webnovel

Capítulo 15: Señorita Escurridiza

Separé mis labios de los suyos.

—¿Qué dijiste? —inquirí.

—Es italiano —contestó Joe, lanzándome una mirada coqueta y una sonrisa pícara.

¿Italiano? Me quedé boquiabierta.

—¿Qué significa? —pregunté, aún rodeando su cuello con mis brazos.

—No lo sé —mintió—. Mejor dicho, no te lo diré.

Su aroma me envolvió. Tenía una fragancia masculina, inmaculada y seductora. Parecía diseñada para embriagar los sentidos. Olía a excitación, como si estuviera preparado para beber sangre.

—Significa que te deseo —confirió finalmente, antes de que pudiera insistir.

—¿Cómo aprendiste italiano? —susurré antes de mordisquear sus labios.

Volví a besarlo, entrelazando mis dedos en su cabello enmarañado y húmedo. Mi lengua acarició su piel mientras le suministraba cortos besos por todo su agraciado rostro. Empecé por su mandíbula, recorrí su barbilla y mejillas, y terminé en sus húmedos labios.

—Ya sabes… —contestó, permitiendo que lo besuqueara por todas partes— Hace tiempo yo… salí con una chica italiana —me detuve cuando un perturbador sobresalto me barrió los sesos. ¡Maldición! Espero que no sean celos. Me dije, sintiéndome inexplicablemente sofocada—. No es que hable fluidamente, sólo me enseñó algunas frases aquella noche.

La sensación de opresión en mi pecho se estaba volviendo cada vez más insoportable. Deseaba que Joe dejara de hablar. Realmente, en ese momento no me interesaba saber cómo demonios había aprendido ese sugerente idioma. No quería imaginarme a la chica italiana seduciendo a mi hombre con su cuerpo de diosa mientras le susurraba al oído "te deseo".

Apreté los dientes, conteniendo una mordida.

—Dame un beso —me exigió él—. En el cuello.

No estaba segura de si debía hacerlo. Temía que no pudiera resistir la tentación de morder su cuello cuando su piel estuviera bajo mis labios. Sin embargo, me acerqué al hueco de su garganta y besé suavemente su piel. Pude percibir su deseo y noté cómo su pulso latía, indicándome que la sangre fluía por sus venas. Tuve que retroceder para reprimir el impulso de morderlo.

Debo estar hambrienta, pensé. Ya que por alguna razón, mis colmillos seguían instándome a morder de una vez por todas.

Él relamió sus labios antes de aproximarlos a mi cuello. Me devolvió el beso, recorriendo mi garganta con su lengua de manera lenta a la vez que debaja pequeñas mordidas marcadas en mi piel. El interior de mi vientre se apretó, mandando oleadas de calor a mis piernas.

—¿Sabes? —dijo, apretando mis caderas contra las suyas de manera demandante—. Quiero darte una noche especial, una noche como tú te mereces.

Instantáneamente, las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba. Definitivamente necesitaba que lo hiciera, que me tocara como sabía hacerlo.

Manteniendo la sagacidad en mis ojos y en mi sonrisa, puse mis manos dentro de los bolsillos traseros de sus pantalones para atraerlo más cerca de mí. Él me acorraló contra el automóvil y me besó con vehemencia mientras manoseaba mis pechos. Al sentir que perdía el aliento de un tirón, jadeé impacientemente.

Él gimió en mi boca. Al mismo tiempo, escuché los pasos de Adolph aproximándose.

Cómo dos adolescentes pillados con las manos en la masa, nos separamos precipitadamente. Todavía respirábamos con pesadez cuando el vampiro apareció en la entrada de la mansión con una Coca Cola en la mano.

Repentinamente, el calor comenzó a afectarme. Para aplacarlo, sacudí el cuello de mi camisa antes de deslizar mis anteojos de regreso a mis ojos.

—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Adolph después de engullir un sorbo de su bebida.

—Hablando —respondió Joe.

Noté que su voz a duras penas salió de sus labios. Su respiración seguía agitada, al igual que la mía.

Adolph me regaló una sonrisa encantadora, a la que respondí antes de retirarme tímidamente hacia el interior de la casa.

Mientras me dirigía hacia la puerta, escuché el motor del auto rugir y a Joe festejar.

—¡Sí, finalmente ha encendido este pedazo de chatarra!

Se limpió las manos ennegrecidas con un pañuelo y chocó palmas con Adolph.

Una vez que estuve dentro, encontré a Alan recostado en el sofá frente a la televisión de tamaño monumental.

—¿Qué tal? —me saludó, sonriéndome—. Te noto un poco sonrojada.

Lo estaba. Y probablemente empeoró en el instante en el que lo señaló.

—Sí, hace calor, ¿no lo crees?

—Seguro —dijo, ampliando su sonrisa sagaz.

—¿Dónde está Nina? —quise cambiar el tema.

Su sonrisa se desvaneció.

—No lo sé —habló con seriedad.

—¿Está todo bien? —curioseé—. Quiero decir, ¿todo bien con Nina?

Soltó un suspiro. Su rostro y gestos se endurecieron.

—¿Puedo confiarte algo? —Me miró directamente a los ojos.

—Lo que sea.

—Ven, acércate —expresó, haciéndome señas para que me sentara a su lado. Tomé asiento en el sofá con cautela—. Sé que te dije que no suelo hablar de los pensamientos de la gente, pero... amo a Nina y ella... me oculta cosas.

—¿Te oculta cosas? —repetí, extrañada.

—Hay cosas de su pasado que la atormentan y no confía lo suficiente en mí como para hablar de ellas. Ni siquiera me ha dicho que está casada con Adolph —dijo en voz baja.

—¿Que está qué? —susurré, estupefacta—. ¿Dices que Nina y Adolph están casados?

—Sí, se casaron hace mucho tiempo. Aunque legalmente aún no se han divorciado, su relación terminó hace años —me aclaró—. Ella no me lo ha dicho, ni siquiera planea hacerlo, pero yo lo sé todo, principalmente porque a menudo entro en su mente.

Alan me había confesado algo muy personal, había depositado su confianza en mí. Lo que significaba sin duda que quería un consejo de mi parte.

Mi mente se llenó de pensamientos y especulaciones.

—Alan, sabes bien que todos ocultamos cosas —manifesté, asimilando la noticia de que Nina y Adolph estaban… ¿casados?—. Incluso tú le escondes que puedes entrar en su mente a diestra y siniestra.

—No es sólo eso, pero… creo que tienes razón —suspiró nuevamente y me rodeó los hombros con su brazo—. De todas formas, tengo miedo de perderla. Me he vuelto demasiado dependiente de ella y temo que sin ella, no sea nadie.

—Te entiendo —le aseguré—. Más que nadie sé cómo te sientes, pero no tienes de qué preocuparte. Tú y Nina son el uno para el otro. Confío en que siempre estarán juntos.

—Espero que tengas razón —había una nota de duda en su voz.

Forzando una sonrisa, me despeinó el cabello cariñosamente con sus manos.

De repente, Nina apareció desde el pasillo. Ella llevaba puesta una mini falda de color negro, pantimedias agujeradas y un top que combinaba con su peluca púrpura. Nos miró a ambos con una sonrisa alegre y se sentó en las piernas de su novio antes de besarlo apasionadamente. Alan le correspondía con ternura.

Sonreí al verlos.

¡Pero qué dúo más adorable!

Al mismo tiempo, Donovan se presentó con el cabello desordenado y el rostro lleno de vendajes y moretones. Arrugué la nariz.

¡Ouch!

Sólo verlo era doloroso.

—¿Por qué estás fuera de la cama? —le regañé—. Deberías estar descansando.

Donovan esbozó una sonrisa torcida y encantadora.

—De hecho, ya estoy mucho mejor —aseguró—. Quizás no pueda enfrentarme a ningún Zephyr, por ahora. Pero cuídate, Alan, porque pronto estaré listo para darte una paliza —bromeó.

—Estoy seguro de que lo harás —respondió Alan, casi de forma burlona. No obstante, percibí un dejo de recelo en su tono. O tal vez eran sólo ideas mías.

***

Esa noche, me dirigí al bar junto a la piscina en el patio trasero y preparé un batido de fresa mezclado con un toque de licor de limón que había encontrado en el almacén. Agregué al vaso un par de cubos de hielo antes de recostarme frente a la piscina. El agua estaba iluminada por la tenue luz de la noche y los destellos de la ciudad, mientras que las estrellas decoraban el cielo como una obra de arte valiosa.

—Darius Ross —dije en voz baja tan pronto como su nombre cruzó mi mente.

Después de beber lo que quedaba de mi trago, regresé furtivamente a casa. Me puse mis tacones y colgué un bolso en mi hombro antes de escabullirme fuera en medio de la noche. Con las llaves del Chevy en mi puño, cerré la puerta principal con el menor ruido posible.

Crucé la calle a oscuras y me arrellané en los cómodos asientos de tela del Chevy, con cuidado de no activar la alarma. Puse la llave en el contacto y lo encendí. A esas alturas los chicos debían haber escuchado el rugido del motor. Sin embargo, antes de que pudieran intervenir, presioné el acelerador y... nada sucedió.

¡Maldición! Pedal equivocado.

Estaba claro que mi experiencia al volante era escasa.

Aceleré de golpe y conduje a través de Manhattan, agarrando el volante con nerviosismo, mis músculos tensos. Las avenidas, aunque poco iluminadas, estaban repletas de actividad. Todo parecía normal a medianoche.

Sentí que una voz interior me juzgaba.

¿Qué? Le repliqué, trastornada.

Su respuesta llegó a mi mente con brusquedad:

¡Qué diablos! Es más de medianoche, estás fuera de casa, eres menor de edad, no tienes los documentos del auto ni una licencia, y además, has bebido antes de conducir. Para colmo, Angelique Moore, estás siendo buscada por la policía por tu desaparición. La presa perfecta para unos cuantos oficiales.

A lo que argumenté:

Soy un vampiro, no debería preocuparme por unos cuantos policías armados, ¿verdad?

Esperé pacientemente a que el semáforo cambiara, a pesar de que no había otros autos cerca y la avenida estaba desierta. La luz roja me iluminaba la cara como una cascada brillante.

En el trayecto, me distraje observando dentro de las pesadas sombras de un callejón a unos cuatro vampiros jóvenes alimentándose de su indefensa presa. Sin pensar demasiado en ello, continué mi rumbo.

Finalmente, llegué a Deadly Hall. En concreto, me dirigía a la mansión de las hermanas Salem.

¡Oh, sí! Un territorio peligroso.

Pero fue allí donde conocí a Darius y esperaba encontrarlo en el mismo lugar. Sólo debía cuidarme de uno que otro cazador e intentar salir con vida.

¡Bah! ¡Nada de qué preocuparse!

Ahí estaba ese mismo letrero deteriorado:

"Welcome to Deadly Hall".

Insegura, aparqué frente a la "mansión embrujada". Después de apagar el motor, salí del vehículo en silencio. Los vellos de mis brazos se erizaron.

Estaba, bueno, ¿cómo decirlo? ¡Aterrada!

Hacía un frío mortífero, lo cual me hizo darme cuenta de que debí haber llevado un abrigo. El aire gélido me estaba congelando mientras batía mi cabello. Di temerosas zancadas hacia la verja del castillo.

¡Argh! Un mal día para llevar una falda.

Con precaución, me agarré a la verja de hierro, preparada para treparla. El castillo de las trillizas se perfilaba al final del sendero empedrado, tan oscuro que parecía abandonado, oculto bajo la niebla ominosa. Me aferré a los tubos de acero oxidado hasta llegar a la parte superior de la reja, donde me detuve, temerosa de saltar al otro lado. Desde esa perspectiva, el suelo parecía más lejano de lo que realmente estaba.

Para mantener el valor, me repetía una y otra vez que era una vampira malvada. Fue así como reuní el coraje para saltar y aterrizar con gracia en la hierba. Me hallaba oficialmente dentro de la trampa para osos. Y yo era el oso, arriesgándome a ser enjaulada por cazadores.

No dudé en atravesar el sendero que me acercaba cada vez más hasta esa mansión espeluznante.

¿Y ahora qué hago? Me pregunté, consciente de que esa había sido una de las ideas más estúpidas que había tenido. Los chicos me matarían si volvía a casa con vida.

Rodeé el castillo, avanzando con cautela. Había gárgolas inmóviles que parecían estar más vivas que yo. Inhalé profundamente y, a través de la densa niebla, vi la terraza saliente de la habitación donde solía dormir. Frente a ésta, se extendía un lúgubre cementerio lleno de lápidas, flores marchitas, cruces y tumbas. Por un momento, sentí un escalofrío de pavor. Me aproximé a la verja que rodeaba el lugar y examiné las lápidas desgastadas, identificando nombres en las piedras.

Michelle Peters. Leí el nombre en una de las lápidas antes de depositar mi mirada en la siguiente.

RIP Brenda Simon. Decía en letras borrosas.

Steven Thompson.

Dante Damien. Logré leer el siguiente nombre en la losa contigua.

Jamie Salem.

Y en el centro del siniestro terreno, había una lápida de piedra con una cruz como cabecera, en la que se leía la inscripción: "Descanse en paz nuestro más entusiasta adversario, sea consagrada su sátira ironía. Darius Ross". Me quedé inmóvil, mi rostro palideció y sentí un escalofrío recorriendo mi espalda.

¡Santo cielo! Darius está muerto, pensé, congelada.

Un perturbador estremecimiento me recorrió las entrañas.

Todo este tiempo he estado tratando con un... ¿un fantasma? ¿Un muerto? ¿Un espectro? ¿Un zombie?

Entonces, una corriente de aire frío rozó mi piel, como si alguien me estuviera tocando. Y así era, porque Darius Ross apareció de repente frente a mí. Algo me hizo callar antes de que pudiera abrir la boca para lanzar un estrepitoso grito de pánico.

—Siempre he pensado que eres muy inteligente —susurró el muchacho con voz apenas audible—. Pero hoy, a pesar de que diste conmigo, has cometido una gran insensatez. ¿Qué estabas pensando al venir aquí? Si tienes deseos suicidas, al menos avísame para que deje de protegerte, chiquilla impertinente.

Lo miré, sin palabras para responder. Abrí la boca, pero ningún sonido salió. Sólo dejé escapar mi aliento antes de pronunciar la mitad de una palabra.

—Dar… —quería decir su nombre, pero era difícil en ese estado.

—Sí, Darius es mi nombre —dijo—. Ya que veo que no podrás hablar, te diré lo que quieres saber. Pero ¿puedes al menos hacerme la tarea más fácil? Cada día me haces más dura la labor de cuidarte —suspiró, haciendo una larga pausa antes de continuar. Me miraba con sus ojos de color añil como el cielo en pleno día—. Yo solía ser un vampiro, como tú. Era de alto rango, muy antiguo, pálido, poderoso, sin alma, un bebedor de sangre profesional y un sanguinario asesino. Tenía una estricta dieta de sangre y, por supuesto, era despiadado y cruel, como todos ustedes.

Él dio pasos a mi alrededor. Luego, siguió con su monólogo:

—Un simple vampiro, que no se cansaba de batallar con un trío de hechiceras y que un día se descuidó y fue asesinado por esas tres hermanas inmortales. Ése solía ser mi otro yo. Ahora llevo siglos siendo el espíritu de un vampiro muerto que busca irse al otro mundo, fuera de este infierno terrenal. ¡Algo loco! —mi rostro tenía una expresión de asombro que no podía ocultar mientras oía su discurso—. La cosa es así: no fui un buen vampiro cuando estuve con vida, las hechiceras me lanzaron una maldición y ahora estoy condenado a permanecer en este desgraciado mundo. Para librarme de mi maldición y redimirme de mis culpas, se me ha asignado la tarea de protegerte y ser tu guardián. Hasta que no cumpla con ese mandato, no podré cruzar el umbral que separa la tierra del paraíso.

Cuando terminó su explicación con una sonrisa amable, sus ojos azules brillaron intensamente. Seguía tan pálido como siempre, con la piel traslúcida y vistiendo ropajes arcaicos que recordaban siglos pasados.

—Eso es… —balbuceé.

—No me importa lo que opines. Ahora, corre, estás a punto de ser perseguida por el malvado mayordomo —dijo de manera afable.

Abrí los ojos de par en par y Darius desapareció de mi vista, como si se hubiera evaporado en el aire.

Efectivamente, pude escuchar pasos acercándose y percibir el aroma de un vampiro. Casi no tuve tiempo para girarme, pensar o parpadear. Harvey se arrojó sobre mí y me atrapó con su cuerpo, provocando que mi cabeza golpeara el césped. Emití un grito desde el fondo de garganta.

Ante mis alaridos de terror, el hombre cubrió sus oídos con sus manos, haciendo un mohín de disgusto, como si hubiese saboreado algo muy agrio.

—Shhh —me ordenó, y yo jadeé para recuperar el aliento que había perdido con mi aullido—. Cuidado con mis oídos, son sensibles.

Después de sonreir de manera insolente, cubrió mi boca con su mano. Forcejeé para salir del espacio entre el suelo y su pecho.

—Me alegra que hayas vuelto —me mostró sus alargados colmillos con un gruñido.

En serio, ¿qué demonios estaba pensando cuando decidí venir aquí? Me pregunté arrepentida.

—Me pregunto lo mismo —murmuró Harvey—. ¿En qué estabas pensando? Esta vez no tendrás tanta suerte como la anterior.

Recurrí a mi técnica de "en caso de emergencia, muerde aquí" y le mordí la mano. Emitió un bramido de dolor antes de soltar mi boca. Agitó su mano ensangrentada.

—¡Zorra! —me insultó.

—Maldito —respondí, dándole un fuerte empujón con el que conseguí apartarlo unos centímetros de mi cuerpo, lo suficiente como para poder rodar hacia mi costado y salir de sus brazos.

Me tambaleé al levantarme del suelo y corrí con todas mis fuerzas a través del terreno, recorriendo la senda que me había llevado hasta allí. Sentía a ese vampiro persiguiéndome. Cuando miré hacia atrás por un breve segundo, lo vi muy cerca. Repetí esta acción varias veces hasta llegar a la enorme verja de hierro con la aldabilla cerrada.

La escalé igual un gato. Y salté al otro lado, donde el vejestorio que llevaba como coche estaba aparcado. Busqué las llaves en el bolsillo trasero de mi falda, las sostuve en mi puño y, antes de poder abrir la puerta, Harvey me bloqueó el camino, mirándome con una sonrisa que me hacía saber que ya estaba perdida.

Estoy muerta, pensé con un pizca de humor resignado.

Pero en ese instante, Darius se materializó a mi lado y contempló a Harvey como si éste también pudiera verlo. Levantó una ceja mientras negaba con la cabeza, centrando su atención en el psicópata mayordomo.

—Maldita sea —farfulló Harvey, perplejo, al tiempo que veía en dirección al fantasma. Su rostro palideció.

Aproveché su aturdimiento para empujarlo hacia un lado y entrar al auto. Un segundo más tarde, cerré la puerta de un portazo. Justo cuando inserté la llave en el contacto, escuché cómo el cristal de la ventanilla lateral se resquebrajaba debido a que Harvey acababa de darle un puñetazo.

Aceleré rápidamente, adentrándome en esa difusa carretera envuelta en neblina. En el espejo retrovisor, vislumbré un último reflejo de Deadly Hall. Darius se hallaba en la entrada del castillo con los brazos cruzados, observando cómo Harvey corría tras de mí. No obstante, el auto era una ventaja. No me llevó mucho tiempo perder de vista a ese vampiro obstinado.

En Manhattan, reduje la velocidad, quería aminorar el ritmo lo más posible. No me apetecía mucho la idea de enfrentar a los chicos, que seguramente me estaban esperando en medio de la sala, sentados en los sillones, con las luces apagadas, caras largas y aspecto atemorizante.

Aparqué el vehículo en la entrada de la casa. Las luces estaban apagadas. Apenas salí del auto, Adolph, Nina y Alan aparecieron en el pórtico, con los brazos cruzados.

¿Dónde estaban Joe y Donovan?

Sin moverme, los miré acercarse hasta donde yo estaba.

Sí, parecían molestos.

Les sonreí con nerviosismo.

Adolph se puso de pie delante de mí, Nina estaba erguida a su derecha y Alan a su izquierda. Los tres me examinaban con el ceño fruncido y gestos de desconfianza.

—¿Cómo estás? —departió Adolph, apretando los dientes—. Si te hicieron daño, tendrás problemas con todos nosotros.

—Estoy bien —diserté con inquietud.

—Más te vale —soltó Nina.

Adolph miró por encima de mi hombro con los ojos entrecerrados.

—Angelique —tomó aire profundamente para después dejarlo salir lentamente—, ¿qué diablos le has hecho a mi auto?

Cuando me volví hacia la ventana rota del Chevy Impala, reviví el momento en que Harvey golpeó el vidrio mientras trataba de atraparme.

—Oh, Dios, pudiste haber muerto —interrumpió Alan.

Era evidente que estaba indagando en mis pensamientos. Seguramente había descubierto dónde había estado.

Adolph tocó la ventana agrietada del vehículo.

—¿Dónde demonios estabas, pequeña incorregible? —gruñó.

—Fui a la mansión Salem —admití avergonzada.

No había necesidad de mentir, especialmente si Alan podía leer mi maldita mente.

Nina se quedó boquiabierta, Adolph se puso aún más serio y Alan me miró con recelo, sus brazos seguían cruzados y sus ojos entrecerrados mientras negaba con la cabeza. La comisura de sus labios había formado una fina línea.

—Dime que estás mintiendo —expresó Adolph.

Mordí mis labios.

—¡Santo cielo! —vociferó escandalosamente Nina—. Eres ruda, ¿eh? ¿Cómo conseguiste regresar con vida?

Darius Ross. Fue la respuesta que vino a mi mente.

—¡No dramaticen! Estoy sana y salva.

—Te lo dejaré pasar esta vez —me advirtió nuestro líder, ahora más interesado en su coche con cinco décadas de antigüedad—. Pero si vuelves a hacer algo así, te encerraré en el ático durante dos siglos. ¿Entendido? —cuando creí que había concluído, prosiguió—: ¡Oh, casi lo olvido! Ahora que sé que no te ha sucedido nada, me gustaría decir lo mismo del auto. Que no se repita o serán tres siglos.

Separé los labios para decir "lo siento", pero Nina me detuvo.

—Sólo una cosa más… ¿qué estabas haciendo en ese lugar? —preguntó curiosa.

—Eso no importa. Lo siento, ¿de acuerdo?

Ella me observó con sospecha.

—Pensé que estabas con Donovan —admitió.

Alan y Adolph sacudieron la cabeza, seguros de que no era así.

¿Donovan tampoco estaba en casa?

¡Oh, cierto! Era más de medianoche.

La chica se mostró confundida mientras caminábamos hacia las escaleras del porche.

—¿Cómo estaban tan seguros de que Donovan no estaba con Angelique? —nos adelantó, enfrentando a los chicos para tratar de detener su paso.

—Linda, creo que hay algo que debes saber. Todos lo sabemos, a excepción de ti, por supuesto —comentó Alan. Nina esperó atónita la confesión de su novio—. Nuestro amigo Donovan es un Succubus.

La pobre chica, con su cabello de un matiz naranja, abrió la boca con asombro.

—¿Estás bromeando? ¿Todos ustedes sabían esto? ¿Hasta ella? —me señaló.

Los cuatro nos detuvimos.

—¿Cómo es que todos lo saben? —refunfuñó Adolph, observando con sorpresa a su amigo.

—¿Cómo es que yo no lo sabía? —siguió protestando Nina.

—Angelique te escuchó hablar con Donovan y le ha preguntado a Joe lo que significaba Succubus —contestó Alan a nuestro líder.

El rostro de Adolph se llenó de recelo.

—¿Y cómo te enteraste de todo esto? ¿Cómo sabes qué así lo supieron Angelique y Joe?

¡Oh, lee mentes! Me tenté a decir, pero me mantuve en silencio.

—¿Creen que son los únicos que tienen oído súper desarrollado?

—Creo que soy la única que no lo tiene —exclamó Nina indignada antes de seguir andando—. Al parecer nunca me entero de nada.

Aguanté una sonrisa mientras pensaba en lo graciosa que solía verse Nina cuando se enojaba.

—¿Dónde está Joe? —pregunté, tratando de parecer desinteresada.

—No lo sé —me respondió Nina, fingiendo más enojo del que en realidad tenía—. Hace un rato estaba aquí, parecía un poco irritado.

Asentí levemente y me escabullí por el pasillo hasta mi nuevo dormitorio. Al abrir la puerta, vislumbré a Joe acostado en mi cama con las piernas cruzadas, sosteniendo un libro en sus manos, cuya portada no distinguí entre las sombras. Sin poder ver su rostro debido a que estaba oculto tras el libro, lo saludé.

—¿Hola?

Él arrojó el libro al suelo. La rudeza de sus facciones era irrefutable mientras me inspeccionaba de arriba abajo. Apoyó la cabeza en sus manos antes de pestañear un par de veces.

—¡¿Hola?! —repitió, como si yo hubiera dicho algo completamente absurdo—. ¿Por qué demonios te has ido esta noche, señorita escurridiza?

—Oh —dije, y luego más lentamente—: ¡Oh! Sólo estuve recorriendo algunas discotecas y paseando por algunos clubes.

Me sonrió ampliamente, dejando a la vista esos afilados colmillos. Era una sonrisa maligna.

—Estoy enojado, estoy furioso contigo —se levantó de la cama para aproximarse hacia mí de forma extremadamente seductora y amenazante—. Si crees que bromeando voy a olvidarme de que pusiste tu vida en peligro una vez más, te estás equivocando.

¡Madre mía!

Él llevaba tanta ropa encima... le hacía falta deshacerse de unos cuantos harapos. En cuanto se acercó y su aroma se hizo más envolvente, no pude resistir la tentación de agarrar las solapas de su abrigo y tirar de él hacia mí.

—No te pongas caliente, no me ha sucedido nada —susurré contra su cuello.

—No estoy caliente —dijo con severidad mientras mis manos se deslizaban en el interior de su abrigo, acariciando sus hombros—. Si sigues haciendo eso, me pondré realmente caliente.

Reprimí una sonrisa astuta que quería escaparse de mis labios.

Mi piel se encendió como si estuviera en llamas. En mi interior se avivaron andanadas de fuego cuando sus manos rodearon mi estrecha cintura. Me quedé casi inmóvil.

—Estoy profundamente molesto contigo —continuó con firmeza.

—¿No tienes un poco de calor? —Mi voz sonó increíblemente sensual.

Sosteniendo sus fornidos hombros, empujé hacia atrás su abrigo y lo deslicé por sus voluminosos brazos.

—Hey, no es justo que empieces a desvestirme cuando pretendía mostrarme muy, muy enfadado.

—¡Oh, no pienses mal! Creí que tenías calor, sólo eso —jugueteé con los botones de su camisa luego de terminar de quitarle el abrigo.

Él se inclinó para besarme, pero me escurrí fuera de sus brazos, alejándome con una crueldad intencionada.

—Eres tan... tan imposible, tan irresistible. En serio, ¿cómo lo haces? —se quejó.

Su mirada me siguió cuando crucé la habitación.

Por el rabillo del ojo, noté cómo se reclinaba contra la pared, cruzando los brazos.

Sentí mi corazón acelerarse en mi pecho y mi temperatura aumentar.

¡Por Dios!

¿Cómo podía estar tan enamorada de ese hombre?

Era tan atractivo, tan seductor, tan perfecto y sublime. La fantasía de cualquier mujer en la Tierra.

—¿Sigues enfadado? —murmuré con inquietud y nerviosismo.

—Eso intento.

Me detuve frente al espejo de pared y examiné mi reflejo con detenimiento. Aparté el cabello de mis hombros, colocándolo detrás de mi espalda. Luego, me quité los pendientes y los guardé en el cajón de la mesita de noche. Empecé a desmaquillarme y me quité los zapatos de tacón.

De manera discreta, noté que Joseph tenía los ojos clavados en mi cuerpo. Intimidada, guardé silencio.

Alboroté mi cabello antes de proceder a desabrochar el collar que rodeaba mi cuello. Estiré los dedos hasta mi nuca para alcanzar el broche de la gargantilla.

—Angelique, quiero… Es decir, me gustaría… —Joe vaciló—. ¿Podrías complacerme en algo?

Me giré para verlo, sorprendida.

Como si no estuviera muriendo de curiosidad por saber lo que quería pedirme, continué lo que estaba haciendo. Busqué una toalla y la puse sobre mi hombro, preparada para entrar al cuarto de baño.

—Eso depende —respondí, pretendiendo poco interés—. ¿Qué es lo que quieres?

Abrí la puerta del cuarto de baño, ignorando a Joe. Me dirigí lentamente hacia el jacuzzi que se encontraba en medio y giré ambos grifos de agua antes de regresar a la habitación.

—Desvístete —lo escuché decir—. Desvístete para mí.