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Capitulo 22: Sangrando en la ducha

Algo me despertó. Me picaba el brazo. No, era dolor. Mucho dolor, demasiado. Me ardía, me quemaba.

—¡¡¡AH——H!!!

Era insoportable. Desperté. Podía verlo todo como siempre. Es la peor manera de despertar.

Cuando vi mi brazo, tenía burbujas en una zona. Estaba blanco. Estaba sin polera. Tenía frio en casi todo el cuerpo, la otra parte estaba quemándome. Apreté mis ojos con fuerza para soportar el dolor que aún seguía en mi brazo.

—Ahora en la espalda.

El chico. Ahora lo podía ver claramente. Tenía el pelo largo… No, esa era la chica. Tenía el pelo largo. Era rubia, en ella se expresaba una cara triste e ingenua. Al lado con una botella de agua oxigenada un chico con el pelo cortado al estilo militar, con un degradado a los lados, dio la idea.

—¡Estás loco! —respondí enojado.

Mi voz volvió. Me encontraba más despierto que antes. Aunque continuaba con un gran peso en el cuerpo.

—Date la vuelta.

No sé porque acepté la orden. Me levanté. Mis piernas pesaban, una dolía con intensidad. En especial en la rodilla derecha. Temblaba, aunque me resistiera. Agarré el lavamanos, dándoles la espalda. Ahora si podía ver. Me encontré a mí mismo. Lleno de tajos y raspones. Miré mi brazo, seguía botando burbujas que erosionaban mi piel. No podía ver la herida, pero a pesar de que tenía una gran amplitud, sabía que no era una fractura. Volví a verme desesperado frente al espejo. Quería golpearlo. Pero no tenía fuerzas.

—¡¡¡AH————H!!!

El dolor era mucho peor que el anterior. Cogí con fuerza el lavamanos y presioné con todas mis fuerzas. No era suficiente. Interpuse mis dientes, me hacía daño. Cerré los ojos. Recogí mi cuerpo. Ataqué al lavamanos. Me agarré la cara. Tenía sangre en el labio, mordí demasiado, me partí el labio. La agonía se fue disipando de a poco. Sentía agujas punzándome por todo el cuerpo sin aviso. Estaba harto. Era demasiado dolor. Quería golpear o agarrar a alguien. Destrozar un vidrio. Romperlo todo.

—Terminamos. Eso era lo más grave —se movió orgulloso el chico.

—¿¡Qué te sucedió!?

Antes de agradecer, reconocí la voz. Melaine, quien abrió la puerta dejándome al descubierto a las personas detrás de ella, terminó entrando. A un lado estaba la chica que le avisó.

—Mira como estás. ¡Ahg! ¿¡Qué mierda te pasó!?

—Caí de la moto.

—¡Imbécil!

¿Así se trata a un herido?

—¡Ven! ¡Vamos! Estás sangrando como un demonio —dijo dando media vuelta.

—No me había dado cuenta.

—¡Idiota! Sígueme.

—Te… —me tomó de la mano antes de poder hablar.

Por suerte era el brazo que no estaba herido. Me arrastró todo el camino para subir al segundo piso. Mucha gente me vio pasar. La mayoría seguía en la fiesta, pero para los que me vieron, estaba claro que no era algo que acostumbraban ver. Una vez ahí, seguimos por sala. Apenas la pasamos giramos a la derecha, ahí, un corto pasillo ocultaba una única puerta. Entramos, estaba claro que era la pieza en la que se quedaba Melaine. Por un gran ventanal se podía distinguir las luces de la fiesta, estábamos justo debajo del balcón del tercer piso. Por detrás de la pared en la que se apoyaba una cama de dos plazas, entramos a la habitación oculta de la derecha, era un baño privado. Este, era el doble de grande que el de visitas. Tenía dos inodoros a un lado, en paralelo un lavamanos con dos llaves, encima, un espejo que ocupaba todo lo que restaba de pared. Al final de la habitación una ducha en una cabina oscura que seguía siendo transparente atrapó mi visión. Al parecer eran duchas de lluvia, ya que tenía orificios en todo el techo.

—Estás lleno de sangre.

Su voz esta vez no era amenazadora.

—Ni me lo digas.

—Toma una ducha. Te traeré unas toallas y un botiquín.

—No creo que pueda.

—Solo tienes que meterte ahí. Si quieres con ropa y todo.

—¿Estas segura de que puedo?

—¡Sí! ¡Solo apúrate! Estas manchando el piso.

—Está bien.

No era broma. Sí estaba manchando el suelo, supongo luego lo limpiaría. Me adentré en la cabina de la ducha. Cuando entré, no ocurrió nada. Le iba a preguntar a Melaine, pero ya se marchó. Entonces una pantalla a un lado de la entrada se encendió. Ahí, se mostraba una especie de tableta que se degradaba en colores, un extremo azul y el otro rojo. Llevé el circulo táctil donde el rojo era tan brillante que el azul. Entonces el agua salió, caía tibia. Traté de moverla un poco, no pude. Me conformé con lo tibia que estaba. La sangre caía al piso y desaparecía por las orillas. Era interminable, un hilo inquebrantable de sangre.

Mi cabeza reposó sobre la pared de la ducha mientras permitía que mi cuerpo ardiera.

Quería descansar. Dormir. No entendía. Tampoco quería hacerlo. Pero eso de evitar lo hacen los débiles, ¿no? Quizá yo también lo sea. Ya no quiero seguir.

¿Por qué me tiene que pasar todo esto a mí?

Golpéala.

Hice caso.

Golpéala.

Volví a golpear la pared.

¡Golpea la pared!

Bien.

¡¡Con más fuerza!!

Me dañé.

¡¡¡Hasta que pierdas la razón!!!

¡Que te jodan! Solo quiero descansar.

¿Qué hacía Dusty con ese infeliz? Puede que lo esté amenazando, obligándolo a trabajar con él. ¿Entonces por qué huyó? Tenía miedo de ser atrapado. ¿No es muy ilógico? ¿Y si no sabía que hacer por miedo? Puede ser. Tengo que preguntarle. Si. Lo haré, lo antes posible. Si voy al colegio, estoy seguro de que me lo encontraré. Al fin y al cabo, es mi compañero de curso.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó una voz detrás mia.

—Sí.

—No lo veo así.

Estaba dentro de la ducha.

—Lo estoy, mis heridas ya no duelen tanto y el sangrado ya no está.

—No me refiero a si lo estás físicamente.

Con sutileza, una helada mano recorrió mi espalda, quería darme la vuelta, pero no me lo permitieron. Sin lastimarme, deslizó sus brazos adelante. No me moví. Continuó hasta que su cuerpo hizo contacto con el mío, sin tocar mis heridas más graves.

—¿Un abrazo? —pregunté.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque no te encuentras bien.

—Ya veo… —terminé aceptando—. Gracias.

Me quería disculpar, pero no podía, no quería. No me gustaba, no debía.

—No hay problema —me soltó de a poco.

Si bien estaba consciente, aun me costaba pensar con claridad. Me di la vuelta y la abrasé, no quería que me soltara. Puede que necesité un abrazo.

—Perdón —me lamenté tembloroso.

—¿Por qué?

No respondí. La solté de a poco mientras mi llanto se limpiaba con el agua que caía. A penas recuperé la visión noté que ella entró con ropa. Sus prendas comenzaban a traslucir, la figura y el color de su cuerpo se marcaba de a poco por la tela mojada.

—¡Oye!

Se dio cuenta de lo que observaba.

—Disculpa.

Aparté la mirada.

—Estas sangrando hasta por el labio —dijo con suavidad.

Era verdad. No tenía que pasar la lengua para saberlo, sentía su sabor. Sus dedos intentaron quitar lo que brotaba. ¿Entonces llamó mi atención por eso? La volví a mirar, esta vez directo a los ojos. Ahí estaba, la chica pelirroja que me ofreció un quitasol para no quemarme. Ahora tenía su pelo oscurecido por el agua. Estábamos demasiado cerca, tanto que confirmaba lo que ya sabía con anterioridad; era increíblemente hermosa. Sus labios estaban pintados, pero casi no se notaba. Tenía un poco de sombreado en los parpados que hacían resaltar sus ojos celestes. Podía ver su alma a través de ellos. A pesar de que se veían profundos e inalcanzables, se mostraba demasiado pura. Quería conocerla de cerca. Descubrir que encontraría detrás de aquella misteriosa mirada.

Ella aceptó.

Mi labio, antes sangrante, se unió al suyo. Con sutileza se movió entre los míos. La suavidad con la que estimulaba, me atrapó. Un movimiento bastó para provocarnos. Su cuerpo se apegó al mío. Ya no tenía frio, tampoco reconocía el dolor, pasaba desapercibido. Sutiles contactos de su cuerpo y la tela mojada sobre mí, se volvieron intensos. Interpuse mi muslo en su entrepierna. Presioné y el calor fue aumentando. Su pierna frotaba en mi exterior, ligera, subió, moví mi mano por debajo para agarrarla. Era un poco indecoroso, pero ninguno pretendía detenerse. Mi corazón se urgía con cada movimiento, cada beso. Percibía hasta el mínimo contacto de su cuerpo, sentía el doble con el mío. Ninguno soltaba al otro. Mi cuerpo reaccionaba con firmeza. Me estaba quemando. No podía soportarlo más y ella tampoco. Nuestra piel mojada se friccionaba con fuerza, ya no había amor ni romanticismo, era deseo. Los roces se volvieron agresivos y nuestros labios insinuantes. La respiración intensa se volvía tenues gemidos. No quería parar, ninguno de los dos pretendía. Mi mano recorría su cuerpo impaciente por encontrar un lugar para quedarse, mientras sus manos se alteraban en mi cabello con necesidad. Me solté un poco. Estábamos a punto de pasar al otro umbral. Ella lo sabía, aun así, no se contuvo. Volví a soltar otro poco. Ella comprendió. Entonces nuestros labios se separaron.

—¿No quieres? —preguntó sin apartarse demasiado.

—No —dije apenas convenciéndome.

—Entiendo —terminó retirándose.

—No me malinterpretes.

—Tranquilo, creo entender —expresó sin mirarme directamente.

—Te lo agradezco.

—Siempre y cuando me lo devuelvas —volvió a coquetearme.

—¿Te refieres a esto?

—No necesariamente.

—Ya veo.

—Entonces, te dejo. Yo me iré a cambiar. No te demores mucho.

Me abandonó en la ducha y agarró una toalla. Se sacó el vestido del conjunto negro ajustado en su cuerpo y luego envolvió la toalla sobre su brasier. Desapareció del baño y me quedé solo. El dolor había vuelto, tanto físico como emocional. Estaba rendido, exhausto. Mi vitalidad volvió a decaer, no tenía ganas de moverme, ni respirar. Me quité el pantalón que llevaba. Mis rodillas estaban rasmilladas, se mantenías rojas y punzantes. Cogí la toalla que me permitió Melaine. Contemplándome en el gran espejo, vi las heridas, eran pequeñas comparadas de lo que imaginé. Aún seguían siendo preocupantes. Las pulsaciones que aparecían y desaparecían en la piel rasgada, hacían sentir más intenso el dolor. Si palpaba mi cuerpo, sabría que las raspaduras no eran lo único problema. Pude inferir, tenía varias contusiones.

Volví a centrarme al espejo. Mi figura no ha cambiado, sé que era casi imposible en tan poco tiempo. Pero era deprimente mostrarme incapaz. Salí de la habitación, para encontrarme a Melaine cambiándose. ¿Debería mirar a otro lado?

—Voy a ir a terminar la fiesta —dijo mientras se vestía de un traje similar, esta vez con una partidura que dejaba ver su cintura. Se sobrepuso con un chaleco para abrigarse.

—¿Por qué?

—¿Por qué? ¿No es obvio?

—Si es por mí, lo encuentro un poco irrazonable.

—¿Irrazonable? Acaso no viste como estás —se acercó a la puerta.

—Agradezco que me quieras cuidar, pero si lo piensas, esta es tu fiesta, yo no tengo que ver con ella, solo considérame otro simple invitado. Además, no estoy tan mal como crees.

—Ya veo —dijo mirando mi brazo del que aun brotaba sangre.

—Oye, de verdad no quiero arruinar tu fiesta de cumpleaños.

—Mi fiesta de… ¿Cómo sabes? —su mirada cambió, diría que vi algo de problemas en sus ojos, pero estaba demasiado oscuro para asegurar.

—Lo supuse —mentí.

—Está bien, la continuaré. Antes, déjame traerte unas vendas o algo de ropa.

—Te esperaré aquí mismo —le sonreí.

Mientras esperaba, cubierto con una toalla de la cintura hacia abajo recorrí la pieza de Melaine con cuidado. Detrás de una pared que servía de apoyo de la cama, dos entradas eran ocultas. Una era para el baño y la otra para un vestidor nada sutil. Tenía prendas por todos lados. Tacos y zapatillas para todos los casos, aunque preferí evitar un acercamiento invasivo, podía notar que tenía ropa para no repetirá durante varias semanas, incluso meses. Frente a la cama, una sala enorme se expandía. Había que bajar por un escalón para conseguir adentrarse, esta se ampliaba al pasar el desnivel. Justo enfrente de la cama, tenía un sillón reclinable y otros dos de terciopelo creando un centro amistoso. Junto al ventanal una mesa de vidrio. En el lado derecho de la sala se encontraban un montón de artículos. Libros, alcancías, artículos de maquillaje, un parlante pequeño, barcos armables, fotos de ella, su familia y amigos, medallas, títulos de reconocimiento. Al otro lado, una mesa de estudio con varias salientes, en la que tenía libros, un montón de lápices, cuadernos y un notebook.

Me pilló observando por el ventanal. Consigo traía unos jeans, una camisa gris y unas vendas.

—Perdón, el tío Philip solo usa camisas, y las poleras que tiene son todas demasiado horribles.

—Jaja. Es lo de menos.

—Ven, déjame vendarte.

—Primero puedo ponerme el pantalón, me está comenzando a dar frío.

—¡Ten!

Me cedió los jeans, eran largos y anchos, me quedaban sueltos. Ella soltó una pequeña carcajada al verme acomodarlos.

—Siéntate.

Tal como ordenó, luego de ajustármelos por tercera vez, me senté en la cama. Siendo cuidadosa me envolvió en vendas. Primero por la zona baja de mi torso, luego sin cortarla me la llevó al brazo, cubriéndome casi hasta llegar a la muñeca. Parecía una momia con un único brazo de piel.

—Gracias.

—No hay problema.

—Dime. ¿Cuántos años cumples?

—Eso no se pregunta.

—¿Y si adivino?

—Quizás.

—¿Tienes veinte?

—¿Tan niña me veo? —tocó su cuerpo comprobándolo. Estaba claro que no lo era.

—Sabes que sí.

—Idiota.

—¿Entonces?

—Acertaste, no sé ni para que preguntas. Al rato vas a saber hasta mi grupo sanguíneo.

—¡Ah! —le critiqué.

—No soy grupo A.

—Digo, me dolió —me presioné el brazo sangrante.

—Ah. Perdón, pero es para que no se salga —dijo maniobrando el final del vendaje—. Listo, con eso debería bastar.

Terminó de ajustarlo y se alejó de la cama para observar mejor su obra. Su perfume combinado con el ambiente me hacía mal, en un buen sentido.

—La fiesta está por terminar así que me iré por un rato.

—¿Necesitas ayuda con algo?

—No, está bien, están los mayordomos, así que solo descansa. Puedes dormir en mi cama, no hay problema. Solo no te vayas a lanzar de noche.

—No me tientes — incliné mi expresión.

—Te veo en un rato —no se inmutó.

Lo único que permaneció fue su aroma. Un sutil aroma que te moldeaba una muestra de ternura a la vez que una agresividad sensual. Se conoce bien.

Bajé a la sala que conectaba con la habitación, no podía dejar de admirarla. Pues te hacía sentir en una habitación completamente diferente, un espacio en el que varios amigos de colegio se juntan a conversar y hablan del pasado, del presente y a veces del futuro. Me senté en el sillón para probarlo, lo recliné, era demasiado cómodo. Una vez arriba no dan ganas de salir. El cansancio me llamaba, así me quedé.