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Prólogo

Mover un dedo está prohibido, siquiera el hecho de pensarlo me hace temblar. Todos en el lugar sienten lo mismo; el hecho de que todos estén mirando al suelo con los ojos muertos lo demuestra.

Ningún sonido se atreve siquiera a existir, el aire se niega a moverse, mi sudor hace mucho que se convirtió en hielo. Al igual que yo, debe estar deseando morir, pero ni eso nos atrevemos a hacer.

"Arrodíllense".

Una palabra, fue todo lo que se necesitó para hacer que todos, congelados por haber conocido el significado del miedo, se movieran.

BAMMM

Fue el sonido provocado por miles de personas arrodillándose. Fue un sonido tan fuerte, que le reventaría los tímpanos a cualquier ser que los tuviera. Pero nadie se quejó, incluso el mismo suelo no se atrevió a temblar. No lo culpo, yo tampoco me atrevería a hacerlo.

Lo más increíble de todo es que, a pesar de que todo el mundo sabía que existía, absolutamente nadie conocía la identidad de la persona que tenían enfrente. Ni siquiera conocían su rostro. Nadie sabía cómo, pero esta persona hizo del mundo su propiedad desde las sombras.

Pero incluso cuando parecía que el mismo mundo se doblegaba ante la presencia de este ser, hubo alguien que no lo hizo.

Aunque pueda parecer un acto de valentía, solo era un acto de pura estupidez, más considerando el hecho de que esa persona tenía tanto miedo como los demás. ¿Que cómo es que lo sé? Es porque esa persona era yo, por supuesto, y la razón no podría ser más estúpida.

No quiero arrodillarme.

Sabía que moriría, no existía algo más que muerte cuando algo no iba de acuerdo a la voluntad de este ser. Pero la misma parte de mí que se negaba a arrodillarse tenía otro último deseo.

Levantar... la mirada.

Si iba a morir, lo haría con la cabeza en alto. Pero cuando incluso el simple hecho de mantenerse erguido agota mi alma, levantar la cabeza era algo imposible.

TAC... TAC... TAC... —venia hacia mi.

Mi corazón, como volviendo a la vida, empezó a latir con tanta fuerza que sentí que saldría de mi pecho. Sentí como el miedo me envolvía con cada paso. Era como si la muerte tomara su guadaña y la acercara cada vez más a mi cuello.

Para cuando pude ver sus pies, mi mente ya no podía pensar ni mis pulmones respirar. Todo lo que podía hacer era esperar su juicio.

Tal vez fue porque no quedaba nada de mi alma, pero la parte de mí que se negó a arrodillarse hizo que levantara la cabeza en el último momento. sabía que mi verdugo estaba aquí. pero lo que no sabía era que lo que vería haría que incluso a la muerte le dieran escalofríos.

La persona que tenía frente a mí... era yo.