Lucía y Daniel paseaban por el jardín improvisado y observaban a los peces nadar en el estanque.
—Se ven tiernos —murmuró Lucía mientras se agachaba para examinar de cerca a los peces.
—Sí —respondió Daniel, pero él estaba mirando a Lucía. La encontraba muy atractiva por la forma en que disfrutaba las pequeñas cosas.
—Pero, es bastante triste. Aunque los cuidaban, aún no tenían libertad en este estanque cerrado —murmuró Lucía, refiriéndose a los peces con tristeza en su voz.
—Al menos están seguros. El mundo exterior es peligroso, con muchos depredadores esperando para comérselos —se rió Daniel.
—Tienes razón —Lucía dio una sonrisa forzada antes de levantarse y mirar a Daniel.
Hubo un breve momento de silencio entre ellos, el susurrar de las hojas y el canto lejano de los pájaros llenando el aire. La mirada de Lucía se quedó en Daniel, notando cómo sus ojos reflejaban las luces de las velas alrededor del jardín, dándoles un tono ámbar.
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