El monje miró desde su estantería como los dos niños se mantenían abrazados a las piernas del joven héroe y observó a Adam tratando de avanzar paso a paso por el largo pasillo con molestia. Luego de pensarlo un poco, el monje dijo con tono alegre:
—Oh, joven héroe, por tus grandes acciones los bibliotecarios de buen corazón confían en ti. ¡Eres un héroe en sus corazones! Solo tienes que mostrarles el camino a seguir y ellos te seguirán a la batalla.
Adam se dio la vuelta y contempló al monje desaparecer en su estantería luego de decir eso. Siguiendo su corazonada, Adam se quitó los anteojos y miró a los dos niños a los ojos.
Los dos chicos lo miraron aturdidos y Adam gritó como si estuviera dando una orden:
—¡Suelten mis piernas y déjenme caminar!
Los dos niños miraron a Adam con menos aturdimiento, sin embargo, apretaron con aún más fuerza las piernas del joven como temiendo que escapara y los abandonara en este pasillo desconocido. Adam observó la reacción de los dos niños y supuso que algo estaba haciendo mal: las estanterías no suelen dar consejos sin sentido así que algún secreto debía haber en las palabras del monje.
El pelirrojo volvió a probar mirando a los chicos fijamente, pero esta vez trato de pedir que lo soltaran de otra forma: con voz cansada, el joven héroe dijo arrastrando las palabras:
—Por favor, me soltarían las piernas, así terminamos este problema y todos volvemos a casa...
Sin embargo, los niños seguían sin soltar las piernas y ahora se los notaba mucho más asustados, incluso Apolo se largó a llorar en la pierna de Adam del miedo que tenía, haciéndolo todo aún más complicado.
Al escuchar los llantos del niño, varias cabezas se formaron en las estanterías cercanas y miraron con sospecha a Adam. El viejo sin ojos también se formó en su estantería y gritó con preocupación:
—¡¿Tanto quieres que te maten?! ¡Has que el niño deje de llorar, idiota!
Adam, aturdido, observó a las estanterías en los pasillos y el viejo no mentía: Las estanterías tenían la misma mirada que cuando el barón miró a Sofía en aquella ocasión, parecía que estaban pensando si atacar o no.
Con miedo, Adam volvió a probar otra vez: se arrodilló en el suelo para estar a la altura de los ojos de los chicos, provocando que los niños lo soltaran. Acto seguido, el joven héroe vio a los ojos de los niños con miedo y dijo suplicando con desesperación:
—¡Por favor, no lloren o me van a matar!
Al escuchar las súplicas del joven, tanto Apolo como Hermes se largaron a llorar y abrazaron a Adam, parecía que en la mente de los niños se habían metido en un bosque terrorífico en este momento y ya estaban demasiados asustados para dar un simple paso. Adam observó como más estanterías sacaron sus cabezas por el escándalo provocado e incluso una cabeza gigante de madera se estaba formando en el medio del pasillo de madera.
La cabeza gigante parecía pertenecer a un viejo enfermo: su rostro arrugado estaba hecho de madera podrida y destrozada por lo que varios trozos de su cara parecían faltarle. El rostro del viejo tenía bultos de musgo que crecía por toda su cabeza como si fueran tumores malignos. Por lo demás, el viejo enfermo no tenía rasgos faciales y la única decoración que tenía era una flecha que parecía atravesar toda su cabeza.
—¡Carajo! ¡Lo haces a propósito! ¿No es así, mocoso?—Gritó el viejo sin ojos con desesperación; si la situación continuaba de esta manera habría tirado 10 hongos a la basura y perdería su héroe.
Con odio por haberlo obligado a dar más consejos, el viejo sin ojos grito:
—¡Idiota! Recuerdas: ¿Qué frase decías cada vez que salías de mi cueva?
—Un buen día de aventuras...—murmuró Adam con miedo, viendo como la cabeza gigante acababa de formar un gran ojo en el medio de su rostro, el cual ocupaba casi la totalidad de su cara.
—Mierda…—Dijo el viejo sin ojos al ver como un ojo muy chico se formaba en la frente del viejo enfermo arriba del ojo gigante. Mirando a Adam con preocupación, el viejo sin ojos no volvió a dar otro consejo y se escondió en su estantería, como tratando de evitar participar en lo que ocurriría a continuación.
—Tienes que estar bromeando...—murmuró Adam incrédulo, mientras una idea surgió en su cabeza.
No obstante, el joven héroe observó que una boca con dientes afilados se estaba formando en el interior del ojo gigante del viejo enfermo. Entendiendo que ya no había tiempo para dudar, Adam se levantó de golpe del suelo y le dio la espalda a la cabeza gigante.
El joven miró a los dos chicos que se habían caído al suelo por pararse de golpe. Acto seguido, con las dos manos en su cintura y tratando de fingir la mayor valentía posible, el joven héroe gritó con emoción:
—¡Si, esta aventura es peligrosa! ¡Si, estos pasillos son infernales! ¡Pero no tengan miedo! ¡Porque el héroe pelirrojo está acá para salvarlos! ¡Vamos por esos dulces, muchachos!
Los dos niños dejaron de llorar como si un chispazo hubiera ocurrido en sus cerebros y se pararon para ponerse al lado de Adam, pero esta vez no tenían miedo y no agarraron las piernas del joven.
—Si, un verdadero héroe no duda… ni de su propia estupidez…—Dijo el viejo enfermo con una voz ronca y fiera desde la espalda de Adam, parecía que estaban rechinando unos tablones de madera mientras hablaba y un olor putrefacto venía acompañado de su voz.
Sudor frío comenzó aparecer en la espalda de Adam, pero por más que se estuviera muriendo de miedo por dentro, trato de mantener una sonrisa forzada y confiada en su rostro para los dos chicos que lo miraban con atención; ignorando lo que Adam tenía detrás de él.
Adam notó que algo estaba manchando sus pies y por la periferia de sus ojos mientras mantenía la mirada fija en los niños, observó con desesperación como una especie de tinta roja como la sangre estaba envolviendo los pies de los niños y él.
Adam reunió todo su coraje y continuó su discurso con la emoción de un héroe que entiende que de estas palabras depende su vida:
—¡Parece que nos encontramos con una bestia muy peligrosa! Pero mientras no duden en mí y avancen para adelante: ¡Saldremos vivos! Repitan conmigo: ¡Los héroes nunca fracasan!
—¡Los héroes nunca fracasan!, ¡Los héroes nunca fracasan!—Gritaron los dos niños alzando sus brazos con emoción mientras se preparaban para la lucha.
Al escucharlos, Adam reunió coraje y se dio la vuelta para enfrentarse a la mirada del viejo enfermo. Pero al darse vuelta el joven héroe observó con aturdimiento como ninguno de los tres estaba en los pasillos de madera del piso medio y que la cabeza gigante ya no podía verse por ningún lado.