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Capítulo 23: Suerte

Pensar, no. No quiero pensar. Pero supongo es algo que no podemos evitar.

¿Cómo estará Linna en este momento? No, por mi culpa debe estar sufriendo. O eso creo. Sinceramente eso espero. Es cruel de mi parte, pero es más hipócrita negarlo. Todo nos queremos sentir necesitados, ¿no? O al menos sentir que alguien nos recuerda. Me daría miedo no ser recordado, pero puede pasar. ¿Qué me sucedería entonces? No sería nada. ¿Nada?

No lo pienses.

La nada.

Una sensación me sacó de mi cuerpo, una realidad amenazante me golpeaba el pecho de una manera intangible. Me dolía. Me lastimaba.

Deja de pensar.

Me concentré en esas palabras para evitar razonar. Abstente, no es necesario que piense cosas negativas. Pensemos en lo de hoy. En lo que sucedió. Primero me acuerdo de que… No importa. Melaine, ella. No sé qué siento por ella, pero es cierto que me ha hecho sentir. ¿Qué quiero que sea? No sé, no me gusta el poder elegir. Me gustaría que, ¿qué? Que ella, no lo sé…

Esta oscuro, no veo nada, ya no hay luces. Si hay una, detrás mío, pero no ilumina casi nada. Es similar a la del baño, pero es más azul. Alguien también está detrás mío. No, más bien a un lado mío. ¿Qué es? Alguien me cedió un cubrecama encima. ¿Cómo sabía que tenía frio? Ni yo me había percatado. Melaine, ¿verdad? ¿Quién sería si no…

Esta oscuro, No veo nada. No hay luces. No, espera, si hay. Solo que no es una luz, es todo el ambiente.

Ya no está oscuro, esta gris. ¿Está amaneciendo?

Despierta.

Abrí los ojos en grande para contrarrestar el sueño. No podía dormir. Revisé mi lado, luego atrás. Mi cuello no llegaba a más, pero desde ahí pude verla. Ahí estaba, en la cama. Mientras yo utilizaba casi todas las frazadas y el cubre cama. Ella únicamente durmió con una sábana liviana que no abrigaba nada. Idiota, soy un idiota. Me levanté, me llevé el cubre cama. Me acerqué y sin despertarla se lo coloqué encima. Perdón. No merezco tanta hospitalidad. Estaba claro que ella también pasó frío. Estaba acurrucada. Soy lamentable.

Desaparecí de la habitación. No traje el pantalón abandonado en el baño, ya era muy tarde, no tenía intenciones volver. Ya estaba en las escaleras. Descendí al baño. ¿No estaban mis cosas ahí? No encontré otra cosa, solo sangre en el piso. Luego de hacer lo que tenía que hacer, salí. La casa demostraba un espacioso silencio en la mañana. El sol ya iluminaba todo mejor, se notaba un día despejado. Estar en esa casa gigante con el sol recién apareciendo daba la sensación de ser alguien afortunado. Lamentablemente solo en la superficie. Seguí al interior, donde se encontraba la estatua rodeada por la escalera. Subiendo por esta iba subiendo una sirvienta. Ella me encontró observándola.

—¿La señorita Melaine sigue durmiendo? —preguntó.

—Sí.

—Sus cosas están en la lavandería —dijo examinándome de pies a cabeza.

Agaché la cabeza en son de disculpas y gracias.

Continuó su ascenso.

Lavandería. ¿Dónde es eso? Di vueltas por la casa sujetándome los pantalones, sin encontrar nada. Entré en una oficina del señor Philip. En la cocina. Di vueltas por la sala, el comedor. Hasta que terminé encontrando la lavandería. Un montón de máquinas la llenaban, no observé más de lo necesario, vi mis cosas en un lavabo y las tomé, me aseguré de que la cuchilla que le compré a Sion seguía ahí, junto con las llaves de la moto y el celular con la pantalla quebrada en su totalidad, me llevé todo lo mío y me dirigí al patio. No estaba. Claro que no. Me dirigí al garaje del señor Philip con el vidrio en un estado que no dejaba ver nada hacia el interior. Abrí la puerta de uno de los lados. Una vez dentro podía ver todo hacia afuera de los vidrios. Me encontré con un montón de vehículos. Jeeps. Motos. Autos deportivos. Camionetas. Hasta tenía un buggy. Entre medio de un Corvette y un Jaguar estaba mi moto, evitando el ordenado sistema que se hallaba. Con su abolladura reconocible. Abrí su interior. De ahí saque la ropa bajo el casco. Sobre las vendas, me vestí con la chaqueta cortavientos que compré con Niel y mantuve los jeans gigantes. Aparté la moto de entre medio y al acercarme al vidrio, este se levantó, insertándose en el techo. Me monté para probarla. Estaba bien, solo no tenía los espejos. La comencé a acelerar. Espero no despertar a Melaine.

—Perdón —Pedí como si pudiera escucharme—. Y gracias.

El cambio del asfalto me indicó que ya estaba afuera. Al llegar a recepción, un chico que estaba remplazando al señor noche me dejó salir sin ningún problema.

Entrando a la casa de mi abuelo, abandoné la moto en el garaje para luego revisarla. Considere mi nuevo estilo de vida fugaz. No quería perder el tiempo, quería concentrarme en mi objetivo. Casi inconsciente y llevado por la inercia de querer cambiar, entrené a pesar de las heridas. No pude hacer mucho, mi cuerpo no me dejaba golpear con fuerza. La irritación que dejaba la transpiración en los raspones no me dejó continuar. Mi vitalidad ya se había agotado. Me moví a la ducha. Preferí usar la de la habitación de arriba. El sueño me estaba ganando y mi cuerpo no cooperaba con mi mente. Si no fuera porque el agua se puso helada no hubiera despertado. Es probable que me haya gastado todo el gas. Me sequé lo mejor posible, evitando pasar con agresividad en las heridas, para volver a vendarme. Quedé conforme. Apenas terminé de envolverme, me recosté sobre de la primera cama que encontré. Apenas el suave contacto de las sábanas me atrapó, caí en sueño.

Ring…

Ring…

Ring…

Ring…

Ring…

Ri…

—Aló.

—Hola buenas. Soy Fernando. Hace unos días le hablé por el Mustang que me estaba ofreciendo.

—Sí. Lo recuerdo.

—Estoy en Coquimbo vendiendo un negocio, por lo que es probable es que no vuelva por esta región. ¿Podría ir hoy a ver el vehículo?

—Claro, no hay problema. Le envió la dirección exacta.

—Genial. Pasaré a las 06:00 P.M.

—Está bien.

—Entonces, nos vemos.

¿Quién dijo que era? No importa, dijo que vendría en la tarde. Y la hora es… Las 04:00 P.M. ¿¡Dormí todo el día!? Aún tengo un poco de flojera, pero va a llegar en un rato.

Le envié la dirección y me levanté por inercia. Me estaba quedando dormido en el baño. Me toqué la herida del brazo, no dolió mucho. Decidí arribar en un lugar más centralizado, apenas lo sentí. Quizás otro poco, tenté el centro del corte. Me hizo soltar un grito apagado, suspiré y abrí los ojos. Definitivamente eso me despertó. Agarré las primeras prendas que encontré y me las llevé puestas. En la cocina preparé algo rápido para comerlo ahí mismo. Acompañado de la última cajita de jugo que me quedaba. Eran las 5:58 P.M. Podía llegar en cualquier momento. Aunque como está lejos de la ciudad, es presumible que se demore.

El ideal puntual que toda persona desearía, avisó a través de un bocinazo. Mi abuelo, quien siempre tuvo dinero y lujos, que consiguió con su esfuerzo durante años, jamás quiso obtener un portón eléctrico. Por lo que tuve que ir abrir el candado puesto en la mañana. El sol estaba agradable. Aproveché de disfrutarlo al máximo en esos metros que faltaban. Entró una camioneta negra, con los vidrios polarizados. Creo que eso no es algo legal, pero nunca vi que a alguien le detuvieran por tenerlos. Del asiento del copiloto se bajó un chico, bien moreno, de metro ochenta. Vestía un traje smoking y unos zapatos negros bien lustrados. El corte de pelo al estilo militar, lo hacía ver serio, a la vez que gentil.

—Hola, mucho gusto —se presentó con un buen apretón de manos que marcó una igualdad de jerarquía—. Fernando.

—Absalón.

—Lindo sitio —dijo presenciando la escénica de la parcela y la casa.

—Gracias, es de mi abuelo, yo solo lo estoy cuidando. De hecho, se llama igual que usted.

—Buen nombre —sonrió—. Igualmente es un gran sitio para quedarse. Diría que se parece mucho a la casa de mis padres, así que me causa un poco de nostalgia.

—¿Nostalgia? —pregunté sin ser apresurado.

—Hace rato que no vuelvo —se detuvo a pensar—. Creo que llevo un año fuera de casa.

—Harto tiempo. ¿Cuánto años me habías dicho que tienes? —traté de ir informal.

—Diecinueve. ¿Y tú?

—Dieciséis.

—¿¡Dieciséis!?

—Así es.

—No me lo imaginaba. Creí que tendrías mí misma edad, o un año menos.

—Me lo dicen seguido. La gente no acostumbra a tratar negocios con chicos de mi edad, pero gracias a mi Abuelo aprendí a manejarlo de mejor manera.

—Te comprendo. Pasé por algo similar —bajó la mirada.

—¿Quieres pasar a la piscina? para conversar más cómodos —aproveché.

—No es por menospreciarte ni menos, pero llevo un poco de prisa. Tengo que volver a arreglar mis cosas para llegar a Santiago antes de las 01:00 A.M.

—No hay problema. En ese caso. Espérame un momento. Traeré el vehículo y los papeles.

Subí con el coche tal como aseguré. Un Ford Mustang Shelby GT500. Me ofreció $51.500.000 pesos que finalmente quedaron en $54.300.000 de pesos. Mi ideal era de cincuenta y seis millones, pero el sueño aun me afrontaba. Firmé tal como si fuera mi abuelo y le entregué los papeles correspondientes. Dejó que el piloto de la Ford se fuera antes, al parecer era un tipo de socio, o amigo que lo ayudaba con ese tipo de negocios. Ya que se retiró de su comodidad para revisar el estado en que se encontraba el Shelby. Al ver que estaba en impecables condiciones opinó que incluso podía subirse e irse ahí mismo. Tal como ofreció, el chico Fernando se despidió con cortesía antes de subirse a su nuevo vehículo, dejando su número de negocios y personal en caso de que alguna vez necesite algo o simplemente para charlar. Le agradecí como se debía y en el mismo Mustang se marchó.

Me mantuve buen rato observando el portón sin razón aparente. El sol no me dejaba moverme, estaba demasiado relajante. Hasta que me di cuenta de mi existencia, no me instigué. Entré en la casa y abrí el computador. Revisé la cuenta que el señor Philip me entregó. Eso fue un verdadero golpe de suerte.

Suerte.

 Me facilitó demasiado las cosas. En la cuenta tenía un monto de $124.580.000. pesos.