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Pérdida y roptura

Algunas personas no se merecen el seguir viviendo, y ahí andan causando estragos en las vidas ajenas a ellos. Otras sí que lo merecen… y están enterrados. Aquel hombre no dejaba de repetir estas palabras en su mente. Su mirada estaba fija en un una tabla de cemento fría y oscura. La tumba del ser mas querido para aquel hombre. El nombre de esta persona era; Thomas Elivetez. El hijo de aquel desdichado hombre.

La lluvia de ese día era torrencial y el helado viento empeoraba las cosas. El frio y la humedad entra hasta los huesos, en esa situación cualquiera quisiera saltar a las llamas de una hoguera.

Pero aquel hombre parecía no sentirlo. Estaba ausente con la mirada fija aun en la lápida. Cuando había pasado lo que parecía ser una eternidad, masculló una maldición.

—¿¡Por qué putas!? ¡Dios, si es que existes! ¡Explícame! ¿Por qué él?–. Sus alaridos a la entidad suprema, fueron callados por el incesante caer de la lluvia. Era como si el mismo Dios le estuviese callando.

:Así está escrito. Se escuchó una voz extraña y distorsionada en la mente del hombre. Él chasqueo su lengua y golpeó la tumba de su hijo.

—Así que ahora decides volver. ¿Hace cuanto que no dices una sola palabra?–. El hombre, como si ya le conociese de antes le reclamó.

:No soy yo quien decide cuando hablar contigo. El hombre frunció el entrecejo y apretó sus puños. Iba a contestarle, cuando el se percató de que alguien se acercaba con una sombrilla. El sonido de esta cubriendo al portador de la torrencial lluvia, hacia un sonido muy característico.

—Señor Elivetez, no es bueno que esté aquí al intemperie. Además, ya casi termina la hora de visitas.–. Quien se dirigió a él, era un señor anciano, vestido formalmente. Al anciano le costaba mantener la sombrilla estable y por ello su traje estaba húmedo.

—Sabas, no tenias por qué venir, ya iba a volver al coche.–Sabas, quien volvió a recoger a Loreto, era un viejo criado que había cuidado de él desde que era un niño. Su familia no era rica. En realidad el viejo Sabas no era su criado, sino que era el mejor amigo de su padre, para quien trabajó toda su vida. Y luego de que el padre de Loreto falleciera, se quedó con su hijo, pero al ser tan viejo. El único trabajo que él le pudo ofrecer, era de cocinero y cochero. Loreto nunca fue amante del cocinar ni manejar, y la ayuda que le prestaba Sabas, le venía de maravilla.

—Vamos, que nos enfermaremos como sigamos aquí.–. Loreto instó a que fuera adelante. Echó una ultima mirada a la lápida, suspiró y se fue detrás de el viejo Sabas.

La pasarela principal del cementerio era la única parte en donde había cemento por el que caminar. Para visitar las tumbas, uno debía salirse del camino y adentrarse a la fila de lapidas por el césped, aunque ahora no era mas que barrial. Las flores que los visitantes traían estaban ya sin pétalos. La lluvia las desarmó. Jeh… por eso no quise traer nada. Pensó Loreto mientras veía las flores en el suelo.

En el portón del cementerio los esperaba el guardia bajo una casetilla de guardia.

—Muchas gracias por su visita, su hijo estará bien aquí. Yo le paso limpiando la tumba e incluso la arreglo si se deteriora, puede estar tranquilo.–. Harás todo eso mientras que te paguen… Loreto inclinó su cabeza al guarda.

—Muchas gracias a usted señor.–. Sabas le agradeció muy cortésmente mientras le estrechaba la mano.

El guardia siguió diciéndole de sus proezas a Sabas, el pobre anciano, humildemente tubo que tragarse la conversación. Loreto decidió seguir caminando y entrar al coche a esperar. Se sentó aún húmedo en el asiento trasero. Se sacudió las manos y tomó su celular que se encontraba en la guantera trasera.

Tenía varias notificaciones, la mayoría era spam, correos y seis llamadas perdidas de su secretaria. Inspiró hondo y le devolvió la llamada. El teléfono no había tonado una sola vez cuando se escuchó que contestó.

—¡Doctor! ¡Sé que se encuentra ocupado y devastado por la muerte de su hijo! Mis mas sinceras condolencias. ¡Pero el jefe del hospital lo está solicitando para una cirugía urgente! ¡Es un paciente con una aneurisma a punto de estallar!–. La secretaria se encontraba alterada. Era normal, una aneurisma era una bomba de tiempo, por cada latido del corazón la debilitada pared del vaso sanguino en el cerebro colapsa más y más. El paciente siente cómo su hora va llegando. Los dolores de cabeza, los mareos y perdida de equilibrio constante, son una mala manera de sufrir.

—Silvia, ya estoy en el coche. Voy de camino, estaré ahí lo más pronto posible.

—Muchas gracias Doctor Elivetez, ya estoy mas tranquila ahora que logre contactar con usted.

—Muy bien, nos vemos.

—Emm… ¿Y cómo se encuentra Doctor?–. Loreto ya iba a colgar, cuando escuchó la tímida voz de Silvia. Ella tenia novio, pero en veces era bastante cariñosa o considerada con él. Supongo que así son las mujeres. Se quedó callado unos segundos y contestó, inseguro.

—No logro entender la razón del por qué… tantas personas que merecen morir… agh ya me siento con ganas de romper ese maldito juramento hipocrático.

—No diga eso Doctor… hay muchas personas que le necesitan.

—Mi hijo me necesitaba… yo necesitaba a mi esposa, pero todos fallan en algún momento y todas los recuerdos felices, quedan en un rincón de la mente, en una habitación cerrada con llave.

—Siento mucho lo de su esposa y lo de su hijo.–. Silvia guardó silencio. Loreto chasqueó la lengua. Dejó fluir sus pensamientos y ahora ella sabía que él estaba mal.

—Doctor… si no se encuentra en posición para trabajar, puedo hablar con el jefe y–. Él la interrumpió en seco.

—Estoy bien. Sólo me sentí en confianza y dejé salir mis pensamientos, discúlpame Silvia.

—¡No! ¡Discúlpeme a mí, Doctor!

—No pasa nada, gracias, ya voy de camino.

—…Listo, informaré a los enfermeros para que tengan todo listo.–. Colgó el teléfono con un chasquido. Loreto levantó la mirada, inconscientemente había bajado su mirada al suelo. Sabas ya estaba dentro del coche y estaba esperándolo.

—Jaja, no me di cuenta cuando entraste.

—Señor Elivetez ¿Era del hospital? No lo dejan descansar ni en un día como este.–. Sabas desvió su mirada hacia adelante, en un punto distante en el cielo gris pintado con tonos rojizos por el atardecer lluvioso.

—Es un día como cualquier otro…–. El viejo le volvió a ver, fijó su mirada con la de Loreto. Sus ojos verdosos desteñidos por la edad, se veían brillantes, como si fuese a llorar en cualquier momento. Volvió su mirada al frente, y arrancó el auto.

Loreto se recostó a la ventana, estaba fría. Pero eso le gustaba. Se quedó mirando a la nada en el cielo oscuro.

Tiró su camisa hecha una pelota a una esquina de la habitación, y cayó desparramado sobre la cama. La operación del aneurisma se complicó. Hubo una hemorragia y no pudo controlarla. Al final el paciente falleció. Todos los presentes se quedaron callados en cuanto, luego de veinte minutos, Loreto aún intentaba reanimarle. El paciente era un político famoso. Su muerte en cirugía, seguramente le traerá problemas. Pero no es como si le importase mucho a él. La muerte de un político corrupto de mierda, no era nada comparado con el peso de la muerte de su hijo.

—¿Por qué Dios escribe en ese libro del destino que alguien muera?

:Eso no es así.–. La voz que Loreto escuchó en el cementerio había vuelto.

—¿A no?

:Dios escribe infinitos destinos, y el libre albedrío y la voluntad humana deciden qué destino de los infinitos se cumple.

—¿O sea que mi hijo, en alguno de esos "miles de destinos" podía no haber muerto?–. Loreto, algo malhumorado, comenzó a interrogar a la voz de su mente.

Esta tardó en contestar. :Así es.

—¡Deja de inventar!–. Él se levantó de un brinco de la cama y golpeó la cabeza con su puño. Decidió ir a la cocina para buscar algo de tomar. Quería dejar de pensar. Quería entumecer su mente para que al menos temporalmente, poder olvidar todo.

Ya era tarde, el viejo Sabas ya se había ido a su casa. Por lo que su algo espaciosa casa estaba vacía. Loreto miró el sofá de la sala y se sintió abrumado por la cantidad de recuerdos que lo asaltaron. Recuerdos en los que él estaba con su esposa Teresa.

El y ella estaban sentados en el sofá tomados de la mano, viendo como su hijo jugaba con unos legos sobre la alfombra. El niño estaba construyendo una torre. Al ver esto, su esposa le apretó su mano fuertemente. Extrañado, Loreto volvió a ver qué le sucedía, pero ya no había nadie a su lado. Solo la sensación de calidez de haber tenido a alguien tomado de la mano hasta hace poco. Volvió a ver a su hijo y allí estaba él. Pero un poco más grande. Y ya no estaba en la alfombra de la sala jugando con legos. Ahora estaba en una cama, muchos aparatos electrónicos conectados por todas partes de su aun pequeño cuerpo. El estaba sentado en una silla dura plástica mirando a su hijo, cuando escuchó que el electrocardiograma, marcó con un pitido seguido una línea en la pantalla. Al ver esto Loreto se levantó de la silla y gritó con todos sus pulmones. Ese grito le trajo de vuelta a la realidad. La antes colorida y llena de vida casa, ahora estaba en un silencio absoluto y monocromáticamente oscura. El único ruido que lograba distinguir era el de su jadeo pesado. Se dio cuenta de que estaba soñando despierto. Respiró hondo y exhaló lentamente. Luego de tranquilizarse, se dirigió a la cocina. Abrió el refrigerador, había mucha comida en buen estado, por dicha Sabas le ayudaba a mantener aquello en orden, pues si fuera sólo por él, la refrigeradora estaría vacía o llena de comida caducada. Examinó rápidamente en busca de alguna cerveza, pero no encontró ninguna. Sabas, al ver cómo estaba Loreto, seguramente se deshizo de ellas. Él suspiró mientras cerraba la puerta. Se apoyó sobre el comedor y se quedó de brazos cruzados pensando. Ya eran las diez de la noche. No era muy tarde, pero era a la hora en la que Loreto se iba a dormir. Sacudió la cabeza y se dirigió hacia la puerta. Agarró las llaves de la casa y salió. Ahora no tenia sueño y sentía que si dormía, los sueños y recuerdos serán mas intensos que los que acababa de tener. Llamó un transporte público con su celular y tras esperar unos minutos, este llegó.

—Buenas Don Loreto ¿A donde le gustaría ir?

—Llévame al lugar que te marqué, por favor.–. Desde mi celular, le marqué el lugar y se lo mandé. Era un lugar al cual solía ir antes de casarme. Era un bar discoteca, si querías bailar, ibas a la pista, pero si querías estar tranquilo y comer algo te podías quedar en la barra o en alguna mesa. Como estaba en el centro de la capital, era algo popular. Pero los jóvenes suelen ir a bailar o buscar chicas, por lo que las mesas casi nunca se llenaban.

Al llegar al lugar, Loreto descubrió de que la popularidad del local no había disminuido luego de casi 7 años. Miró a su alrededor, en busca de una mesa en la cual sentarse y la encontró. Al fondo del salón. Sonrió mientras iba con paso decidido hacia el lugar. Por el rabillo del ojo, Loreto sintió haber visto a alguien conocido. Se puso a buscar, mas no logró encontrar a esa persona, por lo que resumió su ruta hacia el lugar que había marcado como objetivo. Se sentó y al poco tiempo un joven vestido con el uniforme del bar se le acercó con un azafate en su axila y un cuaderno y un bolígrafo en mano.

—Buenas señor ¿Desea ordenar algo? –. El joven era rubio y su rostro era de buen ver. Se notaba que les contrataban para atraer a la clientela. Loreto desvió su mirada para buscar a alguna mesera bonita, pero todas estaban ocupadas atendiendo otras mesas. Suspiró mientras se volvía al joven.

—Dame una cerveza cruda, dos shots y unos patacones con salsa rosada por favor.– El chico rubio apuntó apresuradamente lo que Loreto le pidió, inclinó su cabeza y se retiró.

Analizando el ambiente, Loreto se dio cuenta de que el estilo de música había cambiado bastante desde la última vez que fue. No le desagradaba, pero tampoco era el tipo de música que se bajaría al celular para escuchar en cualquier lugar. El lugar estaba bastante lleno para ser un miércoles. Muchos de los que estaban no parecían ni tener la mayoría de edad. Mientras que el miraba hacia la pista de baile, una chica que parecía tener diecisiete se le acercó por el frente, detrás de ella, no muy lejos estaban un chico asiático y una chica rubia. Ellos miraban sonriendo a la chica que se le acercaba. Esto le sorprendió bastante.

Loreto, para tener 29 años, estaba bastante conservado. Era muy bien visto, pero su personalidad introvertida, le hacían pasar inadvertido casi siempre. La chica cuando estuvo frente a él le sonrió. Era joven, pero no le quitaba que fuese hermosa. Y su vestido corto y provocativo, le añadía unos pocos años a los que en realidad tenia. Pero… por alguna razón se me hace conocida... bastante.

—¡Hola! ¡Nunca creí que te volvería a ver, Soy Crelia Mezenti. Es un gusto el fin poder conocerte. –. Su voz aterciopelada, tenia una nota algo aguda, pero la forma en que pronunciaba las palabras y el orden de estas, no eran dignas de la edad que aparentaba.

—Hola… Soy Loreto Elivetez, mucho gusto.–. Loreto terminó su presentación y se le quedó mirando a los ojos fijamente. Sus ojos eran de color verde esmeralda. Ese color le cautivó por completo. Al percatarse de que ella también le sostenía la mirada intensamente él reculó, frunció el entrecejo y mientras le miraba a los ojos, él decidió preguntarle lo que le había estad inquietando.

—Discúlpame… ¿Te conozco? –. Cuando escuchó las palabras que dijo, Crelia sonrió de oreja a oreja.

Su cabello era de un rubio desteñido, similar a la ceniza. No era tan largo y lo tenia amarrado hacia atrás en una trenza.

Sus pequeños hombros sobresalían de su vestido abierto cubriendo solo su cuello. Un traje muy elegante para una simple discoteca, no es que fuese pequeña ni poco popular, pero ese vestido pegaría más en una gala en una mansión en Londres.

Crelia se sentó elegantemente en la silla vacía frente a él. Cruzó sus piernas y llamó a un mesero.

—No hay del que disculparse, después de todo es normal que te parezca extraño. –Una chica bella y esbelta se acercó a Crelia. Ella le pidió algo en voz baja y gracias a la música la cual estaba bastante alta, Loreto no alcanzó a escuchar. La mesera asintió y se marchó.

—Cómo ha cambiado la música ¿No? Tan solo han pasado 7 años y es como si hubiese pasado más de una década.–. ¿Ah? Esta chica no sólo habla como si fuese mayor, pensó lo mismo que yo al escuchar la música de ahora. Y… siete años, si tuviese la edad que aparentase hace siete años apenas estaría saliendo de la escuela. Loreto comenzaba a incomodarse con la presencia de aquella chica.

:¡Lo…reto!… ¡hu… ye! –. Aquella extraña voz le molestó una vez más, pero esta vez sonaba como si hubiese algún tipo de interferencia. Esto hizo que aquella incomodidad que sentía en las entrañas se intensificara aún más.

—Desde hace siete años que te estoy observando… pero algo me impedía el poder acercarme a ti. –. Ella se inclinó hacia la mesa y apoyó sus codos en esta. Colocó sus manos en su barbilla y le miró fijamente con esos ojos lavanda. ¿Eh, No eran verdes? Loreto se levantó de la silla conmocionado. Estaban sucediendo cosas muy extrañas. En cuanto se dio la vuelta para huir. Allí se encontraban aquellas dos personas las cuales también reconoció entre la multitud. Una chica rubia voluptuosa y un joven asiático alto y de pelo de un color como el lino, aunque misteriosamente natural.

—What a disrespectful guy, need some training. (Que chico más irrespetuoso, necesita ser adiestrado.)–. La chica rubia al parecer era extranjera, americana por el acento.

—¿Chico? ¿A quien le dices chico, señorita? –. Loreto algo molesto, volvió a ver a la chica extranjera.

—Alto Ohtsuki, no querrás enojar a Crelia ¿O sí? –. Eso fue lo que le respondió la chica americana. Loreto tardó varios segundos en procesar lo que la chica había dicho y reconocer la situación en la que se encontraba. El joven asiático llamado Ohtsuki le tenia sobre la mesa amenazado con un cuchillo en el cuello. Con exactitud milimétrica la hoja se encontraba sobre su arteria carótida. Esta era muy brillante, tenía intrincado un dragón y el mango de la cuchilla era de madera. Los ojos de Loreto se desorbitaron y comenzó a sudar frío.

—Vaya… aunque esa persona no se encuentra aquí, no quiere decir que seas vulnerable a hechizos, aunque ante artes marciales y el uso de la fuerza, sí pareces tener problemas.–. A Loreto le daba vueltas la cabeza, muchas de las palabras que la chica, la que se hacia llamar Crelia, le parecía que eran pronunciadas en un idioma irreconocible. Su ya confusa cabeza con lo ocurrido en el último mes no iba a soportar mucho más. Si no distraía a su cerebro de alguna manera, caería en la esquizofrenia, si no lo había hecho ya. Ohtsuki, el joven asiático que le amenazó, le alzó del cuello y lo sentó en la silla. Atónito, Loreto no sabía en que momento Ohtsuki había sacado e incluso guardado aquella navaja japonesa. Al sentarle la chica rubia americana y Ohtsuki se sentaron a ambos lados de Loreto. Ninguno le estaba tocando, pero el ambiente era tan pesado, que era como si le tuvieran con las manos atadas.

—¿Puedo hablar?–. Loreto comprendía su posición, y el estar entre tanta gente no le daba ninguna sensación de seguridad. Es como si estas personas no temieran para nada el ser vistas.

—Claro, no te lo he prohibido en ningún momento. –. Crelia me extendió su mano en señal de que me daba el derecho a hablar. Sus uñas estaban finamente pintadas y decoradas.

—¿Quienes… no, Qué son ustedes? –. A Loreto le temblaban los pies, pero no la voz. Con un tono grave y firme, acusaba a aquellas tres personas de no ser humanas mientras veía a los ojos de Crelia, nuevamente de aquel color esmeralda, el que parecía ser su color original.

—Soy un demonio, aunque prefiero ser llamado ángel. Por ellos no te preocupes, son humanos, con uno que otro don. –. Dijo Crelia mientras señalaba a la chica norteamericana y al joven asiático. —Ella es Anna RedSnake y él se llama Sanji Ohtsuki, es un poco sobreprotector con Anna. Pero por favor no te preocupes, mientras yo mantenga mi interés por ti, no te pasará nada.–. La cabeza de Loreto dejó de procesar la información que decía Crelia luego de que dijera qué era ella. No era como si se lo pudiera creer así tan fácilmente. Pero la adrenalina en su cuerpo no dejaba de subir poco a poco y la tez de su piel disminuía dejando en su ya de por si blanca piel aún más palidez. Sudor frío le bajaba por la frente y espalda. No le creía y aun así tenia miedo de esas personas.

El ambiente se relajó un poco justo en ese momento cuando la mesera esbelta y el muchacho rubio el cual le había atendido a Loreto llegaron con las ordenes.

—Aquí tienen, por favor disfruten.–. Ambos meseros dejaron los pedidos e inmediatamente se fueron luego de inclinar la cabeza y ofrecernos el buen provecho.

Del lado de Crelia, se encontraban una copa de vino tinto y dos cervezas que al parecer eran extranjeras. Y frente a el, estaba lo que el había pedidos. Pero Loreto sabia que esa comida se iba a enfriar antes de que el tomara un bocado. Su estomago estaba revuelto, sentía que no le entraría nada aunque se forzara.

Crelia le dio una cerveza a Anna y la otra a Ohtsuki. Luego, elegantemente tomo su copa de vino y se la bajo de un trago. Se lamió los labios de una manera muy seductora mientras veía a Loreto a los ojos, no. A su alma. Esto hizo que le bajara un escalofrío por toda su espalda. Luego de que pasaran lo que para el fue una eternidad, pero en realidad fueron pocos segundos, Loreto por fin logró reunir el coraje suficiente para hablar.

—Un demonio… he… he… no termino de creérmelo.–. Miró a ambos lados, en donde se encontraban Anna y Ohtsuki.

—Oh ¿Y eso por qué?– Crelia se tapo su boca con su delicada mano. Fingiendo asombro.

Loreto tragó fuerte y se aclaró la garganta antes de hablar. —Como si esas cosas existieran, además no tienes esa apariencia como la de los demonios de las películas o libros. No pareces más que una simple jovencita que está delirando, y que necesita ser internada en psiquiátrico.–Al fin, luego de decir esas palabras y convencerse de que Crelia no era mas que una joven loca que deliraba, se tranquilizó. —Estás un poco mal, si necesitas ayuda dímelo. Tengo algunos contactos con médicos psiquiatras, también soy médico después de todo.–. Loreto sacó una tarjeta de presentación y se la entregó a Crelia.

Ella la aceptó elegantemente, como todos los movimientos que ella hacía. Y la guardó en el pequeño bolso que andaba colgado. —Muchas gracias, pero tendré que rechazar tu oferta.

—Si esa es tu decisión… pero ahí tienes mi tarjeta por si cambias de opinión.– Loreto miraba de reojo a sus dos acompañantes, se habían mantenido al margen todo el rato sin decir nada, pero seguro que si intentaba irse estos se interpondrán. Dejó salir un suspiro y volvió su mirada a la mesa. No tenia apetito para comer, pero sí tomaría un trago de lo que pidió.

—Asombroso, quien diría que eras un médico, y más sorprendente es el que estés aquí ¿No tienen una vida ocupada ustedes los doctores?–. Cuando Crelia le preguntó la razón por la que estaba allí, su rostro se distorsionó un poco.

—Yo… he tenido un día duro, somos humanos también, también podemos desahogarnos, ¿No?–. Loreto dejo escapar un suspiro mientras levantaba uno de los shots, hizo una señal de brindis y se lo bajó de un tiro.

—Claro que sí pueden, es más se lo merecen. –. Crelia sonrió y alargo su mano sobre la mesa. —¿Te puedo acompañar?–. Con su mano encima del otro shot que Loreto pidió, Crelia le pedía permiso para tomárselo. Loreto se quedó pensativo por un momento y luego asintió.

:¡Lo…to! Aquella voz le asaltó nuevamente. A esto él dio un respingo en su silla.

Crelia le miró intrigada, mientras tomaba la pequeña copa.

—¿Sucede algo? –. Crelia preguntó mientras alzaba la copa de shot en señal de salud y Loreto la suya, la cual estaba vacía, pero aun asi lo hizo, para que Crelia no se quedara sola. Acto seguido, ella se bajó el líquido transparente de olor fuerte y de sabor aun mas fuerte como si fuera agua.

Loreto escuchaba aquella voz desde hacia ya mucho tiempo. Cerro los ojos y frunció el ceño. Intentaba recordar cuando sucedio por primera vez.

Hace ocho años Loreto se graduó de la facultad de medicina, y hace dos sacó la especialidad. Conoció a Teresa a los 24 años, hace 6 años aproximadamente. Y al año se casaron, cuando supieron que Teresa albergaba a un bebé en su interior. Pero, aun en ese entonces él ya había escuchado aquella voz en su mente, era mucho antes de haberse casado, pues el recordó que durante todo ese tiempo la voz se mantuvo callada. No lograba recordar con exactitud cuando fue la primera vez, pero sus recuerdos más lejanos en los que se había comunicado, era durante sus días de universidad. Loreto sentía que su cabeza le daba vueltas. El shot, tal vez ya le había pegado, pero se sacudió esa idea de la cabeza, usualmente se bajaba cinco y unas tantas cervezas, cuando comenzaba a sentirse así. No, su mareo ahora era distinto, un dolor agudo le penetraba en el cerebro. Se agarro la cabeza con ambas manos. Un pitido extraño le perforó los oídos, no, no escuchaba nada. Era en su mente. No sabía qué era, pero sabia que quería, o mejor dicho lo sentía. El control de su mente, su cuerpo. En medio de aquel dolor miró a la chica que se hacía llamar Crelia.

Ella… no, ellos me hicieron algo… ¿me drogaron? ¿envenenamiento? Pero… ¿por qué?

Su cuerpo le ardía y el dolor de cabeza no cesaba. Los tres que estaban con él le miraron preocupados mientras Loreto se retorcía del dolor insoportable. Luego de lo que pareció ser que duraría una eternidad, cesó. Su cuerpo se desplomó sobre la mesa.

—¿Qué le sucede? - La primera en reaccionar fue Anna, quien se volteó y miró inquisitivamente a Crelia.

La chica de pequeña estatura se quedó en blanco. Ella miraba intensamente a Loreto en busca de una respuesta.

Un líquido escarlata le salía por los orificios de la nariz y oídos.

—¡Crelia! ¿Qué le pasa, se está muriendo?- Anna la chica alta y esbelta tomó de los hombros a Crelia y la sacudió. Esto la sacó de su estupor. —¡tómenle el pulso, vamos! – rápidamente despejó su mente y comenzó a dar ordenes. Ohtsuki se deslizó detrás de Loreto y colocó sus dedos índice y medio en el cuello, en la Arteria carótida. —Su pulso es débil.- Dijo el hombre Asiático de manera concisa. Su español era bueno, pero parte de su acento japonés se notaba.

—No está perdiendo sangre, pero su pulso disminuye rápidamente. – Añadió.

Nadie le ha disparado, no tiene heridas físicas, no he sentido que nadie invoque magia… ¿Le envenenaron…?

Crelia miro sobre la mesa. Para luego mascullar una maldición. Muy pocas cosas podrían hacer tal daño en poco tiempo. Y todas las medidas físicas quedaban eliminadas por descarte. Alguien le había envenenado sus tragos. Y Crelia tomó también de estos.

Pocos segundos después ella comenzó a convulsionar.

—¡Les envenenaron! – Gritó Anna a Ohtsuki. Entre la bulla de la discoteca y la gente hablando sin cesar, era difícil escuchar lo que ella decía pero aun así Ohtsuki asintió y tomó a Loreto con un brazo y a Crelia con el otro.

Anna desenfundo una Desert Eagle de la parte interna de su chaleco estilo cowboy. Y comenzó a hacerse paso entre la multitud.

Hasta ahora me doy cuenta, pero a pesar de toda esta conmoción, nadie parece prestarnos atención. La mirada de Anna se posó en uno de los meseros repartiendo algo con su bandeja. Un grupo de adolecentes se amontonaron sobre este y peleaban por lo que sea que estaba dando el mesero. Los jóvenes se metían en la boca lo que sea que fuere y sus miradas se perdían en el techo.

Al ver esto, Anna supo la razón del por qué nadie les prestaba atención, muchos, si no todos, estaban drogados.

—Ohtsuki, debemos salir. ¡Por aquí! – Ella identificó donde estaba la salida y corrió hacia allí, Ohtsuki le seguía por detrás.

—Anna-sama, dos figuras sospechosas nos están siguiendo. – Ante la advertencia, Anna vio de reojo detrás de ellos. Dos meseros, un hombre y una chica les seguían el paso a pocos metros. Eran los mismos que les atendieron a Loreto y Crelia. Pero algo era distinto en ellos. Un escalofrío le bajó por su espalda. Les rodeaba un aura de divinidad con el cual Anna ya era familiar.

—Ohtsuki… esos son entidades divinas… ¿Crees que vinieran también a por el chico, o talvez en busca de nuestra santidad, Crelia?- Ella resumió su carrera hacia la salida. No les quedaba mucho, pero había mucha gente en el camino, por lo que dificultaba el tránsito.

—No lo sé, pero lo que sí sé es que ambos, el chico y su alteza están envenenados. Y no tenemos mucho tiempo. Apresurémonos. – Ohtsuki, detrás de Anna al fin llegaron a la salida, pero allí les esperaban dos personas. Una chica hermosa de pelo rizado y rubio. Envuelta en una luz cegadora. Y a su lado un chico de baja estatura, rubio y con un rostro infantil y bello. Era un poco andrógino. Pero la sed de sangre que emanaba de sus poros era tan inmensa que no daba ni tiempo de pensar en cuan femenino parecía.

—Anna, no tenemos tiempo para luchar, y mucho menos contra entidades divinas. El chico, ni su alteza sobrevivirán a cuando les hayamos vencido. – El chico andrógino entre cerro los párpados algo molesto ante el comentario del Japonés.

—Creo que nos estás subestimando un poco ¿no?- Enojado, dio un paso hacia adelante, liberando aun más ese aura maligna.

El ambiente estaba tan pesado que todos los que estaban cerca, se alejaron instintivamente y los que se vieron atrapados, cayeron inconscientes allí donde estaban.

Incluso Anna se vio afectada un poco. Su cuerpo se sentía más pesado y sus manos temblaban al tener la pistola en manos.

—¿Qué hacemos…?- Intentando recomponerse, Anna le pregunto a Ohtsuki qué debían hacer.

—Él dijo que era un doctor ¿verdad? También le dio una tarjeta a la señorita Crelia. – Ohtsuki revisó el bolso de Crelia y sacó una tarjeta de presentación, la de Loreto. —Llévatelos y llama a su secretaria, aquí Sale su numero. Al menos ella tal vez los pueda ayudar. – Colocó a ambos en el suelo y se dio la vuelta hacia los dos cuya presencia era poderosa. —Yo me encargo de ellos. – Ohtsuki extendió sus manos hacia adelante. Estas emitieron repentinamente una luz roja que iluminó toda la discoteca.

Cuando esta desapareció, Anna ni Crelia ni Loreto estaban ya allí.

Los únicos que quedaban eran unos pocos jóvenes desmayados y tres personas de pie. Dos afrontaban a una sola.

Ohtsuki hizo aparecer de la nada una espada japonesa larga y de un solo filo. Su hoja era negra y tenia intrincado símbolos y caracteres japoneses en su hoja.

—さあ,行こうよ!<¡Ven, vamos!>

Este es el prólogo de una historia la cual le tengo mucho aprecio y me he dedicado bastante tiempo y cambios, y me siento conforme y a gusto con lo que he hecho. Por qué es eso de lo que va la vida, disfrutar lo que uno hace.

Espero que quienes lean la novela estén a gusto y me digan que es lo que les parece y si ven algún error u horror ortográfico, sean libres e invitados a resaltarlo.

¡Saludos, pura vida!

Ruza.

RuZacreators' thoughts