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Prólogo

—¡Aléjate de mí, maldito marginal! —era lo menos que podía gritar le al idiota en ropa interior que no me quitaba la mirada de encima. Parecía que había visto a un muerto.

—Solo deja me explicártelo —Se veía arrepentido, pero mi seno izquierdo me decía que el marginal desnudo mentía.

Después de todo me acababa de engañar con mi prima, ¿qué espera? ¿qué corra a sus brazos?, ¿qué le diga que lo amo y que podemos olvidar todo lo ocurrido?. Se puede ir a la mierda, los patanes mujeriegos no me merecen.

Al parecer mi prima no daría la cara, cuando los encontré estaban en la cama, y muy probablemente ella seguía ahí.

—¡Puedes irte a la mierda! —se asemejaba a un perrito regañado en medio del gran pasillo, pero eso no me detendría.

Dio un paso hacia mí, y yo di uno hacia la puerta.

—¡Por favor escucha me!

No volví a abrir la boca, solo negué con la cabeza y como niña pequeña me tapé los oídos. De nuevo di un paso hacia la puerta al final del pasillo.

Mi postura tan particular debió haberle afectado, pues comenzó a venir en mi dirección sin tener contemplaciones. No tuve otra opción que darme la vuelta y apresurarme a la puerta de la entrada.

—¡Alexis! —su grito retumbó en toda la hacienda despertando incluso a los alcoholizados de la noche anterior que se habían quedado a dormir en los sillones de la enorme sala.

—Creo que no es forma de hablarle a una señorita, y menos si estás en calzones después de engañarla.

Sea quien fuera el extraño que en ese momento había aparecido desde la sala, me había cautivado al instante.

—¿¡Quien eres y por qué te metes en donde nadie te llamó!?, esto es una discusión entre mi novia y yo.

—¿Tú novia?, yo ya no soy tu novia.

El extraño había terminado por interponerse entre el patán desnudo y yo. Parecía estar tratando de impedirle acercarse más a mí.

Aproveché el momento y abrí la puerta principal para escapar.

—¡Claro que lo eres, y nadie con aire en sus pulmones saldrá de esta maldita casa hasta que me escuches!

Siendo sinceros, está situación me pone de muy mal humor, porque se supone que yo debería de ser la enojada, soy yo a la que engañaron y por lo tanto soy yo la que tiene derecho a gritar y a armar un gran escándalo.

—¡Si eso es lo que el idiota desea, pues se lo damos! —con toda la rabia que mi sensual cuerpo estaba reteniendo hasta ese momento, cerré la puerta principal de golpe.

Cara de idiota y desconocido me dieron su atención por un segundo.

Segundo que duró muy poco cuando un bulto verde militar cayó del techo justo entre mi ex y el desconocido, al principio no pude encontrarle forma, pero después me di cuenta de qué, o más bien quién era.

Katherine Márquez, mi amiga, o mejor dicho el cadáver de mi amiga.