Biham desenrolló el pergamino y comenzó a leerlo. A medida que lo leía, sus ojos se abrían como un platillo. Su rostro se tornaba rojo con cada línea. Levantó la mirada y dijo —¿Quién podría haber escrito esta carta a un Nyxer para Lusitania? La carta no estaba firmada. Clavó su mirada hacia Sirrah, quien parecía encogerse en su lugar.
Se agarró del respaldo de una silla mientras lo miraba con puro miedo —Yo— yo no sé —chilló.
—¿Dónde está Lusitania? —preguntó.
Ella temblaba como una hoja bajo su mirada escrutadora —Se fue a asistir al festival del fuego ayer por la mañana y no ha vuelto desde entonces.
Rigel había entrado en la habitación, y tras hacer una reverencia a todos ellos, fue y se sentó en la silla frente a Biham. Tenía una sonrisa socarrona en su rostro cuando Biham interrogaba a Sirrah.
—¿Y Morava? —preguntó con una voz glacial.
Sirrah tragó saliva en su garganta seca —Ella tampoco ha vuelto.
—La vi salir —interrumpió Rigel.
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