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Capitulo 26: “Lo lamento”

"El día en que mí alma ya no sufra,

el día en que yo también

tenga a alguien que me ame".

Pomme.

En la vacía noche porteña, una camioneta negra está estacionada en la oscuridad. El pavimento permanece húmedo, mientras las hojas ocres danzan en remolinos caprichosos. Las luces de las veredas titilan con un dejo de temor. El clima está expectante, aguardando el momento preciso para desatar su furia.

Rodrigo está acompañado por dos hombres robustos. Los tres visten de negro, pero él es el que resalta. Su imponencia es abrumadora. Apoyados sobre el capó de la camioneta, observan cómo Soichi dobla en la esquina hacia su encuentro.

Al mirar a las tres bestias fumando y bebiendo, el joven se siente incómodo. Esto no se ve como la última vez que se enfrentaron. Aunque prefiere abstenerse de conflictos, no puede hacerse el idiota ante la amenaza que acaba de recibir. Que Rodrigo suba en este momento a su departamento con los otros sujetos sería un desastre. Por más trajes caros que vistan, la maldad y perversidad talladas en sus huesos traspasan las costosas telas.

Rodrigo no puede evitar mirar con cierta impudicia al joven que se acerca. Desde el primer encuentro, ha considerado que podría ser un buen producto.

¿Cuánto cotizaría un apuesto oriental?

¿Cuánto pagarían por quebrar esa expresión arrogante?

—¡Miren! Al fin llegó mi nuevo amigo —exclama, dirigiéndose a sus subordinados.

Soichi se mantiene a unos metros.

—¿Qué querés?

Con una sonrisa forzada, Rodrigo muestra ambas hileras de dientes, teniendo la mandíbula un poco tensa antes de responder.

—¡Bien! Me gusta, directo al grano. Ya sabes lo que quiero.

—Es una pena, no siempre tenemos lo que queremos.

—Digamos que eso no te incumbe. Solo llámalo para que ba-

Con una sonrisa maliciosa, el joven lo interrumpe.

—¿Por qué no lo llamaste vos mismo... ah, es cierto, no te contesta, ¿o me equivoco? —Prende un cigarrillo con tranquilidad y hace una calada profunda—. Estaba presente cuando te bloquearon y eliminaron. Qué frustrante debe de ser, al ser rechazado de esa manera. —Su expresión se tiñe de satisfacción.

El rústico y atractivo rostro de Rodrigo se vuelve horrendo, no ayudaba el hecho que estuviera cubierto de los moretones causados por Soichi hace unos días atrás. Ser humillado delante de sus subordinados por un mocoso solo empeora las cosas.

Todos los empleados de Atlantis Night Club conocen la complicada relación entre Rodrigo y Lían. Nadie se atreve a hablar de ese tema; el mero pensamiento de ello puede resultar en sus extremidades desparramadas por la ruta.

Después de un momento de silencio, Rodrigo finge no haber oído. Recobra la compostura para demostrar su superioridad.

—Mira, pibe, esto es sencillo. Haz que baje o subimos, no tenés mucho que pensar, Lían tiene que pagar lo que me debe.

—¿Cuánto? —pregunta el joven con voz firme, su rostro imperturbable.

El hombre estalla en carcajadas, mira a los lados y sigue riendo.

—¡Miren muchachos! ¡Vean a este hijo de puta! ¡¿Puede un tipo ser tan estúpido?!

Soichi se mantiene sereno, su propuesta es seria, no caerá ante las provocaciones de ese sujeto. Aunque tiene el impulso de saltar sobre él y arrancarle la carne, no perderá la cabeza en este momento. La situación de Lían debe resolverse rápidamente, no puede permitirse que vuelva a suceder. Es preferible hacerse cargo y cortar el vínculo entre ellos de forma definitiva.

¡Tiene recursos! ¡Él puede hacerlo!

Presiona de nuevo.

—No me respondiste ¿Cuánto?

—Pibe, ¿crees que no sé lo que tenés y lo que no? Ya te lo dije la otra vez, el problema es entre él y yo. Te recomiendo que no te metas en mis asuntos.

—En resumen, ¿estás haciendo todo esto porque te abandonaron? —Entrecierra los ojos y lo observa con desdén—. No es patético hacer esto a tu edad, mejor dicho, ¿no te avergüenza forzar a las personas que no quieren verte, mucho menos tocarte?, ¿no tenés dignidad?

Un calor se desparrama por el cuerpo del hombre, las venas sobresalen de su frente, su paciencia está llegando al límite. Estalla colérico.

—¡Hijo de puta! ¡Qué mierda te importa!

—Como lo veo, lo mejor es que aceptes mi oferta, así que terminemos con esto. ¿Cuánto?

Los hombres que están con Rodrigo se sorprenden; en tantos años nadie se ha atrevido a tanto. Al ver el estado de su jefe, ya saben cómo terminará este muchacho.

Los músculos faciales del hombre están tensos, pero una sonrisa perversa se dibuja de inmediato.

—¡Bien! Querés pagarme, comprendo. —Gira hacia su derecha y hace una mueca para indicar a uno de sus hombres que le traiga algo—. Sabes, esto no es personal. Incluso, creo que en otras circunstancias podrías haberme servido, pero las cosas están así. No me gustan las moscas rondando mi comida, es como dijiste, no siempre tenemos lo que queremos.

Soichi solo sonríe con amargura.

—Sí.

El subordinado vuelve con un maletín negro, lo presenta ante el jefe. Rodrigo acaricia el borde ansioso; al final, las palabras anteriores solo fueron una cortesía, un juego. Hubiera disfrutado ver la expresión de Lían al ser entregado, pero eso era una vaga fantasía.

Para personas como ellos, la vida y la muerte son solo un trámite, un acontecimiento rutinario. Algo tan natural como despertarse por la mañana.

—Cuánto silencio —resopla mientras voltea a ver al joven, pero este permanece inquebrantable—. Otro en tú lugar estaría meándose encima, suplicándome.

Hace muchos años Soichi ha perdido el miedo a la muerte, al contrario de la mayoría de la humanidad, él teme vivir.

—¿Si te ruego cambiará algo? —Sus ojos se llenan de un brillo afilado, como si estuvieran apuntando a la yugular del hombre de enfrente—. Si con esto dejas en paz a Lían, no tengo problema con ello.

¡Qué inocente!, es lo primero que se les cruza por la cabeza a esos tres hombres.

Un hermoso revólver treinta y ocho largo es tomado de ese maletín, los dedos gruesos y largos se aferran a la empuñadura. El rostro del monstruo extasiado puede verse en el reflejo del metal.

—Lamento decirte, mi amigo, que eso no va a suceder. Es una pena que no puedas verlo.

Sin decir más, aprieta el gatillo.

¡BANG!

Soichi, en un instante siente el impacto de la primera bala en su pierna derecha. Un dolor agudo y punzante se apodera de él, como si un rayo de fuego recorriera su carne y hueso con ferocidad.

¡BANG!

El segundo disparo, un estruendo ensordecedor, perfora su abdomen con la precisión de un cuchillo afilado. Aprieta los dientes con fuerza, luchando contra la marea de dolor que amenaza con desbordarse, mientras un torrente de sangre intenta escapar de su boca.

¡BANG!

El tercer y último disparo resuena en el silencio opresivo de la noche. La bala encuentra su destino en la garganta, cortando su aliento. Sus ojos se nublan mientras su cuerpo se desploma hacia atrás.

El humo blanco danza sobre la boca del arma. Rodrigo guarda el revólver y se acerca a esos escasos pocos metros de distancia. Observa al estorbo sumergido en el charco de sangre y agita la mano con asco.

—Tírenlo en la entrada.

Los subordinados que han sido dispuestos para recolectar el cuerpo advierten.

—¡Jefe! ¡Aún respira!

Rodrigo, que ya está entrando en la camioneta mira con indiferencia.

—No durará mucho.

En pocos minutos, Soichi es arrojado sobre el umbral del edificio.

El reproductor de karaoke emite sus melodías nostálgicas de los años noventa, mientras los viejos amigos, perdidos en sus propias interpretaciones, entonan las canciones con fervor mientras el sonido compite con el llanto irascible de un bebé, cuya madre agotada trata de arrullarlo hacia el sueño.

Mientras tanto, una pareja tiene una acalorada discusión sobre una presunta infidelidad, contrastando con la euforia de otra pareja que se esfuerza en la creación de una nueva vida. El portero, se sumerge en el mundo de la satisfacción con una película en su celular y unos ancianos ignoran el estruendo de los tres disparos, como si estuvieran resignados a los horrores del mundo exterior.

Cada individuo, inmerso en su propio microcosmos de alegrías y penas, disfruta y padece dentro de su burbuja personal, ajeno a lo que ocurre a su alrededor.

Solo uno permanece solitario en la fría noche otoñal, mientras su cuerpo continúa perdiendo calor y su corazón se marchita lentamente.

Sus angustias y sufrimientos, siempre ocultos bajo una máscara. Nadie sabe de la intensidad de la ira dirigida hacia sí mismo, pero en el fondo, él también tiene sueños.

A pesar de todo, los ojos derrotados ya no reflejan el vacío absoluto que solían hacerlo.

En los recovecos de su mente agonizante, surgen preguntas sin respuesta.

¿Era su destino ser una persona triste? ¿Tenía qué ser odiado de esa manera? ¿Por qué nunca pudo ser feliz? ¿En qué se había equivocado? ¿Acaso era una mala persona? ¿Alguna vez alguien lo ha querido de verdad?

Contemplando el manto nocturno que comienza a crispar, cierra los ojos por última vez.

Se había olvidado de una promesa.

Lo lamento.

No podré...

La juventud se desvanecía con cada gota de sangre derramada.

En la soledad de la noche, una vida se esfumaba.

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