Una semana pasó en un suspiro. Se podría considerar una cantidad considerable de tiempo, pero aún así a duras penas conseguí hacer contacto con otros habitantes de la aldea a parte de Mirthia. La mayoría simplemente me rehuían mientras me lanzaban miradas hostiles. Ni uno solo se dignó en dirigirme la palabra. Si no hubiera sido por la compañía de Mirthia, lo más probable es que hasta me hubiesen atacado. Por suerte, lentamente la tensión fue calmándose y terminaron medio acostumbrándose a mi presencia.
—Hola... —saludé a un gato de cabello marrón claro que se me cruzó por delante.
—Hola —me respondió secamente, sin apenas mirarme.
Suspiré pesadamente y dejé caer mis hombros mientras caminaba de regreso a la casa de Mirthia.
«Bueno, es un avance bastante grande...», pensé mientras observaba la aldea desde el portal de la casa de Mirthia.
Me senté en la puerta, intentando llamar la menor atención posible, sin dejar de recorrer de un lado a otro los distintos puntos de la aldea. La casa de Mirthia estaba en una esquina, con lo que era bastante fácil tener una visión global de lo que ocurría en la aldea.
«Como sea, tampoco es que esté aquí para hacerme amigo de unos gatos humanoides… Ni es que vaya a quedarme toda la vida tampoco…»
Varios de esos hombres gatos caminaban enfrascados en sus asuntos. Cada gato era bastante único. Algunos simplemente tenían su cola y orejas que les diferenciaba de un humano, mientras que otros tenían largo pelo cubriendo la mayor parte de su cuerpo, sobre todo los hombres. Había gran variedad de pelajes, desde el negro más oscuro a los atigrados y algún que otro completamente blanco, pero estos últimos no abundaban.
Algunos hombres se dirigían hacia el bosque con arcos en sus espaldas. Otros transportaban cubos llenos de agua desde un pozo situado en medio de la aldea. Algunas de las mujeres tendían la ropa recién lavada. Hasta se podían escuchar los gritos de parejas discutiendo sin darse cuenta de que los escuchaban claramente desde todos lados. No había muchos, pero algunos niños corrían sin preocupación, jugando alegremente por las inexistentes calles del lugar.
—No somos tan distintos… —murmuré sin darme cuenta—. Si no fuera por las orejas y la cola, perfectamente los confundiría con simples humanos.
Una tenue sonrisa se marcó en mi cara. Me sentía bien en ese lugar. Siempre que me encabronaba me gustaba perderme en mi bosque personal, con lo que vivir en medio de uno me recordaba mis días vagueando a la orilla de ese lago... Lago que por alguna razón echaba bastante de menos visitar. Ironicamente, vaguear allí se había vuelto mi obsesión, hasta tal punto que no ir se sentía como faltar al trabajo.
«¿De verdad podré regresar?», pensé mientras perdía la mirada entre los altos árboles que rodeaban la aldea. De todos modos, mi ligera sonrisa no desapareció. Al contrario, se incrementó bastante. Ese lugar transmitía una tranquilidad que nunca sentí antes.
«No es como si me fuera a quedar aquí… pero podría perfectamente acostumbrarme a vivir en este lugar… O quizás no...»
Solo había una cosa que me molestaba del lugar.
«Hoy hasta tengo escalofríos.»
Ya hacía unos cuantos días que, justo en el momento en el que salía de la casa de Mirthia, sentía una mirada fría en el cogote. Al principio pensé que eran imaginaciones mías y no le di la menor importancia, pero tras ver que no paraba de repetirse empecé a cambiar de opinión. Es más, juraría que la sensación se fue acrecentando día tras día, hasta el punto que empezaba a estar preocupado de verdad. Busqué varias veces el origen... Nunca fui capaz de encontrarlo.
—Te veo raro, miau. Pareces asustado, ¿qué te pasa? —me pregunto Mirthia que recién aparecía detrás de mí.
—Nada... No te preocupes. Vamos de una vez.
Nos apresuramos en recorrer el camino hasta el claro del árbol sagrado. Nada más llegar me senté por rutina en el tocón, dejando al inmenso árbol delante de mí.
—Bien, miau. Hoy aprenderás a controlar correctamente tu maná. Ya habrás notado que por mucho que seas capaz de localizar tu contenedor es completamente inútil por sí solo. Para poder usar magia necesitas aprender a hacer fluir el maná por tu cuerpo como si de respirar se tratase y luego ser capaz de canalizarlo incluso hacia afuera del cuerpo.
Asentí sin dudar ante sus palabras.
—¿Recuerdas cuando te enseñé la esfera de maná? Pues debes empezar haciendo esto —me mostró cómo creaba esa bola brillante una vez más.
—Bien...
—Solo necesitar dejar fluir el maná fuera de tu cuerpo y concentrarlo encima de tu mano. Que tengas suerte, miau. ¡Nos vemos luego!
Nada más terminar de decirme esas palabras dio media vuelta y se fue a toda prisa dando un salto entre los árboles, desapareciendo instantáneamente de mi vista.
—¡Espera un momento! Qué mier... Se fue de verdad...
Me quedé plantado en medio del lugar con una expresión incrédula en mi cara.
«"Hoy aprenderás"... No dijo: "hoy te enseñaré"... ¿Se supone que necesito apañármelas solo? ¿En serio? No me jodas...»
—¡Al menos dame algún consejo de cómo se hace eso! —grité en el medio del bosque, pero después de que mi voz se perdiera en las profundidades ningún otro pudo escucharse más.
No pude hacer mucho más que resignarme y ponerme manos a la obra. Me senté en posición de loto encima del mismo tocón y levanté mi mano hacia el cielo.
—A ver… ya puedo notar fácilmente la energía en mí cuerpo, pero…
Fruncí el ceño y empecé a hacer fuerza hacia mi mano hasta el punto que mi cara se puso toda roja, pero como esperaba, nada apareció.
—Es inutil…
Dejé caer mis hombros, abatido.
—Debería haber seguido preguntando a Raidha un poco más…
Me recosté hacia atrás, perdiendo una vez más mi mirada hacia el cielo, pero enseguida sacudí mi cabeza y me dí un fuerte y sonoro golpe en las mejillas.
—No, no, no, justamente esta es la actitud por la que decidí empezar a aprender magia. Si recaigo en malos hábitos seguro que no conseguiré nada.
Me golpeé las mejillas un par de veces más y me recoloqué en posición de loto sobre el tronco de nuevo.
—Vamos allá...
Tomé aire y cerré los ojos mientras me concentraba de la misma manera que la última vez. Pronto me encontré de nuevo en ese espacio oscuro. Me dirigí directamente hacia el contenedor y me agaché a mirarlo de cerca… seguía vacío.
—¿Qué se supone que debo hacer ahora?
Tontamente me quedé embobado mirando esa piscina mientras me sujetaba la barbilla con mi mano derecha. Observé a mi alrededor, los finos ríos descontrolados seguían fluyendo sin orden.
—¿Cómo se supone que controle esto?
Decidí por el momento dejar de lado el contenedor. No es como si fuera a llenarse únicamente por quedármelo mirando como un idiota, y me puse a caminar sin rumbo, siguiendo los hilos.
Durante minutos fui de un lado a otro, sin encontrar un final de ese espacio. No podría asegurar si se trataba de un espacio infinito o simplemente conectaba el principio y el final, el arriba y abajo. Teniendo en cuenta que era lo que se consideraba, una imagen de mi interior, tenía que ser la segunda.
—Esto es un auténtico caos… —murmuré.
Los incontables hilos no seguían patrones fijos, simplemente fluían de un lado a otro sin sentido, llegando a arremolinarse entre ellos en algunos lugares. Y no importa cual eligiera seguir, todo apuntaba a que siempre regresaba al mismo lugar.
—A ver, usa la cabeza un poco.
Recorrí los hilos de energía con la mirada una vez más, pero de golpe algo medio oculto en la oscuridad llamó mi atención. En ese momento todos mis pelos se pusieron de punta.
—No puede ser…
Me quedé paralizado durante un momento, pero enseguida reuní coraje y empecé a caminar hacia esa silueta. Estaba de espaldas a mí y no parecía haberse dado cuenta de mi presencia.
—Tú…
Al principio no reaccionó, pero levanté mi mano y tiré de su hombro hacia mí. En ese momento por fin se giró lentamente y se me quedó mirando un momento con cara adormilada, que rápidamente cambió a una mueca de disgusto.
—¿Qué quieres ahora, idiota?