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Capítulo 12: Llamadas

El día anterior me encontré pensado en Linna en todo momento. El impulso que creé se debilitó por ella.

Sin estar demasiado consiente de lo que hacía llegué a un gran supermercado y entré. Busqué todo lo necesario para no tener que regresar en un mes o eso pretendía, gasté más de lo que pensaba en comida, en confites y helado, me mentía a mí mismo diciendo que lo necesitaba para sentirme mejor. Me tuve que devolver a comprar para comprar lo que de verdad era esencial para vivir cómodo. Entre las dos compras gasté cerca de $450.000. Me estaba yendo cuando vi un letrero promocionando una nueva colonia, ahí fue cuando recordé que necesitaba cosas de aseo personal. Entonces reiteré el proceso de compra y pagué. Ya que era el único sitio vacío, el mismo cajero me atendió. Se sorprendió al verme por tercera vez y miró a todos lados. El ayudante que envolvía las cosas en las bolsas orgánicas me preguntó:

—¿Vamos a salir en algún programa?

—¿Eh?

—Ya sabes, esos programas de cámara oculta que hacen experimentos sociales.

—Eh… Perdón, pero no es el caso.

Me sentí avergonzado, sin dar excusas me marché apenas pude.

Cada vez que me sumergía al silencio del vehículo recordaba lo que pasé con Linna. Podría decir que fue mi primer amor, ella me enseñó de todo, ya que era más experimentada en muchos ámbitos. Todos los momentos que teníamos eran felices, casi nunca peleábamos y si lo hacíamos no duraba mucho. Sabía que en algún momento lo íbamos a dejar, no creí que terminaríamos casándonos, aun así, me cuesta aceptar que el que la haya terminado sea yo. El dolor de ya no tenerla se volvió realidad. Lo último que quería era dejarla, espero haber tomado la decisión correcta.

Aceleré para poder entrar a la carretera antes que el camión pasara. Acaecía a salvo, pero el ensordecedor bocinazo del camionero igualmente sonó.

Me encontraba frente a la casa de mi abuelo. Estar viendo donde mi familia fue asesinada no me hizo sentir otra cosa que incomodidad. Pasé rompiendo las cintas de restricción por completo con el vehículo. Al entrar vi que los vehículos estaban tal cual como él los dejó. Dejé el Wrangler en el espacio vacío. Entré por el ventanal roto, pasando bajo las citas, pude ver que todas sus cosas estaban en orden, lo único que contrastaba en la habitación era un líquido ya seco entre un color rojo oscuro y café, en el piso. Creí que me conmovería, mas no fue así. Pasé por encima directo a la recepción, a mi derecha se encontraba la puerta de la entrada principal y al contrario la escalera para subir al segundo piso, bajo esta, estaba el baño y la seguía una sala, que usábamos para ver películas o jugar videojuegos. Seguí caminando en dirección al comedor hasta que me encontré otro charco de sangre, esta venía de la cocina. Di la vuelta al murete de la cocina, entre este y la isla había un montón de sangre seca acumulada. No comprendí al principio, estaba demasiado sosegado por mis padres, hermano y hermana que inconscientemente desvié mi atención de ellos.

Mis abuelos.

Me sujeté con cuidado de la isla. No era que no los quisiera, los amaba, con demasiado cariño. Ellos que siempre me mimaron, me trataban de la mejor manera, me enseñaron muchas de las cosas que sé y ahora que estaba parado en ese charco de personas que tanto temía perder. Comprendí que no les había dado el tiempo necesario que realmente merecían. Una tristeza y culpa volvieron a abrasarme. Las piernas me pesaban y aunque me afligía, no tenía tiempo que perder.

Lo lamento.

Comencé limpiando la sangre, traté de hacer el mismo proceso que antes. Funcionó a la perfección, el único problema es que las pequeñas zonas donde se impregnó por completo no salían. Busqué algún método para sacar la sangre ya seca, utilicé la que me parecía más práctica. Saqué una de las tantas aguas oxigenadas que tenía mi abuelo y las rocié por completo en las manchas, estas comenzaron a burbujear. Tomé un escobillón y lo desarmé para refregar el agua oxigenada. De apoco iba saliendo, no me tomó mucho tiempo borrarlas todas, pero fue lo suficiente para que el cielo oscureciera.

Al terminar de limpiar comencé a deshacerme de cosas que no iba a utilizar, busqué algo de dinero. Pude obtener un poco de las alcancías y algo de lo que había en sus ropas. Me sentía horrible, era como si les estuviera robando. Ordené sus ropas en sus propias maletas y las empaqué listas para venderlas. Me quedé con unos trajes elegantes que guardaba. Dentro de un guardarropa encontré una caja fuerte de unos treinta centímetros. Recordé que mi abuelo dijo, que la tenía guardada en secreto de todos, porque dentro tenía sin dudas el mayor tesoro de su propiedad. Intenté con distintas contraseñas sin tener éxito. Como estaba perdiendo demasiado tiempo decidí dejarla para después.

Quería sentarme a descansar en el gran sillón del comedor. Antes que lograra eso, prendí el computador que mis abuelos usaban para contactarse. Eran increíblemente avanzados con la tecnología, la sabían usar con efectividad e incluso conocían como funcionaban las redes sociales, en especial mi abuelo, que se entretenía viendo carreras. Gracias a que sabía cómo funcionaba internet pudo conseguir parte de sus vehículos. La mayoría los consiguió por contactos que tenía y amigos que se los ofrecían por poco uso o simplemente por necesidad de dinero. Como hacía tratos de grandes cantidades de dinero, la mayor parte de este se guardaba en el banco. Puede que su gran capital en algún momento me genere un problema, ya que el dinero es codiciado incluso por miembros lejanos de la familia. Si eso es así, tenía que deshacerme de sus mayores pertenencias lo antes posible, también sabía que si podía conseguir algo de dinero en efectivo podría satisfacer mis necesidades sin muchas preocupaciones. 

Me pide una contraseña. No se me ocurrían muchas, intenté con su propio nombre, luego con números del 1 al 6, reintenté unas cuantas veces, pero ninguna funcionaba. Si pensaba en cómo era mi abuelo, podría describirlo como alguien simple, humilde y sincero. La contraseña estaba clara ahora, apreté la tecla "Enter" sin nada escrito y se mostró el escritorio. Busqué en sus e-mails, ahí fui revisando uno por uno en busca de alguna pista de cómo vender los vehículos. Al ser considerablemente caros no cualquier persona podía comprarlo, así que por discreción había un tipo de página, club o algo similar para encontrar o vender ese tipo de vehículos. Estuve buen rato indagando, encontré cosas que preferí pasar de largo. Al final encontré lo que buscaba, un correo de un Philip Grey que en mensaje explicaba que estaba muy interesado en uno de los carros de mi abuelo:

"Buen compañero, espero que este bien en todo ámbito. Le escribo para informarle que estoy interesado en el Alfa Romeo 4C que tanto te envidio, sé que no hay muchos en Latinoamérica y que tú eres uno de los poco propietarios que tiene una edición limitada Spider Italia. Por eso, como amante de los vehículos más que un antiguo socio pido considere ponerle un precio a tan grandioso vehículo. Daniel me confirmo que estabas pensando deshacerte de algunos de tus coches por los recientes problemas. Sé que eres un real fanático igual que yo y se que se mantienen en buen estado bajo tu cuidado. Sin decir más quiero que sepas que estoy dispuesto a pagar un buen precio. Espero me consideres en tus asuntos y que nos juntemos algún día para conversar como lo solíamos hacer antes. Me despido, que tu familia siempre se encuentre junto a ti.

Philip Grey.

Pd: Aquí dejaré mi nuevo número por si prefieres llamar. 9 81** **22.

Miércoles 19 de marzo de 2025."

Hoy ya es martes 2 de abril. Lo llamé esperando que no hubiera cambiado de opinión. Teniendo en cuenta que solo habían pasado dos semanas era poco probable que se olvidara del asunto. No podía evitar sentirme nervioso al hablar con un conocido de mi abuelo, en especial sabiendo que falleció. No hubo respuesta. Volví a llamar, vi que al celular no le quedaba mucha batería, si no contestaba lo dejaría para mañana. Sonó un buen rato, miré la pantalla y las palabras cambiaron a números contando progresivamente. De inmediato allegué el teléfono en mi oreja.

—"¿Aló?" —habló alguien detrás del teléfono.

—"Hola buenas. Soy Absalon, el nieto de Fernando. ¿Hablo con Philip Grey?"

—"Sí. Hola hijo. Dime, ¿en qué puedo ayudarte?" —tardó en responder.

—"Más bien podría ser una ayuda mutua" —intenté sonar agradable—. "Recuerdo que por lo que me comentó mi abuelo, usted estaba interesado en el Alfa Romeo. ¿Cierto?"

—"Así es, ¿por qué?"

—"Quería saber si aún estaba dispuesto a comprarlo."

—"Claro, aún estoy dispuesto a comprarlo."

—"Bueno, en este momento me estoy encargando de vender alguno de sus coches."

Todo lo que decía estaba cuidadosamente dicho para que se pudiera malinterpretar de dos formas. La primera que necesitaba ahora, es hacerle creer que mi abuelo le está vendiendo su auto como decisión propia de él a través de mí y segundo, que no niegue en ningún momento que mi abuelo pueda estar muerto. Todavía no quería decírselo. Pretendía hacerlo cuando le diera el vehículo, así tendría mayor impacto la fatal noticia y puede que de alguna forma me beneficie tener su compasión, luego de que le haya hecho un favor tan grande como el de ofrecerle exactamente lo que buscaba.

—¿Es enserio? Jaja, ese viejo por fin se dio cuenta de que esos tipos de autos no le vienen.

Lo dijo en un tono demasiado agradable, se notaba que entre ellos había confianza y como era de alguna manera su intermediario, inconscientemente hacía de mí alguien que también lo era. De todas maneras, tengo que tratar de evadir el tema de conversación hacia mi abuelo.

—Disculpe, ¿usted de dónde es?

—De Las Tacas.

Las Tacas, un sector nada barato para vivir. Es de los lugares más recomendado entre la elite debido a su tranquilidad, la increíble vista al mar, la playa cercana y vecinos con grandes aptitudes. La mayor parte de la gente que se establecida ahí eran personas adineradas; abogados, dueños de empresas, médicos, arquitectos, artistas reconocidos y políticos de grandes cargos, dentro de lo que era el norte de Chile.

—¿Está bien si se lo voy a dejar alguno de estos días?

—Mira hijo, antes que nada, hablemos del precio.

—No se preocupe, el precio que le daré es digno de mi abuelo. Por eso quiero asegurar su venta lo antes posible.

—Con que lo tratan de hacer interesante, me gusta. Bueno, así, si está en mal estado podré rechazarlo —rio con elegancia.

No continué. El silencio se volvió incómodo para él luego de una risa.

—Entonces me gustaría que vinieran este mismo jueves.

—No hay ningún problema —me tardé—. Me gustaría poder charlar otro rato, pero en este momento surgió algo que necesita mi completa concentración, disculpe.

—No hay problema —se adaptó a mi lenguaje—. Si puede ser temprano lo agradecería.

—Tengo entrenamiento, pero veré que puedo hacer.

En realidad, no tengo, pero no es una mentira.

—Entiendo.

—No se preocupe, le llamaré en cualquier caso para confirmar.

—Perfecto.

—Bueno, me despido, tenga buena noche.

—Gracias hijo, espero que tú igual.

Corté la llamada y seguí mi búsqueda. Continúe por un buen rato. Llamé a algunos interesados que le escribieron a mi abuelo hace un tiempo, pero en la mayoría de los casos estos perdieron el interés o ya no estaban dispuestos a comprarlos porque se encontraban en otro país. Entre varias llamadas un joven de 19 años de Santiago quedó en venir a La Serena para comprarme alguno de los vehículos para eso le pedí que me llamara el día que se decidiera, al principio no tenía mucha confianza en que fuera capaz de comprármelo, pero luego me convenció con labia que cambió por completo mi perspectiva sobre él, era como si estuviera acostumbrado a negociar. Debía ser el hijo de alguien con importantes ingresos.

Luego de rendirme con las llamadas proseguí a hacer algo diferente, investigué información que podría serme útil.

De a poco, el sueño me ganó.