En un arrebato de ira, la bruja levantó su mano y la agitó en el aire, haciendo que los tres fueran lanzados contra la pared más cercana con un golpe sordo.
—¡Cómo te atreves! —la mujer gritó con ira, volteando la cabeza para mirarlos y usando sus hechizos para torcer sus cuerpos, lo que les hizo gemir y contraerse de dolor—. ¿Por qué tanta ira? —preguntó, su voz decayendo como si la hubiera perdido mirando a Alejandro—. Parece que te enteraste de lo de tu madre, tsk tsk hacía una y otra vez mientras negaba con la cabeza.
—Sabes—dijo la señora Artemis—. Disfruté cada momento cuando tu madre fue quemada en el pueblo. Estuve allí ese día en el mercado, después de todo, tuve que dirigir el espectáculo de hacer que los estúpidos e insensatos humanos se amotinaran contra ella. Oh, espera ¿no estabas tú allí? —preguntó, encontrándose con los ojos de Alejandro.
—Era una mujer amable que no te hizo nada
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