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Veintinueve. Declaración.

Escuché música en cuanto llegué a casa. Edward no había tocado el piano desde que se fue Alice. Puse más atención y me di cuenta de que era mi nana. Edward me daba la bienvenida a casa. 

Fui a paso humano a sacar a Soo y a Mí del Volvo, los cuales estaban dormidos, ya que habíamos pasado todo el día fuera. Jacob y Leah se habían ido a la casa de Charlie, porque habían dicho iban a visitar a Sue, la cual era su pareja desde hace años. 

Mientras caminaba hacia la casa, no se me iba de la cabeza que era posible que nos separamos de mis bebés, eso hacía que la poca esperanza que tenia se fuera de mi ser. Me entraron ganas de llorar otra vez al escuchar a Edward interpretar una pieza para mí, pero me recompuse. No quería que sospechara nada y tampoco dejar ningún tipo de pista en su mente que pudiera encontrar Aro. 

Edward volteo hacia mi dirección y sonrío cuando cruce la puerta, y siguió tocando. 

—Bienvenidos a casa. —dijo. —¿La pasaste bien con tus padres? —

—Sí, perdón por tardar tanto. Salí para comprar algunos regalos de Navidad para los niños. Quiero que se emocionen abriendo regalos, así como yo me emocione en su tiempo. —sonreí.

Dejo de tocar y me sonrió. 

—¿Qué les compraste? — 

—Es algo chiquito pero con amor, está en mi bolso. — 

—Pásame a Soo. — 

Con cuidado de no despertarlo se lo pase y saque los regalos que estaban en una bolsita de terciopelo en mi bolso.

—Lo encontré en un tienda cuando manejaba por ahí. —dije mientras lo sacaba de la bolsa. —Lo bueno es que venían a juego. —

Puse dos pequeños guardapelos plateados en la palma de su mano. Uno era un corazón con unas alas de ángel y el otro era literal dos alas de ángel entrelazadas. Edward los abrió y miró dentro. Había un espacio para una foto pequeña y en el lado opuesto una inscripción en francés. 

—¿Sabes lo que dice? —me preguntó. 

—El vendedor me explicó que decía "Más que mi propia vida". ¿No? — 

—Sí, tiene razón. —

Me escaneo con la mirada por un minuto, buscando cualquier mala emoción en mi rostro. 

—Espero que les guste. —murmuré. 

—Les encantara. —dijo. —Vamos, hay que llevarlos a casa. —

Se puso de pie y me paso su brazo libre por los hombros. 

No me moví. 

—¿Qué, pasa? —me preguntó. 

—Quería saber si Emmett quería practicar un poco... —

Emmett, que estaba en el sofá con Rose, me volteo a ver y me dio una mirada malvada.

—Excelente. El bosque necesita una buena talada. —

Edward miró a Emmett mal y luego a mí.

—Mañana tendrán mucho tiempo para eso. —replicó. 

—No seas ridículo. —me quejé. —Precisamente lo que no tenemos es tiempo. Hay mucho que tengo que aprender y... 

—Mañana. —me interrumpió.

Lo dijo tan serio que me tuve que resignar a hacerle caso… por esta vez. 

Había una buena posibilidad de que mis hijos se salvaran, al igual que Jacob y Leah. Y no iba a desaprovechar esta oportunidad que Alice me había dado.

Al día siguiente volví a mi rutina normal. 

Edward, Soo, Mi, Leah, Jacob y yo fuimos a la casa de mis padres el día de Navidad. La manada de Jacob al completo estaba allí, además de Sam, Emily, Charlie, Sue, mi hermano Eric y su ahora prometida Katie. 

Siempre contaba con los licántropos para tener un buen humor antes de una pelea o de cualquier cosa, no importa que esta fuera suicida. Por obvias razones nos abstuvimos de hablar sobre cualquier cosa sobrenatural, en primera porque a mis padres les incomodaba, en segunda porque Charlie, Eric y Katie no sabían nada de nada y en tercera porque era navidad.

Mis bebes llevaban puesto los guardapelos que les había dado esa mañana y en los bolsillos de sus chaquetas los reproductores de MP3 que Edward les había regalado. Cada uno llevaba en su muñeca izquierda una pulsera trenzada que era la versión Quileute de un anillo. Al principio Edward y yo nos habíamos molestado un poco, pero después de pensarlo mucho tiempo, decidí dejarlo pasar, después de todo ellos eran como sus almas gemelas y en algún momento de sus vidas tendría que entregárselos. 

Edward y yo habíamos decidido comprarle a mis padres unas vacaciones que convenientemente caían unos días antes de la batalla, el destino era Inglaterra, un lugar donde los dos habían deseado ir desde hace mucho. A Eric y a Katie le había regalo igual un viaje, pero su destino era Corea, más específico Seúl. Mi abuela me había dicho que quería conocer mejor a Katie, así que aproveche. 

Estaba segura de que tanto Edward como, Jacob y Leah se sintieron muy aliviados cuando llego la hora de irnos, y la verdad es que yo también lo estaba un poco, no es que no me gustara estar con mis padres, de hecho era todo lo contrario, pero ya me había cansado mentalmente de estar fingiendo humanidad cuando sabía que había cosas más importantes y peligrosas en las que tenía que pensar.

Adentro del auto todos estábamos en silencio. Mi y Soo estaban sentados en mi regazo, mientras Mi estaba jugando con el guardapelo, abriéndolo y cerrándolo. Mientras la observaba y Soo se pegaba más a mí, imaginaba las cosas que me habría gustado decirles a Jacob y a Leah sí no hubiera tenido que este plan fuera de la cabeza de Edward. 

 

*"Si alguna vez vuelven a estar seguros, llévenselos a mis padres. Cuéntenle a mis padres toda la historia. Díganles lo mucho que los he querido y que no pude soportar dejarlos ni siquiera cuando ya no era humana. Díganles que fueron los mejores. Díganles que le digan a Eric que fue el mejor mellizo del mundo…" *

 

Tendría que pasarle los documentos a Jacob y a Leah antes de que fuera demasiado tarde, y quería dejarle también una carta a mis padres y a Eric.

No había nada extraño en el exterior de la casa de los Cullen cuando llegamos, pero se podía escuchar que no todos los invitados se encontraban contentos. Se escuchaba que tenían una discusión muy acalorada. Pude distinguir la voz de Carlisle y la de Amun con más frecuencia que las de los demás. 

Edward dejó el coche enfrente de la casa en vez de dar la vuelta e ir al garaje. Intercambiamos una mirada cautelosa antes de salir del auto. 

Jacob y Leah se pusieron en alerta de inmediato. 

—Alistair se ha ido. —murmuró Edward mientras subíamos rápidamente las escaleras de la entrada. 

En la sala se podía ver una discusión que por poco y pasaba a pelea física. Todos estaban pegados a las paredes poniendo atención, menos por Esme, Kebi y Tia que eran las más cercanas a los tres vampiros del centro. Y en el centro de la habitación, Amun hablaba muy enojado a Carlisle y a Benjamín. 

Edward apretó la mandíbula y rápidamente nos pusimos a un lado de Esme. Yo solo aprete a mis hijos contra mi pecho. 

—Amun, si quieres irte, nadie te obliga a quedarte. —dijo Carlisle con tranquilidad. 

—¡Me estás robando la mitad de mi aquelarre, Carlisle! —gritaba Amun mientras apuntaba con un dedo a Benjamín. —¿Ha sido por eso por lo que me has hecho venir? ¿Para robármelo? —

Carlisle suspiró, y Benjamín puso los ojos en blanco. 

—Sí, claro, Carlisle inicia una lucha contra los Vulturis, pone en peligro a toda su familia, sólo para arrastrarme a mí a la muerte. —dijo Benjamín con sarcasmo. —Sé sensato, Amun. Yo siento la obligación de hacer lo correcto quedándome aquí y no me estoy uniendo a ningún otro aquelarre. Tú puedes hacer lo que quieras tal y como te ha dicho Carlisle. —

—Esto no va a terminar bien. —gruñó Amun. —Alistair es el único cuerdo de esta reunión. Todos deberíamos irnos rápidamente. — 

—Mira a quién ha llamado cuerdo. —murmuró Tia. 

—¡Nos van a masacrar a todos! —

—No va a haber ninguna lucha. —afirmó Carlisle. 

—¡Eso es lo que tú dices! —

—Si eso sucede, siempre puedes cambiarte de bando, Amun. Estoy seguro de que los Vulturis apreciarán tu ayuda. — 

Amun lo miró mal.

—Tal vez eso sea lo correcto. —

La respuesta de Carlisle fue cariñosa y sincera. 

—Hemos sido amigos durante mucho tiempo, jamás te pediría que murieras por mí. — 

—Pero te estás llevando a mi Benjamín contigo. —dijo Amun secamente.

Carlisle puso su mano sobre el hombro de Amun y él se la sacudió de un tirón. 

—Me quedaré, Carlisle, pero me uniré a ellos si ése es el único camino para poder sobrevivir. Son unos idiotas si piensan que pueden enfrentarse a los Vulturis. —dijo mirando a todos, suspiró, nos miró a mis hijos y a mí de mala manera y añadió no muy contento. —Atestiguaré que los niños han crecido, porque eso no es más que la verdad. Cualquiera podría verlo. —

—Es lo único que hemos pedido. —dijo Carlisle. 

Amun hizo una mueca. 

—Pero no va a ser eso lo único que consigas, según lo que veo. —dijo Amun y miro a Benjamín. —Te he dado la vida y la estás desperdiciando. —

El rostro de Benjamín se volvió más frío, algo que era muy extraño en él.

—Es una pena que no pudieras sustituir mi voluntad con la tuya durante el proceso. Quizás entonces por fin habrías estado satisfecho conmigo. —

Los ojos de Amun se entrecerraron. Le hizo un gesto brusco a Kebi y caminaron rápidamente hacia la puerta principal. 

—No se van a ir. —me susurro Edward. —Pero mantendrán aún más las distancias de aquí en adelante. No estaba alardeando cuando hablaba de unirse a los Vulturis. —

—¿Por qué se ha ido Alistair? —le susurré. 

—No todo el mundo ve la situación en forma positiva. No ha dejado ni siquiera una nota. Al parecer por sus quejas cree que es inevitable una guerra. A pesar de su comportamiento, la realidad es que Carlisle le importa demasiado como para alinearse con los Vulturis. Supongo que ha terminado decidiendo que era un peligro demasiado grande. —explicó Edward. 

Aunque susurrábamos era muy obvio que todos nos escuchaban, por lo tanto no fue una sorpresa que Eleazar contestara. 

—Lo que se podía deducir de sus quejas era algo más que eso. No hemos hablado mucho de la agenda de los Vulturis, pero a Alistair le preocupaba que los Vulturis no nos vayan a escuchar, aunque seamos capases de demostrar su inocencia. Está convencido de que encontrarán una excusa para salirse con la suya. —

Los vampiros se miraron incómodos unos a otros. La idea de que los Vulturis pudieran manipular su propia ley para obtener sus objetivos no era una idea que les agradara. Sólo los rumanos mantuvieron la calma, mientras tenían una media sonrisa en el rostro. Parecían divertidos de ver el esfuerzo que hacían los otros para pensar bien de sus viejos enemigos. 

Comenzaron a la vez muchas discusiones en voz baja, pero yo escuché la de los rumanos. Quizá porque Vladimir, el del pelo claro, continuaba lanzando miradas en mi dirección. 

—Tengo la gran esperanza de que Alistair tenga razón en esto. —le murmuraba Vladimir. —No importa el resultado de la contienda, el rumor se extenderá. Ya es hora de que nuestro mundo vea en lo que se han convertido los Vulturis. Nunca caerán mientras todos se crean esa tontería de que ellos son los custodios de nuestra forma de vida. —

—Al menos cuando nosotros gobernábamos, éramos honestos sobre lo que éramos. —dijo Stefan.

Vladimir asintió. 

—Nunca nos hicimos pasar por puros ni nos hicimos llamar santos. Creo que ya ha llegado la hora de luchar. —dijo Vladimir. —¿Cuándo crees que volveremos a encontrar unas fuerzas como las de ahora para resistir de verdad? ¿O una oportunidad mejor que ésta? — 

—Nada es imposible. Quizás algún día... —dijo Stefan.

—Hemos estado esperando ya quince siglos, Stefan, y lo único que han hecho ha sido fortalecerse más y más con los años. —Vladimir hizo una pausa y me miró de nuevo. —Si los Vulturis ganan este conflicto, se marcharán más poderosos de lo que han venido, con nuevas conquistas que añadir a sus fuerzas. Piensa sólo en lo que esa neófita podría aportarles. Tiene un sorprendente don y apenas está descubriendo el otro. Y luego está el que mueve la tierra. —Vladimir miro a Benjamín.

Casi todos estaban prestando atención a los rumanos, igual que yo. 

Stefan miró en dirección a Edward. 

—Y tampoco necesitan exactamente al lector de mentes, pero ya veo por dónde vas. La verdad es que obtendrían mucho si ganaran esta vez. — 

—Más de lo que podemos permitir que consigan, ¿No estás de acuerdo? —

Stefan suspiró. 

—Creo que estoy de acuerdo. Y eso significa... —

—Que debemos plantarles cara mientras todavía quede esperanza. — 

—Con que sólo los diezmáramos, incluso, si los expusiéramos... —dijo Stefan.

—Entonces, algún día, otros terminarían el trabajo. — 

—Y nuestra larga venganza podría cumplirse. Al fin. —

—Parece la única manera. —dijeron al mismo tiempo.

—Así que combatiremos. —finalizó Stefan. 

Aunque podía ver que se sentían divididos entre el instinto de supervivencia y la venganza, la sonrisa que intercambiaron estaba llena de anticipación. 

—Lucharemos. —concluyó Vladimir. 

—Nosotros también tomaremos parte en la batalla. —dijo Tia. —Creemos que los Vulturis se sobrepasan con su autoridad y no albergamos deseo alguno de pertenecerles. —

Sus ojos se dirigieron a su compañero. Benjamín sonrió con amplitud y lanzó una mirada hacia los rumanos. 

—Por lo que parece, soy una mercancía de interés, así que tendré que luchar por ganar el derecho a ser libre. —

—Ésta no será la primera vez que lucho contra una tiranía. —dijo Garret. Caminó hacia delante y le dio una palmada en la espalda a Benjamín. —Aquí hablamos de defender la libertad contra la opresión. —

—Nosotras estaremos al lado de Carlisle. —dijo Tanya, —Y combatiremos con él. —

—Nosotros no nos hemos decidido. —admitió Peter. 

—Lo mismo digo —dijo Randall. 

—Y yo —añadió Mary. 

—Las dos manadas lucharán. —dijo Jacob.

—Nunca le hemos temido a los vampiros. —dijo Leah.

Jacob puso una sonrisita de suficiencia. 

—Qué niños. —murmuró Peter. 

—Infantiles. —le corrigió Randall. 

Jacob sonrió de forma provocadora. 

—Bueno, yo estoy con ellos, también. —dijo Maggie. —Sé que la verdad está del lado de Carlisle, y eso no lo puedo ignorar. — 

Siobhan miró fijamente al miembro más joven de su aquelarre con ojos preocupados. 

—Carlisle. —dijo ella. —No quiero que esto termine en lucha. —

—Ni yo tampoco, Siobhan. Ya sabes que es lo último que deseo. —dijo Carlisle con una sonrisa a medias. —Quizá podrías concentrarte en mantener la paz. —

—Ya sabes que eso no ayudaría. —dijo ella. 

Recordé la discusión de Rose y Carlisle sobre la líder irlandesa. Carlisle creía que Siobhan tenía un sutil pero poderoso don para hacer que las cosas sucedieran según su voluntad, aunque ella fuese la primera en no creérselo. 

—No hará daño. —dijo Carlisle. 

Siobhan puso los ojos en blanco. 

—¿Que visualice el resultado que deseo? —preguntó ella con sarcasmo. 

Carlisle sonreía ahora de forma abierta. 

—Si no te importa. —

—Entonces no habría necesidad de que mi aquelarre se ofrezca, ¿No? —replicó ella. —Ya que no habría posibilidad de lucha. —

Puso la mano en el hombro de Maggie, acercando a la niña hacia sí. El compañero de Siobhan, Liam, permaneció en silencio e inexpresivo. 

Casi todo el mundo en la habitación pareció confundido por el intercambio claramente entre Carlisle y Siobhan. 

—No fue tan difícil. —le susurro Vladimir a Stefan con una sonrisita.

Ése fue el final de los discursos por esa noche. El grupo se dispersó poco a poco, algunos para cazar, otros para pasar el tiempo con los libros, las televisiones o las computadoras de Carlisle. 

Edward, Soo, Mi y yo fuimos a cazar, Jacob y Leah nos acompañaron. 

—Estúpidas sanguijuelas. —replico Leah. —Se creen tan superiores... — 

—Se van a quedar pasmados cuando los "Infantiles" les salven sus vidas superiores, ¿No? —dijo Edward. 

Jake sonrió y le dio un puñetazo amistoso.

 

—Diablos, claro que sí. —

Ésa no fue nuestra última cacería. Salimos de caza una vez más, cerca ya de la fecha de la llegada de los Vulturis. Como el momento del encuentro no era nada preciso, estábamos planeando quedarnos unas cuantas noches fuera, en el gran claro que Alice había distinguido en su visión. Todos sabíamos que vendrían el día en que la nieve cubriera el suelo por primera vez. No queríamos que los Vulturis se acercaran mucho a la ciudad y Demetri los llevaría con facilidad adonde nos encontrábamos. 

Y entonces me di cuenta de algo que ignoraba. Termine de alimentarme del alce y camine hacia mi esposo. 

—Amor. —

—¿Qué pasa? — 

—Estaba pensando en mi escudo...no me había dado cuenta porque parecía tan normal que Mi y Soo pudieran entrar a mi mente, lo consideraba como parte de lo que ellos son, pero ponen sus pensamientos en mi cabeza igual que los pone en la de los demás. — 

No dijo nada.

—Ya habías pensado en esto, ¿Verdad? —le pregunté.

Él asintió. 

—La primera vez que ellos entraron a tu mente. Y Tengo dos teorías, una más probable que la otra. — 

—Cuál es la primera. — 

—Bueno, ellos son tus hijos. Genéticamente son mitad tuyos. Solía burlarme sobre cómo tu mente trabajaba en una frecuencia diferente al resto de nosotros. Quizás la de ellos también. —

Hice una mueca no muy convencida.

—Pero tú oyes sus mentes con claridad, igual que a todo el mundo. —

—Ya he considerado todo eso, y por eso creo que la segunda es más probable. Quizá tengan tu talento y lo hayan invertido. —

Reflexioné sobre el tema. 

—Tú mantienes a todo el mundo fuera... —comenzó él. 

—¿Y ellos no dejan salir a nadie? — 

—Ésa es mi teoría. —dijo Edward. —Y si ellos son capaces de meterse dentro de tu cabeza, dudo que haya un escudo en este planeta que pueda mantenerlos a raya. Eso ayudará. Teniendo en cuenta lo que he visto, nadie se atreve a dudar sobre la verdad de sus pensamientos una vez que ha dejado que se los muestren. Y creo que nadie logra evitar que lo hagan, si se acerca lo suficiente. Si Aro permite que le explique... — 

El pensar que mis hijos, <Mis angelitos> , se acerquen a Aro no me gustaba para nada. 

—Bueno…al menos no hay nada que pueda evitar que conozca la verdad. —

—Pero... ¿La verdad será suficiente para detenerlo? —murmuré. 

No dijo nada, no tenía respuesta para mi pregunta.