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Capítulo 8

Llegamos a pocos minutos para las diez de la mañana. A Eva se le notaba un poco nerviosa, pero la tranquilicé diciéndoles que no tenía que preocuparse, pues estaría siempre a su lado. En el garaje había tres automóviles estacionados, indicio de que ya mis hermanos estaban en casa.

La emoción me embargó ante la idea de presentarles a Eva y que, a su vez, ella pudiese demostrar el talento que tenía, pues esperaba que maravillase a mi familia.

—¿Estás nerviosa? —le pregunté a Eva antes de entrar a casa.

—Un poco, pero estoy también emocionada —respondió. Era evidente que el cambio de apariencia le llenaba de seguridad.

—Sobre quién eres en realidad, queda en ti revelarlo o no, sea cual sea tu decisión, yo te apoyaré.

—Gracias, aprecio mucho todo lo que sigues haciendo por mí.

Entramos al patio frontal y recorrimos el sendero que nos llevaba hasta la puerta principal de la casa. Eva miró impresionada a nuestro alrededor, admirando las macetas que mamá mantenía embellecidas con distintos tipos de flores.

—Qué hermoso jardín —musitó Eva.

—¿Eh? ¿Qué dijiste? —pregunté distraído.

—Que el jardín es muy hermoso, es primera vez que estoy en un lugar así.

—Bueno, también fue la primera vez que estuve en la montaña y sentí lo mismo, así que estamos a mano.

—Tonto, no estamos compitiendo.

Antes de abrir la puerta de la entrada principal, esta se abrió de repente. Era evidente que quien lo hizo nos esperaba con ansias desde adentro.

—¡Hola! —exclamó mamá de repente con notable alegría—. Paúl comentó que invitaría a una amiga, pero no nos dio detalles de ti.

—Mucho gusto, señora. Me llamo Eva —musitó con nerviosismo.

—Pero qué nombre tan hermoso —dijo mamá—, bienvenida a nuestro hogar. Yo soy Ariel, la madre de Paúl, mucho gusto.

Mamá y Eva se dieron la mano al presentarse. Luego entraron a la sala de estar y se olvidaron de mi presencia.

—Por favor, entra y siéntete como en casa —dijo mamá, con su persistente alegría.

Escuchar a mamá decirle a Eva que se sintiese como en casa, me incomodó un poco. Es por eso que comprendí la importancia de ser sincero con respecto a la condición social de mi mejor amiga, pero esa decisión se la había dejado a ella.

—Mamá, disculpa que te interrumpa, pero…

—Su casa es muy bonita, señora. —Me interrumpió Eva—. Estoy muy feliz de haber aceptado la invitación de su hijo.

Los modales de Eva me dejaron un poco asombrado, aquellas palabras fluyeron con repentina seguridad y con un tono de voz tan claro que dudé por momentos que esa chica era mi amiga.

—Sin embargo, señora Ariel… —Eva hizo una pausa y me miró antes de esbozar una bella sonrisa—, debo decirle que muy difícilmente pueda sentirme como en casa... No sé si su hijo mencionó que soy indigente, así que espero que me comprenda.

Mamá dejó escapar una risa breve, como si de un chiste se tratase, pero al notar mi asombro y la seriedad de Eva, entendió que hablaba en serio.

—Pero, ¿cómo así? Eso quiere decir que no tienes una casa… ¿¡Vives en la calle!? —preguntó mamá.

—Mamá, sé más prudente, por favor, y no entremos en detalles… El punto es que Eva es mi mejor amiga y me gustaría que todos fuesen comprensivos, respetuosos y amables con ella.

Mamá no me respondió, solo giró hacia Eva y le invitó a sentarse en el sofá de la sala de estar. Yo me quedé de pie y, a la expectativa, no sabía qué esperar de ella, quien, más allá de ser una buena anfitriona, observaba a Eva minuciosamente.

—Te seré honesta, Eva… Mi esposo es un hombre estricto y no sé cómo se tome tu amistad con Paúl, pero te apoyaré en lo que me sea posible. Espero que, con el resto de mi familia, seas sincera como lo fuiste conmigo —dijo mamá con seriedad.

—Cuente con ello, señora. No quiero que me tomen por alguien que se aprovecha de la bondad de su hijo. Como verá, este cambio de apariencia se debe a él —respondió Eva.

—Ya veo… Pues déjame decirte que eres muy hermosa. Te agradezco por aceptar la bondad de mi hijo y por sacar a relucir su mejor versión… Paúl, ¿te importa si hablo a solas con Eva? —me preguntó mamá.

—No, para nada —respondí.

Entonces, para tener privacidad y tranquilidad, mamá optó por subir a su habitación con Eva; el tema de conversación me dejó intrigado. Yo quedé a cargo de la guitarra y, para pasar el rato antes de presentar a Eva a mi familia, opté por intentar tocar el instrumento con lo poco que había aprendido de mi amiga, aunque me resultó imposible completar una sonata decente.

De repente, la entrada principal de la casa se abrió, y quienes entraron fueron papá, mi hermano Cristian y una muchacha que por instantes me dejó impresionado; era muy hermosa.

Mi hermano me saludó como siempre con un abrazo, acto que imitó junto con un beso en mi mejilla para incomodarme, aunque falló en su intento.

—¿Ahora eres guitarrista? —preguntó Cristian en tono de broma.

—No, es la guitarra de mi amiga… Ella está arriba con mamá —respondí—. Hermano, me da gusto verte, ¿cómo estás?

—Vivito y coleando, como ves… Saludable y feliz, agradecido de poder verte una vez más, hermanito… Mira cuánto has crecido, y estás bajando de peso, eso me alegra mucho.

—Me alegro por ti —musité un tanto avergonzado por la presencia de esa hermosa chica que lo acompañaba.

—Por cierto, Paúl, quiero que conozcas a Alana… Estudiamos juntos en la universidad y es mi mejor amiga.

—Un gusto, Paúl —dijo Alana con amabilidad—. Cristian me habla mucho de ti, así que me alegra conocerte finalmente.

—El gusto es todo mío, pero, ¿son mejores amigos o algo más? —pregunté.

Esperaba a que me respondiese con neutralidad, pues no era una pregunta seria, pero me asombró notar cómo ambos se ruborizaron ante mi insinuación; eran más que amigos, evidentemente.

Cuando persuadieron su vergüenza, Alana frunció el ceño y me fulminó con la mirada, razón por la cual me disculpé y me comporté de mejor manera.

No pude evitar asombrarme con su hermosura. Su cabello era negro, con algunos reflejos plateados que incrementaban mucho la belleza de su rostro. Tenía una nariz respingada y manchada con pecas que se abrían hacia sus mejillas; el color de sus ojos era café claro. Llevaba puesto un vestido veraniego que daba vista al hermoso tono de su piel levemente bronceada.

Un par de minutos pasaron cuando llegaron Alexis y Noel, quienes llevaban algunas bolsas de supermercado.

Alexis, quien era el más demostrativo de mis hermanos, corrió hacia mí y me saludó con un cálido abrazo, incluso me cargó por unos segundos.

—¡Vaya, hermanito! —exclamó emocionado—. Estás bajando de peso, ¡cuánto gusto me da esto!

—Ahora que lo veo mejor, es cierto, te ves muy bien, Paúl —comentó Noel, quien también se me acercó para abrazarme.

—Es verdad, pero cuéntame, ¿cómo has estado? ¿Qué tal el colegio? —preguntó Alexis.

—Pues no me quejo, me he adaptado bien y actualmente soy el tercer mejor estudiante de mi clase —respondí orgulloso.

—¡Así se hace! —exclamó Alexis—. Preferiría que fueses el primero, pero el tercero no está mal.

Nuestra conversación se vio interrumpida con la repentina aparición de Camila, la hija de Noel y la niña más adorable del mundo. Era la consentida entre mis sobrinos, la amaba tanto que por ella me sentía capaz de dar la vida.

Cargué a mi sobrina de tres años y empecé a jugar con ella, buscando de forma insistente que riese a carcajadas; su risa era de las cosas que más me encantaba oír, además de la voz de Eva.

Al cabo de unos minutos, sacando provecho de que los hermanos Fernández estábamos reunidos en un solo lugar, papá insistió en que nos tomásemos una foto con su nueva cámara digital. Él mismo se encargó de capturar el momento, a la vez que nos exigía mostrar una postura erguida e imponente, parecida a la de él cuando le tomaban una fotografía.

Cristian y yo nos quejábamos por su exigencia mientras Raúl, Alexis y Noel nos reclamaban que nos comportásemos como unos hombres. Fue un típico momento familiar en el que los hermanos menores éramos regañados y empezaba a formarse una discusión que solo la presencia de mamá y Eva lograron contener.

Mamá lucía un bello conjunto veraniego compuesto por una blusa y una falda larga que la hicieron parecer mucho más joven de lo que ya aparentaba. A papá casi se le cayó la cámara del asombro, mientras que mis hermanos le dedicaron halagos uniéndose a ella en un cálido abrazo.

En cuanto a Eva, ya había admirado lo hermosa que se veía, pero algo en ella la hacía lucir diferente. Alegre y segura de sí misma. Fue evidente que mamá influyó en su cambio, por lo que me alegró mucho verla tan sonriente.

—¿Quién es ella? —me preguntó Cristian en voz baja.

—¿Es tu novia? —continuó Noel.

—Para nada, pero permítanme presentársela —respondí.

Así que me acerqué a Eva rebosante de orgullo e incluso me tomé el atrevimiento de rodear sus hombros con mi brazo.

—Familia, el día de hoy me llena de orgullo presentarles a Eva… Ella es mi mejor amiga, pero ojo, es mi mejor amiga de verdad —dije, lanzando la indirecta a Cristian que se ruborizó.

Cristian frunció el ceño y, ocultando su mano derecha del resto, me enseñó el dedo medio. No pude evitar reírme por ese detalle que Eva también notó; ella me dio un codazo en las costillas. Lo bueno fue que, tan pronto presenté a Eva, toda la familia se acercó para tomarse el tiempo de conocerla, aunque antes, papá se tomó el atrevimiento de robar su atención e introducir, con el orgullo que lo caracterizaba, a todos sus hijos.