Al principio, el maestro tenía sentimientos encontrados sobre esta situación. En sus ojos, él debería estar liderando a los discípulos con el ejemplo, permitiéndoles aprender más sobre el misterioso y maravilloso mundo de la alquimia.
Ver una competencia amistosa que se suponía que tendría un impacto positivo en estos niños convirtiéndose en un confrontamiento lleno de sed de sangre no era algo que deseaba.
Además, la idea de permitir que un maestro de espíritu experimentado desafíe a un recién llegado, en su primera clase, era algo que le molestaba aún más.
Era como permitir que un discípulo intimidara a otro, lo cual era algo que nunca aceptó.
Sin embargo, cuando William aceptó, el maestro no pudo hacer otra cosa que intentar hacerle reconsiderar. —¿Quién iba a saber que este niño terco no escucharía a su buena voluntad y en cambio insistiría en competir?
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