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Capitulo 8: Florecen las caléndulas.

tiembla, sacudido por escalofríos y sudores que añaden un toque de color a la austera habitación de Soichi.

A la derecha del convaleciente, el joven se ha convertido en un hábil experto. Ejecuta movimientos constantes y repetitivos, divididos en dos partes distintas.

Un paño cubre la boca del hombre, mientras otro se desliza por la frente y los ojos en un acto de meticuloso cuidado.

Apenas unos minutos después de colocar los paños de tela, estos alcanzan el punto de ebullición. Como un hábil artesano que domina el oficio, el joven retira, humedece y vuelve a aplicarlos, manteniendo un ritmo constante y preciso. Los dedos delicados y ágiles trabajan incansablemente, como si estuviera frente a una línea de producción.

Soichi siente la convicción de que interrumpir aquel movimiento podría desencadenar un desastre.

El rostro del joven permanece inexpresivo durante la mitad de la noche; firme e inalterable.

Con el avance de la fatiga, el semblante de Soichi cambia, revelando un atisbo de lo que ocurre dentro de él.

¿Estar así es incorrecto? ¿Acaso su corazón es como una roca insensible? ¿Podría su mente retorcida ser tan indiferente?

Pequeñas grietas comienzan a formarse, un proceso lento pero profundo que no augura nada bueno. La culpa lo invade, una mezcla confusa de sentimientos brotan en el interior, pero se ve obligado a contenerse.

Se atormenta con pensamientos llenos de "si solo hubiera". Quizás si hubiera hablado, Lían no se habría ido con ese sujeto. Si hubiera esperado a su lado, quizás la furia no se habría desatado sobre él. Si no hubiera tardado tanto en bajar, quizás aquel cuerpo no estaría tan dañado. Si no lo hubiera obedecido, quizás ahora estarían en el hospital.

Estos "si no hubiera" y "tal vez" fluyen por sus venas, exponiendo una ira que está a punto de estallar bajo la piel.

No son preguntas; cada una es confirmada por el cuerpo que cuida.

Todo va demasiado rápido, ni él comprende lo que está sucediendo. Quiere salir a romper los huesos del bastardo que se atrevió a tanto. La sonrisa de Lían que alguna vez odió, es imposible de ver ahora.

Cuando lo recostó y empezó a limpiarlo, la curiosidad lo cegó. Los labios carnosos y finamente dibujados habían sido borrados por cortes. El camino volcánico parecía haber erosionado hasta la faringe.

Maldijo al desconocido de una forma irrepetible.

Al quitarle el saco y cambiar la camisa, se encontró con las terribles manchas que se aferraban al abdomen. Los gemidos dolorosos del hombre llenaron su pecho de aflicción.

Aunque los cuerpos fueran diferentes, Lían era suave pero firme; esas marcas denotaban un ataque repetitivo y atroz. Ese tipo de agresión solo la podía resumir en una palabra: salvaje.

Quería despertarlo de alguna manera, agitarlo hasta obtener una respuesta.

¿Cómo permitiste que esto ocurriera? ¿Por qué no te defendiste? ¿Quién demonios es ese tipo?

A pesar de que la duda lo carcome, no lo hará. Es consciente de que ha perdido el don de la comunicación hace mucho tiempo. Está demasiado inestable como para que el interrogatorio sea amable.

Con el paso de las horas, gracias a su arduo trabajo la temperatura disminuye.

Relajarse un poco resulta peor.

Sentado a su lado la penumbra lo invade. Se aferró a ese animal moribundo, lo sostuvo en los brazos aunque no quería. La voz temblorosa antes de perderse en el silencio susurró: "Vamos a casa".

La expresión de Soichi cambia al recordar aquellas palabras. Los músculos de la mandíbula se tensan y el disgusto se refleja en el apretar de sus labios.

«¿Casa?», una fugaz vacilación cruza por su rostro, como si estuviera luchando por mantener bajo control una serie de emociones que colisionan en su interior. «¿Cómo se atrevió a pedirle eso?»

Si un espectador hubiera presenciado la escena, habría quedado impresionado por tal muestra de esplendor. Como un soldado, el joven apuesto llevó en sus brazos a su compañero herido hacia su resguardo. Si permitimos un poco más de imaginación, podría interpretarse como una bella criatura herida fue cargada por su desconsolado amante.

A pesar de los esfuerzos por disimularlo, un destello de malestar se refleja en sus ojos. «¿Abandonarlo a su suerte? ¿Qué clase de mierda de ser humano piensa que soy?»

No iba a llevarlo a su departamento para dejarlo solo en este estado. Es consciente de que no tienen ningún vínculo; su forma de tratarlo podría considerarse despectiva. Pero no iba a abandonarlo para que se retuerza solo en el dolor.

Los pensamientos de Soichi se ven interrumpidos por una mano fría discordante con la temperatura que trajina el cuerpo. El hombre parece buscar algo a qué aferrarse.

La expresión de temor de Lían muestra el reflejo de una pesadilla tenebrosa. La persecución es breve; el joven es cálido y sincero al tomar la mano con delicadeza. Ese gesto es un refugio en medio de la cruel noche del hombre; su ceño se relaja al sentirlo.

Aquel que estaba atemorizado ha encontrado al final su lugar seguro.

 ◇◆◇

El tiempo transcurre y los ojos nublados de Lían exploran el espacio desconocido alrededor. Su mano sigue siendo sostenida, no lo han soltado.

El propietario del lugar permanece encorvado en una silla, extendiendo el brazo con cuidado respetando los límites para no ser imprudente.

El pecho del hombre se hunde mientras cierra los ojos en su lamento. El pasado le recuerda cuán destructivo puede ser querer caminar hacia la luz. Aquellos que alguna vez estuvieron marcados por la oscuridad solo pueden caminar bajo ella.

Desliza la mirada hacia la derecha, observando a Soichi con detenimiento. Esta imagen acaricia sus falsas esperanzas.

Un suspiro silencioso y profundo escapa del corazón vacilante. No puede arrastrar al joven a su tortuosa vida. Sin embargo, a pesar de entender esto, anhela ser egoísta. Desea apaciguar el sentimiento que esconde en su interior.

En soledad, el hombre dedica el tiempo a trazar la danza de dos cuerpos perdidos en esta habitación desconocida. Palabras endulzantes que ha practicado para susurrar.

Dos amantes fundidos hasta el punto de quebrarse.

Un sueño frágil, distante.

Como si la primavera no hubiera tenido la intención de florecer ese año, ni en los anteriores, él se queda ahí, expectante. Sosteniendo entre sus brazos una pizca de esperanza. El tiempo se burla en su rostro, consciente de que no puede arrastrar a Soichi hacia la cruda espiral que se avecina. Es necesario aceptar el destino; lo que no ha comenzado tendrá que llegar a su fin.

Absorto en su miseria no se da cuenta de que el joven se ha despertado.

—¿Cómo te sentís? —consulta con voz baja y suave. —Suelta la mano de Lían con delicadeza y se acerca con su cuerpo aún adormecido—. ¿Podes hablar o te duele mucho? —dice, tocando con la yema de sus dedos la frente del hombre.

¡El dolor! Hasta ese momento lo había olvidado inmerso en sus fantasías; ahora todo regresa de golpe. Las heridas arden, dificultando cada palabra que intenta pronunciar.

—Duele —susurra apenas.

—Está bien, no te apresures. Ahora que estás despierto, voy a buscar una farmacia. ¿Estás seguro de que no queres que vayamos al hospital?

Antes de que abra la boca para responder el joven lo interrumpe.

—¡Espera! No hables por ahora. Asentí o nega con la cabeza.

Al notar la expresión preocupada en su rostro, no puede evitar sentirse conmovido. Lo están tratando como si fuera algo frágil, a punto de romperse en cualquier momento. Y no es en un sentido negativo; de hecho, le resulta bastante tierno.

Responde negando con la cabeza.

Ante esto, Soichi no puede ocultar la expresión de disgusto.

—¡Bien! Entonces, ¿vamos a la comisaría? —pregunta, recordando la negativa de Lían la noche anterior.

Él cree firmemente en la importancia de que las heridas sean revisadas y en la necesidad de denunciar al agresor. Sin embargo, se encuentra nuevamente con la misma respuesta.

Aprieta los dientes sintiendo la urgencia de expresar su frustración. Aunque se contiene y en el rostro solo se refleja la profunda amargura que experimenta.

—¡Como quieras! —gruñe antes de dar media vuelta y marcharse.

Tras esa extraña reacción, el hombre se queda parpadeando, hasta que el cansancio lo vence y se duerme nuevamente.

◇◆◇

Tiempo después, Lían se despierta mientras Soichi le aplica una crema en las heridas. No sabe cuánto tiempo ha pasado.

—Ahora te voy a administrar un medicamento —dice el joven, tomando suavemente de su brazo—. En la farmacia me dijeron que lo tomes cada ocho horas. Ayudará a aliviar los dolores, la crema acelerará la curación y también tiene propiedades calmantes. Supongo que en un rato podrás hablar un poco, pero por ahora evitémoslo —explica mientras acomoda algunas almohadas y lo recuesta sobre ellas.

Salir un poco relajo el semblante del joven y regreso con un ánimo diferente. Mientras el convaleciente toma despacio la medicación, el otro va y viene de la cocina.

—Por hoy tenés que comer cosas frescas, así que traje flan, gelatina, postre, no sé, ¿cuál queres? —consulta, mostrando la variedad de productos.

Lían señala la gelatina de frambuesa. Soichi se sienta y procede con el servicio.

¿En qué momento le habían quebrado los brazos? ¿Por qué tendría que darle de comer?, si bien es desvergonzado la situación le parece extraña. Dado que se vendrá la despedida, no es inapropiado aprovechar la solidaridad que le están brindando. Acepta en silencio las buenas intenciones.

Pero el joven también ansiaba aprovechar la oportunidad.

—¿Quién es Rodrigo?

¡Oh! Había caído en la trampa, pequeño ser maquiavélico mostrando lindura para obtener respuestas. Lían hace un gesto con la mano, señalando que él mismo le había dicho que no hablara. Pero no iba a salvarse esta vez, Soichi le da su celular para que escriba la respuesta.

«¡Estoy jodido, estoy jodido!», piensa, creyendo que fingir un colapso en ese momento era la mejor alternativa.

—No, mejor no, no tenés que contarme si no queres —dice quitándole el celular de la mano.

El hombre se relaja por un momento, mientras lo seguían alimentando con cucharadas de gelatina.

Pero esto no iba a terminar aún.

Tratando de mantener un tono amable, pero con una expresión ambigua le explica:

—Anoche tu celular no paraba de sonar. Hasta que se acabó la batería la única persona que te llamaba era ese sujeto. Entonces, tuve la sensación de que era el que te lastimó anoche. —Su mirada se volvió incisiva—. ¿Ese tipo es un familiar tuyo?

Con la cuchara suspendida en el aire espera la respuesta, pero el interrogado niega con la cabeza. Fue así que el joven despliega todas sus conjeturas y ante cada respuesta, la gelatina se vuelve el premio que recibe el pequeño cachorro luego de haber obedecido bien a su amo.

Pero se están agotando las hipótesis, Soichi contiene un momento la respiración, sabía que ya está metido hasta el fondo por la intriga. Titubeando pregunta:

—¿Es tu pareja?

Hay cosas que resultan difíciles de ocultar. Lían no quería que se enterara de esta forma, pero tampoco deseaba mentirle. Lo positivo es que Rodrigo no es su actual pareja. Niega con seguridad sin sentir ningún remordimiento.

—Entonces... ¿es una ex pareja?

Lo había descubierto, y el cuerpo del hombre esta exhausto. Si no era ahora, sería mañana. El interés por saber quién es esta persona parece sincero. Agotado, Lían asiente con los ojos cerrados evitando ver la reacción del otro.

Quien estaba ansioso haciendo incontables preguntas se sume en el silencio repentino. La cuchara golpea el fondo del pote con estrépito indicando que está vacío. Inconscientemente los párpados del hombre se alzan ante el sonido.

Soichi se ha levantado del asiento, está llegando a la salida de la habitación cuando ladea la cabeza hacia atrás y lo observa.

—Tenés mal gusto.

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