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Capítulo 27: Santa Cruz.

Ik se acercó a la heladería del aeropuerto, el aire acondicionado dejaba una frescura casi artificial en el ambiente. Nozomi y Kiyomi estaban sentadas en una esquina, los reflejos del sol de la tarde hacían brillar los cristales de las mesas. Al ver a Ik, levantaron la mirada y una sonrisa cómplice se dibujó en sus rostros.

—¡Mira, por fin llegaste! —Nozomi se levantó, abrazando a Ik con entusiasmo.

—Lo siento, el tráfico estuvo terrible —se disculpó Ik devolviendo el abrazo.

Se dirigieron hacia la fila de abordaje, con Kiyomi liderando la marcha y expresando su frustración por la espera.

—¿No se supone que el hombre que nos contrató tiene una isla privada? Seguro tiene un helicóptero privado en el que nos pudo haber llevado hasta allá —Kiyomi dejó escapar su frustración mientras señalaba la fila que parecía avanzar a paso de tortuga.

—Tal vez tiene tanto dinero porque no lo gasta nunca —Nozomi soltó una risa, intentando aliviar la tensión.

—¿Tú qué opinas, Ik? —le preguntó Kiyomi al chico que había estado callado casi desde que llegó.

—Oh, perdón, me perdí la conversación. ¿De qué hablaban?

—Kiyomi decía que nuestro patrón nos pudo haber mandado un transporte privado en lugar de estos tickets de clase turista —explicó la chica de cabello negro.

—Supongo que sí —respondió Ik con una rápida sonrisa forzada.

—Nunca has sido el alma de la fiesta, ¿verdad? —preguntó Kiyomi con tono serio.

—Kiyomi, no seas grosera. Yo estaría igual que él en su lugar. Está solo viajando en una misión con un par de chicas que ni siquiera conoce —dijo Nozomi.

—No veo el problema. Solo tiene que hacerse nuestro amigo y se volverá un viaje de amigos, ¿no es cierto, amigo Ik? —respondió Kiyomi, abrazando a Ik, quien se puso aún más nervioso casi al instante.

El volador finalmente despegó, y con él comenzó el viaje de cinco horas hacia el estado "Vice Alley", el destino turístico tropical por excelencia.

Vice Alley se desplegaba ante ellos como un sueño tropical. Una inmensa playa se extendía a lo largo y ancho, dividida en secciones nombradas como "norte, centro y sur". La arena blanca y suave se fundía con las aguas turquesas, invitando a sumergirse en su frescura.

La zona playera estaba viva, rebosante de actividad. Restaurantes con techos de paja ofrecían delicias culinarias, mientras que bares coloridos prometían cócteles exóticos. Grandes casas de playa se alzaban en la distancia, donde la música retumbaba durante las fiestas que parecían no tener fin.

Más allá de la orilla, en la pequeña zona urbana, se erguían hoteles imponentes y discotecas relucientes. Aquí, los turistas encontraban su refugio nocturno después de un día de sol y mar. La energía de Vice Alley no conocía límites, prometiendo días de diversión bajo el sol y noches llenas de ritmo y emoción.

La hora de aterrizar ya había llegado, pero una voz de mujer irrumpió desde los altavoces, interrumpiendo el silencio del avión:

—Pasajeros, lamentamos informarles que la pista de aterrizaje está experimentando algunos problemas técnicos. Vamos a realizar un giro en "U" para intentar aterrizar desde el otro extremo de la pista. Esto nos llevará aproximadamente veinte minutos adicionales. Como compensación por cualquier inconveniente, la aerolínea les ofrecerá una cuponera con descuentos para todas las empresas afiliadas.

—¿Esa es la isla a la que vamos? —Kiyomi preguntó con un gesto de curiosidad, mientras se balanceaba sobre Ik, quien se había quedado dormido en su asiento junto a la ventana.

—No lo sé, parece bastante grande —respondió Nozomi, tirando suavemente del brazo de su amiga para que volviera a sentarse. La incertidumbre se apoderaba del ambiente, mientras el avión seguía su rumbo, llevando a los jóvenes hacia su destino.

—¿Ya vamos a llegar? —preguntó, parpadeando y tratando de despertar correctamente.

—En veinte minutos aterrizamos —Nozomi respondió, tratando de tranquilizarlo mientras se aferraba a su asiento.

—¿Por qué esas avionetas lanzan humo de colores? —preguntó Ik entre bostezos, su voz apenas audible sobre el ruido del avión.

Antes de que alguien pudiera ofrecer una respuesta, un par de temblores sacudieron la aeronave, alertando a toda la tripulación y a los pasajeros por igual.

—Estimados pasajeros, por favor regresen a sus asientos, abróchense los cinturones y pónganse una de las máscaras de oxígeno que están cayendo delante de ustedes. La nave está bajo ataque de piratas aéreos, repito, la nave está bajo ataque de piratas aéreos —la voz del piloto resonó a través de los altavoces, llenando la cabina con un tono urgente y preocupado.

Los piratas aéreos, una amenaza real en estas zonas, se dedicaban a asaltar voladores de pasajeros y grandes naves de carga en busca de un botín valioso. Su modus operandi era audaz y brutal: abordaban las aeronaves en pleno vuelo, saqueando el equipaje y cualquier objeto de valor que pudieran encontrar. Una vez completado el robo, dejaban su firma personal: arrojaban las naves, como si fueran juguetes desechables, en un acto de desdén hacia la propiedad ajena y una advertencia para futuras víctimas.

El humo de colores que solían desplegar no solo servía como una señal visual para comunicarse entre ellos, sino que también era una forma de intimidación, una advertencia ominosa para aquellos que se atrevieran a desafiar su dominio en los cielos. Los piratas aéreos rara vez operaban solos, prefiriendo moverse en manadas de no menos de tres avionetas, lo que los hacía aún más peligrosos y difíciles de enfrentar.

El caos se desató en el cielo cuando una de las avionetas piratas abrió fuego, disparando tres cañonazos que resonaron a través del volador. Los proyectiles impactaron con fuerza en diferentes partes de la carcasa de la nave, dejando abolladuras y agujeros en su estela.

Mientras tanto, otra avioneta se aproximó sigilosamente y lanzó a dos individuos sobre el techo de la cabina del volador. Los asaltantes, expertos en su oficio, se sujetaron con ganchos a los cables que sostenían el gigantesco globo que hacía flotar la nave. Equipados con sopletes, comenzaron a abrir un hueco en la parte superior de la zona de equipaje, con la determinación de saquear todo lo que encontraran a su paso. La tripulación y los pasajeros miraban con horror y desesperación mientras la amenaza se materializaba sobre ellos en pleno vuelo.

Mientras el complejo sistema de eyección se activaba para mantener a salvo a los pasajeros en caso de una caída inevitable, dentro de la nave se escuchaban las voces angustiadas de aquellos cuyas posesiones y medios de vida estaban en peligro.

Ik, entre el estruendo de la batalla aérea, captó el sonido de una mujer sollozando. Escuchó cómo expresaba su desesperación por la pérdida inminente de sus herramientas de trabajo, que estaban guardadas en el área de equipaje. En una conversación telefónica entrecortada por el pánico, la mujer lamentaba que había trabajado arduamente para obtener esas herramientas, y ahora todo parecía estar a punto de desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos.

Este episodio impactó a Ik profundamente. Se dio cuenta de que todas estas personas a bordo del volador estaban a punto de convertirse en víctimas de una injusticia flagrante, indefensas ante la violencia indiscriminada de los piratas aéreos. 

Ik, impulsado por un sentido de justicia y determinación, se desabrochó el cinturón y se puso de pie en un acto de valentía precipitada. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar un solo paso, Nozomi lo detuvo, agarrándolo firmemente del brazo con preocupación.

—¿A dónde vas? No puedes levantarte de tu asiento. ¡Si la nave se cae, te caerás con ella! —exclamó Nozomi, su voz resonando con urgencia y miedo por la seguridad de Ik.

Pero Ik no vaciló. Con una determinación ardiente en sus ojos, se liberó del agarre de Nozomi y Kiyomi, quienes lo observaban con una mezcla de admiración y preocupación. Sin prestar atención a las advertencias, se dirigió decidido hacia el final del pasillo, donde una escotilla ofrecía una salida hacia el techo del volador.

—No me importa. Voy a sacar a esos delincuentes del volador —declaró Ik con una resolución inquebrantable, antes de abrir la escotilla y desaparecer en el exterior.

Nozomi y Kiyomi intercambiaron miradas cargadas de incertidumbre y admiración por la audacia de su amigo, mientras se aferraban a sus asientos, rezando por su seguridad en medio del caos que envolvía la nave.

—Bug, pásame las pinzas. Creo que ya está abierta esta cosa —dijo el hombre con el soplete, su voz impregnada de impaciencia mientras esperaba la ayuda de su compañero.

Pero cuando el hombre se volvió para recibir las herramientas, se encontró con una visión impactante: Ik, el joven novato, se erguía en el techo del volador, desafiante y decidido. Bug, cuyo arnés había sido cortado hábilmente por Ik, se precipitaba hacia una de las avionetas, que lo rescató justo antes de que cayera al agua turbulenta.

—¡Baja de esta nave ahora mismo! —exclamó Ik, su voz resonando con autoridad mientras activaba su armor oscuro.

—Termita, ¿puedes traer la manguera hacia acá? Aún no quiero tirar la nave —solicitó Ant, su tono de voz calmado y calculado.

Desde una gran avioneta cercana, otro pirata emergió sosteniendo una enorme manguera de bomberos. Con un gesto determinado, disparó un potente chorro de agua hacia Ik, quien luchaba en el techo del volador. El impacto del agua hizo que Ik perdiera el equilibrio y se deslizara hacia el borde, pero por suerte, el cable que había cortado antes de lanzar a Bug aún pendía a un lado, ofreciéndole un salvavidas inesperado.

El caos reinaba en el techo del volador mientras Ik y los piratas aéreos se enfrentaban en un enfrentamiento desesperado. Mientras tanto, en otro rincón de la nave, Ant, conocido como Termita, maniobraba con habilidad para mantener el control de la situación.

—Gracias, Termita. Te debo una. Puedes alejarte por ahora. Yo me encargo —declaró Ant, su voz firme y decidida mientras daba una señal para que la avioneta que había lanzado a Ik se retirara de la zona—. ¡Maldición, las pinzas cayeron al agua cuando tiraron a Bug! Ya ni modo, lo haré con la mano pelona —masculló el pirata con frustración, enfrentándose a un nuevo obstáculo en su tarea.

Pero antes de que pudiera actuar, Ik intervino con una determinación feroz.

—¡No vas a hacer nada! —exclamó Ik, lanzándose sobre el pirata y aferrándose a su espalda, apretando su garganta con fuerza con sus brazos.

Mientras tanto, desde el comunicador que se había caído durante el forcejeo, una voz resonó repentinamente:

—¿Ant, ya entraste? Voy a tirar el volador. ¿Ant? —la pregunta resonó en el aire.

Ant apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que una gran explosión sacudiera la nave desde su parte trasera, haciendo que comenzara a caer hacia el agua con un desgarrador rugido metálico. El caos y la confusión se apoderaron del ambiente mientras el volador se precipitaba hacia un destino incierto.

El aire vibraba con electricidad mientras Ant y Ik se enfrentaban en el techo del volador en caída libre, su destino pendiendo de un hilo.

—Así que puedes usar zen. Si no hubieras concentrado gran parte de tu armor en pegar tus pies al volador, estarías durmiendo con los peces —comentó Ant con un tono de admiración mezclado con reproche, mirando a Ik, quien se había caído de su espalda luego del impacto.

Ik se enderezó, su expresión endurecida por la ira y la determinación.

—Son unos bastardos. No se robaron nada y aun así tiraron el volador —gruñó, sus palabras llenas de indignación y frustración.

Pero Ant no mostraba simpatía. Se acercó a Ik, enfrentándolo con dureza.

—Eso fue solo tu culpa. Si no me hubieras ahorcado, pude haber cancelado el cañonazo que derribó la nave. Pero eso ya no importa. Mira a tu alrededor. El piloto eyectó los asientos de los pasajeros y tú no estabas en tu lugar para salvarte. Por hacerte el héroe, ahora vas a morir —sentenció, su voz cargada de amargura.

—¿Y qué hay de ti? También estás sobre este pedazo de chatarra en caída libre —replicó Ik, su voz impregnada de sarcasmo y desdén.

Pero antes de que Ant pudiera responder, una sorpresa inesperada lo interrumpió. Ik lanzó una patada repentina y certera que envió a Ant al vacío, dejándolo en peligro inminente de caer al abismo.

Sin embargo, en un giro del destino, la avioneta de rescate de Ant llegó justo a tiempo, atrapándolo en el último momento. Ik, aprovechando la oportunidad, se lanzó audazmente hacia la caída, aterrizando con un golpe en la misma avioneta donde se encontraban un par más de pasajeros, su corazón aún latiendo con la adrenalina de la acción.

—¡Matenlo! —gritó el piloto con furia, dando órdenes a sus compañeros mientras maniobraba la aeronave en un vuelo errático alrededor del volador.

Los cuatro piratas, armados con cuchillos afilados, se lanzaron contra Ik con ferocidad, pero su ataque fue en vano. El armor oscuro de Ik era impenetrable, protegiéndolo de los intentos de los piratas de causarle daño.

Con habilidad y destreza, Ik luchó contra sus atacantes, enviando a tres de ellos al agua con movimientos rápidos y precisos. Los piratas cayeron al mar con un chapoteo sordo, dejándolos solo con algunos huesos rotos por la caída, gracias a que la avioneta no volaba lo suficientemente alto como para causar heridas mortales.

Mientras tanto, Ant observaba la escena con una mezcla de frustración y resentimiento.

—¿Alguna vez te han dicho que eres una patada en el culo? —preguntó Ant, su tono lleno de exasperación, mientras Ik continuaba enfrentándose a los piratas con valentía y determinación. La tensión entre los dos hombres era palpable, y la situación parecía estar llegando a un punto crítico mientras el volador seguía su caída lenta hacia el mar.

—Eres el primero —respondió Ik con una sonrisa desafiante, preparándose para lanzar otro ataque.

Con un movimiento rápido, Ik intentó lanzar una patada hacia Ant, pero este último se defendió con habilidad, mostrando su propia armor. La confrontación entre los dos era intensa, cada uno decidido a salir victorioso en medio del caos que los rodeaba.

—Ant, apúrate a matar al mocoso con tu poder ese raro, tenemos que ir a buscar a esos tres babosos —ordenó el piloto, cuya voz resonaba con urgencia mientras luchaba por mantener el control de la aeronave, mientras grandes trozos del globo ardiente caían del cielo como estrellas fugaces.

—Ya, si quieres, revela todos mis trucos —respondió Ant con sarcasmo, su tono lleno de desdén mientras se preparaba para contraatacar.

Aprovechando la distracción momentánea de Ant, Ik se concentró rápidamente, cargando su esfera sombra con toda la energía que pudo reunir. 

Cuando Ant se percató de los planes de Ik, ya era demasiado tarde. A pesar de sus esfuerzos por protegerse con su armor concentrado en los brazos, el impacto de la esfera sombra de Ik fue devastador. Ant fue lanzado varios metros por los aires, su cuerpo retorcido por la fuerza del golpe, antes de caer al agua con un estruendo sordo, sufriendo al menos diez huesos rotos en el proceso.

Mientras tanto, el piloto se enfrentaba a su propia realidad, sin defensas ante el joven decidido que tenía delante.

—Mira chico, yo solo soy el piloto, no me puedo defender así que mátame rápido si lo vas a hacer —suplicó el piloto, resignado a su destino.

Pero Ik no perdió tiempo en remordimientos. Con un tono amenazante, le dio su veredicto final.

—Ve a buscar a tus compañeros, no los quiero volver a ver robando aviones —ordenó Ik, su voz firme y decidida.

Sin mirar atrás, Ik se lanzó de la avioneta hacia uno de los asientos eyectados del volador, que aún descendía de manera segura en dirección a la isla que se encontraban sobrevolando. Mientras caía en picada hacia la seguridad relativa, fue recibido por una voz conocida.

—¿Ik? Creí que habías muerto —exclamó Nozomi, su tono lleno de alivio y sorpresa al ver a su compañero agarrado del respaldo de su asiento, su rostro iluminado por un destello de esperanza.

Los pasajeros emergieron, empapados y desconcertados, sobre la suave arena de la playa frontal de la exuberante isla privada de "Santa Cruz". Los asientos eyectables, una bendición en ese momento de crisis, habían salvado vidas. Entre el susurro de las olas y el chirriar de gaviotas, varios hombres uniformados, camuflados como sombras entre la vegetación, se apresuraron hacia ellos.

Un gran autobús, su pintura verde desvaída por el sol y la sal marina, los aguardaba, listo para llevarlos hacia la promesa de seguridad en la gran hacienda ubicada en el corazón de la isla. Una vez dentro, el frescor del aire acondicionado era un bálsamo bienvenido después del calor abrasador del accidente.

El dueño de la isla, un hombre de porte imponente con canas plateadas, se adelantó para recibirlos. Su rostro, curtido por el sol y marcado por la experiencia, expresaba una mezcla de preocupación y determinación.

—¡Buenas tardes, gente! —anunció con voz firme, su acento apenas perceptible—. Lamento profundamente el inconveniente que han experimentado con esos piratas —sus palabras resonaron en el interior de la habitación, y una mirada de complicidad se extendió entre los pasajeros.

—Mis hombres están trabajando para recuperar el equipaje perdido en el mar —continuó, su tono ahora más reconfortante—. Por fortuna, los piratas ya no representan una amenaza inmediata. Les pido que permanezcan en esta sala mientras esperan el transporte que los llevará al aeropuerto.

—Gracias, señor. Es usted muy amable —expresó uno de los pasajeros, su voz cargada de alivio y gratitud, mientras una oleada de aplausos se extendía entre la tripulación, reflejando el sentimiento general de agradecimiento.

—No hace falta, es mi deber cívico —respondió el dueño de la isla con una sonrisa afable que suavizaba su semblante serio—. Yo soy don Santiago Guadalupe. La gente de aquí me llama patrón, pero ustedes pueden llamarme don Guadalupe.

La presentación del dueño de la isla fue recibida con respeto y asentimientos de entendimiento. Era evidente que su presencia inspiraba confianza y seguridad.

—Tengo entendido que tres mercenarios viajaban en ese vuelo —continuó don Guadalupe, su mirada escudriñando entre los rostros de los presentes—. Así que les pido a esos tres que pasen al frente, por favor.

La solicitud del patrón creó un murmullo entre los pasajeros, y algunos intercambiaron miradas nerviosas. Sin embargo, la determinación de Kiyomi destacó entre la multitud.

—Habla de nosotros vamos —declaró Kiyomi con determinación, tomando del brazo a sus compañeros y guiándolos hacia el frente de la congregación donde don Guadalupe los esperaba con una mezcla de curiosidad y seriedad.

—¡¿Ustedes son los mercenarios?! Pero si son unos chiquillos —exclamó el hombre con una mezcla de incredulidad y humor, exagerando su sorpresa para arrancar risas entre la multitud—. Rogelio, revisa si estos niños valen la pena.

—Ya lo hice, señor —informó Rogelio con seriedad—. Están bastante bien entrenados, aunque parece que solo han aprendido lo más básico.

La sorpresa inicial dio paso a una leve tensión entre los novatos, quienes se sintieron observados bajo el escrutinio de los presentes. Sin embargo, el gesto de don Guadalupe los tranquilizó cuando les indicó que lo siguieran hacia la imponente mansión principal de la hacienda.

Una vez dentro, todos se acomodaron en cómodos asientos mientras tres mujeres traían grandes tarros de una bebida refrescante, cuya espuma rebosaba por los bordes.

—Adelante, beban. No tiene alcohol —anunció don Guadalupe, su tono amigable y jovial. Él mismo dio un gran trago de su bebida, cuyo color único llamaba la atención. Los tres novatos intercambiaron miradas, un poco desconfiados, antes de aceptar las ofertas y llevarse los tarros a los labios, dispuestos a probar la misteriosa bebida.

—¡Esto es delicioso! ¿Qué es? —preguntó Kiyomi, sus ojos brillando con fascinación ante la extraña bebida.

—Es lo que me ha dado todo lo que tengo, sidra seca Guadalupe —respondió don Guadalupe con orgullo, revelando el nombre detrás de aquel elixir.

—¿Sidra? Pero usted dijo que no tenía alcohol —señaló Kiyomi, confundida por la contradicción.

—No lo tiene. Esa es la nueva receta para menores de dieciséis, nada de alcohol y con más sabor —explicó Guadalupe antes de dar otro largo trago, disfrutando cada sorbo como si fuera un placer merecido.

—¿Entonces solo es soda? —preguntó Ik, intentando ocultar lo mucho que le había gustado aquella bebida, aunque su curiosidad era palpable.

—Pero dos veces más cara… vendo la marca, no el producto —reveló Guadalupe con una sonrisa pícara, dejando claro que su astucia comercial era tan refinada como su producto.

—Esta deliciosa, don Guadalupe, pero no creo que nos haya traído aquí solo para probar su nueva línea de bebidas sin alcohol —comentó Nozomi, ansiosa por abordar el propósito principal de su visita.

—Es verdad —asintió don Guadalupe con solemnidad, su expresión volviéndose más seria mientras dejaba a un lado momentáneamente el disfrute de su bebida. —Lo lamento muchachos, están aquí para ser la seguridad de mi fiesta anual.

La mención de la fiesta despertó el interés de los jóvenes, quienes entendieron que su papel sería crucial en un evento de tal magnitud.

—Muchos inversores y amigos vendrán hoy en la noche a la isla para acompañarme en mi celebración —continuó Guadalupe, su tono cargado de significado—. Sin embargo, también hay que mencionar que cuando un hombre es exitoso, siempre habrá gente celosa que prefiere ver con odio la fortuna ajena en lugar de pensar acerca de sus fallas.

El dueño de la isla observó con orgullo su preciosa hacienda desde el arco de la gran puerta principal, como si contemplara un reino que había construido con esfuerzo y determinación a lo largo de los años.

—Es verdad que en los cinco años que llevo realizando esta fiesta nunca ha ocurrido nada —admitió con una mezcla de confianza y cautela—. Pero un hombre precavido es un hombre que asegura su gloria.

—Estoy completamente de acuerdo, don Guadalupe —resonó una voz desde las escaleras. Todos dirigieron sus miradas hacia la figura que descendía, un hombre de edad similar a la de Crissalid, con cabello blanco que contrastaba con la oscuridad de su traje ajustado. Lo más llamativo era su rostro, completamente cubierto por vendas, dejando a la imaginación cualquier expresión facial.

—Doble seis, ¡qué bueno que ya despertaste! —exclamó Rogelio, revelando el nombre del recién llegado y confirmando su estado previo—. Don Guadalupe estaba por explicarle a tus compañeros la misión de esta noche.

Con un gesto amistoso, Doble seis se unió al grupo, su presencia envuelta en un aura de misterio. —¡Hola, chicos! —saludó con cordialidad mientras tomaba asiento junto a los novatos, su voz resonando con calidez a pesar del velo de incógnita que lo rodeaba.

—Cada año hago un sorteo de un objeto de gran valor, y este año regalaré la piedra solar —anunció don Guadalupe, captando la atención de todos con sus palabras—. Es la piedra más antigua que alguien ha encontrado. El arqueólogo que la descubrió fue inteligente y, en lugar de donarla a la ciencia, se la vendió a un museo que cerró sus puertas hace poco. Por eso ofreció varios artículos para subastar en Ciudad Central, ahí la obtuve y tiene un valor de siete dígitos.

—Eso es mucho dinero —murmuró Nozomi, asombrada por la cifra astronómica.

—Cuando llegue la noche, se van a dividir en tres grupos —continuó Guadalupe, delineando el plan con precisión—. Las dos niñas van a vigilar el puerto en caso de que llegue algún barco no deseado. El niño va a camuflarse como un invitado de la fiesta, y Doble seis vigilará de cerca la piedra.

Las instrucciones fueron recibidas con atención y asentimientos de entendimiento. La seriedad del momento se hizo palpable cuando las mujeres que habían servido las bebidas entraron a la sala para llevarse a Ik, provocando la confusión de Kiyomi.

—¿A dónde se lo llevan? —preguntó la chica, desconcertada por la repentina partida de su compañero.

—El sastre le va a hacer un traje. No puede andar por mi fiesta con esas ropas juveniles —explicó don Guadalupe, dejando claro que cada detalle estaba cuidadosamente planeado. Con un gesto de despedida, se despidió del último sorbo de su preciada sidra.

—Espera un momento, chico, estoy terminando los últimos detalles del vestido de la niña Guadalupe —interrumpió el sastre, sin despegar la mirada de la máquina de coser, sus dedos ágiles danzando sobre la tela con destreza.

—¿Y tú cómo te llamas? —preguntó la chica, tomando del brazo a Ik con curiosidad.

—Me llamo Ik Orochi. Don Guadalupe me contrató como seguridad para la fiesta —respondió el joven, una leve tensión en su voz revelando su nerviosismo ante la situación.

—Ya veo por qué. Eres muy fuerte, Orochi Ik —comentó Ximena, su tono lleno de admiración mientras sus dedos exploraban los músculos del joven con una mezcla de curiosidad y asombro—. Yo soy Ximena Guadalupe —añadió, presentándose con orgullo mientras disfrutaba de la sensación reconfortante de los brazos del novato a su lado.

—¿Eso significa que eres la hija de don Guadalupe? —preguntó Ik, tratando de comprender mejor la situación.

—Así es, lo que también significa que soy tu jefa de alguna manera y tienes que hacer todo lo que te diga —respondió Ximena con un tono de autoridad que dejaba claro quién llevaba las riendas en ese momento.

—Supongo, ¿pero por qué me ves con esos ojos? —preguntó Ik, sintiéndose intimidado por la actitud dominante de Ximena, quien parecía buscar cualquier oportunidad para rozar su cuerpo con el de él.

—Ya que estás tan interesada en el muchacho, ¿por qué no le tomas las medidas, Ximena? —sugirió el sastre, interrumpiendo la tensión con su propuesta práctica, y lanzando una cinta métrica enrollada hacia la chica.

—¡Pero claro que sí, sastre! —exclamó Ximena emocionada, tomando la cinta métrica con entusiasmo antes de acercarse a Ik con determinación. Con manos diestras y ojos concentrados, comenzó a tomar las medidas del joven con una precisión admirable, dejando atrás cualquier rastro de tensión mientras se sumergía en la tarea.

Cuando la chica terminó de anotar todo, le pasó la libreta de apuntes al sastre, quien comenzó a leerlas con mucha concentración, evaluando cada detalle con ojo crítico.

—Ya que vas a ponerte a trabajar en el traje de Orochi, ¿te importa si me lo robo? —preguntó Ximena, su voz rebosante de picardía mientras tiraba del brazo de Ik con un gesto juguetón.

—Adelante, pero ya sabes, Ximena, si te pasas con él, tu padre lo castigará a él en lugar de a ti —advirtió el sastre con una sonrisa cómplice, familiarizado con las travesuras de la joven heredera.

—Ya sé, no me lo recuerdes, sastre… —murmuró Ximena con un suspiro teatral, antes de volver su atención hacia Ik con una chispa traviesa en los ojos—. Orochi, ¿quieres ver mi taller?

—Está bien, pero ¿cómo que me van a castigar si te pasas? —preguntó Ik confundido, sin entender del todo la dinámica entre Ximena y su padre, mientras era arrastrado por la curiosa chica hacia una habitación llena de extraños aparatos.

La puerta se abrió revelando un espacio impresionante, lleno de luces parpadeantes y dispositivos zumbantes. Ximena, con un gesto teatral, se colocó un par de anteojos adornados con varias lentillas de aumento, como si estuviera a punto de sumergirse en un mundo de ciencia ficción.

—¡Bienvenido a Industrias Guadalupe, la nueva generación! —exclamó Ximena, su voz resonando con entusiasmo mientras sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y emoción.

—Entonces no piensas seguir el negocio del alcohol —observó Ik, maravillado por los intrincados aparatos que llenaban las estanterías, cada uno parecía contar una historia de innovación y progreso.

—Mi vida, ¿crees que mi padre vende solo sidra seca? —respondió Ximena entre risas, como si estuviera revelando un secreto bien guardado.

—¿No es así? —preguntó Ik, su inocencia reflejada en sus ojos curiosos.

—Mientras menos sepas del negocio familiar, mejor… —murmuró Ximena, desviando la conversación con una sonrisa pícara que dejaba claro que había mucho más detrás de la fachada de la empresa.

—Cambiando de tema —continuó Ximena, su tono volviéndose más seria mientras su mirada se encontraba con la de Ik—. Si me prometes que nos casaremos cuando seamos mayores, te regalo uno de mis inventos.

La propuesta fue seguida por la aparición de un pequeño escarabajo robótico que cobró vida con un zumbido suave, emprendiendo vuelo después de que Ximena le diera cuerda con una manivela, como si fuera un gesto de complicidad entre ellos dos.

Ik tomó un momento para reflexionar, sintiendo el peso de la honestidad en sus palabras mientras sus manos cubrían por completo la mano derecha de Ximena, como si buscara transmitir su sinceridad a través del contacto físico.

—Lo siento, Ximena, pero actualmente mi corazón le pertenece a alguien más —respondió Ik, su voz resonando con determinación y respeto—. Se podría decir que ella me salvó la vida y por eso quiero entregarla a ella.

Las palabras de Ik resonaron en el aire, cargadas de una sinceridad palpable que llenaba el espacio entre ellos. Ximena lo miró con una mezcla de sorpresa y admiración, sus ojos brillando con una intensidad nueva mientras procesaba lo que acababa de escuchar.

—Orochi Ik, eso fue hermoso —exclamó Ximena, su voz llena de emoción mientras sacudía a Ik con una intensidad inesperada, como si no pudiera contener la oleada de sentimientos que la embargaban en ese momento—. ¡¿Cómo demonios quieres que no me enamore de ti si hablas de esa forma?!

Ik se sintió abrumado por la reacción de Ximena, una mezcla de gratitud y confusión llenando sus pensamientos mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.

—No fue mi intención, perdón Ximena —murmuró Ik, sus palabras apenas audibles bajo el eco de la emoción que llenaba la habitación.

—Bueno, ya ni modo… pero no creas que me resignaré así de fácil, te voy a enamorar, ya verás —declaró Ximena con determinación antes de soltar a Ik, quien lucía sonrojado por la extraña situación, pero también intrigado por lo que vendría a continuación.

—¿Quieres ver mis tatuajes? —ofreció Ximena, cambiando rápidamente de tema como si nada hubiera pasado.

—¿Tienes tatuajes? Pero luces al menos dos años menor que yo —exclamó Ik, sorprendido por la revelación.

—Tengo doce años, y mi papá fue el que me convenció de hacerme el primero. Luego de eso, me encantó el concepto de los tatuajes y ahora se podría decir que soy tatuadora profesional —explicó Ximena, revelando un aspecto sorprendente de su vida.

Con un movimiento ágil, Ximena levantó una de las mangas de su holgada camisa de cuadros, revelando una serie de tatuajes que adornaban su piel joven pero decidida, cada uno contando una historia única y llevando consigo un significado especial.

—Vaya, estás tatuada hasta los hombros en ambos brazos —observó Ik, impresionado por la extensión de los tatuajes que adornaban los brazos de Ximena.

—¿Verdad que están súper geniales? Al menos los del brazo izquierdo; los del derecho fueron los primeros, es mi brazo de práctica —explicó Ximena con una sonrisa orgullosa, mostrando una actitud desenfadada hacia su arte corporal.

—Lucen geniales, eres muy talentosa, Ximena —elogió Ik, sinceramente impresionado por la habilidad y la creatividad de la chica.

—¿Quieres que te haga uno?… ¿de mi nombre? No es cierto, pero si quieres, sí es cierto —bromeó Ximena, su tono lúdico revelando su disposición a compartir su pasión con Ik.

—No, gracias, Ximena. Sí quiero hacerme un tatuaje algún día, pero quiero que el primero sea especial —respondió Ik con amabilidad, reconociendo la oferta pero optando por reservar ese momento para algo más significativo.

—Bueno, y yo que estaba tan emocionada… volvamos con el sastre. Ya te mostré todo lo que te quería mostrar —dijo Ximena con una nota de decepción en su voz, antes de apagar la luz del estudio y guiar a Ik de regreso a la sala del sastre.