—Por eso nunca eres suficiente. Te falta lo que se necesita para ser un Alfa —Estas palabras seguían resonando en los oídos de Dante, incluso después de que su padre se hubiera ido.
Lanzó la taza que tenía en la mano al suelo, rompiéndola. Insatisfecho, tomó algunas botellas del estante y las arrojó al suelo.
—Maldita sea —gritó—, hombre insaciable, ¿quién te dio el derecho de juzgarme? No necesito tu reconocimiento. Eres una pobre excusa de padre y te odio. Te odio —continuó gritando mientras lanzaba cosas al suelo, rompiéndolas y destrozando todo lo que tocaba.
—¿Quién fue? ¿Quién me delató? Seguro que te encontraré y te estrangularé yo mismo, pedazo de mierda. Quienquiera que seas, voy a por ti —escupió en el suelo y salió de la Mansión enojado.
Inmediatamente después de que se fue, las criadas y la ama de llaves salieron todas al salón, cada una sujetándose el pecho por el miedo.
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