La revelación de Susi respecto al consumo de cocaína durante la fiesta en casa de Joel me permitió dar, desde mi punto de vista, con las causas de los síntomas que de repente empecé a padecer en un momento determinado. Supuse que el sangrado nasal se debía a un daño dentro de mis fosas nasales a causa de esnifar tanto polvo, así como el mareo y la ansiedad a la necesidad inconsciente de querer experimentar de nuevo las sensaciones que produce la droga.
Claro está que para confirmar lo que suponía, fui solo al hospital y aclaré todas mis dudas con un doctor, aunque este dijo que, a pesar de ser una posibilidad, no podía adjudicar mis síntomas al consumo de drogas, y menos cuando lo había hecho una vez. Para colmo, los exámenes que me hicieron no arrojaron nada raro, por lo que el punto de vista médico quedó descartado.
La segunda opinión profesional que busqué fue la de un psicólogo, cuya única cita me permitió tener una idea de las causas que consumir cocaína me produjo.
Sin embargo, la información que obtuve no me reveló nada respecto al sangrado nasal, los mareos ni las puntadas en la cabeza. Incluso, la sensación de ansiedad que experimentaba alegó el psicólogo que se debía a otros aspectos de mi vida, por lo que se me citó a otra consulta que decidí ignorar; estaba más que consciente de que solo quería mi dinero.
A fin de cuentas, terminé yendo a un lugar en el que no tenía mucha fe, ya que este se relacionaba con los primeros dos lugares a los que asistí: un centro de rehabilitación.
Ahí, por suerte, sí me supieron explicar la situación que estaba enfrentando, y me felicitaron por acudir a ellos antes de que fuese muy tarde. El personal era atento y amable, además de positivo respecto a la superación de adicciones, aunque quien se hizo cargo de mí alegó que mi caso no era el de un adicto.
Dentro de todas estas diligencias, me tuve que enfrentar al hecho de ignorar a Susi, con quien fingí estar molesto, y ocultar a mis padres la verdad, tanto lo ocurrido en la fiesta como mi asistencia a un centro de rehabilitación.
Me empecé a sentir mejor a partir de la segunda semana e incluso tuve la voluntad de perdonar a Jesús, Joel y Eliezer por lo que hicieron, aunque no volví a frecuentar con ellos.
En cuanto a Susi, seguí distanciándome de ella, aunque su insistencia por estar conmigo fue más fuerte que el odio.
Cada mañana intentaba acercarse a mí en el campus, y en ocasiones lograba retenerme con un fuerte abrazo que no podía ignorar, pues de hacerlo era capaz de hacerle daño y quedar mal frente a los demás estudiantes. A través de WhatsApp, también era hostigado por ella, a un punto en que no soporté más la situación y opté por citarla, en una tarde de sábado, a un café; necesitaba cortar nuestro lazo.
Nos encontramos en un modesto café ubicado cerca de la plaza central, en una tarde fresca y agradable, aunque no me sentía contento debido a lo que estaba por enfrentar. Sin embargo, Susi se mostró atenta, amable y acorde a su edad, nada que ver con aquel comportamiento atrevido que demostraba en la universidad, razón por la cual me confundí y se me dificultó abordar el tema de nuestro encuentro.
No sabía si esa era su verdadera personalidad, fue como si su aura cambiase drásticamente y me hiciese sentir bastante cómodo a su lado, tanto que quise compartir más tiempo con ella y olvidar lo que quería decirle.
Por desgracia, no me di cuenta de que todo era una manipulación de su parte, por lo que se aprovechó de mi vulnerabilidad y me invitó a su departamento con la idea de ver una película.
—Solo vamos a ver una película —dije con recelo.
—Sí, te aseguro que solo eso haremos —dijo con amabilidad. Tal fue su buena actuación, que hasta lucía inocente.
Salimos del café para tomar un taxi y dirigirnos a una zona que se me hizo conocida. Era la urbanización en la que vivía Sabrina, aunque nos detuvimos frente a un lujoso edificio que me dejó boquiabierta. La verdad, no esperaba algo tan extravagante, pero debido a que no sabía mucho acerca de Susi, no me permití sacar conclusiones sobre su vida y lo que hacía su familia.
—¿Primera vez que vienes a esta zona? Es una de las más exclusivas y seguras de la ciudad —comentó.
—No es la primera vez que vengo, mi exnovia vivía por aquella zona —respondí señalando hacia la dirección en que se encontraba la casa en la que alguna vez vivió Sabrina.
—¿Exnovia? —inquirió con recelo mientras nos dirigíamos a la recepción del edificio.
Apenas asentí a modo de respuesta, pues lo que ocurrió cuando fuimos recibidos por el recepcionista me dejó algo asombrado. Susi, quien de repente se mostró imponente, fue recibida con un trato preferencial y respetuoso, incluso la llamó señorita Sifontes.
Ella apenas saludó al recepcionista y le pidió que no nos molestasen, fuese cual fuese la persona que la solicitase o la situación que se presentase.
—¿A qué se debe tan excelente trato? —pregunté con asombro cuando subimos al ascensor.
—Privilegios de ser una Sifontes —respondió con desagrado.
—¿No deberías emocionarte por tener esos privilegios? —repliqué.
—La verdad es que me asquean, pero es algo que no podrás entender —respondió.
—Bueno, si tú lo dices —musité.
Nos establecimos en el décimo piso, que apenas estaba conformado por tres apartamentos, según las puertas enumeradas que vi. Tuve la sensación de que, además de ser exclusivo, en el edificio vivían las personas más adineradas de la ciudad; incluso sentí escalofríos por eso.
—Supongo que eres rica —comenté conforme nos dirigíamos al apartamento más alejado del ascensor.
—Mis padres son ricos, pero no te negaré que estoy rica —dijo con voz socarrona.
—¿Eh? ¿Y la chica amable y tierna de hace rato, dónde está? —pregunté.
—Una fachada para poder convencerte de venir —reveló.
—Sabes que me puedo ir a casa, ¿verdad? —pregunté con voz retadora.
—¿De veras te irás cuando tienes la oportunidad de pasar una tarde conmigo llena de lujos?
—Sí, los lujos no son la gran cosa para mí.
—¿Y qué hay de mí?
—Me quedaré si no tienes segundas intenciones conmigo. En caso contrario, me retiraré.
Susi chasqueó la lengua y frunció el ceño, aunque cambió su semblante cuando me dio la bienvenida a su apartamento; decir que era lujoso, es poco. Por unos instantes quedé tan abrumado que no me pude mover de la sala de estar, pero me convidó a salir a la terraza, desde donde pudimos apreciar una hermosa vista de la ciudad.
—¿Y tus padres? —pregunté.
—No están, yo vivo sola —reveló.
—Bien, entonces agradezco que me hayas invitado, pero es mejor que me vaya a casa —dije de repente.
—¡Oye, tranquilo! ¿Tanto desconfías de mí? —preguntó, parecía estar ofendida.
—Pues, resulta que fuiste partícipe de una broma que salió mal y perjudicó mi salud, ¿te parece poco? —repliqué.
—Yo no tuve nada que ver con eso, yo solo aproveché que estabas vulnerable para… Bueno, ya sabes.
—¡Cómo sea, pero no quiero estar solo contigo, no me agrada la idea de que me manipules de nuevo!
—¿Cuándo te manipulé?
—Desde que nos encontramos en el café y mostraste tus cualidades para actuar, fingiendo ser amable y atenta para traerme aquí con segundas intenciones.
—¡Ah! ¿Sabes qué? ¡Vete a la mierda! Solo he tratado de ser buena contigo, pero no eres más que un imbécil.
Susi regresó adentro y me dejó solo en la terraza, donde me quedé durante unos minutos mientras aprovechaba el aire fresco y la vista para relajarme.
Por unos minutos reflexioné y miré al cielo, incluso pensé en la reciente cólera de Susi, con quien tuve la consideración de disculparme al volver, aunque cuando entré a la sala de estar, me encontré con una escena que erizó mi piel.
—¿Quieres? —preguntó, conforme hacía hilos de polvo en una mesa de cristal.
—¿Acaso estás loca? Deja esa mierda —reclamé.
—Es una cantidad pequeña, no te hará adicto… ¿Tan ignorante eres?
—Yo no sé qué clase de problemas tengas, pero será mejor que no lo hagas, te lo digo por tu bien.
Si bien es cierto que hablaba desde la lógica y la preocupación, dentro de mi cuerpo empecé a sentir una extraña necesidad de probar aquello que estaba en la mesa. Sabía que mi mente sucumbía ante sensaciones que no recordaba, no entendí lo que me sucedía, incluso relamí mis labios.
—Una probada no te hará adicto —afirmó Susi.
—¿Por qué me haces esto? Sabes muy bien que estoy en rehabilitación —reclamé.
—No seas tonto, la cuestión está en no exagerar, solo tengo esta pequeña cantidad, y no pienso salir cuando se me acabe.
—No lo haré —sentencié.
Mis palabras se negaban a la idea de compartir una adicción con ella, aunque mi mente y mi cuerpo anhelaban lo contrario, por eso no pude luchar contra las inexplicables ganas de experimentar algo que no recordaba, pero que ansiaba y deseaba; grave error de mi parte.