—¡NOOOO! —gritó mi madre, levantando la bandeja en su mesita de noche y lanzándola fuerte contra la pared con un impacto ensordecedor.
El sonido resonó a través de la habitación, enviando fragmentos de vidrio volando en todas direcciones. La que una vez fue una elegante bandeja se hizo añicos en un millón de minúsculas piezas, esparciéndose por el suelo como una constelación de estrellas. El agudo y penetrante ruido retumbó en el silencio, haciendo que todos en la habitación se quedaran paralizados del miedo.
Mi madre ha estado teniendo rabietas desde que llegó aquí. No ha habido un solo día en que se haya sentido un poco de consuelo desde que llegó aquí. Pero la repentina violencia del acto nos tomó por sorpresa a todos, dejando una tensión palpable en el aire. Los pedazos rotos de la bandeja yacían esparcidos en el suelo, un contundente recordatorio del caos que acababa de desplegarse.
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