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Capítulo 22

Para: VWiggin%Ganges@LigaCol.adm/viaje De: AWiggin%Ganges@LigaCol.adm/viaje Asunto: Por si he muerto

Querida Val:

No espero haber muerto. Espero estar vivo, en cuyo caso no recibirás este mensaje porque seguiré introduciendo el código de «no enviar» hasta después de la confrontación que se avecina.

Este mensaje trata de la caja. El código para abrirla es el nombre de tu animal de peluche favorito cuando tenías seis años. Cuando la abras, sostén en la mano lo que encuentres durante un buen rato. Si se te ocurren algunas buenas ideas, entonces ejecútalas; en caso contrario, vuelve a colocarlo todo exactamente como estaba y dispón su envío a Abra Tolo, a Shakespeare, con el siguiente mensaje: «Esto es lo que encontré aquel día. Por favor, no permitas que sea destruido.»

Pero no te hará falta saber nada de esto, porque, como es mi costumbre, espero ganar.

Te quiere, tu exigente y misterioso hermanito

Ende (O supongo que ahora debería decir: Ended1)

Dado que la nave estelar no había llegado cargada de nuevos colonos, la mayoría de los habitantes de la ciudad de Andhra apenas le dieron importancia. Por supuesto, todos fueron a ver el aterrizaje del transbordador. Y hubo cierta conmoción al descargar algunos artículos de comercio y cargar algunos suministros. Pero las tareas ejecutadas eran repetitivas y la gente perdió rápidamente el interés y volvió a su trabajo. Los que se enteraron de la visita de la gobernadora Virlomi al

1 Juego de palabras con el apodo del protagonista: Ender, «terrhinador», y Ended

«terminado». (N, del T.)

transbordador se la tomaron bien... pocos conocían o a pocos les importaba cuál era el protocolo normal y, por tanto, no se dieron cuenta de que había sido alterado. Los que lo sabían aceptaron simplemente como parte del carácter de Virlomi (o lo consideraron una pose) que no hiciese que los visitantes fuesen a ella.

Sólo cuando para la cena de esa noche vieron a desconocidos yendo a casa de Virlomi (que Achilles y sus compañeros Nativos de Ganges gustaban denominar la

«mansión de la gobernadora») se despertó la curiosidad. Un adolescente y una joven de unos veinte años. ¿Por qué eran los dos únicos pasajeros de la nave estelar? ¿Por qué les concedía Virlomi un trato especial? ¿Eran nuevos colonos, funcionarios del gobierno... o qué?

Como se suponía que ésa era la nave que iba a llevarse a Achilles al exilio por su

«crimen» de golpear a la gobernadora, él se mostró, muy naturalmente, bastante ansioso por descubrir todo lo que le sirviese para trastocar los planes. Los invitados eran poco habituales, inesperados, sin anunciar, inexplicados. Eso debía significar una oportunidad de avergonzar a Virlomi, como poco... para derrotarla o destruirla si las cosas salían bien.

Hicieron falta dos días, durante los que sus simpatizantes se relacionaron con la tripulación, para que alguien pudiese echar mano al manifiesto y descubrir los nombres de los pasajeros: «Valentine Wiggin, estudiante; Andrew Wiggin, estudiante.»

¿Estudiante?

Achilles ni siquiera tuvo que comprobar nada. La última parada de la nave había sido la colonia Shakespeare. Hasta el momento de la llegada de la nave, el gobernador de Shakespeare era Andrew Wiggin, almirante retirado de la F.I. y el muy afamado comandante de las fuerzas de la F.I. durante la Tercera Guerra Insectora. Dos viajes estelares a velocidades relativistas explicaban la edad del chico.

¿Chico? Era un año mayor que Achilles.

Wiggin era alto, pero Achilles lo era más; fuerte, pero Achilles era más fuerte. A Wiggin lo habían escogido para la Escuela de Batalla porque era listo, pero en toda su vida Achilles no había encontrado a nadie más inteligente que él. Virlomi tenía el nivel de inteligencia de la Escuela de Batalla, pero olvidaba cosas que él recordaba, pasaba por alto detalles que él veía, preveía dos movimientos en lugar de diez. Y ella era lo más cercano que había al nivel de inteligencia de Achilles.

Achilles había aprendido a ocultar la magnitud de su inteligencia y a tratar a los demás como si los considerase iguales. Pero sabía la verdad y contaba con ella: era más rápido, más listo, más profundo y más sutil que todos. ¿No había logrado él, un simple muchacho en un mundo colonial lejano, empleando sólo la mensajería ansible de baja prioridad, crear en la Tierra un importante movimiento político?

Incluso la gente inteligente tenía suerte de vez en cuando. La llegada de Wiggin justo en este momento claramente pertenecía a esa categoría. Wiggin no hubiese

podido saber que llegaba a la colonia donde vivía el hijo de Achilles el Grande, cuyo asesinato había orquestado el hermano de Ender. Y cuando Achilles «al que llamaban Randall» había atacado la reputación de Ender Wiggin llamándole xenocida, no tenía ni idea de que al cabo de un mes ese mismo Andrew Wiggin cenaría en casa de Virlomi.

Fue muy fácil conseguir fotografías de Virlomi y Wiggin juntos. Fue igual de fácil encontrar, en las redes, fotos de Peter el Hegemón más o menos a la edad que Ender tenía ahora. Superponiendo las imágenes era fácil comprobar que eran hermanos, el parecido era muy grande. A continuación Achilles envió imágenes de Ender y Virlomi, para que todos pudiesen ver al hermano de Peter relacionándose con la gobernadora antinativos de Ganges.

No importaba que hubiese sido Peter quien había mandado a Virlomi al exilio. Achilles lo consideraba un fraude evidente... Virlomi había formado parte de la conspiración de Peter desde el principio. Que se relacionase con Ender Wiggin lo demostraba, por si alguien tenía dudas.

Achilles ya podía pintar su exilio como el resultado evidente de una conspiración de Virlomi con los amos Wiggin... la hermana de Ender había venido con él. Le exiliaban para que en Ganges los planes xenocidas y antinativos de Wiggin pudiesen desarrollarse sin problemas.

Haría falta una semana para que la historia llegase a la Tierra, pero los ordenadores actuaban con imparcialidad y Virlomi no podía evitar que enviase la información. Y localmente, la historia y las imágenes se difundieron de inmediato.

Achilles contempló con satisfacción cómo la gente empezaba a vigilar todos los movimientos de los Wiggin. Todo lo que hacían o decían era visto a través de las lentes de las acusaciones de Achilles. Incluso los indios, que trataban a Achilles con suspicacia u hostilidad, quedaron convencidos por las fotografías de que no mentía.

¿Qué estaba pasando?

Esto te está minando, Virlomi. Atacaste a mi padre y, a través de él, me atacaste. Intentaste exiliarme... esperando que mi problemática madre desapareciese conmigo. Bien, he atacado a Ender Wiggin y, a través de él, te he atacado... y tú muy amablemente le has aceptado como honrado invitado justo cuando me resultaba más conveniente.

Tres días después de su identificación pública de Ender Wiggin, Achilles ejecutó su siguiente movimiento. En esta ocasión, se sirvió de un escritor (uno de sus partidarios más inteligentes, uno que sabía juntar frases de forma coherente) para lanzar la acusación, disfrazada de desmentido, de que el plan de Virlomi era que el propio Ender Wiggin asesinase a Randall Firth en el viaje a la Tierra. Supuestamente se le enviaría al exilio, pero no sé le volvería a ver.

Randall Firth ha ofendido no sólo a la marioneta de Wiggin, Virlomi, sino también a toda la conspiración hegemónica. Debe ser eliminado, o eso se dice. Pero no hemos encontrado ninguna prueba que corrobore esta afirmación, y por tanto debemos rechazarla como un simple rumor, sólo una sospecha. ¿Cómo explicar las múltiples reuniones secretas de Virlomi con Wiggin?

El propio Randall Firth, al ser preguntado, afirmó que Virlomi es demasiado inteligente para tratar abiertamente con Wiggin en caso de estar planeando una acción violenta contra él. Por tanto, no teme nada.

Pero nos preguntamos si cuenta Virlomi con que Firth suponga tal cosa y baje la guardia.

¿Insistirá ella en que viaje en estasis, de que Wiggin, a bordo de la nave, se asegure de que no salga nunca de ella? Sería muy fácil considerarlo un accidente.

Firth es más valiente de lo que le conviene. Sus amigos se preocupan más por él que él de sí mismo.

En esta ocasión, la incursión de Achilles provocó la respuesta de Virlomi, que era, después de todo, lo que pretendía.

—La visita de Andrew Wiggin es evidentemente una coincidencia... partió para este viaje cuando Randall Firth no era más que un bebé en una nave espacial y la colonia Ganges ni siquiera se había fundado.

«Se trata de un evidente desmentido que no desmiente nada —escribió el testaferro de Achilles—. Virlomi dice que es una coincidencia que Wiggin esté aquí. No dice que Randall Firth no vaya a estar a merced de Wiggin en el viaje de "exilio"... o, como dicen algunos, de "muerte".»

La colonia se debatía en discusiones acaloradas, y Achilles comprobó con satisfacción que incluso había indios de su parte que decían: «No puedes enviar a Randall en la misma nave que Wiggin.» «¿Wiggin no ha matado ya a dos niños?» «El crimen de Randall Firth no merece la pena de muerte.»

Había un movimiento popular para conmutar la sentencia de Randall Firth y dejarle en Ganges. Mientras tanto, incluso se hablaba de arrestar a Ender Wiggin por crímenes contra la humanidad. Achilles dio publicidad a esa propuesta oponiéndose a ella.

«Es seguro que los delitos han prescrito, incluso el monstruoso crimen del xenocidio —escribió—. Han pasado sesenta y un años desde que Ender Wiggin eliminó a las reinas colmena. ¿Qué tribunal es competente ahora?»

Para entonces, la demanda en la Tierra era tan grande que cualquier escrito de Achilles o sus testaferros pasaba a las prioridades más altas de la cola. En la Tierra, se exigía abiertamente que la F.I. arrestase a Andrew Wiggin y le llevase de vuelta a la Tierra para ser juzgado, y las encuestas demostraban que una minoría pequeña pero creciente exigía justicia por el asesinato de las reinas colmena.

Era hora de que Randall Firth se encontrase cara a cara con Ender Wiggin.

Fue fácil arreglarlo. Los partidarios de Achilles vigilaban a Wiggin, y cuando él, su hermana y la gobernadora pasaron una mañana siguiendo la ribera del gran río, allí estaba Achilles... solo.

Virlomi se envaró al verle e intentó apartar a Ender, pero Wiggin avanzó para encontrarse con él y le tendió la mano.

—Deseaba conocerle, señor Firth —dijo—. Soy Andrew Wiggin.

—Sé quién eres —dijo Achilles, dejando que su voz manifestase desprecio y diversión.

—Oh, eso lo dudo —dijo Ender, aparentemente todavía más divertido—. Pero deseaba conocerle y creo que la gobernadora ha intentado mantenernos a distancia. Sé que usted ansiaba este momento.

Achilles quiso decir: «¿Qué sabes tú de mí?» Pero sabía que eso era lo que Wiggin pretendía... quería decidir el rumbo de la conversación. Así que preguntó:

—¿Por qué ibas a querer verme? Creo que tú eres el famoso.

—Oh, los dos somos muy famosos —contestó Ender, riendo abiertamente—. Yo por lo que he hecho. Usted por lo que ha dicho.

Y tras decirlo, Ender sonrió. ¿Con burla?

—Intenta aguijonearme para que realice alguna acción poco meditada, señor Wiggin.

—Por favor—dijo Ender—. Andrew.

—El nombre de un santo cristiano —dijo Achilles—. Prefiero llamarte por el nombre de un monstruoso criminal de guerra... Ender.

—Si hubiese alguna forma de traer de vuelta a las reinas colmena —dijo Ender— y restaurar su antigua gloria y todo su poder, ¿lo haría usted, señor Firth?

Achilles reconoció la trampa de inmediato. Una cosa era leer La Reina Colmena y echar unas lágrimas por una especie desaparecida. Otra muy diferente desear su regreso... Era una invitación a titulares que dijesen: «El líder del movimiento Nativos traería de vuelta a los insectores», con espantosas fotografías de la Masacre de China.

—No me dedico a los escenarios hipotéticos —proclamó Achilles.

—Excepto a la acusación hipotética de que planeo matarle mientras duerme en el viaje de regreso a la Tierra.

—No acuso yo —dijo Achilles—. He sido citado hablando en tu defensa.

—«Defensa»... la suya fue la única razón para que alguien supiese de la acusación

—dijo Ender—. Por favor, no crea que me engaña.

—¿Quién aspiraría a engañar a un genio como tú?

—Bien, ya hemos discutido lo suficiente. Sólo quería verlo.

Achilles dio una vuelta para que Ender pudiese verle desde todos los ángulos.

—¿Suficiente?

De pronto había lágrimas en los ojos de Ender.

¿A qué estaba jugando?

—Gracias —dijo Ender. Luego se volvió para reunirse con su hermana y la gobernadora.

—Espera —dijo Achilles. No comprendía a qué venía eso de los ojos con lágrimas, y le desconcertaba.

Pero Wiggin no se volvió ni esperó. Se limitó a ir con las mujeres y se apartaron del río, dirigiéndose a la ciudad.

Achilles había pretendido que esa confrontación, que se grababa por medio de teleobjetivos y micrófonos, fuese un vídeo de propaganda. Había tenido la esperanza de lograr que Ender hiciese alguna declaración desafortunada o emitiese algún desmentido absurdo. Incluso hubiese bastado con un Ender furioso. Pero se había mantenido imperturbable, no había caído en ninguna trampa y, con aquel último momento de sensiblería, incluso era posible que hubiese preparado o cerrado una a su alrededor, aunque Achilles no veía cuál podía ser.

Un encuentro insatisfactorio en todos los aspectos. Y, sin embargo, no podría explicar a sus seguidores por qué no quería usar el vídeo que habían creado con tanto trabajo. Así que les permitió difundirlo y esperó a que cayese el otro zapato.

En la Tierra tampoco nadie sabía explicarlo. Por supuesto, los comentaristas vieron las lágrimas en los ojos de Ender y elucubraron acerca de ellas. Algunos nativistas proclamaron que eran lágrimas de cocodrilo: el llanto del depredador por el futuro destino de la víctima. Pero otros interpretaron algo diferente:

—Ender no encajaba en el papel que le han asignado: el de asesino, de monstruo. Parecía un joven amable, desconcertado por una confrontación tan claramente planeada. Al final, esas famosas lágrimas me parecieron de compasión, incluso quizá de amor por el rival. En tal situación, ¿quién pretende buscar pelea?

Aquello era terrible... pero sólo una voz entre muchas. Y los partidarios de Achilles en la Tierra respondieron con rapidez: ¿Quién iba a atreverse a buscar pelea con Ender el Xenocida? Siempre acababa mal para los que lo hacían.

Durante toda su vida Achilles había sido capaz de controlar las situaciones. Incluso cuando sucedía algo inesperado, se había adaptado, había analizado y había aprendido. En esta ocasión, no tenía ni idea de qué aprender.

—No sé qué hace, madre —dijo Achilles. Ella le acarició la cabeza.

—Oh, pobrecito —dijo—. Claro que no. Eres tan inocente. Igual que tu padre.

Nunca vio sus conspiraciones. Confió en ese monstruo de Suriyawong.

En realidad, a Achilles no le gustaba que hablara de esa forma.

—No es cosa nuestra sentir pena por él, madre.

—Pero yo lo hago. Tenía muchos grandes dones, pero al final su naturaleza confiada le traicionó. Era su defecto trágico, ser demasiado bueno y amable.

Achilles había estudiado la vida de su padre y había encontrado fuerza y dureza, la voluntad de hacer lo que fuese necesario. En cambio, la compasión y una naturaleza confiada no eran los atributos más evidentes de Achilles el Grande.

Que madre se pusiera todo lo sentimental que quisiera. Después de todo, ¿no

«recordaba» que Achilles el Grande la había visitado y se había acostado con ella para concebir a su hijo? Sin embargo, cuando él era pequeño no afirmaba tal cosa, y le había hablado del mensajero que había dispuesto la fertilización de su óvulo con el precioso esperma de Achilles. Por eso (y por otros muchos ejemplos de recuerdos cambiantes) él sabía que ella había dejado de ser un testigo de fiar.

Sin embargo, era la única que conocía su verdadero nombre. Y le amaba con una devoción perfecta. Podía hablar con ella sin temor a la reprobación.

—Este Ender Wiggin —dijo—. No puedo interpretar sus actos.

—Me alegra que no puedas comprender la mente de un demonio.

Pero ella no le había llamado demonio hasta el inicio de la campaña de propaganda de Achilles contra él. Había pasado de Ender Wiggin, porque él nunca había luchado contra su adorado Achilles Flandres, aunque sí su hermano.

—No sé qué hacer con él, madre.

—Bien, vengarás a tu padre, por supuesto.

—Ender no le mató.

—El es un asesino. Merece morir.

—No por mi mano, madre.

—El hijo de Achilles el Grande mata al monstruo —dijo madre—. No hay mejores manos que las tuyas.

—Me llamarían asesino.

—Así también llaman a tu padre —afirmó—. ¿Te crees mejor que él?

—No, madre.

Ella pareció considerar que así zanjaba la discusión. Él estaba desconcertado.

¿Decía madre que quería que asesinase a un hombre?

—Que el hermano del Hegemón pague por el asesinato de Achilles —dijo ella—.

Que se extingan todos los Wiggin. Esa tribu atroz.

¡Oh, no, estaba en plan de venganza sanguinaria! Bien, había sido culpa de él, ¿no?

Sabía que podía pasar. Ahora tendría que oírla hasta el final.

Ella habló y habló sobre cómo los grandes crímenes sólo se podían limpiar derramando sangre.

—Peter Wiggin fue más inteligente que nosotros muriendo de un ataque al corazón mientras viajábamos —dijo—. Pero ahora su hermano y su hermana han venido a nosotros. ¿Cómo puedes dejar pasar lo que el destino nos ha traído?

—No soy un asesino, madre.

—La venganza por la muerte de tu padre no es asesinato. ¿Quién te crees que eres, Hamlet?

Y habló más y más.

Habitualmente, cuando se ponía así, Achille escuchaba a medias. Pero esa vez las palabras hicieron mella en él. Lo cierto era que parecía una especie de portento que Wiggin hubiese llegado a él en ese momento. Era irracional... pero sólo la matemática era racional, y no siempre. En el mundo real, lo irracional sucedía, se daban coincidencias imposibles, porque la probabilidad exigía que las coincidencias se diesen rara vez, pero no nunca.

Así que, en lugar de pasar de ella, se descubrió preguntándose: ¿Cómo podría lograr que Ender Wiggin muriese sin tener que matarle?

Y de ahí, pasó a un plan mucho más sutil: Ya he medio destruido a Ender Wiggin... ¿cómo podría completar el proceso?

Asesinándolo le convertiría en un mártir. Pero si fuese posible provocar a Wiggin para que matara otra vez, que matara a otro niño, eso acabaría con él. Era su patrón. Examinaba a un rival; le aguijoneaba para que atacase; luego le mataba en defensa propia. En dos ocasiones lo había hecho y en dos ocasiones había sido exonerado. Pero sus protectores no estaban allí... con casi toda seguridad estaban todos muertos. Sólo quedaban los hechos.

¿Podría hacerle seguir el patrón una vez más? Le contó la idea a su madre.

—¿De qué hablas? —dijo ella.

—Si vuelve a asesinar... esta vez con dieciséis años, siendo todavía un niño por alto que sea... entonces su reputación quedará destruida para siempre. Le juzgarán, esta vez le condenarán... ¡no podrán creer que simplemente mató tres veces en defensa propia! Y será una destrucción mucho más completa que si nos limitamos a terminar la vida de su cuerpo. Destruiré su nombre para siempre.

—¿Hablas de dejar que él te mate?

—Madre, no hace falta que la gente permita que Ender la mate. No tienen más que ofrecerle un pretexto y él ya se ocupa de todo lo demás.

—Pero... ¿tú? ¿Mueres?

—Como dijiste, madre. Destruir a los enemigos de padre compensa cualquier sacrificio.

Ella se puso en pie de un salto.

—¡No te di la vida para que te limitases a tirarla! Eres media cabeza más alto que él... Es un enano comparado contigo. ¿Cómo iba a matarte?

—Tiene entrenamiento militar. Y reciente, madre. ¿Cuál es mí entrenamiento? Granjero. Mecánico. Cualquier trabajo para el que haga falta un adolescente anormalmente alto, inteligente y fuerte. No la guerra. No la lucha. No me he peleado con nadie desde que era pequeño y tenía que batallar constantemente para evitar que se metiesen conmigo.

—¡Tu padre y yo no te concebimos para que pudieses morir a manos de un Wiggin, como tu padre!

—Técnicamente, padre murió a manos de un Delphiki. De Julián, para ser exactos.

—Delphiki, Wiggin... dos caras de la misma moneda. Te prohíbo que te dejes matar por él.

—Ya te lo he dicho, madre. Él encontrará la forma. Es lo que hace. Es un guerrero.

—¡No!

Hicieron falta dos horas para tranquilizarla, y antes tuvo que soportar lloros y gritos... Sabía que los vecinos los estarían oyendo, intentando comprender. Pero al final se durmió.

Fue a la oficina de control de existencias y empleó el ordenador de allí para enviarle un mensaje a Wiggin.

Creo haberte mal interpretado. ¿Cómo podemos poner fin a esta situación?

No esperaba respuesta hasta el día siguiente. Pero le llegó antes de que pudiera desconectar.

¿Dónde y cuándo nos vemos?

¿De verdad iba a ser tan fácil?

La hora y el lugar no importaban demasiado. Debía ser un lugar y una hora donde Virlomi o sus secuaces no pudiesen detenerlos; pero debía haber luz suficiente para grabar. ¿Qué sentido tenía morir por su padre si el hecho quedaba sin ser registrado, para que Wiggin pudiese darle la interpretación que quisiese y, por tanto, asesinar impunemente una vez más?

Concertaron el encuentro. Achilles se desconectó.

Y luego se quedó sentado, temblando. ¿Qué he hecho? Se trata realmente de Ender Wiggin. He sellado mi propia muerte. Yo soy más grande y fuerte que él... pero también lo eran los dos chicos que ya ha matado. Las reinas colmena también eran más fuertes y mira cómo acabaron. Ender Wiggin no perdió.

Nací para esto. Esto es lo que madre me ha inculcado desde la infancia. Existo para vengar a mi padre. Para destruir la Hegemonía, para derribar la obra de Peter Wiggin. Bien, quizás eso no sea posible. Pero derribar a Ender Wiggin... eso lo puedo hacer simplemente dejando que me mate y que el mundo lo vea. Madre llorará pero de todas formas la pena corre por su sangre.

Si es tan listo, entonces sabrá lo que planeo. No podrá creer que de pronto haya cambiado de opinión. ¿Cómo podría engañar a Ender Wiggin con un plan tan evidente? Debe suponer que haré que lo graben todo.

Pero quizá no crea que vaya a tener que matarme. Quizá crea que soy un oponente tan fácil que podrá derrotarme sin matarme. Quizá crea que soy un zoquete tan enorme que ni siquiera tendrá que darme un golpe.

O quizá yo esté sobrevalorando su inteligencia. Después de todo, pasó toda una guerra luchando contra un enemigo alienígena sin sospechar en ningún momento que no era una simulación informática o de sus profesores. ¿Se puede ser más tonto?

Iré. Veré qué pasa. Estoy dispuesto a morir, pero sólo si le derribo.

* * *

Se encontraron dos días más tarde, al amanecer, tras los depósitos de abono orgánico. Nadie iría allí: el olor hacía que la gente lo evitase a menos que fuese necesario ir y los restos vegetales sólo se tiraban al final del día.

Sus amigos habían dispuesto las cámaras para cubrir toda la zona. Grabarían hasta la última palabra. Ender probablemente suponía que así sería (¿no había realizado todo el trabajo Achilles con propaganda en las redes?). Pero incluso aunque Ender se fuera, probablemente la confrontación sería escandalosa y lo perjudicaría. Y si no era así, Achilles simplemente no la usaría.

En varias ocasiones durante el día anterior Achilles había considerado la posibilidad de morir y en cada ocasión fue como si una persona diferente oyese la

noticia. A veces le resultaba casi gracioso: Achilles era muy fuerte, mucho más alto, con una masa muscular y una potencia mucho mayores. En otras circunstancias le parecía inevitable pero sin sentido y pensaba: Qué estúpido soy, arrojando mi vida en un gesto vacío por los muertos.

Pero al final del día lo comprendió: No lo hago por mi padre. No lo hago porque mi madre me criase para la venganza. Lo hago por la especie humana en su conjunto. Los grandes monstruos de la historia casi nunca tuvieron que pagar por sus crímenes. Murieron de viejos, vivieron el resto de sus vidas en un cómodo exilio o, enfrentados a la derrota, se suicidaron.

Vale la pena ser la última víctima de Ender Wiggin, no por alguna pelea familiar, sino porque el mundo debe asegurarse de que los grandes criminales como Ender Wiggin no quedan sin castigo. Al final cometen un crimen de más y acaban ante la justicia.

Y yo seré la última víctima cuya muerte hizo caer a Ender el Xenocida. Una parte de él dijo: No te creas tu propia propaganda.

Otra parte de él dijo: ¡Vive!

Pero él les respondió: Si hay algo cierto sobre Ender Wiggin es que no soporta perder. Así le tentaré... Le haré mirar de frente la derrota y atacará para evitarla... y cuando me mate, entonces realmente estará derrotado. Es su defecto fatal... que se le puede manipular enfrentándole a la derrota.

Desde lo más profundo de su ser una pregunta intentaba aflorar, y no quería enfrentarse a ella: ¿No significa eso que no es culpa suya, porque realmente no tiene más opción que destruir a sus enemigos?

Pero Achilles hundió la objeción vigorosamente y de inmediato. Todos somos el resultado de nuestros genes y nuestra educación, combinados con hechos aleatorios de nuestra vida. El de «culpa» y el de «responsabilidad» son conceptos infantiles. Lo que importa es que los actos de Ender han sido monstruosos, y lo seguirán siendo a menos que se le detenga. Ahora mismo podría vivir para siempre, presentándose aquí y allá para causar problemas. Pero yo se lo impediré. No será venganza sino prevención. Y como él servirá de ejemplo, quizá detengan a otros monstruos antes de que maten tan a menudo y a tantos.

Ender surgió de las sombras.

—Hola, Achilles.

A Achilles le llevó medio segundo (medio paso) darse cuenta del nombre que había usado Ender.

—El nombre que empleas en privado —dijo Ender—. El que empleas en tus sueños.

¿Cómo podía saberlo? ¿Qué era él?

—No tienes acceso a mis sueños —dijo Achilles.

—Quiero que sepas —dijo Ender— que le he rogado a Virlomi que conmute tu sentencia. Porque tengo que partir en esa nave, cuando se vaya, y no quiero volver a la Tierra.

—Ya me lo supongo —dijo Achilles—. Allí claman por tu sangre.

—Por ahora —dijo Ender—. Esas cosas vienen y van.

Ninguna indicación de que reconociese a Achilles como el responsable.

—Tengo una misión que hacer, y llevándote a la Tierra como exiliado malgastaría el tiempo. Creo que la tengo casi convencida de que el Pueblo Libre de la Tierra nunca concedió a los gobernadores el derecho a devolver los colonos indeseados.

—No temo volver a la Tierra.

—Eso me temía... que lo has hecho todo con la esperanza de ser enviado allí.

—¿En la Escuela de Batalla os leían las historias del Tío Remus antes de dormir? — preguntó Achilles.

—Antes de irme allí. ¿Tu madre te leía historias?

Achilles comprendió que se iba por la tangente. Con resolución volvió al centro.

—He dicho que no temo volver a la Tierra —insistió Achilles—. Tampoco pienso que le hayas pedido nada a Virlomi en mi favor.

—Cree lo que quieras —dijo Ender—. Toda tu vida has estado rodeado de mentiras... ¿Quién esperaría que fueses a darte cuenta cuando una verdad apareciese al fin?

Allí estaba... el comienzo de las pullas que harían que Achilles actuase. Lo que Ender no podía comprender era que Achilles había ido allí precisamente a ser aguijoneado, para que luego Ender pudiese matarle «en defensa propia».

—¿Llamas mentirosa a mi madre?

—¿No te has preguntado por qué eres tan alto? Tu madre no es alta. Achilles Flandres no era alto.

—Nunca sabremos qué altura podría haber alcanzado —dijo Achilles.

—Sé por qué eres así de grande —dijo Ender—. Es debido a una enfermedad genética. Durante toda tu vida creces a ritmo continuo. Pequeño de niño, luego más o menos normal hasta que, de pronto, los otros niños se disparan durante la pubertad y tú vuelves a quedarte rezagado. Pero ellos dejan de crecer; tú no. Sigues creciendo. Con el tiempo, eso te matará. Ahora tienes dieciséis años; probablemente a los veintiuno o veintidós tu corazón falle por el esfuerzo de suministrar sangre a un cuerpo demasiado grande.

Achilles no sabía cómo tomárselo. ¿De qué hablaba? ¿Le decía que moriría a los veinte años? ¿Se trataba de alguna forma de vudú para poner nervioso a su oponente?

Pero Ender no había terminado.

—Algunos de tus hermanos y hermanas padecían la misma enfermedad. En tu caso no lo sabíamos, no estábamos seguros. No hasta que te vi y comprendí que te convertías en un gigante, como tu padre.

—No nombres a mi padre —cortó Achilles. Mientras tanto, pensó: ¿Por qué tengo miedo de lo que dices? ¿Por qué estoy tan furioso?

—Pero, a pesar de todo, me alegré mucho de verte. Aunque tu vida será trágicamente corta, te miré cuando te diste la vuelta, burlándote de mí, y en ti vi a tu padre y a tu madre.

—¿Mi madre? No me parezco nada a mi madre.

—No me refiero a la madre de alquiler que te crió.

—Intentas hacer que te ataque aguijoneándome, igual que Viriomi —dijo Achilles—. Bien, no te servirá de nada. —Pero mientras lo decía sabía que no era verdad; estaba dispuesto a permitir que la furia creciese en su interior. Porque debía ser creíble que Ender le aguijoneaba para poder atacarle, de forma que cuando le matase todos los que viesen el vídeo supiesen que realmente no había sido defensa propia. Comprenderían que nunca había sido defensa propia.

—Conocí a tu padre mejor que a cualquier otro chico de la Escuela de Batalla. El era mejor que yo... ¿lo sabías? Todo el jeesh lo sabía... Era más rápido y más listo. Pero siempre me fue leal. En el último momento, cuando todo parecía tan desesperado, él sabía lo que hacer. Prácticamente me dijo qué debía hacer. Y aun así me lo dejó a mí. Era generoso. Era realmente grande. Me rompió el corazón descubrir hasta qué punto su cuerpo le había traicionado. De la misma forma que te traiciona a ti.

—Suriyawong le traicionó —dijo Achilles—. Julián Delphiki le mató.

—Y tu madre —dijo Ender—. Era mi protectora. Cuando me pusieron en un grupo cuyo comandante me odiaba, fue ella la que cuidó de mí. Dependía de ella, confiaba en ella, y hasta donde el cuerpo humano lo permitía, nunca me falló. Fui muy feliz al enterarme de que ella y tu padre se habían casado. Pero luego tu padre murió y, con el tiempo, ella se casó con mi hermano.

Comprenderlo casi le cegó de furia.

—¿Petra Arkanian? ¿Dices que Petra Arkanian es mi madre? ¿Estás loco? Fue ella la primera en tender trampas a mi padre, atrayéndole...

—Venga, Achilles —dijo Ender—. Seguro que a los dieciséis años habrás reconocido que tu supuesta madre está loca.

—¡Es mi madre! —gritó Achilles. Y luego, sólo después, y débilmente, añadió—: Y no está loca.

Esto no va bien. ¿Qué me está contando? ¿Qué juego es éste?

—Te pareces a ellos. Más a tu padre que a tu madre. Al verte, veo a mi querido amigo Bean.

—¡Julián Delphiki no es mi padre! —Achilles estaba tan furioso que estaba cegado.

Le martilleaba el corazón. Así se suponía que debía ser.

Excepto por un detalle: tenía los pies plantados en el suelo. No atacaba a Ender Wiggin. Se limitaba a permanecer inmóvil y escuchar.

Fue en ese momento cuando Valentine Wiggin llegó corriendo al claro tras los depósitos de abono.

—¿Qué haces? ¿Estás loco?

—Hay mucha locura por aquí —dijo Ender.

—Sal de aquí —dijo—. Ese chico no vale la pena.

—Valentine —dijo él—, no sabes lo que haces. Si interfieres de alguna forma, me destruirás. ¿Me comprendes? ¿Te he mentido alguna vez?

—Constantemente.

—No contarte las cosas no es mentir —protestó Ender.

—No voy a permitir que suceda. Sé lo que planeas.

—Con todos mis respetos, Val, no sabes nada.

—Te conozco, Ender, mejor de lo que tú te conoces a ti mismo.

—Pero no conoces a este chico que se hace llamar por el nombre de un monstruo porque piensa que ese loco era su padre.

Durante unos momentos la furia de Achilles se había disipado, pero ahora regresaba.

—Mi padre era un genio.

—No son conceptos incompatibles —concedió Valentine con desdén. A Ender le dijo—: Esto no hará que vuelvan.

—Ahora mismo —dijo Ender—. Si me amas, dejarás de hablar.

Su voz fue como un látigo... no fuerte, pero orientada intensa y directamente al blanco. Ella retrocedió como si la hubiese golpeado. Sin embargo, no abrió la boca para responder.

—Si me amas —dijo él.

—Creo que tu hermano intenta decirte que tiene un plan —dijo Achilles.

—Mi plan es decirte quién eres. Julián Delphiki y Petra Arkanian vivían ocultos porque Achilles Flandres tenía agentes buscándolos, deseando matarlos... sobre todo porque en su momento había deseado a Petra, a su modo enfermizo.

La furia volvía a invadir a Achilles. Y él le daba la bienvenida. La llegada de Valentine había estado a punto de estropearlo todo.

—Tenían nueve óvulos fertilizados que confiaron a un doctor que les había prometido eliminar la enfermedad genética que tú tienes, el gigantismo. Pero era un fraude... como demuestra tu estado actual. En realidad trabajaba para Achilles y robó los embriones. Tu madre dio a luz a uno; encontramos otros siete implantados en madres de alquiler. Pero Hyrum Graff siempre sospechó que habían encontrado a esos siete porque Achilles quería que los encontrasen, para que los investigadores creyesen que sus métodos funcionaban. Conociendo a Achilles, Graff estaba seguro de que sería imposible encontrar al noveno bebé empleando los mismos métodos. Luego tu madre le escupió a Hyrum Graff y éste se puso a repasar su pasado y descubrió que su nombre no era Nichelle Firth, era Randi. Y cuando comprobó sus registros de ADN, descubrió que tú no tenías genes en común con tu supuesta madre. De ninguna forma eras su hijo genético.

—Eso es mentira —dijo Achilles—. Sólo lo dices para provocarme.

—Lo digo porque es verdad, con la esperanza de que te libere. Los otros niños fueron localizados y devueltos a sus padres. Cinco de ellos no tenían tu enfermedad genética, tu gigantismo, y esos cinco siguen con vida en la Tierra. Bella, Andrew (por mí, debo decir), Julián Tercero, Petra y Ramón. Tres de tus hermanos eran gigantes, y por supuesto ya han muerto: Ender, Cincinnatus y Carlotta. Tú eres el perdido, el que han estado buscando. Ése al que nunca pudieron poner un nombre. Pero tu apellido es Delphiki. Conocí a tus padres y los quise mucho. No eres el hijo de un monstruo, sino el hijo de dos de las mejores personas que jamás hayan existido.

—¡Julián Delphiki es el monstruo! —gritó Achilles, y se abalanzó contra Ender.

Para su sorpresa, Ender no inició ninguna maniobra evasiva. El golpe de Achilles le dio de lleno y lo derribó.

—¡No! —gritó Valentine.

Ender se apoyó con calma y se puso en pie.

—Sabes que digo la verdad —dijo—. Por eso estás tan furioso.

—¡Estoy furioso porque dices que soy el hijo del asesino de mi padre!

—Achilles Flandres asesinó a todos los que le demostraron compasión. La monja que hizo que le arreglasen su pierna tullida. El cirujano que se la corrigió. Una chica que le aceptó cuando él era el matón callejero con menos éxito de Rotterdam... fingió amarla, pero luego la estranguló y arrojó su cuerpo al Rin. Voló por los aires la casa donde vivía su padre, intentando matarle junto con toda la familia paterna. Secuestró

a Petra e intentó seducirla, pero ella le despreció porque amaba a Julián Delphiki. Tú eres su hijo, nacido de su amor y su esperanza.

Achilles cargó de nuevo contra él... pero fue deliberadamente torpe, para que Ender tuviese tiempo de sobra para bloquearle, para golpearle.

Pero, una vez más, Ender no hizo nada por apartarse. Encajó el golpe, esta vez en el estómago, y cayó al suelo, boqueando, con náuseas.

Luego volvió a ponerse en pie.

—Te conozco mejor de lo que tú te conoces a ti mismo —dijo Ender.

—Eres el padre de las mentiras —dijo Achilles.

—Nunca vuelvas a llamarte por ese nombre vil. No eres Achilles. Tu padre es el héroe que libró al mundo de ese monstruo.

Una vez más, Achilles le golpeó... en esta ocasión caminando lentamente y llevando el puño a la nariz de Ender, rompiéndosela. Casi de inmediato le manó sangre de las fosas que le empapó la camisa.

Valentine gritó. Ender vaciló y luego cayó de rodillas.

—Lucha contra mí—siseó Achilles.

—¿No lo comprendes? —inquirió Ender—. Nunca levantaré la mano contra el hijo de mis amigos.

Achilles le dio una patada en la mandíbula con tal fuerza que lo lanzó hacia atrás. Aquélla no era la pelea planeada de los estúpidos vídeos en que héroes y villanos se daban golpes tremendos pero su oponente se ponía en pie para seguir luchando. El daño contra el cuerpo de Ender era profundo y real. Le entorpecía y le desequilibraba. Era un blanco fácil.

No va a matarme, pensó Achilles. Sintió tanto alivio que se rio en voz alta.

Y luego pensó: Después de todo será el plan de madre. ¿Por qué llegué a imaginar que debía dejar que él me matase? Soy el hijo de Achilles Flandres. Su verdadero hijo. Puedo matar a los que sea preciso matar. Puedo poner fin a esta vida perniciosa, de una vez para siempre, vengando a mi padre, a las reinas colmena y a esos dos chicos que mató Ender.

Mientras Ender yacía tendido de espaldas en la hierba, Achilles le dio una patada en las costillas. Se rompieron con tal estruendo que incluso Valentine pudo oírlo; gritó.

—Silencio —reclamó Ender—. Así debe ser.

Luego Ender se dio la vuelta... haciendo una mueca, y luego gritó débilmente de dolor. Pero aun así, de alguna forma logró ponerse en pie.

Después de lo cual metió las manos en los bolsillos.

—Puedes destruir los vídeos que estás grabando —dijo Ender—. Nadie sabrá que me asesinaste. No creerán a Valentine. Así que podrás decir que fue en defensa propia. Todos te creerán... has conseguido que me odien y me teman. Claro que tuviste que matarme para salvar tu vida.

¿Ender quería morir? ¿En aquel momento? ¿A manos de Achilles?

—¿A qué juegas? —preguntó Achilles.

—Tu supuesta madre te educó para vengarte por su amante de fantasía, tu fraudulento padre. Hazlo... cumple con la razón para la que te crio, sé lo que ella planeaba que fueses. Pero yo no alzaré la mano contra el hijo de mis amigos, por muy engañado que esté.

—En ese caso eres un idiota —dijo Achilles—. Porque yo lo haré. Por mi padre, por mi madre, por ese pobre chico Stilson, por Bonzo Madrid, por los insectores y por toda la especie humana.

Entonces Achilles comenzó a golpearlo de verdad. Otro golpe al estómago. Otro a la cara. Dos patadas más al cuerpo mientras permanecía inmóvil en el suelo.

—¿Esto es lo que le hiciste a Stilson? —preguntó—. Patadas una y otra vez... eso dice el informe.

—Hijo de mis amigos —dijo Ender.

—Por favor —rogó Valentine. Pero no se movió para detener a Achilles. Ni tampoco pidió ayuda.

—Ahora te toca morir —dijo Achilles.

Una patada a la cabeza sería suficiente. Y si no dos patadas. El cerebro humano no podría soportar una sacudida tal dentro del cráneo. Quedaría muerto o sufriría tantos daños cerebrales que bien podría considerársele muerto. Así terminaría la vida de Ender el Xenocida.

Se aproximó al cuerpo tendido de Wiggin. Sus ojos le miraban a través de la sangre que seguía saliéndole de la nariz rota.

Pero, por alguna razón, a pesar de la furia que le martilleaba en la cabeza, Achilles no le golpeó.

Se quedó inmóvil.

—El hijo de Achilles lo haría —susurró Ender.

¿Por qué no le mato? ¿Después de todo soy un cobarde? ¿Soy tan indigno de mi padre? Ender tiene razón: mi padre le hubiera matado porque es necesario, sin contemplaciones, sin vacilaciones.

En ese momento comprendió el significado de las palabras de Ender. Habían engañado a su madre. Le habían dicho que el niño era de Achilles Flandres. Ella le había mentido a él, diciéndole que era su hijo, cuando ella era simplemente una madre sustituía. A estas alturas la conocía lo suficientemente bien para saber que sus historias adoptaban más bien la forma de lo que ella necesitase que fuese cierto en lugar de la forma real. ¿Por qué no había llegado a la conclusión más evidente, que todo lo que ella le decía era mentira? Porque ella no cejaba ni un instante. Daba forma al mundo de Achilles y no permitía que surgiese ninguna prueba contraria.

De la misma forma que los profesores manipularon a niños para que librasen la guerra por ellos.

Achilles lo sabía, siempre lo había sabido. Ender Wiggin ganó una guerra en la que no sabía que luchaba; masacró una especie que creía que no era más que una simulación informática. De la misma forma que yo creí que Achilles Flandres era mi padre, que llevaba su nombre y que tenía como obligación completar su destino o vengar su asesinato.

Rodea a un niño de mentiras y se aferrará a ellas como a un oso de peluche, como a la mano de su madre. Y cuanto peor y más tenebrosa sea la mentira, más tendrá él que retraerse a su mundo interior para soportarla.

Ender había dicho que prefería morir a levantar la mano contra el hijo de sus amigos. Y él no era un lunático como la madre de Achilles.

Achilles. Él no era Achilles. Ésa era la fantasía de su madre. Todo era una fantasía de su madre. Él sabía que estaba loca; sin embargo vivía dentro de la pesadilla de su madre y daba forma a su vida para cumplirla.

—¿Cómo me llamo? —susurró.

En el suelo, a sus pies, Ender le susurró:

—No lo sé. Delphiki. Arkanian. Sus rostros. En el tuyo. Ahora Valentine estaba a su lado.

—Por favor —pidió—. ¿Podemos acabar con esto ya?

—Lo sabía —susurró Ender—. El hijo de Bean. El hijo de Petra. Nunca podría...

—¿Nunca podría qué? Te ha roto la nariz. Podría haberte matado.

—Iba a hacerlo —confesó Achilles. Y luego la enormidad de ese acto le llegó de pleno—. Iba a matarle de una patada en la cabeza.

—Y ese tonto estúpido te hubiera dejado —dijo Valentine.

—Una posibilidad entre cinco —dijo Ender—. De matarme. Tenía bastantes probabilidades a mi favor.

—Por favor —suplicó Valentine—. No puedo llevarle. Llévale al médico. Por favor. Tú tienes fuerza suficiente.

Sólo al agacharse y levantar a Ender se dio cuenta de lo mucho que se había herido las manos con la fuerza de sus golpes.

¿Y si muere? ¿Si aun así muere aunque ahora no le quiero muerto?

Cargó a Ender con premura estudiada sobre el terreno desigual y Valentine tuvo que correr para no quedar rezagada. Llegaron a casa del médico mucho antes de que tuviese que marcharse a la clínica. Echó un vistazo a Ender e hizo que le entrasen para un examen de emergencia.

—Ya veo quién ha perdido —dijo el médico—. Pero ¿quién ha ganado?

—Nadie —dijo Achilles.

—Tú no tienes heridas —dijo el doctor. Levantó las manos.

—Aquí están —dijo—. Yo lo hice.

—No llegó a golpearte.

—Ni lo intentó.

—¿Y tú no dejaste de golpearle? ¿Qué clase de...? —Pero luego el doctor volvió a su trabajo, apartando la ropa del cuerpo de Ender, maldiciendo entre dientes al ver las enormes magulladuras de costillas y vientre, buscando las roturas—. Cuatro costillas. Y múltiples fracturas. —Volvió a mirar a Achilles, en esta ocasión con desprecio en el rostro—. Sal de mi casa —ordenó.

Achilles se volvió para irse.

—No —dijo Valentine—. Todo ha sucedido según su plan. El doctor bufó.

—Oh, sí, él mismo planeó que le diesen una paliza.

—O que lo matasen —añadió Valentine—. Estaba contento con cualquier resultado.

—Yo fui quien lo planeó —terció Achilles.

—Sólo creíste planearlo —aseguró Valentine—. Él te manipuló desde el primer momento. Es el talento de la familia.

—Mi madre me manipuló —afirmó Achilles—. Pero yo no tenía que creerla. Yo hice esto.

—No, Achilles —insistió Valentine—. La educación de tu madre hizo esto. Las mentiras que Achilles le contó a tu madre hicieron esto. Lo que tú has hecho ha sido... parar.

Achilles sintió que el cuerpo se le estremecía con un sollozo y se hincó de rodillas.

—Ahora ya no sé qué nombre darme —dijo—. Odio el nombre que ella me enseñó.

—¿Randall? —preguntó el médico.

—No... no.

—Se llama a sí mismo Achilles. Ella le llama así.

—¿Cómo puedo... deshacer esto? —le preguntó.

—Pobre muchacho —dijo Valentine—. Eso es lo que Ender intentó descubrir durante los últimos años. Creo que acaba de usarte para conseguir una respuesta parcial. Creo que te ha utilizado para que le dieses la paliza que Stilson y Bonzo Madrid pretendían darle. La diferencia es que tú eres el hijo de Julián Delphiki y Petra Arkanian, y en lo más profundo de ti hay algo que te impide asesinar... ya sea a sangre fría o con la cabeza caliente. O quizás eso no tenga nada que ver con tus padres. Quizás esté relacionado con haber sido educado por una madre que sabes que está mentalmente enferma y por la que sientes compasión... una compasión tan profunda que jamás pudiste desafiar su mundo de fantasía. Quizá sea por eso. O quizá sea cosa de tu alma. La que Dios envolvió en un cuerpo y convirtió en hombre. Fuese por lo que fuese, tú paraste.

—Arkanian Delphiki —dijo.

—Sería un buen nombre —aseguró Valentine—. Doctor, ¿mi hermano vivirá?

—Ha recibido golpes en la cabeza —constató el médico—. Mírale los ojos. Hay una contusión importante. Quizá sea incluso más grave. Debemos llevarle a la clínica.

—Yo le llevaré —dijo... no Achilles... Arkanian. El doctor hizo una mueca.

—¿Permitir que el agresor cargue con el agredido? Pero no quiero esperar por nadie. Vaya un momento más horrible del día para mantener este... ¿duelo?

Mientras recorrían la carretera a la clínica, algunos que se habían levantado temprano los miraron inquisitivamente, e incluso una mujer se acercó, pero el médico la obligó a alejarse con un gesto.

—Pretendía que él me matase —dijo Arkanian.

—Lo sé —respondió Valentine.

—Lo que les hizo a los otros chicos. Pensaba que lo volvería a hacer.

—Él pretendía hacerte creer que se defendería.

—Y luego lo que dijo. Lo opuesto a todo.

—Pero le creíste. De inmediato supiste que era cierto —dijo ella.

—Sí.

—Te puso furioso.

Arkanian emitió un sonido, entre un gemido y un aullido. No lo planeaba; no lo comprendió. Como un lobo aullándole a la luna, sólo sabía que el sonido estaba en su interior y debía salir.

—Pero no pudiste matarle —dijo ella—. Porque no eres tan tonto como para pensar que matando al mensajero puedes ocultarte de la verdad.

—Ya estamos —dijo el médico—. Y no puedo creer que estés consolando al que ha golpeado a tu hermano de esta forma.

—Oh, ¿no lo sabe? —dijo Valentine—. Éste es Ender el Xenocida. Se merece todo lo que le hagan.

—Nadie se merece esto —dijo el médico.

—Cómo puedo deshacerlo —preguntó Arkanian. Y esa vez no se refería a las heridas de Ender.

—No puedes —dijo Valentine—. Y ya estaba allí, ya era inherente a ese libro, La Reina Colmena. Si tú no lo hubieses dicho, alguien lo hubiese hecho. Tan pronto como la especie humana comprendió que fue una tragedia destruir a las reinas colmena, había que encontrar a alguien a quien culpar, para que los demás nos podamos sentir absueltos. Habría sucedido lo mismo sin ti.

—Pero no ha sucedido sin mí. Debo contar la verdad... debo admitir lo que...

—No, no lo harás —dijo ella—. Tienes que vivir tu vida. La tuya. Y Ender vivirá la suya.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó el médico, en un tono todavía más cínico que antes.

—Oh, también viviré la vida de Ender. Es mucho más interesante que la mía.