilidad sobre mí en cuanto recibió ese golpe en la cara.
Lo miré de reojo mientras él bebía un poco de agua de la cantimplora que llevaba amarrada a su cinturón multiusos. Nuevamente, no tenía idea de donde provenían tantas cosas.
– ¿De dónde sacas tantas cosas? – interrogué. – Pareciera que tu bolsita no tiene fondo, te vi sacar demasiadas cosas de allí. No tiene sentido.
– Muchas cosas no tienen sentido, Carbón. – rio, pero gradualmente se fue silenciando conforme notaba mi semblante serio. – En fin, esta cosita diminuta que ves, no es más que un bolsillo sin fondo. Los venden en algunas tiendas del Reino de Damura, es la colonia siete si no lo identificas.
– Y, ¿Cómo logran hacer eso? – murmuré incrédulo, ¿Sería algún tipo de habilidad transferible a objetos?
Arthur sonrió algo contrariado sobre si decirme o no, parecía debatirse entre darme una larga explicación o abreviar todo.
– Es difícil de explicar. – apartó la mirada. – Es algo que solo los usuarios de habilidades pueden lograr, si entrenas lo suficiente creo que podrías lograrlo.
Bufé por lo bajo, eso me olía a mentira. Mi supuesta habilidad no tenía nada que ver con crear objetos mágicos, era más bien una habilidad del tipo de mejora. Como los herreros en los establos de Lance, que podían fabricar herraduras o monturas que aumentarían la velocidad del caballo, o algunos ayudantes de Caspios bien entrenados que creaban tipos de agujas o instrumentos quirúrgicos que anestesiaban al contacto con la carne.
No sabía como lo hacían, pero al menos tenía una idea por como se la pasaban con la cabeza metida en libros que nunca supe comprender.
– En fin, cuando termines la academia te llevaré a dar un paseo por allí. Te encantará, está repleto de artefactos maravilloso y libros con habilidades increíbles. – alabó ilusionado, pero lo cierto es que no podía interesarme menos. Ni siquiera sabía si iba a lograr graduarme de esa academia de riquillos.
Al cabo de unos minutos, pude sentir como el mareo se desvaneció como por arte de magia y me sentía más vivo que nunca. Al comprobar mi salud, noté el 10/10 y aquello fue la prueba necesaria que me hizo entender que realmente no estaba loco. Que sí que tenía una habilidad y esta parecía funcionar de verdad, aunque no se sintiera como un avance importante.
Practiqué con Arthur lo que me parecieron horas, los timbres no paraban de sonar con cada golpe lo suficientemente fuerte como para moverme de lugar y cada tanto debía parar a descansar y beberme otra de esas nauseabundas bebidas.
Las palizas que me dio Arthur no tenían precedentes, se suponía que debía intentar defenderme de sus golpes, pero sin duda alguna, sus pesadas piernas eran su mejor arma. Sus patadas se sentían como el golpe de un martillo a la velocidad de una locomotora, pero al menos la locomotora tendría la decencia de matarme en el acto, a diferencia del caballero que varias veces me terminó rompiendo un hueso.
Era una auténtica mierda porque quería descansar, pero él no me dejaba e insistía en continuar hasta que el sol se pusiera. Cosa que terminó por suceder.
Cuando acabamos, estaba hecho polvo. Casi no podía moverme del dolor y la tensión ejercida por mis músculos, me sentía morir.
– Bueno, eso estuvo mas que bien para ser una primera vez en combate real. – se secó la única y miserable gotita de sudor que llegó a soltar durante todas las horas que estuvimos entrenando mientras yo jadeaba y sudaba a mares, más apestoso que fosa común. – Creo que es hora de ir volviendo, pero antes... – me ofreció la cosa esa rosa.
– Sabes que te odio, ¿No es así? – bebí el brebaje mientras él se limitaba a reír por lo bajo.
– Terminarás por amarme a mí y a mis pócimas. – sonrió con esa expresión que, sabía, iba a aborrecer por siempre.