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Capítulo 8: Darius Ross

—Donovan, ¿qué es un Succubus? —lo interrogué sin rodeos.

Él abrió los ojos ampliamente.

—¿Lo escuchaste todo?

—Lo suficiente —aseveré—. Dime, ¿qué es eso que eres?

—No es nada —contestó antes de darme un corto beso con sus labios cerrados.

—Dímelo.

—No lo haré —volvió a besarme con suavidad.

—¿Por qué? —empecé a enojarme.

—Porque no necesitas saberlo —apartó algunos cabellos de mi rostro y me dio otro beso, éste fue un poco más extenso.

—Gracias por la información, me ha servido de mucho —lo alejé, empujándolo débilmente para abandonar el recinto.

Me atrapó de la cintura desde atrás.

—Angelique, en serio, no tienes que saber cosas como ésa. No es necesario —presionó sus labios contra mi cuello.

—No creas que soy tan inocente, Donovan —me giré para enfrentarlo y junté mi boca a la suya. Apoyé una mano sobre su mandíbula al tiempo que con la otra acariciaba su pecho—. Puedo escuchar cualquier cosa.

Él se mostró desconcertado por mi repentino cambio de actitud. Sus músculos se tensaron, sacudió la cabeza.

—No voy a decirte.

Se marchó hacia su habitación, dejándome sola, sin imaginar que yo no planeaba descansar hasta averiguar lo que era un Succubus.

En mi camino hacia la biblioteca del castillo, me sorprendió encontrar a Nina y Alan juntos en el sofá del salón, a medio vestir, durmiendo uno encima del otro. La escena me provocó ternura.

Una vez en la biblioteca, me di cuenta de que el sitio estaba abarrotado de literatura vampírica. Había una gran cantidad de tomos sobre ellos: sus orígenes, poderes, jerarquías, rangos, debilidades y especialmente cómo matarlos.

Matarnos, me recordó una voz dentro de mí.

Encontré el término Zephyr:

"Vampiro de alto rango con mucha antigüedad y edad avanzada, poseedor de elevados poderes y prácticamente del todo inmortal. Encargado de dar órdenes a otros vampiros en clanes o independientes, de procurar que otros humanos no sean transformados sin consentimiento y de proteger la clandestinidad de su condición de vampiros de la comunidad mortal. Creador de leyes e importantes códigos y juramentos de su raza. En su mayoría son príncipes, reyes o líderes de grandes territorios. Son conocidos por asesinar de las formas menos piadosas a los quebrantadores de las leyes y beben sangre de humanos y otros vampiros. Comparten algunas características con los Succubus".

Buena definición, pensé. Aunque mencionaba la palabra Succubus, eso no me decía nada. Indagué en otro libro con un extraño símbolo en la fachada y me percaté de que eran ejemplares de conjuros en otro idioma, con páginas arcaicas y ambarinas que contenían símbolos complejos en cada una de sus hojas.

Al pasar otra página, escuché un ruido a mis espaldas. Me volví y vi algo que me dejó patidifusa: una diminuta puerta en la pared acababa de abrirse, dando paso a Harvey. La entrada secreta volvió a ser invisible en segundos mientras él colocaba un sillón para ocultarla.

—Hola, neófita de vampiro —saludó el hombre.

Me sentí atrapada con las manos en la masa. ¿Acaso Harvey lo sabía todo? Aunque no lo pregunté en voz alta, él pareció leer mis pensamientos y respondió.

—Por supuesto que lo sé todo, pequeña. ¿Me tomas por estúpido? —contestó con esa voz hipnotizante y jactanciosa.

—¿Eres un cazador? —le pregunté, empezando a sentirme amenazada.

—No, sólo soy un mayordomo. ¿Qué no me ves? Gano muy bien y me acuesto con trillizas.

—¿Les has hablado de esto a ellas? —me refería a las hermanas Salem y al hecho de que sabía lo que era.

—No es necesario. Como te dije, no tengo que hacerlo. No les contaré sobre lo que son. Ahora, te invito a la salida, niñita.

Sujetó mi brazo antes de echarme de aquella sala de manera agresiva, demostrando su superioridad física.

****

La noche fue inquieta y durante el día la tensión entre Joe y yo persistió. En el desayuno, no cruzamos palabra alguna. En el almuerzo, intercambiamos insultos. Mientras jugábamos billar en la sala de juegos, él me lanzó miradas llenas de presunción y arrogancia, y yo, incapaz de sobrellevar su fanfarronería, le di un empujón antes de retirarme a mi habitación para dormir, a pesar de que aún era de día.

Al despertar, encontré a Nina maquillándose frente al espejo del pasillo. Vestía de forma sugerente y llevaba una peluca rosada brillante, de cabello corto. Otra de sus extravagancias y travesuras.

—¿Ya tenemos permiso para salir? —cuestioné.

Ella trazó el borde de sus labios con un lápiz color púrpura.

—No —contestó—, pero me saldré con la mía.

Joe deambulaba por el corredor, medio arreglado, con una corbata sin anudar colgando de sus hombros y la camisa arremangada hasta los codos.

¿Por qué tenía que ser tan elegante y encantador? Era una maldición.

—Joe, ¿a dónde vas? ¿Puedo unirme? —le preguntó Nina.

—No —respondió—. Voy a pasar la noche con Deborah. A menos que quieras…

—Ni lo menciones —lo silenció ella—. No, gracias.

El vampiro trataba de contener una risa.

—Hey, Nina, ¿puedo acompañarte? —solté de repente.

Ella se giró para mirarme, examinándome con detenimiento.

—Bueno, pero no deberías ir en pijamas.

Sonreí.

—Estaré lista en dos minutos.

No fueron exactamente dos minutos, pero me vestí rápidamente con un sensual vestido carmesí, dejé mi cabello suelto alrededor de mi cara y, por supuesto, no podían faltar unos labios escarlata y provocativos.

Cuando me uní a Nina, me percaté de que Joe me observaba con los ojos entornados, sin apartar su vista ni un segundo. Las comisuras de mis labios se elevaron de forma involuntaria.

En ese momento, Donovan irrumpió en la escena.

—Vas a salir, ¿verdad? —reconocí su voz.

Él me atrajo hacia su cuerpo, agarrándome de la cintura, y nos besamos apasionadamente. Sus labios se mancharon de rojo. Joe abandonó la sala apresuradamente.

—Sí —admití—. Esta noche es para mí.

—Espero que te comportes bien.

—Lo haré —respondí antes de depositar otro beso en sus labios.

Un instante después, me estaba acariciando el cuello con diminutas mordidas.

Nina compitió en piedra, papel o tijera contra Joe para decidir quién utilizaría el automóvil. Y resultamos ganadoras.

Ella tenía ganas de conducir, así que me senté en el asiento del copiloto mientras emprendíamos el largo paseo de regreso a la ciudad. Durante el viaje, entablamos una agradable conversación, compartiendo nuestros gustos y experiencias con hombres que nos habían interesado en el pasado. La charla se detuvo cuando aparcamos en un callejón oscuro.

Decidimos entrar en un nightclub. El lugar estaba atestado de hombres, en su mayoría borrachos, y chicas semidesnudas bailando en el escenario con luces rojas que iluminaban de forma tenue el lugar. Había mucho alcohol y bastantes humanos apetitosos. También pude percibir algunos vampiros sentados en las mesas, contemplando a sus presas.

Nina era bien conocida en el lugar, muchos hombres la saludaron por su nombre, tanto trabajadores como clientes en la barra. Ella devolvió cordialmente los saludos.

—¿Has traído a una amiga hoy? —le preguntó a la vampira uno de los camareros.

—Sí, quizás puedas ayudarla a conocer a alguien esta noche. Es nueva en esto, ya sabes —explicó la chica mientras recibía una bebida que ni siquiera había pedido.

—Y, ¿qué te gustaría tomar, muñequita? —me ofreció el hombre corpulento de la barra.

Estaba a punto de responder, cuando Nina me lo impidió.

—Oh, no, ella no va a beber esta noche, se emborracha con facilidad.

—Ah, lo entiendo —replicó el sujeto.

Tan pronto como mi amiga desapareció con una víctima, aproveché el momento para disfrutar tranquilamente de dos cócteles, esperando que algún chico guapo se acercara para poder cenar esa noche.

El ambiente era oscuro y la música salvaje. Nunca en mi vida había estado en un lugar como ése, donde el olor a alcohol y sangre impregnaba cada rincón. Me sentía orgullosa de mí misma por mantenerme tan controlada como era posible.

No pasó mucho tiempo antes de que varios candidatos se acercaran ofreciéndome un trago, un baile, o directamente invitándome a ir a la cama. Los rechacé a todos, puesto que eran tipos desagradables y claramente ebrios.

Hasta que apareció una presa interesante. Estaba sobrio, tenía buena apariencia, de al menos unos veintiocho o veintinueve años. Por su traje deduje que era un poderoso empresario. Tampoco lucía tan jóven como para ser un cazador.

Me sorprendí al escuchar que con voz amable y total delicadeza, el hombre me ofrecía dinero a cambio de que pasara la noche con él.

—No quiero tu dinero —negué rotundamente—. No soy una prostituta. Si prefieres, puedes pagarme con otra cosa.

Lo seduje, me condujo hasta su auto y, una vez dentro, lo maté. No tenía intención de acostarme con él, aunque tuve que darle unos cuantos besos antes de que me dejara hundir mis colmillos en su garganta.

De regreso a casa, sentada en el asiento del Chevy, manteniendo una agradable conversación con Nina, se me ocurrió hacerle una pregunta.

—Y, ¿cómo conoces a todos esos hombres? —inquirí, refiriéndome a los del club nocturno.

Su mirada se oscureció; sus ojos verdes clavados en la carretera reflejaban una sombra de su pasado. Apretó el volante con más fuerza y su mandíbula se tensó.

—Yo trabajaba ahí —confesó.

—¿Cómo? ¿De...? —iba a sugerir camarera, pero ella lo malinterpretó.

—Sí, era una prostituta —hizo una pausa—. Hace mucho tiempo, mi padre era dueño de ese lugar. Cuando tenía doce años, mi madre murió. Desde entonces fui obligada por mi padre a trabajar para darle fama a su sucio negocio. Era sólo una niña.

Se encogió de hombros, como si ya no le importara.

—Crecí de esa forma, hasta que un día llegó Adolph —continuó—. Él pagaba por mis servicios y mi sangre. Me mordió tantas veces que una noche terminé siendo esto —su voz sonaba calmada y sin interés, a pesar de que su mirada era dura.

—Lo siento, ha debido de ser horrible —me compadecí.

—Lo fue, pero no te lamentes. Cuando me convertí en esto, asesiné a mi padre.

Se me revolvió el estómago al escuchar esa terrible historia.

¡Y yo que a veces me quejaba de mi vida!

—Nina... —dije al cabo de un momento, curiosa—. Si muerdes a alguien... y éste no muere, ¿se convierte en uno de nosotros?

—Es probable —me contestó—. Sin embargo, no es tan sencillo. Es necesario morder varias veces a una persona para que adopte nuestra condición. Creo que tiene algo que ver con la sangre contaminada. Mientras más veces muerdas a alguien, más contaminado estará su organismo.

—¿Cómo es que Joe…? —repliqué, sin poder terminar la frase.

—Él también tuvo que morderte unas cuantas veces, sólo que no estuviste consciente para presenciarlo —testificó—. Incluso, algunas personas mantienen relaciones con vampiros y son mordidos constantemente sin efectos secundarios. Al parecer, en casos poco frecuentes, se ha logrado desarrollar una especie de inmunidad.

Personas que mantienen relaciones con vampiros, repetí en mi mente para hacerme a la idea.

Llegamos a casa casi al amanecer. Donovan me estaba esperando en el salón principal mientras sostenía una conversación con Alan. Joseph seguía sin regresar.

Antes de dirigirme a mi habitación a acostarme, deposité un beso de despedida sobre los labios de Donovan, mi "novio" improvisado.

Pasé otra madrugada acurrucada debajo de las cobijas, observando cómo el cielo pintaba de tenues colores mi ventana. Estaba a punto de cerrar los ojos e intentar conciliar el sueño, cuando escuché un golpeteo en las puertas corredizas del balcón, que estaban cubiertas por largas cortinas.

Abrí los ojos y miré hacia el techo, tratando de identificar el origen del sonido. El golpeteo continuó, ahora con más intensidad, como si alguien afuera estuviera intentando llamar mi atención.

Vacilante, me puse de pie y me acerqué cautelosamente hacia el balcón. Con cada paso, mi corazón latía con fuerza debido al pánico que sentía. ¿Quién podría estar allí y por qué intentaban contactarme de esa manera?

Respiré profundo y sentí cómo mi corazón se paralizaba justo antes de apartar la tela de las cortinas.

¡Oh Dios!

Del otro lado había un muchacho, probablemente de mi edad. Pálido, tan pálido como la luz, tan traslúcido como el cristal…

Era esbelto e incluso podría haber sido muy apuesto si no fuera por esa palidez descomunal que tenía su piel. Sus ojos eran tan azules como los míos, mientras que su cabello corto de color marrón estaba bastante desordenado. Sus labios eran alarmantemente blancuzcos, lo que le daba un aspecto espeluznante.

Vestía como si hubiera sido sacado de las obras de Shakespeare en el mismísimo siglo XVI: Un traje a la antigua, un jubón negro y volantes en las mangas y en el cuello de su camisa blanca. Completaba su atuendo con pantalones cortos y brillantes zapatillas de cuero.

Cuando me vio del lado de adentro, dejó de golpear el vidrio. Con cautela, apoyé una de mis manos en el cristal. Él hizo lo mismo, poniendo su palma sobre la mía, únicamente separadas por una puerta transparente que se empañaba con mi aliento. El suyo era invisible.

El extraño me saludó con la mano y pude leer en el movimiento de sus labios la palabra "hola".

—Hola —dije en respuesta, deshaciéndome de todo el miedo.

"Ábreme", leí nuevamente el movimiento de sus labios. No podía escucharlo porque las puertas impedían el paso de sonido.

Dudando, decidí dejarlo entrar. Él no parecía ser una mala persona, ni mucho menos un vampiro. Por alguna razón, había algo en su semblante que me decía que no quería hacerme daño.

Una vez que los cristales estuvieron completamente abiertos, una ráfaga de viento atrajo un aire gélido, y el chico permaneció de pie en el exterior. Me aparté un poco para permitirle ingresar, sin estar del todo segura de por qué lo hacía.

—Hola —repitió con amabilidad—. Soy Darius Ross.

—¿Quién demonios es Darius Ross? —las palabras se me escaparon de la boca.

—Soy alguien que debe advertirte sobre ciertos peligros —aseveró—. No debes contarle a nadie que me has visto, nadie puede saber que he estado aquí.

—¿Por qué?

—No preguntes por qué, sólo no hables de mí —me alertó con su voz armoniosa y tranquila.

—¿A qué viniste?

—Vine a prevenirte, quiero advertirte que no confíes en todos los que viven en esta casa, no todos son lo que parecen —dijo al tiempo que se alejaba caminando hacia el balcón.

—¡Espera! —grité.

El chico saltó de la barandilla de la terraza, dos pisos hasta abajo. Cuando me asomé para buscarlo con la mirada, había desaparecido por completo. Solo podía divisar el cementerio antiguo con sus lápidas de cemento y flores marchitas, y el pueblo de Deadly Hall en la distancia.

Darius Ross se había esfumado.

Ahora, ¿cómo mierda iba a saber en quién confiar y en quién no? Incluso ese tal Darius me daba escalofríos y levantaba mis sospechas.

¿Y si era un Zephyr?

Con cientos de incógnitas en la cabeza, regresé a la cama, cayendo inmediatamente en un profundo sueño.

A eso del mediodía, me encontraba recién despertando. Había bajado a descansar con Donovan en el sofá, llena de dudas acerca de él y de todos los que me rodeaban. Saber que era un Succubus no sonaba nada bien; tal vez eso era precisamente lo que Darius Ross había querido advertirme.

De repente, Joe entró por la puerta principal, despidiéndose de su acompañante. Deborah, la diabla. Escuché cómo se besaban antes de que el vampiro ingresara a la mansión. Estaba totalmente ebrio, apenas podía mantenerse en pie. Pese a que sólo había pasado una noche fuera, lucía terriblemente descuidado. Su cabello negro parecía enmarañado y su ropa desordenada, como si se hubiera vestido a oscuras, lo cual era muy probable.

—Dios, esa mujer te está acabando, Joe —exclamó Nina, horrorizada al verlo en ese estado.

Él se arrancó la corbata del cuello y se dejó caer en un sillón.

—Maldita sea, todo me da vueltas.

Pocos minutos más tarde, se quedó dormido. Yacía tranquilamente con los ojos cerrados, los labios sonrosados y el cabello sobre su rostro.

****

—Donovan, dime, por favor, ¿qué es eso que eres? —le rogué aquella noche.

Él me tenía atrapada en sus brazos, contra la pared. Tan pronto como quiso besarme, giré la cara.

—Dímelo —exigí con más firmeza.

—Angelique —su voz sonaba hastiada. Me acarició el rostro con los dedos—. Por favor, no insistas más. Confía en mí.

—Quiero saber lo que es un puto Succubus. De lo contrario, no podré confiar en ti —elevé mi tono.

—¿Un Succubus? —interrumpió desde alguna parte la voz de Joe. Acababa de despertarse—. Angelique, no me digas que tu novio es un Succubus.

Cuando el vampiro se aproximó a nosotros, Donovan se alejó de mí, lanzándole una ojeada rápida.

Prácticamente corrí a los brazos de Joseph.

—Joe, dímelo. Dime qué es un Succubus —le supliqué, agarrándolo de los hombros.

Donovan estaba detrás de mí.

—¿Qué obtendré a cambio si te lo digo? —sugirió Joe con una sonrisa pérfida.

Lo solté.

—Nada —contestó Donovan por mí—. Angelique no te dará nada a cambio, y tú no vas a decir nada.

—¿Y si yo quisiera contárselo de todos modos?

—Angelique, vámonos —me ordenó Donovan, mostrando agitación.

—¿Por qué estás tan nervioso? —articulé con cierto enojo, frunciendo el ceño. Aunque en realidad quería decir: "¿Cómo te atreves a decirme qué hacer?"

—¿Dejarás que tu novio te domine? —Joe me incitaba a enfadarme aún más.

—Angelique, ven —Donovan me tomó del brazo, acercándome a él.

—Suéltame —me negué con voz firme, pero calmada.

—¿Te quedarás con Joe? —me preguntó, mientras le echaba un vistazo al vampiro de cabello negro.

Blade mantenía esa burlona sonrisa torcida.

—Tu novia quiere estar conmigo —aseguró en tono burlón.

—Ya quisieras —resopló el Succubus.

—¿Ah, no? A ella le gusta estar a mi lado, por si no lo sabías —siguió provocándolo.

—Eso es lo que tú desearías —me defendió.

Joe se reía, mordiendo su labio inferior.

—¿Por qué crees que yo la he mordido y tú no? Eso sin mencionar que ella también me mordió a mí —hizo una pausa desafiante mientras se burlaba de manera satírica—. Oh, espera, todavía hay más. He admirado su ropa interior de encaje sobre su linda piel, ¡vaya que es sexy! También he visto y tocado partes de su cuerpo que tú sólo puedes imaginarte en tus desagradables sueños húmedos, amigo mío.

Tuve que respirar profundamente para asimilar toda la información que había soltado sin ningún tacto.

De pronto, Donovan me apartó del medio con delicadeza justo antes de lanzar un puñetazo directo a la boca de Joe.

El vampiro se tambaleó hacia atrás y sus labios comenzaron a sangrar, pero no se quedó de brazos cruzados. Por primera vez lo vi furioso, frunció el ceño con verdadera ira e intentó abalanzarse sobre Donovan impulsivamente. Sin embargo, me interpuse entre los dos, poniendo mis manos sobre el pecho de Joe para empujarlo en sentido contrario y evitar que atacara.

Finalmente, Donovan se marchó, visiblemente enfadado.

—¡Infeliz! —vociferó Joe—. ¿Las chicas tienen que defenderte?

Lo empujé al sillón, intentando calmarlo.

—¿Puedes decirme qué es un Succubus, Joe? —casi grité.

Él continuaba repitiendo en voz baja las palabras "maldito imbécil". Estaba ardiendo de rabia, aunque yo también me sentía enfadada por lo ocurrido.

¿Qué había sido todo eso?

Con cuidado, limpié la sangre que le caía en la barbilla utilizando mis dedos.

—Succubus quiere decir que tu puto noviecito te engaña todos los días —reveló por fin, encolerizado—. Es uno de esos malditos vampiros que invaden los sueños de las mujeres, entran a su cuarto por la ventana en medio de la luna llena, se acuestan con ellas y luego dejan marcas de colmillos en su cuello. ¿Estás feliz? —por un instante ignoré lo que dijo para continuar removiendo la sangre que brotaba de su boca—. Y no me toques.

Se levantó bruscamente, apartando mis manos de él. Por poco hizo que me cayera al suelo.

Mi rostro enrojeció por la furia contenida contra Joe y Donovan. Sentí ganas de gritar.

Joseph subió las escaleras y, segundos más tarde, oí el portazo cuando entró a su habitación.

Fue entonces cuando le di vueltas en mi cabeza a sus palabras.

"Succubus quiere decir que tu puto noviecito te engaña todos los días", repetí sus acusaciones en mi mente.

Increíblemente, esas no eran las palabras que me molestaban.

"Y no me toques". Ésa era la frase que verdaderamente me había provocado todo ese enojo.

Me obligué a apartar mis pensamientos de Joe y a reflexionar sobre Donovan. Era un Succubus, como uno de esos personajes que aparecen en las películas de vampiros. Se metía en los sueños de las mujeres, se acostaba con ellas y las mordía.

¿Debería molestarme? Me pregunté, confundida.

La principal razón para sentirme ofendida era el hecho de que me lo había ocultado y no tenía intención de confesármelo.

Por otra parte…

¿Realmente me estaba engañando, o simplemente veía a esas mujeres como víctimas? ¿Las dejaba con vida después de morderlas? ¿Eran muchas o sólo una? ¿Era un adicto sexual? ¿Con cuántas se habría acostado antes?

Solo si obtenía esas respuestas sabría si tenía motivos para enfadarme o no.

Me merecía explicaciones claras y honestas.

Decidida, me encaminé escaleras arriba en busca de Donovan. Necesitábamos hablar.

En el pasillo me encontré con Joe, quien había recobrado su apariencia de siempre. Había tomado un baño, su cabello húmedo todavía goteaba y estaba peinado hacia atrás. Ya no tenía sangre en la boca, apenas se notaba el golpe que Donovan le había dejado marcado en los labios. Vestía una camiseta ajustada, pantalones negros y unas zapatillas. Su exquisito aroma inundaba el aire. Sin embargo, su aspecto perfecto no logró disipar mi furia.

—Muévete —me dijo con tono irritado cuando me interpuse en su camino.

Como él se dirigía a la dirección contraria, nos encontramos frente a frente de manera inevitable.

—Se dice permiso —le arrojé una mirada odiosa, sin apartarme.

—Como sea —balbuceó de forma apenas inteligible, para después atropellarme con su cuerpo, obligándome a quitarme de en medio.

—¡¿Hey?! —me quejé—. ¿Qué sucede contigo? Si estás ardido porque no pudiste devolverle el puñetazo a mi novio, ve a lanzarte por la ventana. No quiero tener que ver tu cara de idiota todos los días. Y si piensas seguir comportándote como un…

Antes de poder terminar, Joe me silenció arrojándome contra la pared con bastante fuerza. Mi espalda golpeó el muro, causando un ruido ahogado. Aunque me asusté, traté de no demostrarlo. Él me sostenía de los hombros, privándome de la capacidad de moverme.

—Me gustaría saber por qué sigues actuando como un cretino —dije con rabia.

Desde tan cerca, su rostro lucía aún más atractivo.

—¿Quieres saber por qué me comporto como un completo imbécil? —alzó la voz en medio del pasillo, sujetando mi rostro con una de sus manos para forzarme a ver sus ojos. Su agarre me lastimaba—. Porque te deseo —susurró, seduciéndome con la mirada.

Comenzó a mordisquear levemente mi cuello y mis hombros, sabiendo que aquello me haría perder el sentido común.

Lo empujé con todas mis fuerzas, haciendo que chocara contra la pared del otro lado del estrecho pasillo. Él sonrió, pero yo lo fulminé con la mirada.

Utilizar la fuerza bruta fue su mejor arma. Se precipitó hacia mí y me levantó con tanta facilidad como a una pluma, ubicándome sobre su hombro igual que un saco de verduras. No pude hacer nada para detenerlo, así que golpeé su espalda una y otra vez, revolviéndome como loca. Conmigo encima, caminó hacia su habitación. De un momento a otro, me lanzó sobre su cama, que tenía un intoxicante aroma a él.

Cuando situó su cuerpo encima del mío, lo aporreé en el pecho con mis puños, con la poca fuerza que me quedaba.

—Me encanta cuando te pones salvaje —murmuró, mostrándome sus dientes y colmillos al sonreír.

Continué golpeándolo mientras me movía descontroladamente bajo su pecho.

—Eres el ser más repugnante de la tierra —lo insulté.

Ni siquiera yo misma me lo creí al decirlo.

—¿Dirías lo mismo si hago esto?

Puso una mano sobre mi cuello para ayudarse a acercarlo a su boca.

Incliné la cabeza hacia atrás, exponiendo por completo mi garganta. De esa manera, comenzó a repartir placenteras e inofensivas mordidas sobre mi piel.

—Sí, sigo diciendo lo mismo —gruñí con voz temblorosa.

—Eres una chiquilla histérica —afirmó—. ¿Por qué no admites de una vez que también me deseas?

Puse mis manos en su rostro, sobre su áspera barba corta. Lo sujeté con firmeza.

—Y tú, ¿por qué no me besas? —pregunté por fin.

Sí, por fin.

Esbozó una sonrisa todavía más amplia, de satisfacción absoluta.

—Estaba esperando que me lo pidieras.

Finalmente, sus labios frenéticos se apretaron contra los míos. Eran suaves y tenían un sabor adictivo, superando a cualquier otro chico que hubiera besado antes. Su beso fue apasionado, repleto de deseo y placer. Nos besamos con desesperación, con una necesidad ardiente y un fuego que nos consumía, entregándonos a la furia desenfrenada del momento.

Él mordía mis labios de forma provocativa e incitante, nuestras lenguas jugaban un peligroso juego, cruzando la línea de salida. La suya se movía con ferocidad, acariciando la mía, explorando mi boca. Fueron continuos minutos de delirio y ardor. Un cosquilleo doloroso atravesó mi vientre, haciéndome temblar.

Lo sentí arremeter contra mi boca de manera irracional, cruel. Y creí podría volverme adicta a su sabor, a sus labios carnosos, los cuales mordí con fiereza al tiempo que sus musculosos brazos me estrechaban.

Un instante después, su mano subió hasta mi pecho, apretándolo a través de mi ropa. Clavé mis uñas en su espalda, gimiendo de goce dentro de su boca.

Escuché crujir la tela de mi blusa cuando me la arrancó, desgarrándola sin clemencia. Mi sujetador quedó expuesto. Esa noche llevaba un conjunto de color granate con un sugestivo encaje.

Me moví, rodando sobre él hasta sentarme a horcajadas encima de su cuerpo. Y volví a besarlo de manera violenta.

—Sí —jadeé—. Sigues siendo un perfecto idiota.

Nos encontrábamos inmersos en una danza de atracción y rechazo, jugando a odiarnos.

Levanté su camiseta. Esta vez me permitió hacerlo. Ocultando el temblor en mis manos, me esforcé para que la tela se deslizara por su cuerpo.

Con una sonrisa de victoria, él me ayudó, terminando de retirarla por su cuenta.

Me deleité con la imagen de sus pectorales y abdominales bien formados. Besé su pecho desnudo, llenándome de placer cuando lo escuché soltar un gemido.

—Y tú eres infantil, molesta y… —dijo entre besos—, secretamente perversa —logró jadear al fin las palabras.

Empecé a descender con mis besos hasta su vientre, notando cómo su respiración se agitaba. El movimiento de su abdomen lo evidenciaba. Me detuve un momento para apoyar mi cabeza contra su pecho y auscultar su corazón, que también palpitaba apresurado. Me entusiasmé por no ser la única en esas condiciones. Sentada sobre sus caderas, le acaricié el abdomen con las puntas de mis dedos, trazando las líneas de sus definidos músculos.

—Definitivamente, eres perversa —aseguró nuevamente.

Una vez más, presioné mis labios contra los suyos, para después deslizarlos hasta su cuello. Mi cabello largo hacia una cortina sobre su rostro, oscureciendo sus facciones. Él me rodeó con sus brazos, apretándome con firmeza

Había jurado que ése sería mi último beso antes de marcharme y dejarlo sufriendo. No obstante, no podía parar. Cada toque de su boca era mejor que el anterior, más apasionado.

Aproveché que me faltaba el aire para dejar ir sus labios. Con un ágil movimiento, me levanté de la cama y agarré mi blusa, sólo para darme cuenta de que no era más que un trozo de tela a forma. Joe la había roto en dos.

—Oh, no —lo escuché gruñir—. No irás a ninguna parte.

Con rapidez, me sujetó de los brazos, tirando de ellos para regresarme a su cama.

—Joe —musité sin aliento.

—Ahora no irás a decirme que Donovan esto, que Donovan aquello, que debemos detenernos porque hemos bebido y toda esa mierda —me reprochó.

Se quedó callado, esperando mi respuesta.

Rodeé su cuello con mis brazos.

—Fuiste tú quien lo nombró esta vez —proclamé, refiriéndome a Donovan.

Joseph esbozó una sonrisa ardiente, atrapó mis muñecas por encima de mi cabeza y besó mi cuello con furia.

—¿Qué pasó con esa nena inocente? —inquirió, deteniéndose para ver mis ojos al responderle.

—Nunca existió —revelé.

Advertí en la expresión de su rostro que no daba crédito a lo que estaba escuchando ni a lo que yo estaba haciendo.

—¿Has bebido hoy? —se mofó, con una risita coqueta.

Respondí con otra risa maliciosa.

No, no había tomado ni una sola copa.

Tan solo estaba muriendo por tenerlo.

—Te aviso que si estás ebria, me aprovecharé de ti de todas formas —me lo dijo en tono burlón, mostrando una sonrisa traviesa y sin apartar la mirada de mis ojos.

Pero algo en su actitud me decía que estaba hablando en serio.