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Obito Uchiha en Danmachi

Cuando no tienes a nadie, el único en el que puedes confiar es en ti mismo. Obito de 14 años, llega a Danmachi. ligeramente op, pero limitado por la mentalidad de Obito. por el momento sin pareja definida.

BellvsAsterios · อะนิเมะ&มังงะ
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26 Chs

Reunión-parte 1

[En el pasado]

Guruguru encontró algo que llamó su atención.

Después de haber confirmado que la mayoría de las mujeres que Obito le había dicho que vigilara habían llegado a un lugar seguro, estas se dispersaron por diferentes caminos al llegar a la primera ciudad grande.

Guruguru decidió abandonar su misión en ese momento y se dio media vuelta para volver por el mismo camino.

Se hundió en la tierra y comenzó a deslizarse a una velocidad increíble. A pesar de que a las mujeres les había tomado varios días de viaje llegar hasta la ciudad, Guruguru estimó que le tomaría solo unas horas llegar a Orario.

Mientras se movía por la tierra, Guruguru comenzó a aburrirse. El entorno oscuro y silencioso le resultaba monótono, a pesar de la velocidad a la que se deslizaba.

Decidió salir a tomar un poco de aire fresco y ver si encontraba algo interesante. Al emerger, sintió la brisa en su . . . ¿rostro?, o lo que sea que el tuviera en su cabeza, y escuchó los sonidos de la naturaleza que lo rodeaban. Era un cambio refrescante comparado con el silencio opresivo bajo la tierra.

Fue en ese momento, mientras disfrutaba del aire libre, cuando se encontró con algo que llamó su atención. Una luz tenue en la distancia y un susurros de voces, que llegaron hasta él.

Guruguru no entendía a los humanos.

En parte, porque él mismo no era uno, y en realidad nunca había hecho un verdadero esfuerzo por comprenderlos. Lo único que conoció de la humanidad era a través de Obito, cuya visión del mundo era limitada y sesgada.

Frágil, ingenuo y manipulable.

Esa fue la humanidad que Obito le mostró a Guruguru. Obito, con su mirada llena de dudas y su voz temblorosa, siempre parecía estar a merced de sus emociones y de las circunstancias que lo rodeaban. Su fragilidad era evidente en cada uno de sus movimientos, como si el peso del mundo lo aplastara constantemente.

Madara, en cambio, era completamente diferente.

Inflexible, duro y determinado.

Madara irradiaba una fuerza implacable y una voluntad indomable. Su presencia imponía respeto y temor, y cada una de sus decisiones parecía esculpida en piedra. Sus ojos, fríos y calculadores, reflejaban una mente estratégica que no dejaba espacio para la duda. Alguien que vivía con la certeza de que si misión final era algo digno.

Ambos eran humanos, pero sus formas de humanidad eran completamente distintas, y al mismo tiempo, increíblemente parecidas. Mientras que Obito representaba la vulnerabilidad y la susceptibilidad, Madara encarnaba la fuerza y ​​la resolución. Sin embargo, ambos compartían una intensidad en su humanidad que los hacían únicos y profundamente complejos.

Y ahora que estaba en este extraño mundo con aventureros, dioses y monstruos, Guruguru ya no tenía su única razón de existir.

Definitivamente, no estaba seguro de qué hacer. Lo más lógico, y lo que hizo, fue ayudar a Obito. Sin embargo, realmente no le importaban la mayoría de las cosas por las que Obito parecía tan preocupado.

Las mujeres que protegieron en el camino, con sus miradas de gratitud y temor, no despertaban en él ninguna emoción particular. Sus rostros se mezclaban en su memoria, simplemente como figuras pasajeras en su viaje.

La mayoría de los humanos eran patéticos y débiles, mas incluso comparados con el, no entendía porque la mayoría de ellos podían cagar, si no lo merecían.

Los niños y la mujer con los que Obito vivía en ese orfanato, siempre llenos de risas y preocupaciones cotidianas, eran un misterio para él. Sus interacciones, tan humanas y cotidianas, parecían irrelevantes a sus ojos.

Y la mujer con orejas puntiagudas que Obito parecía admirar tanto, tampoco lograba captar su interés. Para Guruguru, Ella era como cualquier otro humano.

En contraste con todas esas cosas aburridas, fútiles e inútiles que se encontraban en su entorno, lo único que realmente disfrutaba de estar con Obito era que él no le decía que se callara cada vez que hablaba. 

Obito, le ofrecía una rareza, a diferencia de cuando estuvo junto a madara: la libertad para expresar sus pensamientos sin reprimendas, y la confianza implícita en su capacidad.

cosa que Madara no hacia, y en realidad había eliminado a uno de los zetsus cuando no pudo callarse cuando el anciano se lo dijo.

Además, el combate contra monstruos y las peleas eran para Guruguru una fuente de satisfacción increíble. Enfrentarse a criaturas y la sensación al derrotarlas le proporcionaban un placer visceral que no podía ignorar. Cada golpe y cada victoria le daban una sensación de propósito y de realización.

Se preguntaba por qué, de todas las cosas que podría haber disfrutado, una de ellas era matar.

Era como si esa parte de él hubiera sido grabada en su cuerpo y, quizás... ¿en su alma? La idea de un alma era una pregunta que no tenía respuesta para él, un misterio.

¿Tenía un alma? 

¿Que era un alma?

¿Se podía cargar una de esas?

Si tuviera una, ¿podría cargarla? Estas preguntas se arremolinaban en su mente, pero ninguna tenía una respuesta clara. Guruguru había desechado la mayoría de ellas. A diferencia de Obito, que se sumergía en si mismo y se atormentaba con sus fracasos, Guruguru no se perdía en esos pensamientos.

Aunque el pudo experimentar las emociones de Obito en ese momento, cuando esa humana conocida como Rin Nohara murió, cuando sintió el dolor, y la desesperando del chico.

la verdad era que a el, un ser superior a los humanos, todos esos sentimientos no significaron nada.

Entendió que Madara y Obito no eran los únicos humanos que había en el mundo.

incluso cuando su motivo de existir fue destruido, no se sintió especialmente mal por eso, aun podía segura matando y luchando, así que no estaba del todo perdido.

Guruguru miró hacia el cielo por un momento. El vasto firmamento se extendía ante él. La mayor parte de su vida la había pasado dentro de esa cueva, encerrado en la penumbra y el silencio. Eran los demás Zetsus los que Madara enviaba para recopilar información, ya menudo, cuando le tocaba a él, era de noche. La oscuridad era el mejor momento para espiar, y Guruguru se había acostumbrado a moverse en la sombra, a ocultarse y observar.

Guruguru miró hacia un lado y lo vio.

Un humano, arrugado y débil, yacía en el suelo. 

Su piel, marcada por las arrugas y el paso del tiempo, parecía casi traslúcida en la penumbra. Una pierna sangrante se extendía torpemente, y sobre él, un duende se movía con agilidad inquietante. El duende, con su piel verdosa y orejas puntiagudas, estaba asfixiando al hombre con una ferocidad que Guruguru recordaba bien. Había encontrado varios de esos monstruos en su camino y los había eliminado con facilidad.

Mientras observaba al hombre luchar de manera fútil contra el duende, Guruguru no pudo evitar sentir un nivel de desprecio hacia sus débiles intentos de resistencia. La lucha del hombre era torpe y desesperada, sin la fuerza ni la determinación necesaria para cambiar el curso de su situacion. Tal fue el desdén que sintió, que recordó las palabras de Madara, quien despreciaba la debilidad y valoraba la fortaleza por encima de todo. La influencia de Madara resonaba en su mente mientras contemplaba la escena, aumentando su desaprobación hacia la fragilidad humana.

Aun así, mientras observaba al anciano luchar desesperadamente por su vida, Guruguru no pudo evitar sentir una leve punzada de celos. El anciano, con sus ojos llenos de determinación, reflejaba algo que Guruguru sentía que le faltaba: un motivo para vivir. En los ojos del hombre, brillaba una chispa de obstinación y esperanza, una razón profunda que lo impulsaba a resistir.

Entonces, Guruguru tuvo una idea. Aunque no estaba seguro de si a Obito le gustaría, pensó que no haría daño si él nunca se enteraba. Al igual que no le causaría daño a Obito saber que fue Madara quien planeó la muerte de Rin. 

Era curioso cómo unas pocas palabras podían provocar tanto en la mente de los humanos, cómo podían torcer su realidad y manipular sus emociones.

"Obito, fue Madara quien mató a RinRin para que siguieras con su plan, y yo lo ayudé, jejeje."

Claro que el nunca revelaría eso, porque el propio Madara había sido muy claro en mantenerlo en secreto.

Guruguru soltó una risa ligera, casi imperceptible, antes de moverse con rapidez hacia el humano que luchaba por su vida. 

Con un movimiento ágil y certero, golpeó al duende con una fuerza devastadora, haciendo que la cabeza de la criatura estallara en una lluvia de sangre y vísceras. Luego, Guruguru se ocultó en las sombras, asegurándose de que el humano no pudiera ver quién había intervenido para salvarlo.

Una vez en posición segura, Guruguru se limitó a observar. 

Madara y Obito tenían una cosa en común, ambos eran mas fuertes que el mismo.

Así que pensó en observar a alguien mas débil para entender esa parte de la humanidad.

Su curiosidad por comprender al anciano era palpable. El anciano con su pierna herida, permanecía inmóvil en el suelo. La herida parecía haberle causado un dolor extremo, y Guruguru se preguntó si moriría allí mismo, tirado en medio del prado del bosque, rodeado por la quietud del entorno natural.

A pesar de la aparente gravedad de la situación, Guruguru no hizo nada más que eliminar al goblin. Se mantuvo a la espera, observando con una mezcla de desdén y fascinación mientras el anciano se retorcías en el suelo, gimiendo en agonía. El contraste entre su sufrimiento y el mundo silencioso a su alrededor le ofrecía una perspectiva nueva sobre la fragilidad humana.

Fue justo cuando la noche comenzaba a oscurecer por completo que Guruguru vio una antorcha parpadeando en medio de la oscuridad. La luz tenue de la antorcha proyectaba sombras danzantes y creaba un halo de calidez en el frío nocturno. Junto con la luz, llegaron gritos urgentes que pronunciaban un nombre que Guruguru ni siquiera se molestó en registrar.

Después de unos minutos, la luz de la antorcha reveló la escena: el anciano yacía tirado en el suelo, inmóvil y agotado. A su lado, un joven de cabello castaño apareció en la penumbra. Era mayor que Obito y vestía con ropas de tonos oscuros y botas de cuero negro, adecuadas para el entorno. Su rostro mostraba una expresión de preocupación.

Junto a él caminaba una chica que parecía de una edad similar. Su cabello rubio estaba atado en trenzas sin adornos, y sus ropas, aunque sencillas, tenían un aire de firmeza y propósito. Ambos jóvenes se acercaron al anciano con sonrisas de alivio y gritos de desesperación, como si la luz de la antorcha fuera también un faro de esperanza en medio de la tragedia.

Guruguru los observó con una morbosa fascinación. La escena ante él era como un teatro de emociones humanas, y su curiosidad se avivaba con cada detalle.

El joven de cabello castaño se inclinó con cuidado para levantar al anciano, colocándolo sobre su espalda con movimientos ágiles pero llenos de delicadeza. La carga era pesada, pero su determinación era evidente en cada músculo tensado. Mientras tanto, la chica de trenzas rubias sostenía la antorcha con firmeza, permitiendo que su luz cálida iluminara el sendero y proporcionara un pequeño respiro a los tres.

Con el anciano a cuestas y la antorcha al frente, el grupo comenzó a avanzar lentamente a través del bosque. Los sonidos del bosque se mezclaban con sus pasos, creando una sinfonía de crujidos y susurros en la noche. Los árboles altos y densos parecían envolverse a su alrededor, como si el bosque mismo estuviera presenciando su travesía.

Finalmente, llegaron a una pequeña aldea escondida entre los árboles. Las cabañas de madera estaban dispersas por el área, cada una con techos de tejas grises y paredes desgastadas por el tiempo. El grupo se dirigió hacia una cabaña en particular, cuyas ventanas brillaban con una luz cálida y acogedora, contrastando con el frío de la noche.

Guruguru decidió seguirlos. Una vez que descubriera dónde vivían, volvería con Obito y se mantendría al tanto de sus movimientos. 

 

 

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[Actualmente]

Obito sonrió ligeramente mientras terminaba de dibujar un sello complicado en el suelo polvoriento. La tinta negra, recién aplicada, se secó rápidamente bajo la luz tenue de la tarde, mientras él, con movimientos precisos y calculados, comenzaba a formar una serie de sellos manuales. Sus dedos se movían con la agilidad, Aunque había un poco de vacilación, antes de detenerse de golpe. Sin perder tiempo, Obito canalizó su chakra hacia el sello, sintiendo el flujo de energía que recorría su cuerpo y se transmitía al símbolo en el suelo.

Este era su tercer intento de establecer una barrera alrededor del orfanato, un edificio rodeado por un jardín descuidado que había visto tiempos mejores. Los niños dentro del orfanato reían y jugaban, ajenos a los esfuerzos de Obito por protegerlos.

A pesar de sus mejores esfuerzos, no podía crear una barrera lo suficientemente poderosa como para garantizar la seguridad del lugar. Sus conocimientos sobre barreras y sellos, aunque sólidos, no eran lo suficientemente profundos para una tarea de esta magnitud. Por ahora, tuvo que conformarse con una barrera más sencilla, diseñada para alertarlo si alguien cruzaba el perímetro que había establecido cuidadosamente alrededor del orfanato.

Sin embargo, sabía que esta solución tenía sus fallos. El problema principal era que la barrera se basaba en la detección de chakra, la energía vital que todas las criaturas poseían en su mundo original. En ese mundo, este método era infalible, un seguro contra cualquier intrusión no deseada.

Pero en este mundo nuevo y extraño, las cosas no eran tan simples. Aquí, la mayoría de los aventureros y criaturas no poseían chakra, sino mana, una energía similar pero más rígida y menos versátil en su aplicación. Esto significaba que Obito tenía que encontrar una manera de adaptar su barrera a esta nueva realidad.

Al menos hasta donde él sabía, no podía estar seguro de nada hasta experimentar el mana de primera mano. Pero ese momento no llegaría hasta que se uniera a una familia, lo cual no sucedería en un futuro cercano.

Obito observó la barrera que había establecido con ojos calculadores. Desde el ataque de la familia Freya, había sentido que había sido demasiado descuidado en cuanto a la protección de Maria y los niños. A diferencia de Ryuu, que era una aventurera hábil, o de Syr, que trabajaba para una de las aventureras más fuertes de la ciudad, el orfanato no tenía a nadie que velara por sus intereses. Al menos, nadie que estuviera dispuesto a hacer todo lo necesario para protegerlos.

Necesitaba que alguien con mana atravesara la barrera para probar si funcionaba realmente.

Cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Luego, se encogió de hombros con resignación. Sabía que no era un genio en el arte de los sellos, por lo que no tenía grandes esperanzas de haber creado algo verdaderamente útil. En ese instante, Obito detuvo sus pensamientos, sintiendo la frustración de estar en un mundo que no entendía del todo, luchando por proteger a aquellos que ahora dependían de él.

Sus ojos se abrieron de golpe.

Alguien con mana había pasado a través de su barrera.

No podía saber quién era, ni conocer su nivel de fuerza, ni siquiera el lugar exacto por el que había traspasado el perímetro.

Pero estaba seguro de que había sucedido. Con rapidez, su figura se hundió en el suelo, desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos.

Se deslizó con sigilo hacia su habitación, el lugar más seguro del orfanato.

Cuando salió, se detuvo por un momento, cerrando los ojos mientras extendía sus sentidos al máximo. Intentaba captar cualquier rastro, cualquier señal que pudiera identificar a la persona que había entrado en el orfanato. 

Soltó un suspiro y abrió la puerta de su habitación. Luego, caminó con paso decidido por los pasillos oscuros del orfanato hasta llegar al comedor principal.

Allí estaba ella, con una sonrisa en los labios mientras le daba de comer a uno de los niños más pequeños del orfanato: Syr. La luz cálida del sol que entraba por las ventanas iluminaba su rostro, dándole un aire de serenidad.

Obito sonrió ligeramente viendo esa escena.

Ryuu, por su parte, estaba sentada a un lado, enfrascada en un silencioso duelo de miradas con uno de los niños. Obito decidió no entrometerse en lo que parecía ser un extraño juego entre ellos y se dirigió directamente hacia Syr, quien seguía sonriendo sin levantar la vista.

Aunque ahora confirmo que la persona que había pasado atreves de la barrera había sido Ryuu.

 

Aunque la barrera no funcionaría si él se alejaba demasiado, podía dejar un clon dentro de ella. Sin embargo, fuera de su alcance, a más de unos pocos metros, el clon no sería capaz de detectar si alguien la atravesaba. Además, debía suministrarle chakra regularmente para mantener la barrera activa, lo cual limitaba su efectividad.

Tendría que trabajar en esos detalles con el tiempo, perfeccionando sus técnicas para asegurar la protección del orfanato.

Mientras estos pensamientos cruzaban su mente, Syr movió ligeramente la cabeza y lo miró. Una suave sonrisa apareció en sus ojos, acompañada por una expresión que irradiaba tranquilidad. Era como si, por un instante, ella supiera exactamente lo que Obito estaba pensando.

Pero el Uchiha no pudo notar esa mirada en los ojos de la chica, probablemente porque estaba ocupado pensando en otras cosas.

—¿Todo esta bien Obito-kun? —preguntó Syr con voz suave, mientras acariciaba la cabeza del niño que estaba a su lado.

Obito se detuvo frente a ella, sintiendo cómo la tensión en sus hombros disminuía un poco. El simple gesto de Syr, su calma y su aparente despreocupación, contrastaba con la constante preocupación que él cargaba. 

Aun así, ver a Syr conviviendo felizmente con los niños fue suficiente para que Obito se sintiera un poco más relajado. A pesar de que en los últimos días había estado buscando información y pensando constantemente en su encuentro con la familia Freya, y, por supuesto, en su propia familia, esta escena le brindó un respiro momentáneo.

Soltó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo.

—Sí... es solo que el trabajo ha sido un poco duro últimamente —respondió Obito con una sonrisa, intentando restarle importancia. Luego, se movió para saludar a Ryuu, quien ahora lo miraba con curiosidad—. Buenos días, Ryuu-san.

—No te preocupes, Obito-kun. Normalmente, los primeros días siempre son difíciles, pero después de unos meses te acostumbras —. Syr, con su habitual sonrisa juguetona, lanzó una mirada traviesa hacia la elfa—. Lo mismo pasó con Ryuu. Aún tiene que pagar todos los platos que rompió.

El comentario hizo que Ryuu frunciera el ceño ligeramente, aunque mantuvo su postura firme y serena, como si nada pudiera perturbar su calma aparente.

Obito, por su parte, sonrió levemente.

—Bueno, al menos mi trabajo no es tan difícil como el de ustedes —. Dijo con una media sonrisa, aunque sabía que estaba omitiendo detalles importantes. 

—Jejeje, eso me recuerda que no has ido últimamente a la Anfitriona de la Fertilidad —comentó Syr con un tono pícaro, sus ojos brillando con malicia contenida, aunque solo habían sido un par de días.

—Sí, he estado muy ocupado con el trabajo, aunque hoy se acaba, seguramente —respondió Obito mientras se encogía de hombros, intentando restarle importancia a la situación. La respuesta fue acompañada de una leve sonrisa forzada.

Syr sonrió dulcemente, casi con una pizca de satisfacción.

—Me alegra escucharlo. Mia dice que necesitas ir a gastar tu sueldo cuando te paguen.

Obito hizo una mueca involuntaria al escuchar el nombre de esa mujer, cuyo solo recuerdo parecía provocarle una mezcla de respeto y temor.

—Ugh.

Syr no pudo evitar reír suavemente ante la reacción de Obito, pero antes de que pudiera añadir algo más, Obito cambió de tema.

—Oh, ahora que lo pienso, es un poco raro que Ryuu-san venga al orfanato —comentó, mientras su mirada se deslizaba hacia la elfa. Ella lo miró fijamente por un momento, antes de carraspear y llevar un puño a su boca, como si necesitara tiempo para responder o evitar un tema incómodo.

—Bueno, en realidad he estado pensando que podríamos continuar con los combates de entrenamiento. He encontrado un lugar donde no es probable que causemos daños —comentó Ryuu, sus ojos mostrando una ligera chispa de interés mientras observaba a Obito.

Una gota de sudor resbaló por la sien de Obito al escuchar la propuesta, sintiendo la presión de la elfa.

—Mmm, suena bien. Podría ser en mi día libre —respondió Obito, llevándose la mano al mentón, en un gesto pensativo—. Eso sería mañana, ¿tienes tiempo, Ryuu-san?

—Eso estaría bien, gracias uchiha-san.

—¿Eh? Pero soy yo quien debería agradecerte. Sinceramente, aprendo mucho cuando entreno contigo —dijo Obito mientras se rascaba la parte posterior de la cabeza, esbozando una sonrisa tímida—. ¿No lo crees? Siento que me he vuelto mucho más fuerte en comparación con la primera vez que peleamos.

Los labios de Ryuu casi formaron una sonrisa, pero sus ojos parecían medir cada palabra de Obito, evaluando su progreso en silencio.

Obito sonrió con confianza mientras se apuntaba a sí mismo con un dedo.

—Bueno, ¿supongo? —respondió Ryuu, inclinando ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando la declaración de Obito.

La reacción de Ryuu hizo que Obito casi se cayera de su silla. A pesar de todos sus entrenamientos, nunca había logrado conectar un golpe en Ryuu-san. Hasta ahora, su meta había sido llegar al punto en que pudiera al menos bloquear algunos de sus ataques. Después de todo, sería extraño que, pese a tanto entrenamiento, no mejorara aunque fuera un poco. Además, si continuaba siendo tan inferior a ella, Ryuu no se beneficiaría de sus entrenamientos, y Obito sabía que ella entrenaba porque quería ser, aunque fuera, un poco más fuerte.

Era algo que él admiraba profundamente en la elfa.

—Ya lo verás. La próxima vez te mostraré que me he hecho más fuerte —dijo Obito, levantando ligeramente su puño con determinación, su mirada llena de resolución.

Syr dejó escapar una ligera risa, disfrutando de la interacción entre los dos.

—Entonces, tendrás que desayunar muy bien. Después de todo, Ryuu no será blanda contigo mañana —dijo Syr, mirando a Obito con una sonrisa que mezclaba dulzura y picardía—. Yo te prepararé algo.

—¿Eh? —Obito tragó saliva, ya anticipando lo que vendría—. ¿Cuánto costará?

Syr sonrió maliciosamente, sus ojos brillando con un toque travieso.

—Es un secreto.

Obito se deprimió un poco al escuchar eso. Aunque no necesitaba comer, cada vez que Syr estaba involucrada, siempre terminaba gastando mucho más de lo que esperaba.

 

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Cuando el cielo se oscureció y los aventureros estaban ocupados comiendo y bebiendo en las tabernas, Obito se paró sobre un edificio, mirando fijamente la imponente Torre de Babel ubicada en el centro de Orario.

Sabía que ese lugar no era realmente la base de la Familia Freya, pero como no había mencionado que iría a otro sitio, Obito consideraba que el punto de encuentro definitivamente sería en el piso más alto.

Su Sharingan brillaba en la oscuridad, sus ojos rojos cortando la negrura de la noche.

Había estado recopilando información sobre la Familia Freya, preparándose para lo que podría encontrar.

En realidad, lo que descubrió hizo que su percepción sobre esa familia cambiara un poco.

Principalmente, por el hecho de que la Familia Freya había estado realizando donaciones a muchos orfanatos en Orario, incluido el de María-san, mucho antes de que él llegara a la ciudad.

Una gran parte de su hostilidad inicial había desaparecido, porque era innegable que la Familia Freya había contribuido enormemente a que el orfanato de María siguiera en pie hasta el momento en que él llegó.

Incluso había considerado aceptar unirse a su familia, con la única condición de que protegieran a María y al orfanato de cualquier problema en el futuro.

Sin embargo, pensó que no debía tomar esa decisión a la ligera, así que solo estableció una serie de cosas que pediría. Definitivamente, no sería un paso que daría sin considerar todas las implicaciones.

Soltó un suspiro y esperó, aguardando pacientemente a que la señal del papel que le había dado a la diosa llegara.

Pasaron unos cuantos minutos mientras Obito permanecía inmóvil, su mirada fija en el horizonte. Cuando finalmente llegó la señal, dejó escapar otro suspiro. Definitivamente, no era de la Torre de Babel de donde provenía. Sin perder tiempo, se desvaneció en un remolino, listo para dirigirse al verdadero punto de encuentro.

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Cuando aterrizó, pudo sentir varias presencias a su alrededor, por lo que activó su intangibilidad de inmediato. Al alzar la mirada, encontró a varias figuras paradas alrededor de una mesa redonda.

Reconoció a más de la mitad: los cuatro hobbits que habían sido tan molestos, y un hombre con rasgos felinos. Aunque no había visto claramente las caras de ninguno de ellos antes, sus características eran demasiado obvias como para no identificarlos.

Pero había más personas. Con solo observar sus apariencias, Obito logró ubicarlos como comandantes de la Familia Freya, aventureros de primera clase.

La tensión en el ambiente era palpable desde el momento en que llegó. Pudo sentir la hostilidad proveniente de esos cinco con los que ya había tenido un breve combate anteriormente.

Frente a él, sentada en una silla que parecía un trono increíblemente cómodo, estaba Freya, con una ligera sonrisa en los labios. Sostenía despreocupadamente una copa de vino en la mano.

Obito entrecerró los ojos ligeramente, evaluando la situación. Luego, se puso de pie y notó con disgusto que casi todos ellos eran más altos que él, excepto los hobbits.

—Bienvenido —fue el primero en hablar Ottar, el líder, quien estaba de pie como una verdadera montaña, inflexible e imperturbable. El hombre llevó una mano a su pecho mientras lo miraba, en un gesto que parecía indicar respeto. Obito supuso que eso significaba que él era considerado digno de al menos un poco de reconocimiento, aunque no estaba seguro de merecer algo así.

— . . . — Obito se mantuvo en silencio, realmente no estaba seguro de qué hacer en esas situaciones.

—¿Por qué aún no te inclinas ante nuestra diosa? —el chico gato fue el primero en lanzar sus palabras con una cantidad increíble de hostilidad, como si en cualquier momento pudiera explotar. Sus ojos afilados como navajas parecían querer apuñalarlo. Obito se mantuvo calmado, y lo miró sin inmutarse.

— . . .veo que tu mascota no está entrenada adecuadamente —dijo Obito, con un tono aburrido, dirigiéndose a Freya. Ella no respondió, pero hizo una pausa breve antes de llevar la copa a sus labios. En ese instante, hubo un destello de velocidad que Obito fue capaz de captar claramente, su mirada aguda detectando el movimiento sutil pero significativo.

El chico gato se lanzó hacia él con una rapidez fulminante, pero ninguno de los presentes hizo el menor intento por detenerlo. Claramente, todos ellos estaban observando la escena con atención.

El chico gato lanzó una patada hacia la cabeza de Obito, pero su pie pasó a través de él como si fuera un fantasma.

El chico gato gruñó, irritado.

—Un truco de cobardes —dijo con desdén, mientras lanzaba golpes que rasgaban el aire con una velocidad que Obito tuvo que admitir como impresionante. Sin embargo, gracias a su Sharingan, podía seguir cada uno de los movimientos del chico con precisión.

En realidad, Obito aún le guardaba cierto rencor al chico gato por su amenaza hacia el orfanato. Así que, cuando vio una oportunidad, apretó su puño y lo lanzó hacia la cara del chico gato con determinación.

En un instante, una espada fue colocada contra su cuello, y varias manos se apresuraron a detener todos sus movimientos. Ottar, con una expresión seria, estaba sosteniendo el puño del chico gato, mientras que los dos enanos también se mantenían alerta, asegurándose de que la situación no se saliera de control.

—No se atrevan a pelear frente a nuestra preciosa diosa —dijo uno de los enanos con firmeza. Dado que nadie más intervino, Obito supuso que esa era la opinión compartida por todos los presentes.

—Entiendo —dijo Obito mientras atravesaba a todos ellos sin inmutarse, y se sentaba en una silla que había permanecido vacía todo el tiempo.

El chico gato gruñó, mirándolo con una expresión que parecía desear su muerte. Sin embargo, poco después, Freya habló con calma.

—Allen, contrólate. Obito-kun está aquí por invitación mía y, próximamente, será un miembro de nuestra familia.

Freya se dirigió a Obito con una tranquilidad inquebrantable, sin mostrarle el más mínimo indicio de preocupación.

—Y, por favor, Obito-kun, evita provocar a mis niños.

Obito miró fijamente a la diosa con una expresión enigmática, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y frustración. Tras un momento de silencio, dejó escapar un suspiro cansado, resignado.

—Está bien —dijo, como si se rindiera ante la situación.

Después de un breve intervalo, todos volvieron a sus asientos. Obito aprovechó el momento para observar a los presentes con mayor detenimiento.

Estaban los cuatro hobbits, Ottar, el chico gato, que ahora sabía que se llamaba Allen, y dos elfos, uno de los cuales tenía la piel de un tono oscuro.

El elfo de piel oscura le pareció particularmente interesante. Al principio, parecía nervioso cuando Obito llegó, pero cuando la espada estuvo a punto de cortarle el cuello, Obito casi pudo sentir el deseo de arrancarle la cabeza en ese mismo instante.

A pesar de todo, ahora había confirmado algo: probablemente podría derrotar a cualquiera de ellos en una pelea uno a uno, siempre que ninguno de ellos escondiera una habilidad demasiado problemática. Sin embargo, Obito desvió su mirada hacia Ottar, quien estaba sentado con los brazos cruzados, su presencia imponente y calmada.

Ottar era un asunto diferente.

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